Por: María Galindo
Azafatas vestidas de rojo formaban parte del entorno porque, aunque las mujeres hace décadas integramos todos los estratos imaginables dentro de los medios, esa gran masa de mujeres periodistas en nada ha sido capaz de modificar la visión cosificadora de las mujeres que los medios proyectan hacia la sociedad y no al revés.
Las primeras filas llenas de los patriarcas de la comunicación social; masculinas filas, canosas cabezas y un jerarca de la Iglesia que servía para completar la gerontocrática cabeza que gobierna lo mediático.
Estrellas de la tele en sus mejores galas y un rimbombante tono en la presentación de los y las premiadas que acudían al escenario, tal cual nos enseñaron ya en el colegio. Periodistas superéticos, paladines de la verdad y de la democracia. Un clima insano para el ego que se inflama en esas grandes ocasiones. Lo sorprendente es que hay para todos; como quien construye relaciones sociales, la Asociación de Periodistas no quiere quedar mal con ningún sector.
No pretendo hacer de jurado y decir quién debe recibir un premio, pero ni como ciudadana ni como no periodista me explico que se le entregue un premio al cardenal por sus sermones desde un púlpito que tiene un carácter dogmático de juicio final y de vocería divina, justamente un ámbito que nada tiene que ver con la comunicación social, ¿o hay que quedar bien con la Iglesia también?
Al fondo y fuera de foco, en la periferia del evento, dos intrusas se deslizan con fotocopias en mano, periodista por periodista, para explicarles con amabilidad los graves abusos cometidos por un banco. Se trata quizás de una de las noticias más importantes del semestre, es de interés público y además incluye un caso de censura previa porque se ha prohibido su difusión desde la Fiscalía. Periodistas escuchan el relato con un aire ambivalente, entre la amabilidad, la burla y la indiferencia de quien no le importa la gravedad del caso. Están curados del espanto y ya han anunciado el fin del mundo muchas veces.
Hoy en Bolivia no hay libertad de expresión ni acceso a la información, pero no porque el Gobierno persiga ni asesine periodistas. El Gobierno prefiere comprar medios y usar la publicidad gubernamental como instrumento de censura: medio que critique no accederá a esa publicidad, medio que la reciba no criticará al Gobierno. Pero no sólo es un problema gubernamental, también es una cuestión de la empresa privada; por eso los periódicos están llenos de publinotas en las que no se incomoda con preguntas de interés social a ningún empresario, ni a un Samuel Doria Medina o a un director de Asoban ni a ningún otro pez gordo del empresariado, eso también está controlado por la publicidad que funciona como censura previa.
La libertad de expresión no es de los medios ni de los periodistas, sino de la sociedad. El vínculo entre medios y público está roto; el público parece que debiera tragarse lo que el medio le da como información y como entretenimiento sin margen ninguno de que afecte esa tiránica relación. Sólo el momento en que te conviertes en noticia y es la injusticia que has sufrido la que requiere cobertura es cuando tomas real consciencia de que no tienes la palabra y no tienes voz, porque los medios te la niegan. Como dice la tesis del libro de Claudia Acuña, El fin del periodismo y otras buenas noticias, los medios no venden lo que informan, sino lo que callan.
Me toca el turno a mí de recoger el premio que es una placa de vidrio que, con furia y rebeldía, estallo a los pies del representante de la Iglesia que está en la primera fila. No he hablado, pero una imagen vale más que mil palabras.
*María Galindo es miembro de Mujeres Creando
Fuente: PáginaSiete