Si la alimentación, en parte determina nuestro estado de salud física y mental, podríamos inferir que socialmente, gran parte de las calorías que ingerimos, la aportan la inmensa información que nos llega a través de las distintas plataformas digitales -redes sociales, blog, portales web-, y las tradicionales como la gráfica, radio, TV y cine, adaptadas a las nuevas tecnologías.
Sin caer en el encantamiento de un relato bien contado, siempre es bueno hacer el ejercicio de analizar cada noticia que llama nuestra atención, cuestionar si tenemos la capacidad de digerir tal ingente cantidad de información, se perfila como un primer paso, pero, ¿Qué filtros usamos para analizarla? ¿Aceptamos todos los contenidos como la verdad revelada? ¿Somos seres críticos de las noticias que consumimos? ¿Estas nacen de manera espontánea o existen usinas encargadas de diseñar la agenda diaria? Por otro lado, ¿Cómo afecta al conjunto de la sociedad la construcción de la información? ¿Alguna vez, nos hicimos estas preguntas? Seguramente la respuesta es sí. Hay muchas más que podríamos pensar, pero a los fines prácticos, estas nos alcanzan para introducirnos en el tema.
De mi infancia recuerdo ser consumidor pasivo de programas radiales por la mañana, noticieros televisivos al mediodía, tarde y noche, el diario de los domingos y más tarde, testigo de la transformación que estos tendrían, en especial a partir de la década de 1990 con la privatización de los principales medios televisivos y radiales de Buenos Aires.
Ya como activo lector de noticias, y gracias al surgimiento de internet a mediados de la década de 1990, con el inconmensurable aporte de medios alterativos y alternativos, más un abanico de chats y foros de discusión que permitían conocer realidades parciales de otros países y continentes, sumado a la coyuntura político social de entonces, fui configurando un espíritu crítico sobre el papel de los medios.
Pero no fue hasta 2002, más específicamente en las horas posteriores a los crímenes de Kosteki y Santillán -26 de junio-, en la estación Avellaneda, y el ocultamiento de evidencia fotográfica que delataba el accionar de las fuerzas policiales en complicidad con los gobiernos nacional y de provincia de Buenos Aires, que la sociedad pudo dimensionar con mayor amplitud el papel de los principales medios formadores de opinión.
Si la crisis política de 2001 atravesaba a todos los poderes del Estado, y se palpaba cierto malestar social sobre el rol de los grandes medios, la “masacre de Avellaneda” no hizo más que profundizar la crisis de credibilidad de estos emporios mediáticos.
De esta manera, el nuevo siglo, con el devenir de las nuevas plataformas digitales, logró poner al desnudo el rol de las corporaciones mediáticas y dar luz a medios comunitarios que se multiplicaron por todo el país, dando voz a quienes no la tenían.
Fue una hermosa primavera, que, más allá de la “Ley de Medios”, herramienta fenomenal para el sostenimiento, mantenimiento y promoción de medios comunitarios, y la buena intención de hombres y mujeres de prensa en su compromiso por acercarse a la verdad, no pudo con el mercado de la comunicación, y la impronta a nivel mundial de las redes sociales, donde los algoritmos jugaron un papel central en la distribución de la información y el tablero político global, limitando la diversidad de la información que llega a nuestras pantallas, afectando la libre circulación de las noticias.
Si bien, en la actualidad, estos algoritmos están sufriendo cambios drásticos debido a los cuestionamientos de organismos no gubernamentales y organizaciones civiles, aún hoy, quienes somos usuarios de redes sociales, podemos advertir que hay noticias u opiniones que están vedadas en nuestras cuentas -o al menos no se muestran-, por tratarse de reflexiones o pensamientos opuestos a los nuestros.
En síntesis, estas líneas no buscan, aunque en principio así lo parezca, cuestionar el rol de los emporios mediáticos y redes sociales, que bien tienen ganadas las críticas.
La propuesta consiste en ejercitar el pensamiento crítico de cada noticia que llega a nuestras manos, sea afín o contraria a nuestros ideales. Desglosar la información, analizar su origen, a quién o quiénes afecta y/o beneficia. Pasar de ser consumidor a prosumidor de noticias, es una aspiración deseable, que invita a la construcción de una agenda colectiva y procura reflejar la variedad de pensamientos, lejos de lo que proponen las corporaciones mediáticas que monopolizan los temas de interés y los algoritmos, que terminan por aplastar la rica diversidad de ideas que existen en toda sociedad.
Finalmente, una comunidad que ponga en práctica el ejercicio transformador de pensar, será capaz de convertir esas calorías en nutrientes que nos permitan fortalecer la libertad de prensa y, en consecuencia, la democracia.
Secretaría de Comunicación
Partido Socialista de Río Negro