domingo, 1 de agosto de 2021

Fotografiar a quien no quiere: cómo se retrató al represor Lo Fiego

Una crónica y reflexiones sobre el poder de la fotografía como registro periodístico y su potencial e inesperada peligrosidad
Por: Orlando Verna
El Ciego Lo Fiego captado por Sebastián Suárez Meccia, del diario La Capital en las calles de Rosario en noviembre de 1997

Las sociedades modernas construyen una realidad mediatizada por cámaras que la representan, quizás en el afán de que se convierta en tal. Como consecuencia, reinterpretando la mitología griega, son muchos los Prometeo que le robaron el fuego sagrado de la imagen a los Dioses y se lo dieron a los mortales. Hacer fotografía se convirtió así en un arte, en una profesión, en una necesidad. En el Olimpo planearon venganza. Las tecnologías de comunicación e información pusieron a circular esas imágenes y abrieron la caja de Pandora. No todo puede ser convertido en imagen y no todos quieren ser fotografiados, porque el fuego quema.

El 8 de julio murió el represor José Rubén Lo Fiego, líder de la patota de torturadores de la Policía de Rosario entre 1976 y 1979, condenado por crímenes de lesa humanidad, homicidios, secuestros, torturas, privaciones ilegales de la libertad y delitos sexuales. Culpable, cumplía prisión perpetua en el penal bonaerense de Ezeiza.

Los reflejos periodísticos se tensaron urgentes sobre el Archivo del Diario La Capital. Entre otras notas y referencias, estaban en su respectivo sobre una colección de fotografías de Lo Fiego en papel, en blanco y negro. Datan de 1997, cuando los rosarinos convivían con sus victimarios por culpa de las denominadas leyes de impunidad. No son fotos de pose y fueron sacadas sin el conocimiento del fotografiado. Se justifican en el más estricto ejercicio del periodismo, pero su efecto, como los males liberados por Pandora, puede ser devastador. Y hasta fatal. Esta es la genealogía de cómo el diario La Capital fotografió al represor Lo Fiego, imágenes del Archivo que ilustraron la nota sobre su fallecimiento.

Entre nosotros
La historia de la foto comienza el 28 de noviembre de 1992 con el arribo a Rosario de Cristina de Borbón y Grecia, hija de los reyes de España, para inaugurar el parque homónimo. Se encontraba allí el ex presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe en el período 1973-1976, Rubén Dunda, quien reconoció en la custodia oficial del presidente de la Nación, Carlos Menem, a José Rubén Lo Fiego. Dunda había sido secuestrado y torturado durante la última dictadura cívico-militar.

Tras ser acusado de secuestro, torturas y desaparición de personas, Lo Fiego había sido arrestado en agosto de 1984 y desprocesado en junio de 1987 como efecto de las llamadas leyes de punto final y obediencia debida. Así los militares y policías subordinados quedaron sin juicios ni castigos, y en diciembre de 1990 el indulto del mismo Menem liberó de la Justicia a los jerarcas de las juntas militares y de la guerrilla Montoneros. Lo Fiego volvió a la policía santafesina y escaló posiciones hasta ser parte de la plana mayor de la Unidad Regional II.
Más de siete mil personas participaron en septiembre de 1990 en Rosario de la marcha contra el indulto del presidente Menem / Archivo Diario La Capital.

Frente al torturador
Con la jauría nuevamente en las calles, la periodista rosarina Gabriela Zinna intentó entrevistar a quien era considerado el líder de la patota de torturadores de Rosario. Solicitó los permisos institucionales necesarios que fueron denegados y aguantó vía telefónica la censura de Rosa Morelli, la madre de Lo Fiego, quien le pedía “que deje de molestarlo”.

Como una paradoja del destino, Zinna concurrió a la Sede de la Gobernación en Rosario, en el mismo edificio donde funcionaba la Jefatura de Policía y estaba instalado el Centro de Informaciones, vejaciones y torturas, conocido como El Pozo. El ministro de Gobierno Jaime Belfer del entonces gobernador Carlos Reutemann había convocado el 11 de diciembre de 1992 para homenajear la asunción en 1983 del gobierno democrático.

Un desconocido se acercó a la periodista y le preguntó si era ella quien quería entrevistar a Lo Fiego, entonces jefe de Operaciones de la Policía de Rosario. La hicieron pasar a una sala, pintada de blanco viejo “como de comisaría”, despojada y un único escritorio.

Allí estaba el represor esperándola. Le tendió la mano y Zinna no reaccionó. Él ofreció un café, ella lo rechazó. Cuando llegó su infusión, El Ciego abrió un cajón para sacar el edulcorante, de donde antes extrajo su arma reglamentaria. La dejó encima del escritorio.

Ante cada pregunta, Lo Fiego contestó aportando certezas y datos exactos. Zinna había tenido contactos con las víctimas de la patota del ex jefe de Gendarmería y de la Policía de Rosario Agustín Feced y no era una desavisada en el tema. Fueron tres horas de reportaje. Al final, Lo Fiego la increpó con ironía: “Pero me preguntó lo mismo que el juez…”. La nota fue publicada en RosarioI12.
Afiche callejero que advertía sobre el regreso a las calles de la patota de torturadores, entre ellos su líder / Foto: Alfredo Celoria

¿Sabe quién está hablando?
A partir de allí comienza otra historia. El propio Lo Fiego le ofrece a Zinna una nueva entrevista. Previa consulta con el ex fiscal de la causa contra las Juntas Militares de 1985, Julio César Strassera, el encuentro se realizó en el departamento de Lo Fiego en el centro de Rosario. Zinna había tomado sus recaudos y en diagonal a esa propiedad, en la misma esquina de Mendoza y Paraguay, la esperaba en la casa de su madre, controlando ansiosamente la hora, su colega en LT8 Ester Stekelberg. La entrevista duró siete horas y cuenta Zinna que debido al detallado informe del represor no dejó “de vomitar por una semana”. Hoy reflexiona: “A lo mejor es una forma de autoprotegerme, pero por suerte me he olvidado” de las palabras del represor.

Además, Zinna remite a una anécdota incomprobable que resulta, si no cierta, prototípica de los personajes en danza. En 1997 la cronista pase a formar parte del plantel del diario La Capital y su pluma dejaba pocos resquicios al servilismo periodístico. Cosa que los políticos suelen no perdonar. Entre otras trapisondas, el en ese momento concejal peronista Evaristo Monti, molesto por las notas y las actitudes de Zinna –como no aceptar una invitación a integrar una mesa para cenar luego de una sesión en el Palacio Vasallo, por ejemplo– pidió a los directivos del diario que fuese separada de su labor. En una estremecedora llamada telefónica, fue el propio Lo Fiego quien la advirtió de la maniobra.

Trabajando también desde 1996 en LT2, Zinna fue varias veces más contactada telefónicamente por Lo Fiego. “Tenía una forma de hablar inolvidable”, describe la periodista. “Y me siguió llamando. «¿Sabe quién está hablando?», preguntaba al teléfono y a mí se me erizaba la piel”. Un día le dijo: “Tenga cuidado porque la están siguiendo”. Zinna trata de explicarse a sí misma la relación: “No sé si me avisaba que me estaba vigilando o me tenía aprecio”.

Un aviso fúnebre
Como redactora del diario La Capital, Zinna había dado cuenta de su acercamiento al represor y la Secretaría de Redacción decidió obtener un registro gráfico del represor en libertad. El fotógrafo Sebastián Suárez Meccia tiene un fresco recuerdo de la frase que la cronista utilizó para proponer la nota: “Yo leo el diario de punta a punta y en los avisos fúnebres hay una Lo Fiego”, supuestamente madre del torturador. “Cuando uno viene de un velorio se va a su casa”, reflexionó la periodista y la maniobra comenzó a tomar sentido.
Aviso fúnebre por el sepelio de la madre de Lo Fiego publicado por La Capital el 12 de noviembre de 1997 / Archivo La Capital

Luego de las exequias, de las cuales el diario informaba también la hora, el fotoperiodista se apostaría en el lugar correcto para tener despejado el ángulo de disparo. Suarez Meccia logró su posición en Mendoza y Paraguay, ya que el represor vivía a pocos metros de esa esquina, acomodó su cámara y esperó.

Mientras tanto el sepelio iría a salir de los Servicios Caramuto de Córdoba y Riccheri en dirección al cementerio de Ibarlucea, donde a partir de las 11 se concretaría la inhumación.
Las fotografías fueron tomadas en la esquina de Mendoza y Paraguay, frente al departamento del torturador / Sebastián Suárez Meccia

Como estaba planeado, pasado el mediodía del 12 de noviembre de 1997 paró un auto blanco frente al domicilio de Lo Fiego y cuando éste bajó, tuvo que cruzar Mendoza. El tránsito del personaje sobre los poco más de diez metros que separa un cordón del otro fue suficiente para que Suárez Meccia haga su trabajo.

El reportero utilizó una cámara "veloz" para la época que permitía hacer "disparos en ráfaga", de controles manuales, una película de 400 asas y una lente de 300 mm. que tenía su propia historia. La Capital había comprado dos para la llegada del Papa en 1987 y se usaban solamente para los partidos de fútbol.

El fotoperiodista es licenciado en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), forma parte de Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina desde 1995, ha participado de innumerables muestras individuales y colectivas así como de cursos, integra el equipo de prensa del Rectorado de la UNR y sigue trabajando en el diario La Capital. La hoy experiodista Gabriela Zinna se graduó en la misma carrera, abandonó la profesión en 2004 y vive en la provincia de Buenos Aires. Cuando fue contactada por La Capital desconocía la muerte de Lo Fiego.
El fotoperiodista Sebastián Suárez Meccia en plena faena en julio de 2001 en una marcha de la agrupación Hijos / PH: Fernanda Forcaia.

Guerra por la visualidad
Se trata nada más y nada menos que de “poner el pellejo por el laburo” al mejor estilo José Luis Cabezas. En 1996, el fotógrafo de la revista Noticias retrató en una playa bonaerense al todopoderoso jefe de la mafia del Correo, Alfredo Yabrán, y cómplice del entonces presidente Carlos Menem. El poder lo juzgó como una impertinencia y Cabezas fue asesinado en enero de 1997 cerca de Pinamar.

La especialista rosarina en fotografía latinoamericana Leticia Rigat llama la atención sobre la asimetría y sobre la imagen del fotógrafo y del fotografiado. En el marco del "registro periodístico", reconoce que a Cabezas "una imagen le costó la vida" y advirtió sobre la “exposición” del fotoperiodista, sobre "poner el cuerpo mediado por un dispositivo", ya que pasa a convertirse en “un agente de amenaza” para quien no quiere ser fotografiado.
El reportero tuvo sólo 10 metros para cubrir con sus fotos el trayecto de Lo Fiego en cruzar la calle / Sebastián Suárez Meccia

La doctora en Ciencias Sociales y docente e investigadora de la UNR, configura una especie de "guerra por la visualidad" atravesada por el "control de esas visualidades". Sin olvidar el debate en relación a "la propiedad de la propia imagen", remitió además la cuestión a las metáforas instituidas en el lenguaje fotográfico. Rigat recordó que se dice “sacar” una foto, como si se despojara al fotografiado de algo propio. También se utiliza el verbo “disparar” cuando se acciona el obturador que obtiene la imagen.

"No se trata de un sujeto que solo observa. Saca una cámara y es como si hubiera sacado un arma", ilustra la fotógrafa y abunda: "El problema se evidencia comúnmente en la violencia a los reporteros gráficos en situaciones de exposición pública", como en el caso de los barrios donde se instalan bunkers de venta de drogas, ya que parece que no es suficiente con no salir en la foto, y les rompen o les roban los equipos de trabajo.

La foto o la vida
La reportera gráfica del Diario La Capital, Virginia Benedetto, inscribe una de sus experiencias en teatro de guerra en el mismo registro. En 2018 viajó al Kurdistán, una región autónoma que queda entre Siria, Turquía, Irak e Irán, y debió acceder a numerosos contratos de restricción para conseguir su objetivo: visibilizar la revolución liderada por las mujeres de ese pueblo.
La reportera gráfica del Diario La Capital Virginia Benedetto viajó al Kurdistán en 2018 / Archivo Diario La Capital.

“Apenas llegué desde una terraza le saqué una foto a unos chicos que jugaban en la calle. Me llamó la atención porque en esos territorios, excepto en los campos de refugiados, no hay chicos jugando en la calle”, observó. Pero los niños corrieron a taparse la cabeza. ”No quieren ser fotografiados”, alcanzó a pensar cuando fue rápidamente interpelada por un lugareño, ya que la ubicación de la foto podía ser causa de un bombardeo.

En ese caso, la foto también funciona como una amenaza, esta vez a la integridad de los fotografiados: “El problema es aún mayor, porque no está en juego una foto, está en juego la vida”. No obstante, si bien reconoce que no podía moverme libre y públicamente sin sus anfitriones, su instrumento de trabajo no resultó una carga o una motivo de indagación por fuerzas de seguridad.

Cuando su caja (o su cámara) se abrió, Pandora sólo logró encerrar la esperanza. Quizás para que, en su infinita y candente polisemia, las imágenes reivindiquen a Prometeo y adviertan sobre los Dioses y los peligros que acechan a los mortales. Porque el fuego seduce, pero quema.
Fuente: Diario La Capital

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