domingo, 19 de enero de 2014

Alberto Carlos Casiano Vila Ortiz 1935 - 2014

Gary Vila Ortíz falleció esta madrugada, víctima de un infarto, en la ciudad de Rosario. "Soy alguien interesado en todos los aspectos creativos del hombre, en su cultura. Claro que yo entiendo a la palabra cultura en su sentido amplio", manifestó Gary en una entrevista. "No sólo me arrepiento, me siento mal", dijo sobre su cargo como director de Cultura durante la dictadura y agregó "las consecuencias las he ido pagando progresivamente. No quiero justificarme, aunque la verdad es que nunca tuve que ver con el Proceso. Yo entré porque estaba en la democracia progresista, el partido me llevó allí". Sobre su ciudad dijo "Yo la quiero a Rosario en una forma integral. Algunos rosarinos suelen decir que es una ciudad fea. Una de las cosas que más me une a Rosario es que sea fea"
“Hago periodismo. Y esto tanto en diarios, en radio y televisión. Llegué ha ser jefe de redacción del diario más viejo de Latinoamérica que aún se publica, La Capital de Rosario. Esto implica que hago periodismo en la Argentina y en una ciudad del interior, una ciudad de características algo particulares. Es la ciudad mas grande de la provincia, pero no somos su capital, somos una ciudad que no tuvo fundador alguno y además que fueron los inmigrantes los que le dieron características que suelen sorprender a muchos. Nuestro periodismo, no tanto el de ahora, tiene poco que ver con el que se hace en otros sitios del país. Ustedes tienen que saber que hacer periodismo en este país en que vivo nunca fue fácil hacer periodismo. Sigue sin ser sencillo hacerlo. Tal vez por todo eso que he dicho los films que tratan del periodismo no nos representan, salvo contadas excepciones. Para dar un ejemplo: películas que no parecen tratar del periodismo, como “El desierto de los
tártaros”, dan la impresión que hablan de nosotros. Me gustaría ser mas extenso pero me parecería un abuso”, este es el perfil que trazó Gary sobre su profesión.

Alberto Carlos Casiano Vila Ortiz, su nombre completo, fue afiliado al Partido Demócrata Progresista y con la recuperación de la democracia se afilió a la Unión Cívica Radical, siendo candidato a gobernador por un sublema radical en 1995. “Yo era antiperonista, pero después del 55 me alejé de la Libertadora", cuenta Vila Ortiz. Y explica: "Yo a mi viejo le debo muchas cosas, entre otras que me enseñó a no caer en el fanatismo. A casa venían muchos colegas suyos médicos que eran peronistas, y yo le pregunté: "¿Por qué?". "Porque son amigos", me contestó él. "No importa la política".

Me acostumbré a las computadoras. Ya tenía un cargo elevado en el diario, así que todas las computadoras estaban conectadas con la mía. Tenía que leer el material que escribían los muchachos. Cuando había que hacer un suplemento, me pedían que fuera yo, para la diagramación y para estar vigilándolo en el taller. Eso me apasionaba. Tenía grandes amigos entre los gráficos y con ellos aprendí­ el trabajo de armado de páginas, a leer constantemente al revés cómo se manejaba el linotipo, la intercalación de líneas. Todo eso no lo olvido, porque era una vida con muchas caracterí­sticas”.

En 1991 la muerte de Miles Davis ocupó parte de la tapa de La Capital con Gary como secretario de redacción. Horacio Vargas, de RosarioI12, contó "sé que fue un tipo generoso que dio trabajo a muchos jóvenes periodistas e impulsó una reforma importante en el diario La Capital, atravesado hasta allí por su histórica línea conservadora".
Más tarde fue obligado a dejar la jefatura de redacción de La Capital, a la que había ingresado en la década del 50 como corrector y se fue con un “retiro voluntario”, después de soportar ataques contra su persona y amenazas en los finales del ´80, un comunicado del Sindicato de Prensa decía sobre esto, “Vila Ortiz continúa siendo agredido, en una secuencia asesina que parece que nadie está dispuesto a parar o que la ineficiencia impide hacerlo”.

Luego colaboró en RosarioI12, donde publicó artículos literarios y ficcionales, algo que repitió en el último tiempo en La Capital.

Gary trabajó en Radios Nacional, LT8, en Aire Libre, Radio Comunitaria, donde participó y supo conducir el Reportango. También fue conductor del programa televisivo ‘La Bohardilla’, Canal 5 y en Canal 3 de Rosario.

Creó la revista literaria que creó, El Centón. En una entrevista Víctor Laurencena publicó "El Centón no se vende. Gary deja los ejemplares en las librerí­as amigas, y la gente los agota rápidamente"
Asimismo, durante varios años fue parte del programa ‘Jacke Mate’ de Cablevisión Rosario.
Fue también director general de Cultura, donde propuso la creación de la Comedia Municipal de Rosario y abrió el anfiteatro, en los finales de la dictadura, a los músicos locales, más tarde fue director de la Editorial Municipal de Rosario.
 
Vila Ortiz, escribió varios libros, entre otros: “Poemas” (1961/2); “17 poemas” (1965); “Poemas de la flor” (1967); “Poemas y Maderas” (30 cuadernos con xilografías de Rubén de la Colina (1975); “Dos homenajes: Philip y Raymond (en colaboración con Rafael Oscar Ielpi) (1993); “Rosario: 1880/1930. Imágenes de la memoria” (en colaboración con Rafael Oscar Ielpi) (1995); “Borges en Pichincha” (1995) con entrevistas que realizó entre 1964 y 1984; “Estructuras imposibles” (1997).

En Rosarinos en Red se describió a los 71 años “Si uno tiene que explicar, como pueda, quién es uno, en realidad uno no ha existido. Aunque hechos triviales tratarían de probar lo contrario. Por ejemplo, que sigo escribiendo con mi vieja máquina de escribir, que me gusta el té con caña Piragua o con grappa y que es suficiente que una mujer me mire con ternura para que comprenda que conocido o no la vida vale la pena vivirla. Pero es cierto que he hecho algunas cosas, por ejemplo cincuenta años y pico de periodismo oficio en el cual mantuve la obsesión por tener columnas diarias o semanales y logré hacerlo; nunca supe si bien o mal. Para los diarios para los que he escrito la cantidad de artículos es abrumadora para mí mismo. En esto hay que ser cuidadoso! El juicio debe ser cualitativo y no cuantitativo.

Pese a todo, sueño con agregar a los dos libros publicados con parte de esos artículos que se seleccionen, todo lo que falta y sin selección alguna. Que eso se haga, por ejemplo, con Roberto Arlt y sus “aguafuertes” me molesta y mucho. No se comprende, me parece, que implica el tener que escribir de apuro, a última hora, la columna a publicar al día siguiente. Llegué a ser jefe de redacción del diario más viejo del país y he escrito sobre música, libros y pintura, entre otras cosas. Y lo hice de la manera que la mayoría más desdeña: periodísticamente. Era y soy un profano interesado en todas las manifestaciones creativas del ser humano. Y también soy profano en el ejercicio secreto de lo que posiblemente más amo: la poesía.

Y si digo posiblemente es porque pienso en el jazz, en el cuarteto de Ravel, en las mujeres, en el sabor del alcohol y en el aroma del tabaco dulzón de algunos cigarros. En realidad todo es parecido. Como la exactitud del dato suele molestarme, diré que creo que nací en agosto de 1935, en esta ciudad que es la única para vivir o para morir. He publicado cinco libros de poemas; uno sobre Raymond Chandler y Philip Marlowe, en colaboración con Rafael Oscar Ielpi, con quien también compartimos los textos de un libro sobre esta ciudad entre 1880 y 1930. Con Rubén de la Colina publicamos treinta cuadernos de “Poemas y Maderas”, en series de siete cuadernos que comenzaban con un poema y una xilografía y llegaban a siete poemas y siete xilografías.

El propósito era alcanzar las bíblicas setenta veces siete, pero completamos cuatro y dos de la quinta serie. En prosa he publicado recopilaciones de trabajos periodísticos, uno con el título de “Borges y Pichincha” y el otro como “Estructuras imposibles (2)”, pero es tan limitada que ni yo mismo la tengo. Soy padre de numerosos hijos y abuelo de, por ahora, quince nietos. Siempre he amado con desmesura y trato de seguir haciéndolo. Es lo que puede salvarnos.

Borgiana:
Los primeros poemas y textos los firmé como A.C. Vila Ortíz. Los siguientes como Alberto C. Vila Ortíz. Luego pasé a utilizar el nombre Gary Vila Ortíz, realmente que era como me conocían los amigos, un alazán cara blanca en el que solía andar cerca del Arroyo del Medio y un perro, Don, que era de una raza tan pura de boxer que era albino y lo había rechazado el Kennel Club. Utilicé varios seudónimos, Casiano Morteo, para un suplemento de jazz y poesía que hacía en el diario Crónica de esta ciudad. Nicanor Pérez, para una de las primeras y más recordadas experiencias de un periodismo. Borgianamente ignoro quien de tantos escribió las líneas anteriores. Creo que es el paso de “alguien a nadie””

Borges y el peronismo
Lo entrevistó varias veces desde 1964 "le hice veinte entrevistas en veinte años", dijo y publicó un libro con esas entrevistas. Escribió Gary sobre esa relación conflictiva: “Por otra parte, el peronismo que mereció la censura de Borges ya no existe y tampoco escritores como él. Pero reflexionar sobre este tema, con una obstinación que parece llevar siempre a los excesos, debería ser motivo de algo que los argentinos deberíamos pensar con más frecuencia con la que lo hacemos y además con absoluta seriedad. Creo que Borges y Perón representan dos caminos paralelos que es difícil que alguna vez se crucen: lo más grave es que ellos son como un símbolo de posiciones al parecer inconciliables y son las que producen la realidad argentina de hoy”.

"Soy un viejo liberal de la escuela de Lisandro de la Torre"
Así se describió Gary y aclaró que "el liberalismo que terminó cuando ese formidable “solitario de Pinas”, se pegó un tiro. Mis dos abuelos eran amigos de Lisandro, por lo cual desde chico asumí, en la medida que pude hacerlo, esos ideales con todos los errores que se cometieron y terminaron con aquella forma de liberalismo. Creo que Macbeth debe acordarse que soy un anciano que gusta de la lectura de la filosofía. También soy un anciano interesado en la política. Es en ese sentido que quisiera expresar algo que los años han modificado: de joven y después también estaba convencido de esa afirmación de ser un país que parece enfrentar de manera inexorable a la barbarie con la civilización. Y no estoy muy seguro quienes representan la barbarie y quienes la civilización. Trato de encontrar respuestas, pero no es fácil encontrarlas. Soy, por cierto, un admirador de Sarmiento reconociendo los errores que supo cometer. Pero si tenemos en cuenta que sus obras abarcan 52 tomos, y algunos de sus obras sin fundamentales para el conocimiento de lo que somos, uno no duda en pensar en un Sarmiento civilizador. Borges era alguien que exaltaba la figura de ese hombre, lo que era absolutamente lógico. Pero habría que pensar más allá de esos dos hombres para poder intentar respuestas adecuadas. Y ir tratando de dejar las cosas lo más claro posible. Dos apuntes a tener en cuenta, pienso. Durante veinte años pude conversar con Borges una o dos veces por año. En una de esas ocasiones pude observar que Borges era menos lapidario e insultante con las figuras distintivas del peronismo. Me pareció bien, claro, pues confieso que la forma de adjetivar a Perón y a Evita era en exceso agresiva, como lo es el cuento que Macbeth menciona, cuento que podríamos dejar en el olvido. Por otra parte, el peronismo nunca tuvo buenas relaciones con los escritores, pero no solamente con los opositores sino con aquellos que estaban de su lado, a quienes nunca les llevó el apunte que merecían”.
Gary y su otra pasión el Jazz
Cada vez que escucho jazz, se trate de lo que se trate, del músico que sea, las sensaciones que eso despierta en mi no tienen en realidad nada que ver con su posible o imposible comprensión. En algún momento, para dar un ejemplo, ese solo de Tommy Ladnier, me lleva a una ciudad que apenas conozco y me doy cuenta que estoy leyendo un texto de Borges. Camino hacia un bar donde sé que encontraré a alguien que hace mucho que no veo y eso me alegrará. Otra vez, estoy escuchando a Eric Dolphy digamos, camino por una playa y busco el sitio desde el cual parte el sonido de ese clarinete bajo. Me doy cuenta que hay algo que me aproxima a Dios, imágenes de la niñez que creía haber olvidado. Ahora son con Coltrane y Ellington los que escucho, entonces vuelvo a estar sentado en un rincón cercano a una ventana y cerca hay un piano y otra vez me parece ver a mi familia que estábamos por sentarnos a almorzar. Cuando se trata de Bill Evans o de Teddy Wilson, es como regresar a mi adolescencia. Salgo de algún cine y cruzo la plaza San Martín con el cuello del sobretodo levantado. Hace frío. Pienso en que cuando llegue trataré de tocar algo de Faure. Pero la música termina. Y siempre que termina siento como una especie de tristeza con fragmentos de felicidad. Veo fotografías viejas, releo poemas más viejos aún, sé que en el jazz hay una misteriosa forma de alterar el tiempo, de trastocar los conceptos del pasado, del presente y del futuro y me pongo a leer uno de los cuartetos de Eliot. Entonces soy yo el de hoy, el que escribe, el que ya tiene 77 años y que sin merecerlo, y con remordimiento, se siente feliz. Eso es el jazz...
"Sólo la vejez me ha aplacado un poco"
Le dijo Vila Ortiz en 2009 a Sebastián Riestra en un reportaje publicado en La Capital:
Gary Vila Ortiz vive en un departamento céntrico donde el único lujo son los libros y los discos. Son las cuatro y pico de la tarde. El balcón, pequeño, tiene el verde suficiente para construir la ilusión de la primavera aunque sea otoño. El escritor, dolorido por un cólico reciente, no se achica. Como en los buenos tiempos, ofrece: "¿Agua? ¿Café? Ah, también tengo ron, whisky...

Gary Vila Ortiz vive en un departamento céntrico donde el único lujo son los libros y los discos. Son las cuatro y pico de la tarde. El balcón, pequeño, tiene el verde suficiente para construir la ilusión de la primavera aunque sea otoño.

El escritor, dolorido por un cólico reciente, no se achica. Como en los buenos tiempos, ofrece: "¿Agua? ¿Café? Ah, también tengo ron, whisky. El ron es bueno. ¿Querés un whisky?
Pero la charla arranca en seco. Es demasiado temprano.

Poeta, periodista gráfico, radial y televisivo, melómano...Muchas cosas y una sola vida. ¿Cómo te definirías?
Como alguien interesado en todos los aspectos creativos del hombre, en su cultura. Claro que yo entiendo a la palabra cultura en su sentido amplio, en el sentido de todo lo que hace el hombre: una mesa, una silla. Y no en restringirla a las artes.

Pero lo tuyo es la palabra.
Sí, es lo esencial para mí.

¿Y cuándo arranca la vocación literaria?
Nace de una actitud política. A mí me marcaron mucho los poetas españoles de la generación del 27: una de mis obsesiones ha sido y es la Guerra Civil Española. En ese momento, los estudiantes sentíamos la necesidad de expresarnos literariamente por la posición política que teníamos, de gran apoyo a la República. Y así empecé a escribir. Aunque por razones circunstanciales, empecé Medicina: hice un año. Mi viejo creía que yo iba a ser médico, como él. De ahí me pasé a la música.

¿Y tocaste algún instrumento?
Sí, el piano. Pero lo tocaba a mi manera. Y además no te olvides de que gracias a mi abuelo, yo iba muy seguido al teatro El Círculo, y ahí he visto cosas por las que muchos me dicen: "Sos un anciano venerable". Y soy anciano, sí, pero no venerable. Yo quería ser compositor, más que intérprete. Pero fue entonces que un amigo me convenció de entrar a Derecho. Aprobé quince materias. Y un día me dijeron: "¿Querés entrar a La Capital?". Era el 1º de mayo del 58. Tenía 22 años.

¿Y qué te ofrecieron?
Ser corrector. Y me preguntaron: "¿Usted sabe algo de gramática, de ortografía?". Y les dije que no. "Por lo menos es honesto", me contestaron. "Yo sé que amor va sin hache", les dije. Y así empecé a trabajar en periodismo.

¿Y después dónde fuiste?
Me fui a lo que ahora es la sección Ciudad. No había apuro por el cierre… Al salir nos íbamos al National, enfrente de La Comedia, a comer puchero a la española.

¿Y ya firmabas columnas?
No, era cronista. Después Raúl Gardelli me pidió para suplementos. Y así fui ascendiendo, por capacidad o por suerte, y llegué a jefe de Redacción.

Vos también sos un "animal de radio"…
Me gusta mucho y de hecho la sigo haciendo, con Cristián Hernández Larguía. Y la televisión también me atrapó, yo empecé a hacer televisión casi con el nacimiento de la TV rosarina. Y además, escribía poesía. No era fácil: me acuerdo de que una mujer me dijo: "Sus poemas son bellísimos, ¿cómo puede ser que el que los escriba sea el mismo que hace esas payasadas por televisión?". Alejandra Pizarnik me animó por carta: "No te sientas mal, el triunfo tiene algo de bastardo. Y la poesía va a volver".
¿Y volvió?
Claro que volvió. La poesía se había escondido. Pero una noche de asma, en casa, vi que estaban todos durmiendo y me encerré a escribir. Puse la Sinfonía de César Franck… y salió "Poemas de la flor".

¿Y ese fanatismo que tenés por el jazz, de dónde viene?
Yo escuchaba lo que se suele llamar música clásica. Hasta que un amigo, Alfredo Paganini, me dijo: "Vos no podés escuchar eso que escuchás. Tenés que escuchar jazz". Y así lo conocí, después se convirtió en una pasión, en un vicio. El jazz me provoca placer físico. Ojo, también sigo con la clásica: me apasionan Schoenberg, Berg, Webern, Stravinsky, Hindemith…

Tu vida amorosa ha sido rica y turbulenta. ¿Qué representa el amor para vos?
Todo. Sin amor, no podría vivir. Acepto que hice mal. Hubo gente a la que herí mucho y no debí haberlo hecho. Sólo la vejez me ha aplacado un poco. Aunque el deseo no me abandona. Todavía miro con cariño a alguna niña que pasa por ahí. Y no te olvides que también existe el amor por los amigos. Y a veces duele más perder a un amigo que a una mujer

Acá no veo computadora…
Para mí hay peligro en el uso abusivo de la computadora, del celular… Eso está creando pautas de comportamiento que me preocupan, además de que están destruyendo la palabra. ¿Qué tipo de amistad o relación amorosa van a construir los jóvenes chateando, mandando mails, hablando por celulares?

¿Te arrepentís de haber sido funcionario durante la última dictadura?
Sí. No sólo me arrepiento, me siento mal. Y las consecuencias las he ido pagando progresivamente. No quiero justificarme, aunque la verdad es que nunca tuve que ver con el Proceso. Yo entré porque estaba en la democracia progresista, el partido me llevó allí. Lo que poco a poco fui viendo es que hay una cantidad de gente que clama haber sido resistente a la dictadura y de resistente no tenía nada. Los verdaderos resistentes del Proceso, los más auténticos, en todo caso murieron.

Sos fan de Newell’s. ¿Seguís sufriendo por el fútbol?
Sí, ahora no puedo ir a la cancha por mis problemas físicos. Y te confieso, aunque parezca una barbaridad, que a mí la derrota argentina con Bolivia más bien me alegró. Aunque Maradona se portó mejor de lo que yo esperaba.

¿Y con Central?
Me gusta también cuando gana Central. Es que antes que nada soy rosarino.

Un poeta en la isla desierta
El juego es simple, Gary: ping pong. Arranquemos.
Dale.

Albert Camus: Uno de los mayores testimonios del siglo veinte.

Borges: Uno de los grandes escritores del siglo pasado. Y alguien a quien le hice veinte entrevistas en veinte años.

Cortázar: Lo admiro profundamente. Un tipo valiente y valioso.

Una ciudad que no sea Rosario: No conozco ninguna otra.

Un bar: Mengano.

Un whisky: El Old Parr.

Sabía que ibas a decir eso: ¿Sabías, no? Pero no lo puedo tomar porque vale un disparate.

Tendría que estar subvencionado para poetas. Tres discos que te llevarías a una isla desierta.
"La historia del soldado", de Stravinsky; el concierto para violín de Alban Berg, y un disco de jazz que se llama "East Coast-West Coast Encounter".

Una mujer que no sea la tuya*: –¿Vos querés que me echen de mi casa? Julia Roberts.
*En la foto Florencia de la Colina, su actual esposa
Una buena despedida para Gary será que suene Coltrane junto a Thelonious Monk
La crueldad, ¿un invento del hombre o de Dios?
El ciempiés es una especie de gusano que Dios se esforzó en hacerlo un tanto feo y cruel pero no sabemos si tan cruel como el hurón; sin embargo, ninguna de esas creaciones llegaron a ser tan crueles ...
Por: Gary Vila Ortiz*
El ciempiés es una especie de gusano que Dios se esforzó en hacerlo un tanto feo y cruel pero no sabemos si tan cruel como el hurón; sin embargo, ninguna de esas creaciones llegaron a ser tan crueles como el hombre, a quien el Creador le dio la posibilidad de elegir, tornando entonces en ilimitada su capacidad para la crueldad. Pero también Dios dio formas del amor que a la vejez uno experimenta en decadencia física, un juego de la naturaleza que no nos tiene en cuenta para nada.

Puede darnos la belleza en sus formas extremas al mismo tiempo que los desastres más ominosos que el hombre suele registrar cada vez con mayor morbosidad y deleitarse en ella una forma que también es una forma de crueldad acaso más refinada, al mismo tiempo que mucho más plena en su horror.
Dios no es cruel, aunque es misteriosa su forma de actuar y no podemos saber nada de ella. Las preguntas que se hagan no tienen respuesta alguna. Uno de los atributos de la Divinidad es el silencio.
Impresiona que Dios, por lo menos según las religiones monoteístas, no conteste las plegarias. Soy de los que cree que el silencio es una contestación. Los detalles que pueden hacernos pensar en la crueldad de Dios han sido descriptos por los hombres. Digamos, nos parece cruel lo que pasó en Sodoma y Gomorra, y los textos bíblicos señalan que fue Dios el responsable de esas destrucciones. Pero ¿Sera así?

Los primeros libros del Antiguo Testamento fueron escritos aparentemente por Moisés, hay discusiones al respecto, pero con seguridad pensamos que no lo escribió Dios. ¿Lo inspiró? Puede ser, ya que la Biblia, tiene muchas formas de lectura y muchas interpretaciones. Esencialmente podemos diferenciar entre la Biblia desde el punto de vista del judaísmo y aquella que pone el acento en los evangelios que cuentan la vida de Jesús.

De cualquier manera esto no pretende ser una reflexión sobre la Biblia en sí, tan llena de metáforas, muchas de ellas verdaderamente bellas y misteriosas. Lo que queremos apuntar es que los primeros hombres que escribieron aquellos libros sagrados fueron inducidos por un verdadero conocimiento de lo que era la maldad y la crueldad. La describían con lujo de detalles.

Es cierto que en algunos libros del Viejo Testamento surge el amor de una manera realmente humana, por más que se busquen argumentos que tratan de convertirlo en un símbolo religioso. El Cantar de los Cantares es ante todo un poema y creo que no es fácil pensar que el mismo que destruyó dos ciudades, que envió el diluvio universal, que confundió los idiomas en la torre de Babel, es el mismo inspirador de un poema tan pleno de amor como el Cantar de los Cantares.

En realidad, queríamos hablar de la crueldad y el horror como formas de la creación humana. Es común que el hombre sienta una extraña predilección por todo aquello que le recuerda o que le muestra la crueldad que tenemos y hasta qué punto podemos llegar en esa crueldad.

En el cine, en las novelas, en todas las formas de expresión que el artista usa, surge con frecuencia el tema de la crueldad y sus misteriosos modos de actuar. Un ejemplo, trivial tal vez, en un film de Hitchcock, los pájaros atacan a los seres humanos sin explicación alguna para que eso ocurra. Daba miedo esa película; ahora se la puede ver como un documento de la calidad cinematográfica del mencionado director.

Lo mismo pasa con la permanencia de Drácula y de otros vampiros con otros nombres en la televisión, en el cine y en los libros actuales. Parece que a los más jóvenes sobretodo, les atrae ese tema. Y por televisión se llegan a sorprendentes casos de estupidez que nadie puede comprender, salvo los mismos vampiros, qué es lo que pasa, qué es lo que significa.

En un libro de José Ovejero, encontramos sus reflexiones sobre lo que él llama "La ética de la crueldad".

Como un espectáculo. En el prólogo de ese libro se sostiene: "Estamos acostumbrados a ser testigos de violencias extremas, torturas, violaciones y humillaciones en todas las formas del arte. A menudo la crueldad allí desplegada se nos presenta como espectáculo. Sin embargo, hay una crueldad que no satisface el morbo del espectador ni corteja sus valores, sino que lo confronta con sus hipocresías y sus miserias. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, aunque a veces tenga que agredirle para ello: no le ofrece certidumbres sino lo contrario. Este libro defiende una literatura contraria a la cultura del espectáculo y a la asepsia posmoderna, una literatura que aborrece lo inocuo y lo complaciente. José Ovejero ilustra su propuesta teórica con una original exploración de novelas de Bataille, Canetti, Luis Martín-Santos, Cormac McCarthy, Onetti y Jelinek, autores crueles cada uno a su manera. Después de leerlos, no se puede seguir viviendo como antes de hacerlo. Y lo mismo le sucederá a quien lea este ensayo".

En el último párrafo del primer capítulo de su ensayo, Ovejero apunta: "Puede entonces que no estuviera escribiendo estas páginas si mi memoria no contuviese esa carga de imágenes y sensaciones, si los desastres de la guerra y el toro desangrándose en la arena, el ojo seccionado en blanco y negro y el ciego descalabrado, las manos hinchadas de los empalados y las constantes palizas que recibe don Quijote no se hubiesen ido asentando en mi gusto o disgusto estético, en la manera en que al contemplar la realidad tiendo a descubrir en ella lo monstruoso y lo realidad tiendo a descubrir en ella lo monstruoso y lo sensato. Hábito intelectual y emocional que se refleja en mi literatura y que es indudablemente el motor de este ensayo".

Ovejero es sumamente claro en el análisis; la conducta humana, con la cual se juzgan los actos de crueldad, suele ser abominablemente ambigua. Por ejemplo, aunque parezca irreal, la crueldad del nazismo, suele negarse. El exterminio de un pueblo fue por sus características, un hecho único en la historia y como tal debe verse.

Un caso particular: un gran filósofo del siglo pasado, Louis Althusser, mató a su mujer, pero para conocer esa escena del crimen es indispensable consultar el estupendo libro de Elisabeth Roudinesco, "Filósofos en la tormenta". Recordamos este libro, porque la autora, comenzó su ensayo diciendo que Alfred Hitchcock filmaba las escenas de crimen como si fueran escenas de amor y las escenas de amor como si fueran escena de crimen.
Después de mencionar algunas de las películas de Hitchcock se refiere al libro que comenta "El porvenir es largo", que es la autobiografía de Althusser. En ella, el filósofo, tomó la decisión de reconstituir la escena del crimen. Lo hace inspirado en la historia del criminal japonés Issei Sagawa. Este había descuartizado a una joven holandesa y luego se la había comido. En Francia fue considerado un acto de demencia por lo cual no se lo juzgó, pero debió seguir un tratamiento psiquiátrico. Después volvió a Japón y por extraño que parezca fue liberado y declarado normal. Hizo carrera como actor de películas pornográficas y fue autor de libros. Dijo que la joven holandesa no había sufrido y que la antropofagia era un acto de amor.

Lo que queremos destacar, ya que sería muy extenso contar los detalles, es una actitud tan diferente en dos países civilizados aunque con una tradición cultural distinta.

Es esto lo que nos permite decir que la crueldad nada tiene que ver con Dios, sino meramente con lo humano. Muchos otros ejemplos harían más clara esta opinión.
*Ultima nota de Gary publicada el 29/12/2013 en La Capital

De algunas despedidas
Por: Gary Vila Ortiz
No deseo hablar de esas despedidas obvias que todos vamos acumulando a lo largo de la vida. Quiero hablar de esas otras que posiblemente sean mucho más personales, pero que en ocasiones coinciden con la de otros. Agregaría que entre ellas están esas despedidas que no hicimos y que por razones de esas que se llaman circunstanciales, no pudimos hacer. Pero sobre todo se encuentran esas despedidas que en su momento no nos dimos cuenta que lo eran. Eran sobre todo esos encuentros que parecían el presagio de otros, pero nunca llegaron y lo que nos pareció un encuentro se transformó en un triste adiós.

La memoria trata de montar el escenario donde eso ocurrió, pero cada detalle cuesta mucho armarlo con alguna precisión. Ella se había levantado de golpe y había dejado el cigarrillo parado sobre la punta no encendida. En el vaso quedaba aún caña para tomar, que no quiso tomar, y dos o y tres billetes para pagar lo que habíamos tratado de consumir, pero no habíamos podido. Yo me había olvidado que era diciembre y sabía que en diciembre las palabras no se encuentran fácilmente: hay que pagar espiritualmente por ellas y cuando el espíritu se ha ido gastando de tal manera en diciembre las palabras que quedan para el poema son pocas y en general inútiles. No exagero demasiado si digo que cada poeta tiene algún día o algún mes en el cual las palabras no quieren dejar sus huellas en el aire o en un papel. Uno ha quedado como mudo y no puede expresar lo que deseaba hacer con toda el alma.

Comenzó a juntar las palabras que designaban algunos objetos que estaban al alcance de su mirada. Un reloj, una manzana, una cantidad de vasos alineados, la gente que ocupaba las mesas del café. Algunas estaban solas y las que estaban acompañadas hablaban, pero no demasiado.

Ciertas palabras me llegaban, pero formaban un todo inconexo con el cual no podíamos hacer nada de nada. Un señor le leía a otro algo del diario que tenía en la mano. Ese señor en particular parecía tener un gran interés en esa noticia, una larga noticia, ya quien presuntamente debía escucharla se había quedado dormido.
En otra de la mesa una muchacha despeinada con un despeinado que le quedaba muy bien, leía de un pequeño libro unos poemas, por el cual quienes la acompañaban seguían con verdadero interés y en algunos casos la interrumpían para que volviera a leer un fragmento.

No estaba muy cerca de esa mesa y además ando medio sordo, por lo cual sin conocerlo el poema me pareció muy bello pero sería un atrevimiento tratar de reconstruirlo, un poema en diciembre con palabras que en última instancia dispondría de ellas al azar.

Recuerdo algunas palabras como naranja, otra parecía referirse a las gaviotas y una tercera a un pequeño pueblo cercano al mar. Detrás del mostrador un señor preparaba una picada con queso, aceitunas negras y salame. Alguien la había pedido, pero resultó indudable que ese que la pidió se olvidó pues cuando el mozo llegó a la mesa en ella no había nadie.

Me la ofreció a mí, ignoro por qué, pero la acepté, tenía que aceptarla, hacer algo para tratar de hacer algo para olvidar que ella se había ido.

Era un día de diciembre, pero parecía un día de otoño. Me acordé de Borges, cuya ceguera no involucraba el amarillo. Me imaginé que la ausencia de ella había logrado hacer del café un lugar donde todo era amarillo.

Tenía unos papeles y me puse a pensar en las palabras que correspondería a cada uno de los meses y cada uno de los días de la semana. No pasé de febrero y en cuanto a los días no puede ir más allá del martes. Después comencé a divagar sobre en la divagación en sí misma. Dejé que la tercera caña tomara las riendas del asunto. Me fui sintiendo cada vez mejor, aún cuando se trate de un mero decir.
Pensé en el día que trascurre el Ulises de Joyce y el día en que Borges descubre El aleph.
El día y la hora en que fue fusilado García Lorca.

El momento en que Borges le contó a Bioy Casares que se había enamorado de María Esther Vázquez.
Los días en que Macedonio logró crear la Argentina, aunque se trate de un intento fallido. Macedonio no podía aceptar tantas estupideces juntas.

Qué día y a qué hora habló Arturo Barea, en el viejo edificio de Amigos del Arte (Santa Fe y Laprida) sobre García Lorca.

¿Cuándo fue que Ernesto Sábato fue operado de incógnito en el Sanatorio Británico?

¿Quién fue más amigo de Borges, Bioy Casares o Petit de Murat?

¿Qué tangos inolvidables se escribieron en 1935?

¿En qué lugar de Rosario estuvo Gardel y debajo de un árbol cantó uno de sus tangos?

¿Quién fue Jorge Psalmanazar al que Borges le tenía tanta simpatía?

¿Por qué motivo no se volverán a publicar los 16 tomos de las obras póstumas de Alberdi? Se publicaron alguna vez como los ocho tomos de sus obras completas, pero ahora se encuentran en el olvido...

Son muchas las cosas que se quieren recordar y cuando se las recuerda se las hace con bastante mala fe.

En colecciones que vienen con algunos diarios y se pueden conseguir están las obras de Borges, de Bioy Casares, de Cortázar, de Sábato, y Gelman. Creo que ninguna de esas "obras completas" lo son en realidad pero la intención es válida. Uno puede preguntarse por qué no se han editado por lo menos algunos de los libros de Ezequiel Martínez Estrada, de Scalabrini Ortiz, de Mallea, de Aníbal Ponce, entre otros olvidados de nuestra literatura. Como es notoria la ausencia de una buena antología de nuestros tangos.
Publicada en RosarioI12, 26 de diciembre de 2011

La familia Vila Ortiz evoca a Gary
A medida que pasan los días y tratamos con mis hermanos y todo el montonazo que somos de familia de ordenar, con un poco de tristeza tanto como asombro y admiración, la multitud de papeles, libros, discos y manuscritos

Foto familiar. Gary, joven y con su pipa, junto a su esposa y pequeños hijos.
Pasó un tiempo desde que mi viejo tomo la decisión de irse así, naturalmente y sin decir chau.
A medida que pasan los días y tratamos con mis hermanos y todo el montonazo que somos de familia de ordenar, con un poco de tristeza tanto como asombro y admiración, la multitud de papeles, libros, discos y manuscritos que dejó, lo encontramos fortuitamente y a cada momento en algún punto del tiempo en sus recuerdos. Tal vez parado, pijama a rayas, y con un “poco” de asma en el ventanal de nuestra primera casa esperando temprano los diarios –todos– de un domingo cualquiera, o tomando un poco de sol en el jardín, siempre un libro a mano, es que puedo –podemos– de alguna forma volver a memorias que parecían un poco olvidadas. O en algún poema breve, en alguna foto en blanco y negro de la tele, de chico cerca de Cañada Rica, de la radio, del Jockey con su idolatrado Borges. O más simplemente un registro en su casa, con su familia, en su cuadra.

Recordar cómo las calles de tierra se convertían en barro intransitable y pegajoso con las lluvias. Entrabas con un tractor. Bombitas de 45 – si es que llegaban a 45– como única iluminación en medio de tan tranquila oscuridad. Apenas un teléfono en varias cuadras a la redonda. Casi dos horas para llegar a cualquier lado, en la B o el 217. El antiguo Fisherton que él tanto quería con el cariño alejado a los “excesos” de la civilización y el ruido urbano.

Acompañaban también esos eucaliptus alineados en toda la cuadra, distinguidos y enormes resistiendo tormentas hasta que alguno se entregó. Como se cayó aquel en calle Sánchez de Loria, ahí al costadito de nuestra casa, durante lo que se llamó el tornado de San Justo y que, tragedia aparte, fue todo un acontecimiento barrial que la tele apenas percibió. Extrañamente la bombita de 45 aguantó.
Y ahí estaban todos los amigos de la cuadra trepados “triunfantes” al tronco gigantesco ya mutilado, mientras lo hachaba poco a poco, y mi viejo organizaba en su habitual forma un poco desordenada –carne incluida– el asado, parrilla en tierra y cocinado con ramas de aquel árbol caído medio verdes que, vayan a saber los expertos en cocina de hoy, eran los más ricos del mundo.

Si viera mi viejo lo que queda de aquellos eucaliptus seguro que le pide a quien quiera que ande de guardia por allá arriba, discurso larguísimo mediante, que ganaría seguramente citando qué sé yo por qué a Camus, que no lo devuelva para estos lares por algún tiempo

O las noches en familia. Siempre infaltables siete en la mesa las ocasiones en que podía volver antes del enorme mundo de La Capital que era una de sus pasiones, lugar de muchas alegrías y alguna que otra tristeza.

Y en medio de las más increíbles comidas de mi vieja, sus historias sin fin de su juventud, de San Simón, de los amigos y de nosotros sus hijos. Las cargadas – y peleas– entre hermanos; mi hermana, muy chica ella, que reclamaba “no la miraran” casi escondida bajo la mesa con la sonrisa de aprobación cómplice de mis viejos y la bronca del resto de nosotros.

Llegaba entonces la hora de “bañarse”. El trámite de alinear a la compañía para la limpieza general en medio de los poco exitosos “yo sucio, no baño” de uno de mis hermanos cuyo nombre queda lógicamente en el anonimato. Después, y bastante temprano, a la cama.

O la memoria imborrable de esperar justamente ahí, en la cama, el ruido cercano del taxi en las noches de madrugada en que volvía del laburo, levantarme al toque al primer indicio de una puerta que se cerraba, y ver que llegaba con las noticias recién impresas y compartir así un muy básico, pero muy rico, huevo frito con sal de ajo mientras los dos, casi en silencio, quedábamos simultáneamente recluidos en algo tan simple y básico como la lectura.

¡Las ocasionales salidas a almorzar o cenar! El “regimiento” Vila Ortiz completo. En fila y a pesar de ser nosotros bastante chicos, esa admiración de ver que a mi viejo lo reconocían, y querían, en todos lados. Más de una vez escucharle “no me acuerdo quién es”, cuando lo más probable es que esa era la primera vez que lo veía en su vida. No había lugar para negar un saludo. Hasta los hinchas de Central aunque sabían que era veneno rojinegro.

Y hablando de fútbol, como muchas veces él lo conto, mi bisabuelo, mi abuelo, mi viejo y nosotros siempre de chicos al glorioso Parque. Desde la vieja tribuna de tablones pasando por la oficial hasta el palco numero uno. Gary de acá, Gary de allá, siempre la charla amena, jamás una discusión con otro hincha más que el infaltable “…qué le vamos a hacer…” y a quedarse ronco por Newell’s.

Pero de tantos recuerdos y enseñanzas de mis viejos, uno de los fundamentales es el enorme aprecio y el respeto por los amigos. Pueden dar fe el Tucán Cigalini, el Inglés Rollin, Chiqui y el Flaco Mirande y muchos otros – mis amigos y los de mis hermanos– de todas esas tardes en mi casa y no sólo los días de fines de semana, siempre un tropel a la carga. Partidos de fútbol, tenis, hasta alguno de básquet, Sol, lluvia no importaba el tiempo y en improvisadas canchas en el fondo de Sánchez de Loria 359. Grandes y chicos sin límite de edad. Y ahí en seguida las enormes mesas de merienda; mi vieja – a pesar de la bronca del pasto destrozado– preparando scons, waffles, tostadas, alguna factura, regadas con té, café con leche, lo que fuera y en dosis generosas para la horda hambrienta en medio de un parloteo incesante. No importaba cuántos fuéramos, había y sobraba con gusto para todos. Nuestros amigos eran (son) sus amigos.

El aprendizaje no terminaba en casa. Si no, ¿dónde está el gusto de jugar al futbol –muy mal– desde los 17 años y con los mismos “tipos” si no gracias a la lealtad que tanto nos inculcaron los viejos?
Además, y por supuesto, libros y discos: cubriendo cada rincón de la casa, hasta en los placares, sobre las mesas, en algún momento en el garaje. Crecían casi a diario. Jazz, mucho jazz, pero había de todo: clásica, folclore – la extraordinaria Misa Criolla estratégicamente ubicada –, tango… Y en todo la sorpresa –muy grata para nosotros– inicial de ver casi toda la colección de Los Beatles, algo de los Rolling, Dylan, Zeppelin y otros.

Los libros. Todavía casi no entiendo, pero podía leer a una velocidad, una cantidad increíble por día y tener una memoria infalible para citar y analizar lo que leía o escuchaba. Obvio, pasó todo el bagaje y el gusto por la música y la lectura, con sus lógicas limitaciones porque en eso es inimitable, a sus hijos y nietos.

Allá por 1997, en algún lado no recuerdo pero por alguna razón lo guarde entre mis cosas, mi viejo escribió una líneas, como una breve carta al suyo, nuestro abuelo: “Querido viejo: cada día que pasa te extraño más. La última vez que te vi, la noche en que moriste, fue la única vez que no estabas lúcido, pero tenías cara de felicidad. Tú ultima, memorable frase, mientras te ponían el suero, fue una que te hará reír y de las cuales yo no me olvidaré: sonriendo de esa manera que tenías de sonreírte, me miraste, creo que en el fondo de tu corazón me reconociste y me dijiste: “Ahora un heladito, y a dormir”. Lo único que espero es que te hayan recibido con esos helados de chocolate y vainilla que te gustaban tanto y un alfajor santafesino por el que tenías locura. Lo último, cada vez te extraño más y es un hueco que jamás podré llenar en mi vida. Hasta que nos encontremos nuevamente. Yo prometo llevarte otro helado. Chau, Gary, junio de 1997”. Viejo, estoy seguro de que cumpliste.

Yo por mi parte todavía lo espero para ver ese western que los dos disfrutamos enormemente y quedó inconcluso por la mitad, te tenías que ir, y me dijiste: “No la vi, me encanta lo terminanos otro día”. Era una de la trilogía de John Ford sobre la caballería. Una linda mentira, viejo.
Silvia, tus hijos y tus nietos

Rosario, según Gary
Como Rosario no tiene fundador, los rosarinos deben inventar su ciudad cada día. Ser rosarino es, ante todo, ser un inventor. Lo primero que inventaron los rosarinos fue el otoño. Después el amor. Una tarde de sol, la lluvia. Y una siesta en que estaban tristes, el dulce de membrillo. Al Gato Barbieri un rosarino lo inventó en París. A Musto un rosarino que pescaba en el Paraná. A Berni un grupo de desocupados que pedían queso y le daban hueso.

A Mendieta, el único perro del mundo que habla el rosarino, lo inventó un amigo de Inodoro Pereyra que esa tarde se había enamorado de Rita la Salvaje.

Al fútbol lo inventaron Pontoni, el Negro Aguirre y Vicente de la Mata. A Pataqueno, al poeta Aragón y a Cachilo lo fueron inventando con el tiempo los rosarinos que amaban los tranvías. Al último lo terminó de inventar Mario Piazza.

Al Che Guevara lo terminaron de inventar en un departamento de Urquiza y Entre Ríos, y aunque lo mataron, sus sueños siguen dando vuelta al mundo.

A la trova rosarina la inventaron los rosarinos que eran trovadores.

A los poetas de Rosario los inventó un señor que se llamaba Ortiz Grognet y ahora son tantos y tan buenos que la gente que visita Rosario dice al volver a sus hogares: "En esa ciudad hay un Monumento, un río con pescados que juegan al truco, poetas que escriben poemas en todas las esquinas, señores que si se enojan hacen una cosa que se llama el Rosariazo y lugares donde se venden familiares de queso y salame, carlito y menditeguys, tres inventos de la ciudad".

En Rosario, se dice también, hay una montañita alta como el Everest en el medio de un parque que es muy grande.

El amarillo de las hojas de los árboles en el otoño rosarino no existe en ningún lugar del mundo. 

Tampoco las chicas con sombrillas que inventó Julio Vanzo, los más perfectos laberintos (y los más bellos) que inventó Anselmo Piccoli, las vegetaciones de las “ciudades invisibles” creadas por Pedro Sinópoli, los gatos inventados por Rubén de la Colina (y cuidados por Cumeta Ghione), las puertas de los barrios creadas por un señor Elizalde, las distintas latitudes del río de otro señor llamado Uriarte.

Al pueblo de Rosario lo tiene que haber inventado un ángel porque tiene la paciencia de los santos. A las mujeres de Rosario las inventó el Diablo para que todos pierdan la cabeza por ellas.

Al barrio de Pichincha lo fueron inventando Clara Beter, Roger Plá, Ada Donato y el Negro Fontanarrosa. De la música de fondo se encargaba Antonio Agri, a quien acompañaban Miguelito Betorello y Marcelo Raigal. El tango nació en Rosario (Borges lo sabía) y el primer surrealista de América fue Aldo Pellegrini.

Hay rosarinos que curiosamente desprecian todo lo rosarino, pero se trata de infiltrados que algún día sacaremos a patadas. Hay otros que viajan y se van como si tal cosa. Pero los rosarinos de veras cuando se van se van yendo como quien se desangra, de la misma manera que Don Segundo.
Texto de Gary Vila Ortiz, publicado en Rosario 12

*Sus restos son velados en la sala de Córdoba 2936, y serán trasladados este lunes, a las 9,30 hacia el cementerio de Ibarlucea.
Fotos: Archivo de 
Alberto Carlos Vila Ortiz, Enrique Galetto y Rubén "Palomo" Lezcano
Fuentes: La Capital; Vía Rosario

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