Por: José Landi*
La escritora y periodista Leila Guerriero, en el paseo Carlos III con la Bahía de Cádiz al fondo
Periodismo y literatura siempre tuvieron un origen común, con puentes que los conectaban a diario en periódicos y revistas. Nunca se supo bien qué pata era origen y cual destino. De los nombres gloriosos, empapados de talento, de Gay Talese, Capote, Kipling o García Márquez a decenas de ejemplos de ámbito regional, cada cual almacena los ejemplos en su memoria lectora.
Ese vínculo permanente está construido por escritores tan distantes de las licencias artísticas de la ficción como de la solemnidad científica del ensayo.
En tiempos de brevedad autoritaria, los escritores de periódicos, los periodistas literatos, dejaron y dejan, entrevistas extensas que no caben en ningún periódico digital o tangible. También amplísimos reportajes hilados con meses de testimonios de sus protagonistas.
La escritora argentina, en el aulario La Bomba de la Universidad de Cádiz
Crónicas detalladas de sucedidos. Con sustantivos reales, verbos exactos y los adjetivos imprescindibles. Esa veracidad, para un puñado de elegidos, es compatible con la prosa, con la capacidad de mudar el ánimo del lector a través de un lenguaje virtuoso, efecto esencial de la literatura.
Por más que sea contemporánea de sus seguidores y eso provoque prudencia, Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) pertenece ya a ese grupo selecto de autores que cuentan el mundo con idéntica pericia y sensibilidad tanto en textos y páginas breves como volúmenes amplios.
Las columnas en la contra de El País (primera mujer no española que las firma) o sus "píldoras" en A vivir que son dos días representan su presencia en medios para el público español aunque son la continuidad de una larga carrera en Argentina.
En versión long play, libros como Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla, Los malos y Teoría de la gravedad cimentaron una trayectoria creciente que alcanzó cumbre con La llamada en 2024.
La 'presencia literaria' de Guerriero llenó una vez más el Aulario de La Bomba de Cádiz
A pesar de lo mucho escrito sobre esa etapa, la escritora consigue crear un relato biográfico revolucionario, deslumbrante por honesto y revelador, con los tormentos psicológicos de los represaliados y luego exiliados. Sus contradicciones, dilemas y errores, toman un sorprendente protagonismo con punto de vista de mujer.
Ese trabajo y todos los anteriores le han propiciado a Leila Guerriero una respetuosa banda de seguidores que abarrotó el salón de actos del Aulario La Bomba de la Universidad de Cádiz.
Antes de enfrentarse al público, celebraba "el gran orgullo de ser la invitada número 226" del ciclo Presencias Literarias. Los promotores habrán de recibir algún día reconocimiento y aplauso público por la magnífica programación mantenida durante más de 30 años con llenos frecuentes.
Su visita a Cádiz, "ciudad que ya conocía", coincide con las vísperas de la proclamación de Donald Trump en presencia de Javier Milei. Un momento periodístico que no echa de menos como testigo directo.
"El género periodístico que yo hago es diferente al periodismo diario, al que hacen mis colegas y, en ocasiones, muy bien. Lo que yo hago es lo contrario de la noticia. Yo voy lento, llego más tarde, al cuarto día o al cuarto mes y reconstruyo cosas que no vi. Entiendo el oficio como intentar contarle a la gente cosas que, a mi criterio, merecen tener un foco más importante del que tuvieron".
La presentadora, Nieves Vázquez, atiende a la escritora durante su aplaudida charla
Ni periodismo de actualidad ni de investigación, su estilo es otro: "No hago investigación. Pretendo sacar a la luz cosas que no tienen tanta visibilidad, darle voz a gente que no la tiene en muchas ocasiones. Buena parte de mi trabajo consiste en pequeñas historias de gente que lo pasa muy mal".
Pese a esa premisa, huye de la glorificación del periodismo y del posible papel del oficio como servicio público: "Hay una pulsión bastante egoísta a la hora de hacer este trabajo. Tiene que ver con el inmenso gusto que me da contar historias, aunque sean terribles".
"Cuando entrevisto a alguien y sé que detrás de esa persona hay es una historia oscura, tremendamente lesiva, puedo decir que me siento bastante satisfecha de que estoy logrando avanzar en ese terreno, siento que está depositando en mí una gran confianza. Cuando termino de contar esas historias y las entrego, no tengo más intención que esa".
En el columnismo y la opinión, en prensa o radio, la finalidad es otra, aunque "también un poco egoísta. Esas columnas exploran un poco la gravedad de estar vivo. Aunque la verdad es que yo no creo que le quite gravedad a la vida por escribir esas columnas, al contrario, son un empeoramiento".
"Al principio, me parecía que no iba a poder escribir o grabar una columna por semana. Me parecía que uno tiene, en el mejor de los casos, una idea buena cada cinco años. Imagínate tener una todas las semanas".
"Es muy distinto a los libros, los reportajes o las entrevistas. Las columnas tienen un estilo muy incendiario, muy arriba, como si fueran una tarta de fresa y merengue. Eso no lo puedes extender a toda una comida, que sería un libro, porque la gente se sentiría mal del estómago".
Por experiencia o por personalidad, pese a contar con cientos de miles de lectores y oyentes, evita darle trascendencia a sus palabras: "Al contar esas historias, ese cuento real, no creo que vaya a cambiar absolutamente nada. Hay otros géneros periodísticos que tienen otras funciones, implican una enorme responsabilidad social. No es lo mismo hacer periodismo que fabricar colchones, digamos. Y creo que muchos colegas lo pierden de vista".
A la hora de elegir esos "cuentos reales", sus historias, dice tener un solo criterio: "Una inmensa curiosidad por las cosas y por el ser humano en general". Una de ellas le llevó a tratar de descubrir las causas de un altísimo índice de suicidios en un pueblo de la Patagonia o a descubrir el enorme atractivo de un festival folclórico anual en un paraje remoto de Argentina.
"No sé por qué me interesan los temas que me interesan. Será por intentar encontrar el secreto de por qué te enamoras de una persona y no de otra. A veces la idea surge a partir de una noticia muy chiquita, de una nota de prensa que envía a una ONG a un diario, como fue el caso de Los suicidas del fin del mundo".
Cuando se trata de entrevistar, la motivación es "la música, la literatura, el intelecto en general. Me resulta sumamente atractivo, como el mundo de los científicos", aunque concede que ha preguntado a "asesinos, envenenadores, abusadores".
De los entrevistados le interesa lo que no se ve, aunque sean personas "con mucha exposición pública". Cuando tercia un ejemplo, cita a "Ricardo Darín, por mencionar a uno que es muy conocido en España".
"Darín es un muy buen actor, un tipo muy afable, muy gracioso. Pero detrás de eso siempre percibí a una persona un poco más oscura, más densa, y no vi que nadie se metiera demasiado por esos caminos. Me interesa descubrir su momento de mutación, en qué momento y por qué se convirtieron en lo que son".
El tremendo éxito internacional de La llamada es la fusión perfecta de todas sus capacidades, como entrevistadora, como cronista y también como escritora. La vida de Silvia Labayru, desde la rebelión hasta la tortura más cruel y el exilio de luces o sombras en España ha supuesto su confirmación como una referencia de las letras en lengua española.
"Correr y escribir tienen muchas cosas parecidas: uno empieza para terminar. Enseguida quieres volver a empezar y, al hacerlo, ya quieres acabar""En el caso de Silvia, desde que me enteré de su historia sentí que era sumamente singular. Llegué a ella por un gran amigo común. Me mandó un enlace en el que vi a una mujer hermosa de sesenta y pocos años, con unos ojos azules increíbles, sentada en una especie de jardín que le daba casi más belleza".
Esa mujer era una de las tres que, décadas después, se atrevía a iniciar un juicio contra los militares de la dictadura por violencia sexual, por violaciones sistemáticas, diarias y colectivas, durante el brutal periodo de represión en Argentina en el tránsito de los años 70 a los 80.
"Ella jamás aceptó que la palabra víctima la definiera, que definiera su vida. Es muy crítica con la organización armada a la que perteneció y es absolutamente hostil con la dictadura y los militares. O sea, ocupa un lugar sumamente singular. Dice en voz muy alta cosas que son muy incorrectas".
Los contrastes y las contradicciones, las sorpresas, de los personajes a entrevistar son su principal objetivo periodístico: "En el caso de Labayru, cualquiera podía estar convencida de que iba a ver una mujer quebrada, rota, y resulta que es una persona completamente graciosa, exageradamente despistada".
En el caso de Bruno Gelber, afamada figura de la música clásica, encontró -para escribir Opus Gelber, retrato de un pianista- a un genio argentino que se había codeado con la mayor aristocracia europea en palacios y teatros de rancio abolengo pero, sin embargo "compraba, y ofrecía, grandes cantidades de un vino baratísimo, muy malo, a los que le visitaban".
Recupera esa anécdota insignificante para ilustrar un rasgo mayor: "Si uno deja de contar esas cosas, los despistes de Silvia, el vino de Gelber, terminas por hacer un retrato paródico de una víctima o de un genio. Y yo no estoy allí para espantarme con los horrores que vivió ella ni para maravillarme con las geniales interpretaciones de Beethoven de él. Tengo que tener distancia para poder contarle al lector -de una manera no objetiva porque nada es objetivo- las emociones que percibo y las tengo que canalizar, no me las quedo".
Ese papel de intermediaria entre personajes, o historias, y lectores no debe confundirse con indiferencia o equidistancia. Aunque reitera que no trabaja con la actualidad política como muchos de sus compañeros, afirma que el revisionismo de personajes como Javier Milei que tratan de restar o justificar miserias y crímenes a los regímenes autoritarios le parece "despreciable, despreciable".
"Los hechos son absolutamente incontestables. Se quiere poner, en el caso de Argentina, a dos facciones enfrentadas, al mismo nivel, en el mismo rango y una cosa es la violencia ejercida por una organización terrorista y otra muy distinta es el terrorismo ejercido por el estado. En Argentina fue eso, fue terrorismo de estado, con toda la fuerza de un estado al servicio de aniquilar personas".
En plena era de pavor a los efectos del trumpismo y de las formaciones patrióticas en medio mundo, abre un hueco a la esperanza: "Confío en que la sociedad argentina, a pesar de tener un gobierno de ultraderecha y haberlo votado por mayoría, tiene algunos consensos que no se van a venir abajo así como así. Creo que el consenso que teníamos y tenemos es que aquello fue terrorismo de estado, no fue una guerra".
La autora detalló el proceso de creación de 'La llamada', su último gran éxito internacional
Además de la escritura tiene otras adicciones vitales que comenta con frecuencia en sus textos. Sus lectores las conocen bien: viajar y correr.
Aunque hace bandera de bonaerense en casi todos sus columnas, vive como una nómada hace más de 15 años. "Los viajes que hago por trabajo siempre, o casi, los hago sola, sin pareja. Me gusta y mucho ese espacio de independencia. Para mí la independencia y la libertad están primero".
"Cuando voy a sitios que no conozco hay una cierta exploración en soledad. Siempre pienso que el sonido que tiene la soledad es el golpe que da la maleta en el suelo cuando llegas a una habitación de hotel, lejos de todo lo que puedes amar, de tu biblioteca, de tus afectos. Hermoso e inquietante a la vez. Me fascina".
Respecto a los otros viajes, los personales, "más placenteros, aventureros, con mi compañero", le permiten "desconectar el teléfono durante un mes. Literalmente, desaparezco. Entonces siento que estoy en el paraíso y me parece peligroso. Me lleva a preguntarme si lo que realmente quiero es desaparecer".
Correr, de forma llamativa, le conecta con la escritura: "Es que tienen cosas muy parecidas. Corro desde chica. Ahora, hace unos años, una hora al día. No es que corra para escribir pero mientras corro escribo mucho mentalmente. Si no lo hago, si no escribo, correr es una pesadilla, todo es puro cuerpo, cansancio, agotamiento, aburrimiento".
"No me gusta salir a correr sin una presa en la cabeza, sin un poema, una columna, una idea. Cuando salgo a correr con algo de eso, la hora se pasa volando. Me sucede lo mismo con la escritura: uno empieza para terminar. Luego quieres volver a empezar, al poco tiempo, y en cuanto empiezas ya quieres terminar".
La descripción le hace sonreír y confesar: "Soy una yonqui de la escritura, no puedo vivir sin escribir y eso que también implica un esfuerzo físico. Es duro estar 15 horas por día escribiendo. Uno corre para separarse del mundo, para huir. Y escribe para ayudarse a sí mismo. Hay muchas conexiones".
*Nacido en Cádiz, en 1968. Inicia su trayectoria en 1990. Columnista, editorialista, redactor, corresponsal o jefe de área en 'Guía Repsol', 'El Periódico de la Bahía de Cádiz', 'Cádiz Información', 'Marca', 'El Mundo' y 'La Voz de Cádiz'. Ha colaborado en magacines o tertulias de Canal Sur radio y tv, SER, Onda Cero y COPE. Premio Paco Navarro Asociación de la Prensa de Cádiz en 1997 y 2012 (a título colectivo). Premio Andalucía 2008 a la mejor labor en internet (colectivo). Ganador del I Premio de Relatos Café de Levante. Autor de la obra de autoficción 'Ya vendrán tiempos peores' (2016). Puso en marcha el proyecto de periodismo gastronómico 'Gurmé Cádiz' y mantuvo durante diez años blogs como 'El Obélix de San Félix' y 'L'Obeli'. Forma parte del equipo que realiza el podcast de divagación cinematográfica 'A mitad de sala'.
Foto: José María Reyna
Foto: José María Reyna
Fuente: La Voz del Sur