jueves, 4 de noviembre de 2021

Mauricio Fernando Gerardo Maronna 1963 - 2021

Este jueves, a días de cumplir sus 58 años, falleció el periodista Mauricio Maronna. Durante más de 20 años fue el jefe de la sección política del diario La Capital, donde en los últimos tiempos escribió sus columnas políticas los jueves y domingo. También trabajó en Radio 2 y en ElTresTV.

Maronna se descompensó producto de una falla cardíaca y un edema pulmonar. El lunes había presentado su libro, 'Perro negro", en el que repasa parte de su historia familiar, su trayectoria en el decano, como siempre en sus columnas citas musicales, literarias y de su club, Newell’s Old Boys.
El tiempo no es veloz ni nada. Nadie sabe qué es el tiempo.
Mauricio Fernando Gerardo Maronna, su nombre completo, nació en 1963 en Teodelina, en el sur de Santa Fe. Cuando tenía 15 años, falleció su padre y, dos años después, su madre: “A los 17 años se acabó la felicidad para mí”. En 1982 llegó a Rosario fue para estudiar Derecho. En el camino entró en 1983 a la vieja LT2 para trabajar en las mañanas junto a Juan Gerardo Mármora. También trabajó en Canal 3.

Antes de "Perro negro", había publicado "Del derrumbe a la ilusión". Allí presentó una selección de sus columnas dominicales desde el gobierno de Fernando de la Rúa al primer año de la gestión de Néstor Kirchner. El libro fue editado en 2005 por Fundación Konrad Adenauer Stiftung.

El periodista era un fanático Leproso y muy amigo del ex gobernador Carlos Reutemann. En varias notas había anticipado que planeaba dedicarse a escribir varios libros, algunos en producción, uno de ellos pensaba contar la vida en el diario, que pensaba publicar cuando se retirara de La Capital.

También Maronna conducía el único programa político de la región: "En profundidad", que se emitía por Somos Rosario. El periodista además en sus columnas del diario de La Capital y en su cuenta de Twitter (@mauriciomaronna), solía remarcar "este país funciona de pedo". 

"Soy un obsesivo lector. No había publicado nada antes, salvo un libro que compila mis columnas de análisis político en el diario La Capital de Rosario, en 2005. Me apasiona el género de los diarios, y puedo decir que cuando leí La Tentación del Fracaso, de Julio Ramón Ribeyro, me di cuenta de que había que escribir. Yo considero que toda persona tiene derecho a escribir sobre su vida, cada vida merece un diario, un fragmento, un aforismo. Un libro": le dijo a Hinde Pomeraniec, en Infobae.

"Siempre supe que iba a ser periodista, desde los 16 años, cuando trabajaba en la radio de circuito cerrado (conducía el programa Sábados Dinámicos). Estudié abogacía porque mi vieja, una de las cosas que me dijo, es que no estudie periodismo. Después me lo dijo Osvaldo Soriano y tenían razón. Hoy creo que el periodismo escrito es como una cancha de paddle que cada vez se achica más. Eso no quiere decir que lo que viene sea mejor. Pero bueno, todo se termina. Es así", sostuvo Maronna a Maricel Bargueri, en Rosario3 que también le consultó: ¿De qué maneras intervino el periodismo en la escritura de Perro negro? -Escribir es corregir, editar. Lo que el libro me permitió hacer, que es algo nunca había hecho, es desnudarme. contar casi todo. Soy muy crudo en el libro conmigo, con los demás y con el periodismo.
La vida pasa por mí cabeza como si fuera un filme
"Imaginé un universo de lectores que me conoce por mi trabajo en el diario, que se sentiría dispuesto a curiosear sobre mi vida. Después, viene la pregunta nihilista que, supongo, los escritores se hacen: ¿quién va a querer leer esto? Trato de darle a las historias políticas que cuento un tono natural, desacartonado. Como cuando Reutemann me dijo: "Yo somatizo por el orto". Y le contesto: "Yo también", contó en la entrevista a Hinde.

En ese reportaje recordó que Marcos Peña le había dicho que su suegra era ultrakirchnerista y que iba a votar al que Cristina dijese, en 2019: "No dije que me lo había dicho Peña, pero si dice cuac, tiene pico y cola, es un pato. En alguna época, cuando era jefe de la sección Política, me volvía loco por la primicia y una vez acepté salvar a un funcionario que había dicho una barbaridad a cambio de que me revelara la Causa Feced (la historia de la represión en Rosario), que publiqué el domingo posterior. Nadie la había publicado. Me anticipé a los periodistas progres. Hoy no sé si haría eso. Afortunadamente me fui de la jefatura de sección, soy editorialista. Nunca más volvería a quemarme la cabeza en la sección Política. No me gusta mandar, ni que me manden".

Mauricio Maronna tenía la intención de seguir escribiendo y mucho: "Y leyendo de manera casi compulsiva, como lo hago. Tengo casi terminado un volumen 2 de Perro Negro, pero que no se llamará así. Me entusiasma la idea de serializar mis libros como Georg Lichtenberg.

"Hoy la muerte llegó sin avisar", editó La Capital y sumaron: "Nos priva de un compañero generoso, de un amigo incondicional, de su enorme capacidad de análisis, de su exquisita escritura".

"Te vamos a extrañar, Mauricio", cerraron sus compañeros y compañeras.
Maronna por Maronna:

Tenía envidia porque los padres de mis viejos eran menos viejos que los míos.

Nunca pude terminar Rayuela, de Cortázar.

En las horas previas a la muerte de mi mamá, uno de mis hermanos quiso que la trasladásemos desde Rosario a Córdoba, porque estaría mejor atendida en el hospital donde trabajaba. La llevaron en una ambulancia. Yo me quedé solo en Rosario. Esa noche fui a ver a Spinetta Jade en Provincial. Presentaban “Los ninños que escriben en el cielo”. Había perros negros por todas partes.

Llego a mi pueblo. Miro a mi casa de costado. Ahí no había nadie.

Nadie te espera, nadie desea verte. Vas a otra casa. Pero no es tu casa. Tu casa está vacía. Abrís puertas y no hay más que olor húmedo. Ni olores ni sudores. Hay hormigueros.

A Spinetta lo íbamos a ver siempre los mismos, pero más viejos.

Mi papá decía que la única salida de este país era alquilárselo a los japoneses por 20 años.

Me acuerdo de que el día a la renuncia de Reutemann a la Presidencia de la Nación (digo “a la presidencia” y no a la candidatura porque hubiera sido presidente con solo decir “sí”) me mandó un remís para que vaya a verlo a la Gobernación, en Santa Fe. Estaba tirado en el piso del despacho, con un arnés al costado.

Ese día. Mientras charlábamos con el gobernador, le sonó el celular, que estaba arriba de una mesa. El secretario se lo alcanzó. “Ciao, Silvio”, dijo el Lole. Era Berlusconi, que lo llamaba para preguntarle por qué había dicho que no.

Hoy vi la foto de una señora abrazando el cuerpo de su marido, perforado a balazos mientras jugaba a la pelota en un parque de Rosario. ¿Para qué quieren gobernar los gobernantes?

Los otros días me preguntaron unos pibes en la UAI qué era para mí el periodismo político. Un laburo que permite que los políticos te lleven a comer a buenos restaurantes, respondí.

A veces no entiendo cómo las familias se van desperdigando hasta no verse más. Es como no querer volver a ver a los que te hicieron felices por un rato, porque se pusieron viejos y te muestran el espejo. Ese que refleja que vos también sos viejo
.

La despedida de un amigo
El intendente de Rosario, Pablo Javkin, publicó en su cuenta de Instagram: "No se puede creer, querido Mauri. No recuerdo una semana desde que nos conocimos hace más de 30 años en la que no hayamos hablado de la vida, de libros, de política, claro, de nuestra querida lepra, del amor en todas y cada una de sus formas.Tantas noches amigo, tantas madrugadas desveladas. Tanta vida la puta madre, tanta vida. En la era analógica, en la digital, en las batallas de los grupos de Whatsapp, en tu intenso Twitter. El martes cumpliste algo que buscaste en años. Publicar tu libro. El encuentro con Fabián te llevó a animarte. Estuvimos ahí. No habías dormido. Te vi feliz como nunca. Como siempre nos fuimos a comer. Tus amigos de acá y de Teodelina. Y de nuevo la música, los libros, la política, el amor y la vida.

Cómo vamos a hacer ahora. Adonde te llamamos a las doce para ese cumpleaños escorpiano que también compartimos. ¿A dónde fuiste Mauri? ¿Decime qué podemos hacer para traerte?

En el último tiempo te enamoraste también de la poesía. Alguien escribió una vez:

No perdono a la muerte enamorada

No perdono a la vida desatenta

No perdono a la tierra ni a la nada

Ya te extraño. Avisá lo que necesites".

Mauricio Maronna: una luz en el fondo de la Redacción
En sus tres décadas en La Capital, Mauricio era una referencia periodística en la ciudad, pero un redactor de conversación provocadora y de una curiosidad salvaje
Por: Hernán Lascano
Nos conocíamos del departamento de Osvaldo Bazán, especie de club social de los ochenta donde caía todo el mundo , mayoritariamente estudiantes de periodismo y bichos de la noche. En 1989 nos encontrábamos en el 10, que ahora es el 139, para ir hasta Echesortu a la radio en la que hacíamos un programa informativo de 6 a 8 de la mañana, que se llamaba Sin ir más lejos. Todos los que lo hacíamos terminamos trabajando en el diario. Mauricio hacía el panorama político tres veces por semana. A los 23 años tenía una concisión, una capacidad de contar y un manejo del tiempo que daban bronca. La radio era la AZ93, estaba en Avellaneda y San Juan. Salíamos de ahí y nos íbamos a leer los diarios al bar La Capilla.

Desde que entramos juntos al diario un mismo día de mayo del 93 pasaron casi treinta años. Nos pasamos la vida hablando de música, de fútbol, ​​de libros, de política. No voy a poder decir que el tipo de análisis político de Mauricio era el que prefería porque lo traicionaría. Pero me gustaba su disposición y su interés en hablar con todo el mundo. La capacidad de ir al grano con las preguntas. Su vocación de leer como un poseso todo material periodístico que cayera en sus manos. Y un sentido del humor cortante que no sabía de contemplaciones.

Una vez leímos juntos una sucesión de publicaciones del periodista Esteban Schmidt en un blog que se llamaba Los trabajos prácticos. Era una entrega de ocho textos durísimos sobre miserias del oficio de una serie titulada El fin del periodismo. Sobre la deliberada y filosa ambigüedad de la palabra fin hablamos bastante entonces. Sobre si podía venirse abajo alguna vez el trabajo que hacíamos frente a la avalancha de narraciones en soportes nuevos, que no precisaban estar en un medio ni de gente con competencia en la profesión para poner algo a circular incluso con originalidad y frescura. O sobre si contar el devenir del mundo tenía un objetivo o un propósito. Me acuerdo que la coincidencia fue que no importaba responder ninguna de las dos preguntas de manera concluyente, pero sí pensar en ellas para seguir escribiendo.

Hay una primera imagen que rompió en la mente ni bien nos sacudió esta novedad abrumadora. Entrar al diario por algún momento a alguna hora a la madrugada y verlo a Maronna clavado en su escritorio del fondo de la Redacción vacía, escuchando música con grandes auriculares y tecleando como un endemoniado. Luego aparecieron sus imitaciones de Menem, de Usandizaga, de Evaristo Monti, de Marcelo Bielsa, de Cavallero, no solo con la voz deforme, también con movimientos del cuerpo de una escorpiana memoria rencorosa que en los textos, con aceptable criterio, no pasaba a mayores.

Había alguna pica presente propia de los matices que distinguen a personas que se metían distinto con los asuntos del mundo. Pero me encantaba entrar en la oficina reservada a los antiguos editorialistas que usó en los últimos años, preguntarle qué estaba leyendo, qué serie estaba mirando, en que mes se iría a Cariló. Hablar de cualquier cosa que tuviera que ver con Spinetta, con el Burro Ortega o con Oscar Messina, el prodigio de la paleta de su pueblo, el manco de Teodelina. Era de esos tipos con los que uno se pasó la vida. Lo que para las diversas formas de la hermandad, la memoria y la melancolía naciente e imparable no es un flaco fundamento.

El siempre decía que no llegaría a viejo pero que desde el cierre del Rich la longevidad tampoco tenía sentido. Decía muchas cosas, casi todas tenían alguna mota de provocación y de gracia. Como tenían sentido sus excesos, su curiosidad salvaje y sus ganas de vivir. En una de las últimas charlas había comentado su deslumbramiento por Open, el libro de memorias de André Agassi. Recién entré a la oficina donde trabajaba y estaba arriba de todo en una pila de libros. Me lo agarro Mauri. Gracias.
Fotos: Marcelo Bustamante, La Capital; Redes Intendencia

Su última columna en La Capital:

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