Por: Álex Grigelmo
La vigesimotercera reimpresión del Libro de estilo de El País incorpora algunos cambios, pero también mantiene los principios que alientan el trabajo del diario desde 1976. Esta actualización entra en vigor este domingo, si bien el libro impreso se distribuirá a los puntos de venta en primavera, editado por Aguilar. Como la edición anterior (2014), la obra recoge normas específicas sobre vídeo y otros soportes digitales.
Las novedades son en síntesis las siguientes:
Violencia machista. El nuevo texto señala que ha de extremarse el cuidado en estas informaciones para no añadir dolor innecesario a las víctimas (en el lenguaje técnico, “no revictimizarlas”). Esos hechos no se deben abordar como cualquier otro suceso, y su elaboración requiere de contexto y datos que permitan pasar del caso concreto al problema general. La acción verbal debe recaer en el autor del crimen, no en la víctima (un varón asesina a una mujer, y no una mujer es asesinada por un varón); y no se consideran interesantes las opiniones de los vecinos y conocidos que, por falta de información, tienden a presentar la situación previa como algo normal.
Además de otras cuestiones y consejos, se prohíbe la expresión “crimen pasional”, y los periodistas cuidarán asimismo de no esparcir sospechas sobre posibles detonantes de la agresión violenta que puedan tomarse como justificación o disculpa: “Había bebido”, “iba sola”, “llevaba una falda ajustada”… También se procurará hacer un seguimiento de este tipo de asesinatos, a fin de no transmitir mediante el silencio una idea de impunidad.
Sexismo en el lenguaje. El manual recomienda revisar los textos con una perspectiva igualitaria, y marca una serie de criterios al respecto. Entre ellos figura que se habrán de evitar las asimetrías en el lenguaje y en los contenidos; así como describir la ropa que viste una mujer cuando en un contexto similar no se haría lo mismo con la de un hombre.
Aunque no se asumen las duplicaciones de género tan presentes en el lenguaje público, se recomienda eludir el uso abusivo de la palabra “hombre” (“el hombre llegará algún día a Marte”, “los derechos del hombre”…) para sustituirla por opciones como “la humanidad”, “la gente”, “los seres humanos”, “la persona”, “las personas” y otras similares.
El vocabulario del manual recoge además algunos consejos sobre vocablos como “gestación subrogada”, “vientre de alquiler”, “lío de faldas”… y otros términos y locuciones con los que se puede incurrir en sexismo.
El género gramatical. Una novedad de esta edición consiste en que se usarán las formas “jueza” y “juezas”, “concejala” y “concejalas” para los femeninos de “juez” y “concejal”; si bien los colaboradores que publiquen artículos de opinión quedan exentos de esta norma, pues las academias consideran igualmente válidas las alternativas “la juez” y “las jueces”, que ofrecen la misma información que “la jueza” y “las juezas”.
Se trata, en cualquier caso, de dos excepciones. Esa adición de un morfema femenino en palabras que terminan en consonante y que tradicionalmente han carecido de él en español no se extiende a otros vocablos (“corresponsal”, “edil”, “fiscal”, “alférez”, “criminal”, “mártir”, “joven”…).
Sin embargo, sí se dará flexión en femenino a los empleos militares terminados en o: “sargenta”, “caba”, “soldada”… Y lo mismo ocurrirá con “capitana” (en el léxico militar se emplea “la capitán”, pese a que en los deportes, por ejemplo, se habla de “la capitana del equipo”).
El País no asume el genérico formado sobre el morfema e (“niñes”, “periodistes”, “amigues”…), y tampoco las palabras formadas con la letra equis o con el símbolo de la arroba: “Lxs lectorxs”, “l@s lector@s”.
Grafías. La escritura de algunas palabras se modifica. Así, se leerá a partir de ahora “internet”, con minúscula. También se escribirán con minúsculas los plurales de instituciones (“gobiernos”, “diputaciones”, “ayuntamientos”…), pero no así su singular.
Además, se ha adoptado la forma “wasap” cuando se refiere a un mensaje y no a la marca (WhatsApp).
Entre otros muchos cambios, el grupo neonazi griego que se ha venido denominando en El País “Aurora Dorada” (traducción más correcta del sustantivo griego aygé, por su referencia a la luz, no tanto al acto de que salga el Sol) pasará a llamarse “Amanecer Dorado”, opción que se ha impuesto en los medios en español. Y el nombre del pueblo musulmán que habita en Myanmar (antes Birmania) se escribirá “rohinyá”, y no “rohinya” ni “rohingya” ni “ruaingá” como en ocasiones ha aparecido en este y otros medios.
Principios. Igual que en ediciones anteriores, el Libro de estilo recoge los pilares éticos de El País, diario que se define como medio independiente, con vocación de europeo y especialmente latinoamericano, defensor de una sociedad igualitaria entre hombres y mujeres.
Se mantienen también las normas sobre el contraste y la verificación de las noticias, la necesaria fe de errores si se ha incurrido en un fallo, la obligación de citar fuentes cuando el periodista no haya presenciado los hechos que cuenta, la ineludible consulta a la parte perjudicada por una información y la clara división de los géneros periodísticos. Esta última idea se concibe como una garantía para el lector y ocupa un amplio espacio en el libro. Se pretende que El País se sirva de su tipografía para diferenciar cada género y, con ello, la distinta presencia del yo del periodista en ellos: muy escasa en la noticia, pero más notable progresivamente en la entrevista, la crónica, el reportaje, el análisis, la crítica, la columna, la tribuna y el editorial. El lector tiene derecho a saber ante qué grado de subjetividad se halla en cada caso.
El Libro de estilo, que incluye el Estatuto de la Redacción, se actualiza cada cierto tiempo, pero mantiene las esencias que inspiraron a los fundadores del diario en 1976. En él siguen con idéntica redacción muchas frases y muchos criterios que salieron de la pluma del primer responsable del manual, Julio Alonso. Lo principal de este contrato con los lectores sigue en vigor desde hace 45 años.
Publicar las noticias. Resistir las presiones
El ‘Libro de estilo’ de El País es una garantía para producir información veraz y relevante. La nueva edición, que pretende reafirmar los principios bajo los que se fundó el diario, entra este domingo en vigor
Por: Javier Moreno
El Libro de Estilo de El País es un contrato ético con los lectores, así como con la sociedad a la que se dirige. En este caso, con las sociedades —en plural— a las que se dirige, puesto que una parte importante y creciente de los usuarios del periódico reside en el continente americano. Conforma, junto con el Estatuto de la Redacción y el Defensor del Lector, un sistema de garantías que nos permite producir información veraz, relevante e independiente, en tanto en cuanto esta no se ve condicionada por presión externa alguna.
Cada nueva edición del Libro de Estilo supone a la vez un esfuerzo, un modesto triunfo y un motivo de satisfacción deontológica. A esta, la vigesimotercera, han contribuido de forma intensa decenas de profesionales, numerosos periodistas de la Redacción de El País que han enviado sus sugerencias, defendido con tesón sus propuestas y, en general, discutido hasta la extenuación con el equipo encargado del cambio, liderado como siempre de forma extraordinaria por Álex Grijelmo. El objetivo era simple: transcurridos seis años de la anterior edición, se nos hacía imprescindible actualizar numerosos preceptos para, de forma paradójica quizá, reafirmar y adecuar a nuestro tiempo los compromisos fundacionales del periódico: modernización de la sociedad, defensa de un avance económico con progreso social, así como de los derechos ciudadanos y el respeto a las minorías. El Libro de Estilo constituye también la mejor herramienta para paliar la falibilidad de los periodistas, que es la del ser humano en general.
Un periódico es, en esencia, aquello que publica —y también aquello que no publica—, y resulta notable que las presiones que inevitablemente se producen sean igual de frecuentes y perniciosas en un sentido que en el otro. Publicar todas las noticias, resistir todas las presiones, es pues, más que un lema, una brújula moral que, junto al rigor, la profesionalidad, la honestidad y la independencia de los periodistas —independencia también de sus propias opiniones y prejuicios— permite construir un buen periódico, contribuir por extensión a la libertad de información y de pensamiento, así como controlar al poder y a los poderosos, tareas todas que cimientan las sociedades democráticas avanzadas.
Pese a la mudanza de los tiempos, esos instrumentos del buen oficio no han cambiado en lo fundamental. Desde que en agosto de 1896 un editor en Nueva York prometiera a los lectores del periódico que acababa de comprar “ofrecer las noticias de forma imparcial, sin miedo ni favoritismos, independientemente de cualquier partido, secta o intereses implicados”, este lema se ha convertido en el motor, declarado o no, de los mejores. Sobre estas bases se habrá de construir el futuro, las próximas décadas en las que El País pueda producir un periodismo vibrante, que esencialmente sirva a la sociedad, independientemente de cualquier grupo de presión.
Este es mi segundo desempeño como director de El País. En 2006, al comienzo del primero, escribí, recordando las palabras anteriores, que todo director necesita renovar ese contrato con sus lectores. Publicar todas las noticias, resistir todas las presiones. Es este un compromiso inquebrantable con sus lectores que el periódico ha ido renovando a lo largo de su vida, desde 1976, en aquellas ocasiones en que las circunstancias lo han requerido. Lo hice con la Redacción tras mi nombramiento en junio de 2020. Y quisiera con este artículo, que celebra la nueva edición del Libro de Estilo —en sí un compromiso fundamental y público— hacerlo con todos los lectores de El País a ambos lados del Atlántico.
El periódico es independiente: no nos vamos a dejar intimidar. Pueden estar seguros los lectores de que, pese a lo incierto de los tiempos que vivimos —los desafíos a la democracia, los riesgos de inestabilidad económica, social y política, así como los ciertamente incansables intentos de control por parte del poder, gobiernos, partidos políticos, empresas, individuos, sindicatos, corporaciones y colectivos de todo tipo—, en la solidez de ese pacto no les fallaremos.
Por: Javier Moreno
El Libro de Estilo de El País es un contrato ético con los lectores, así como con la sociedad a la que se dirige. En este caso, con las sociedades —en plural— a las que se dirige, puesto que una parte importante y creciente de los usuarios del periódico reside en el continente americano. Conforma, junto con el Estatuto de la Redacción y el Defensor del Lector, un sistema de garantías que nos permite producir información veraz, relevante e independiente, en tanto en cuanto esta no se ve condicionada por presión externa alguna.
Cada nueva edición del Libro de Estilo supone a la vez un esfuerzo, un modesto triunfo y un motivo de satisfacción deontológica. A esta, la vigesimotercera, han contribuido de forma intensa decenas de profesionales, numerosos periodistas de la Redacción de El País que han enviado sus sugerencias, defendido con tesón sus propuestas y, en general, discutido hasta la extenuación con el equipo encargado del cambio, liderado como siempre de forma extraordinaria por Álex Grijelmo. El objetivo era simple: transcurridos seis años de la anterior edición, se nos hacía imprescindible actualizar numerosos preceptos para, de forma paradójica quizá, reafirmar y adecuar a nuestro tiempo los compromisos fundacionales del periódico: modernización de la sociedad, defensa de un avance económico con progreso social, así como de los derechos ciudadanos y el respeto a las minorías. El Libro de Estilo constituye también la mejor herramienta para paliar la falibilidad de los periodistas, que es la del ser humano en general.
Un periódico es, en esencia, aquello que publica —y también aquello que no publica—, y resulta notable que las presiones que inevitablemente se producen sean igual de frecuentes y perniciosas en un sentido que en el otro. Publicar todas las noticias, resistir todas las presiones, es pues, más que un lema, una brújula moral que, junto al rigor, la profesionalidad, la honestidad y la independencia de los periodistas —independencia también de sus propias opiniones y prejuicios— permite construir un buen periódico, contribuir por extensión a la libertad de información y de pensamiento, así como controlar al poder y a los poderosos, tareas todas que cimientan las sociedades democráticas avanzadas.
Pese a la mudanza de los tiempos, esos instrumentos del buen oficio no han cambiado en lo fundamental. Desde que en agosto de 1896 un editor en Nueva York prometiera a los lectores del periódico que acababa de comprar “ofrecer las noticias de forma imparcial, sin miedo ni favoritismos, independientemente de cualquier partido, secta o intereses implicados”, este lema se ha convertido en el motor, declarado o no, de los mejores. Sobre estas bases se habrá de construir el futuro, las próximas décadas en las que El País pueda producir un periodismo vibrante, que esencialmente sirva a la sociedad, independientemente de cualquier grupo de presión.
Este es mi segundo desempeño como director de El País. En 2006, al comienzo del primero, escribí, recordando las palabras anteriores, que todo director necesita renovar ese contrato con sus lectores. Publicar todas las noticias, resistir todas las presiones. Es este un compromiso inquebrantable con sus lectores que el periódico ha ido renovando a lo largo de su vida, desde 1976, en aquellas ocasiones en que las circunstancias lo han requerido. Lo hice con la Redacción tras mi nombramiento en junio de 2020. Y quisiera con este artículo, que celebra la nueva edición del Libro de Estilo —en sí un compromiso fundamental y público— hacerlo con todos los lectores de El País a ambos lados del Atlántico.
El periódico es independiente: no nos vamos a dejar intimidar. Pueden estar seguros los lectores de que, pese a lo incierto de los tiempos que vivimos —los desafíos a la democracia, los riesgos de inestabilidad económica, social y política, así como los ciertamente incansables intentos de control por parte del poder, gobiernos, partidos políticos, empresas, individuos, sindicatos, corporaciones y colectivos de todo tipo—, en la solidez de ese pacto no les fallaremos.
El poder de las redacciones
El Estatuto de la Redacción supuso una formidable novedad en el periodismo español. ‘Abc’ llegó a decir que el pacto en El País acababa con la libertad de prensa
El País fue el primer periódico en España en el que, a través de un pacto con la propiedad y con la dirección, la Redacción en su conjunto garantizó su autonomía profesional respecto a los accionistas y su papel, y su poder, en el desarrollo y en la defensa de un modelo periodístico consensuado. El acuerdo se plasmó en el Estatuto de la Redacción, un texto con tres páginas y 21 artículos que sigue en vigor, que llevó meses negociar y que supuso en su momento una formidable novedad en el mundo de las redacciones y de la empresa periodística. Aun hoy el Estatuto de la Redacción de El País, quizás demasiado poco conocido, es uno de los instrumentos más interesantes que existen en el mundo para que los periodistas aseguren el cumplimiento de los principios básicos de la profesión.
El texto fue aprobado por dos tercios del censo de la redacción el 11 de junio de 1980 y por la mayoría de la Junta General de Accionistas el 20 de ese mismo mes, en una asamblea extraordinariamente agitada en la que un accionista, recogiendo los argumentos de un violento editorial previo de Abc, llegó a afirmar que el Estatuto acababa “con la libertad prensa”, y acusaba a la Redacción de crear un sóviet. Un largo editorial de El País, un día antes de la Junta, tomaba el pelo al Abc (“¿sabrán lo que es un sóviet?”) y definía el Estatuto como un instrumento de defensa de un periodismo honesto.
La idea de lograr un mecanismo que ordenara las relaciones profesionales entre la Redacción, la dirección y la propiedad surgió muy pronto. La mayoría de los jóvenes, y sin embargo experimentados, periodistas contratados para el nacimiento de El País conocía el modelo de la Sociedad de Redactores de Le Monde, por el que un 25% de las acciones de ese medio, con capacidad de bloqueo, estaba en manos de los periodistas. Una comisión abierta integrada por un nutrido grupo de redactores de El País estudió, ya en junio de 1978, ese modelo, así como otros que no afectaban a la propiedad, pero que buscaban garantías de independencia profesional, y que ya existían, sobre todo en países escandinavos. La comisión estableció unas líneas de trabajo y decidió convocar elecciones para nombrar a los cinco representantes que abrirían la negociación con la dirección y la empresa. Fueron elegidos, el 8 de junio de 1979, con el 62% del censo, Bonifacio de la Cuadra, Félix Monteira, Rosa Montero, Ángel Santacruz y yo misma, entonces una redactora de 28 años.
La propuesta de búsqueda de un acuerdo consensuado fue alentada inmediatamente por el director y fundador de El País, Juan Luis Cebrián, que por aquel entonces acababa de llegar a una alianza con Jesús de Polanco, el principal accionista y presidente de la empresa editora del diario, Promotora de Informaciones (Prisa) para garantizar un modelo periodístico profesional y los amplios poderes del director del medio. Faltaban por definir ese modelo y esos poderes en un texto en el que también se recogieran los poderes de la Redacción. Polanco, sometido a la presión de un grupo de accionistas que no compartía su proyecto ni su alianza con Cebrián y con la Redacción, aceptó negociar lo que enseguida se llamó “Estatuto de la Redacción”. Durante meses, los representantes de los redactores, que discutían como podían, en alguno de los ratos libres que dejaba la frenética actividad profesional, se reunieron con Cebrián y en ocasiones con el director adjunto, Augusto Delkader, para avanzar en un articulado que todos éramos conscientes de que debería ser aprobado en última instancia por la Redacción, pero también, y no parecía fácil, por la Junta General de Accionistas.
Pronto se desechó el modelo francés de la sociedad de redactores, que no gustaba a Polanco pero, sobre todo, que no hubiera logrado superar la barrera de la Junta General, y los esfuerzos se concentraron en definir los principios de la publicación, imprescindibles para desarrollar el muy novedoso derecho a la cláusula de conciencia (admitida por la Constitución pero nunca desarrollada por ley) y el todavía más importante artículo 7, según el cual cuando dos tercios de la Redacción consideran que una posición editorial vulnera su dignidad o imagen profesional pueden exponer a través del propio diario su opinión discrepante. La clara primacía del director sobre cualquier órgano de la propiedad a la hora de fijar la línea editorial y de organizar el trabajo de la Redacción, con derecho de veto sobre todos los originales, incluida la publicidad, quedó complementada por el importante derecho de la Redacción a votar su nombramiento, antes de que el consejo de administración pudiera efectuarlo.
El Estatuto, consideran hoy algunos críticos, no alteró la relación entre la propiedad del medio y los periodistas, y de hecho nunca se ha rechazado ninguna propuesta del consejo de administración para el cargo de director, y solo una vez la redacción recurrió al artículo 7. Pero lo que se constata es lo contrario: que nunca la propiedad ha propuesto a un director que la Redacción no aprobara. Desde todos los puntos de vista, 40 años después, el Estatuto de Redacción sigue siendo un instrumento práctico, sensato y formidable de independencia profesional.
Fotos: Luis Sevillano Arribas, Carlos Rosillo y Alex OnciuFuente: El País