sábado, 5 de abril de 2025

Leila Guerriero: La maga

Las personas que cambian de vida sin mucho rollo son como héroes griegos. Están hechos de un material más puro
Un conductor de VTC en São Paulo, Brasil

Por: Leila Guerriero

Los viajes de trabajo someten a materializaciones fulminantes: el cuerpo aparece en otro país y, antes de que llegue lo demás —¿alma, espíritu?—, ya se fue. Esa distorsión produce fracturas de toda índole. Hay que habituarse a andar con escayolas. Las consecuencias menos escandalosas tienen que ver con que, en mitad de la noche, el viajero no sabe dónde está hasta que recuerda: "Ah, es Bilbao", "Ah, es Bogotá". Las consecuencias más escandalosas quedan plasmadas en un devenir desanimado —literalmente— tratando de encontrar la intimidad perdida. Pero hay destellos de alivio. Estuve un día y medio en Santiago de Chile. Iba en auto hacia el aeropuerto para tomar mi vuelo de regreso a Buenos Aires. En ese estado de suspensión que acontece entre la vida y la nada, cuando no hay ganas de ser ni de no ser, escuché que la conductora decía: "Qué hermoso conducir una mañana como esta". En efecto, el cielo parecía recién hecho. La mujer me dijo que había tenido una peluquería para niños durante décadas. Hablaba con dulzura de esos años: "Cómo extraño a mis enanos". Pero un día se cansó del encierro, vio el anuncio de una empresa que necesitaba choferes, y desde entonces trabaja transportando gente. Las personas que cambian de vida sin mucho rollo son como héroes griegos. Están hechos de un material más puro. No desconfío de la potencia de su convicción ni de la forma simple con que la llevan a cabo. Me parecen dotados de una inteligencia superior, de una sabiduría descomplicada. Da lo mismo que sea alguien que abandona su consultorio de dentista para recorrer el continente en bicicleta o esta señora que dejó una vida atrás como quien se cambia de blusa. "¿Sabe lo que más me gusta de este trabajo?", me dijo. "Que nadie sabe nunca dónde estoy". Hizo una pausa y agregó: "Ni la muerte me va a encontrar". Había un río y sol y cielo, y nos envolvía una serenidad invulnerable. Los oasis no duran para siempre, pero con un rato basta.
Foto: Patricia Monteiro - Bloomberg
Fuente: Diario El País

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