Por: Horacio Pagani
El aspirante llegaba con la ilusión entera de hacer una prueba satisfactoria. Era otro tiempo, claro. Corrían los primeros meses de 1968. Clarín ya era una apuesta periodística única. La meta soñada para un estudiante de periodismo recién recibido. Julio de Puch, compañero de aventuras en el aprendizaje en el Círculo de Periodistas Deportivos ya había conseguido el objetivo. Y le dijo al aspirante. “Si querés le pregunto a Juan. Por ahí te toma una prueba”. Juan era Juan de Biase, quien estaba tomando el puesto de heredero de Justo Piernes, un periodista inolvidable, a cargo de la Sección Deportes del diario de mayor circulación de la Argentina. Y se dio la cita. Todavía se entraba por la calle Piedras al edificio de pocas plantas con salida a Tacuarí. Julio los presentó. Afable, pero raro en el trato, mostró Juan cierta desdén en el pedido. “Escribí 80 líneas de anuncio del partido que jugará mañana Estudiantes por la Copa Libertadores”, dijo sin abundar en datos. El aspirante se instaló frente a una Remington, le dieron una hoja pautada, y empezó a teclear apretado por el terror del examen. Le entregó la nota escrita con titubeante lentitud y esperó alguna reprimenda. “Un poco grandilocuente ¿no?”, comentó sin levantar los ojos del papel y haciendo esas guiñadas que después empezó a conocerle. La cruzó con dos líneas de su lapicera. “¡Taller!”, gritó. Y metió las hojas en una bandeja de lata que tenía sobre el escritorio. Un empleado de guardapolvo gris se las llevó. El aspirante, paralizado, no entendió el procedimiento. “Bien -le dijo de Puch- te la mandó a publicar”. Y para redondear, Juan, sin mirarlo a los ojos, le dijo: “El domingo venís a la cancha de River conmigo para hacer vestuarios”. No creyó nada. Esperó hasta la madrugada para ver el diario. Allí entendió que empezaba a realizarse la carrera más apasionante que hubiera soñado. Y que comenzaría a conocer un tipo extraño, apasionante. ¡Qué personaje era Juan! Intuitivo puro, periodista de tinta, sabedor de los secretos completos de la elaboración de un diario. Cuando había que ser artesano para conocerlos y desentrañarlos. Fariña era el titulero del plomo. Y sabía como tratarlo. Y también a los linotipistas que hacían maravillas para meter las líneas. Y las que sobraban, Juan las leía al revés desde el plomo, para cortarlas. Era figura en el taller, Juancito. Tiraba fintas de boxeo o hacía jueguito con bollitos de papel. Parecía un pibe. Todos le respetaban su talento. Si era puro talento. Iba a diagramación y en un par de minutos daba las directivas justas.
Y era un maestro de la escritura. Precisa, florida, directa. Fue él quién marcó la línea editorial sobre el estilo de fútbol a respetar. Y formó la escuela –con los cronistas adherentes-- en las largas trasnoches de sobremesas, en Fechoría, por ejemplo. Con definiciones exactas. Siempre con giros graciosos. Si nunca se creyó la alcurnia de jefe. Había trabajado en la revista River antes de ingresar en Clarín en 1959 cuando ya había pasado los 30 años. Pero en aquella época no se ventilaban los partidismos de los periodistas, como ahora. Era fiel, Juan, a los códigos sagrados del ambiente futbolero.
Nadie supo escribir mejor que él de boxeo. Inventó la forma. Siguió la carrera de Bonavena, de Monzón, de Nicolino. Y Tito Lectoure, que no era persona de regalar elogios a nadie, le respetaba las opiniones. Si hasta habían cruzado guantes, adolescentes, en GEBA.
Amigo de las buenas bebidas y de la bohemia pedagógica, era el compañero ideal para los viajes. Se aprendía con él. Aunque el no se propusiera la enseñanza. Si no tenía egoísmos. Quería que sus discípulos crecieran. Lector de Maquiavelo, tenía siempre una cita a mano. Cuando irrumpió la tecnología no se quiso quedar atrás. Llevó una incipiente computadora al Mundial de Italia 90. Y logró el milagro de mandar una nota. Y no dos porque Juan Bairo, el jefe de Fotografía, casi su hermano, se la desenchufó sin querer.
Hizo el ciclo completo en Clarín. Y se fue lentamente, mucho después de su jubilación hace ya unos años. Ayer se murió en silencio, Juan de Biase, a los 82 años. Lo lloran Lila, su mujer, Pablo, su hijo periodista, su hija Ana, la historia entera de Clarín, y la vieja guardia del periodismo artesanal. Si ya no quedan maestros de su estirpe.
Un texto notable de un narrador del fútbol y de la vida
Narrador extraordinario, dueño de una finísima percepción de lo cotidiano, Juan de Biase escribió de manera fantástica sobre cada cuestión que tuvo delante de los ojos. Como tributo, aquí se reproduce una columna publicada en Clarín el 10 de noviembre de 1997, después de la cobertura de un partido que Huracán le ganó a Racing por 2 a 0. Se tituló “Alegría en el viejo barrio”. Un lujo.
Faltaba solo el humo gris de la Quema bajando sobre la cancha para hacer más folclórico el recuerdo, sin ningún laberinto que se bifurque. Parque Patricios, el barrio, mantiene casi inmune su fisonomía. Todavía su estadio, con casi medio siglo encima, parece moderno ante el entorno del paisaje de casas chatas que lo rodea. Mucho antes de ser escribidores de fútbol, bien pibes todavía lo frecuentábamos, como para recordar a Masantonio, Alberti, Baldonedo, al colorado Giúdice y algunos otros que fueron figuritas coleccionadas por la memoria.
Después, ya muchachos, el impagable Tucho Méndez, Salvini, Simes.... y hasta a Alfredo Di Stéfano que fue el centroforward de esa delantera-que después fue eje del Racing campeón del 50-, en el 46, a préstamo de River ya preanunciaba que estaba para grande. Un montón de nostalgia, que parientes muy cercanos, fieles a la religión del barrio que los vio de niños, imponía como obligación el acompañarlos en su pasión por el Globito por encima de otras simpatías.
Una cuestión de fidelidad al barrio que ellos mantenían aún lejos de él, mientras los que no se fueron lo sostienen por encima de todas las cosas; allí mismo, donde Huracán ancló para siempre su destino y sus ambiciones. Parque Patricios, ese barrio de la Quema, ese Barrio de Ringo Bonavena, que en su retrato detuvo al tiempo. Y que pese a sus grandes jugadores, solo pudo ser campeón una sola vez, hace 24 años, con ese equipo dirigido por Menotti y con nombres como Brindisi, Basile, Larrosa, Houseman, Carrascosa, Babington... a quien, en la tarde-noche de Patricios los cantos de sus hinchas, no le perdonaron la supuesta traición de abandonarlos por Racing. Es la dura norma que no acepta infidelidades modernistas.
El viejo barrio es así. Y Huracán y su gente también. Es como un código de vida, quizá el espejo de una imagen congelada. Así lo personificó su platea poblada de canas veteranas, que mantiene inalterable ese emblema hermético del barrio, que es el alma de Huracán, en todos sus hinchas, jóvenes y viejos, porque todos son así, como acto de fe. No importa que el equipo sea modesto, sin figuras famosas. Es el viejo amor, la camiseta. Le ganó a este Racing, cierto, pero alcanzó para alumbrar la noche, su fiesta y la ilusión... Después, qué importa del después...
Fuente: Diario Clarín
*NdE: De Biase escribió en Clarín el día de la inauguración del Mundial '78:
“No se puede discutir. El Mundial es un éxito, por encima de algún detalle a lo mejor cuestionable. Costó llegar a él, fue un largo proceso y con muchos inconvenientes, incluso con orquestadas campañas de desprestigio en el exterior. Pero el Mundial triunfó… Es la mejor oportunidad que ha tenido el país para mostrar su verdadera imagen a todo el mundo, a través de los periodistas extranjeros que han venido a presenciarlo y de alguna manera a juzgarnos, aun los que no puedan superar los prejuicios que traían”