Decidido a ganar en la primera vuelta electoral de 2011, ya que la derrota sería casi inexorable si tiene que disputar un ballottage, el Gobierno ha resuelto ir bocado por bocado, para consolidar en las capas medias un núcleo de votantes que no tenía hace un tiempo. Para ello maneja a la bartola categorías como "corporaciones" y "poder corporativo", corrompiendo el lenguaje público, como si su discurso, nimbado de advocaciones solemnes, fuera intocable.
De las corporaciones, el Gobierno tiene una visión instrumental y una caracterización difusa: negoció amistosamente con el Grupo Clarín hasta el conflicto con el campo, otorgándole la prolongación de sus licencias e introduciendo a su representante en la confianza de Olivos; luego lo encerró en un juego de pinzas con algunas de las cuestiones más sagradas que este mismo gobierno había tenido la decisión de poner en la primera página del orden del día: la identidad de chicos apropiados por la dictadura.
El 24 de marzo de este año, la Presidenta le prometió a Estela de Carlotto que, si la Justicia no se pronunciaba sobre la identidad de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, ella misma (suponemos que abandonando provisionalmente el cargo, ya que no podría hacerlo como jefa del Ejecutivo) la acompañaría con un recurso ante los tribunales internacionales para borrar "tantos años de impunidad y poder mediático". Hoy, la identidad de esas dos personas todavía no ha sido esclarecida, pero por razones que no son evidentes la cuestión ya no es agitada con la misma insistencia por el Gobierno. Fue reemplazada por otras: la cancelación de la licencia a Fibertel y la campaña sobre Papel Prensa.
Tampoco en este último caso a la Presidenta parece haberle importado chapotear entre medias verdades, contradicciones y retruécanos, peleas entre hermanos y reapariciones en estilo lumpen de un ex miembro del círculo de López Rega. Las víctimas de la dictadura son puestas sin miramientos en una escena mediática y se las muestra más allá de lo que debe ser juzgado en público: gente que sufrió el terrorismo de Estado, hombres y mujeres con intereses, deslealtades, peleas, mentiras y ocultamientos. Nadie merece, mucho menos una víctima de torturas, ser llevado y traído en una investigación "trucha" (redactada por el inverosímil Guillermo Moreno). También los Montoneros tuvieron bajo presión a los familiares de David Graiver, después de que murió debiéndoles los 17 millones de dólares provenientes del secuestro de los hermanos Born. La Presidenta abrió este episodio del pasado argentino como una caja de Pandora y lo convirtió en una escandalosa y confusa lección de historia, en lugar de llevarlo inmediatamente a juicio, que es lo que debió hacer en primer lugar, si tenía sospechas fundadas.
Todo en el episodio es siniestro: el secuestro de los Born, la administración de una parte del rescate por el joven financista Graiver, el reclamo de los montoneros a su viuda para que devolviera el dinero, en tonos diversos y con la amenaza de que podían pasar a los actos; la venta de apuro de los bienes para pagar a la guerrilla y a otros acreedores. Cercados por los montoneros y la dictadura, fueron también víctimas de la falta de principios con que se recaudaban fondos y quienes los administraban. Ser víctima no es un estado que mejore a nadie, sino que exige justicia -no importa el momento-, la pida o no la víctima misma.
Todo es oscuro desde el golpe de Estado de 1976 y, como lo demostraron algunos periodistas como Robert Cox del Buenos Aires Herald , Manfred Schönfeld de La Prensa (hombre de derecha el último y liberal el primero) o Herman Schiller de Nueva Presencia , era posible hacer más de lo que hizo el gran periodismo. También era posible no hacer nada. En eso, los Kirchner tienen un currículum notable. No hicieron nada durante la dictadura, ni tanteando los límites como unos pocos políticos radicales y justicialistas, ni en el movimiento de derechos humanos, ni presentando siquiera un hábeas corpus. Nunca es tarde para convertirse a una causa justa, pero la conversión tardía no da tantos derechos morales. Los Kirchner se han dedicado a revolver la historia de los setenta. No se dan cuenta de que ellos no quedan exentos de ser acusados de indiferencia durante los años que duró la dictadura. Si dejaran de manipular esa historia sería más probable que nadie tuviera la tentación de recordar la de ellos.
Pero necesitan esa historia para darle una dimensión ideológica a su epopeya. Las corporaciones y los monopolios se han convertido en la etiqueta con que se caracteriza a todos aquellos que pasan a formar parte del campo enemigo. De allí el carácter desacompasado de las políticas que la Presidenta ha propuesto en los últimos meses. Porque se ha peleado con el Grupo Clarín, comienza a caracterizarlo como el peor obstáculo a la libertad de información. Antes, cuando su marido era amigo del grupo, tal calificación no había formado parte del polvorín kirchnerista. No es aceptable decir "más vale tarde que nunca" o, en su versión más refinada: "ha llegado la etapa en la que es posible enfrentar ese monopolio".
Todas son medidas tácticas. Perciben a los grandes diarios como enemigos, y quieren disminuir, como sea, su potencial influencia antes de las elecciones del 2011. En este marco, no se puede discutir en serio lo que debería haberse discutido: por ejemplo, un modelo a la norteamericana que prohíba que los diarios tengan medios audiovisuales en su zona de influencia; por ejemplo, si es una amenaza a la libertad de prensa que dos diarios sean fabricantes de papel (Jorge Fontevecchia, que no puede ser acusado de parcialidad a favor de las grandes empresas gráficas, no piensa que sea una amenaza), cómo debe el Estado supervisar esa integración vertical; por ejemplo, quiénes deben formar los organismos de control de medios audiovisuales. Con los Kirchner y su tacticismo, cualquiera de esas discusiones queda clavada en la coyuntura inmediata.
Algunos dirán que el viejo topo de la historia, como lo llamaba Marx, cava sus surcos en profundidad convirtiendo estas medidas tacticistas en el camino que conduce a una Argentina libre de monopolios. Es difícil participar de ese optimismo sobre las andanzas del viejo topo. A los Kirchner no sólo no les importa la libertad de información, sino que la han redefinido: sería libre solamente aquella información producida y difundida por órganos que no sean dominantes en el mercado. Embellecen esta definición haciendo la alabanza de aquello que no les importó mucho cuando Kirchner fue gobernador de Santa Cruz: los pequeños emprendimientos periodísticos y los canales de información comunitarios. Ser un gran medio de comunicación ha pasado a representar una categoría estigmatizada. La excepción es la plataforma gráfica y mediática que el Gobierno está armando con el dinero público y emprendedores amigos.
El Gobierno ha construido a su opositor. La famosa metáfora de que nadie resiste cinco tapas de tal diario se ha demostrado falsa, ya que son muchas más de cinco las tapas que el Gobierno, con razón, considera adversas. Al mismo tiempo, la Presidenta invita a una gesta que consolide a su alrededor el voto de izquierda, presionando sobre sectores filokirchneristas, como los que representa Martín Sabbatella.
Mientras tanto, Kirchner se arrincona con miembros de otras corporaciones de peso histórico: Moyano ha llegado al Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires para iniciar un ciclo de recuperación sindical de posiciones perdidas en el aparato político. Esta "corporación" no ha hecho sino acrecentar su poder en los últimos años; los negocios limpios no son su fuerte, como lo demostró la renuncia de una ministra, Graciela Ocaña, desalojada por la fuerza de las farmacias y droguerías sindicadas y familiares, después de crear el neologismo "Moyanolandia".
¿Qué van a hacer ahora? El tacticismo es una forma de la improvisación, incluso exitoso; es inmediatista. No es un proyecto político, sino un kit de supervivencia.
Dibujo: Huadi
Fuente: Diario La Nación