La médica proviene de una familia que se instaló en Corrientes en el siglo XVIII, cuando salían de Asunción a fundar ciudades. “Eso me hace sentir profundamente enraizada a estas tierras, a este continente”, expresa Lemos.
En 1956, luego de recibirse como maestra normal, decidió trasladarse a Buenos Aires, albergándose en la casa de una tía. Allí para solventar sus estudios trabajó de oficinista, cajera, limpiavidrios, vendedora de libros y hasta de promotora de espectáculos musicales. Actividad que le permitió trabar amistad con una joven Mercedes Sosa y el gran poeta Tejada Gómez. Mientras eso ocurría estudiaba medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), título que consiguió en 1967.
Felisa siguió formándose en el Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari donde se especializó en enfermedades autoinmunes y se recibió de epidemióloga. Paralelamente ganaba experiencia en guardias médicas en las barriadas humildes de Laferrere.
Pero el terruño fue más fuerte y se fue a trabajar a los Esteros del Ibera en las correntinas localidades de San Miguel y Loreto, antiguas misiones guaraníes de los jesuitas, donde no había luz ni agua potable: “quería ayudar a los desprotegidos de mi tierra”.
"Para mí fue todo un aprendizaje darme cuenta de que en mi propia provincia, a 300 kilómetros de donde nací y me crie, existía un Corrientes profundo con otra lengua, con otras costumbres y cosmogonías, con una serie de ceremonias de la vida y de la muerte. Fue un aprendizaje muy especial para mí. Yo había leído a Paulo Freire y por eso pude ver en los saberes de los otros que había un saber igual al mío, yo venía de la universidad y el otro era de la vida. Eso cuento, las macanas que hace uno cuando es médico recién recibido, que cree que sabe y no sabe; las cosas que aprendí, que aprendí mucho de yuyos, a andar a caballo, porque para hacer consultas necesitaba andar en uno y después tuve mi propio caballo. Increíble la cantidad de cosas que aprendí en ese pueblo. El no tener nada para trabajar a mí me sirvió posteriormente para trabajar en Nicaragua, que también era más o menos la misma situación, era un lugar donde no había nada y acababa de triunfar la revolución. Me sirvió para estar con los compañeros del MST en Brasil y me ayudó mucho para trabajar acá, en Rosario, en las villas, entender que el otro es una persona como vos que tiene un montón de cosas que hay que saber escuchar", dijo Lemos en ocasión de la presentación de su último libro "En los esteros del Iberá", editado por IDEP Salud, ATE y CTA Autónoma.
Desde entonces gestó una costumbre que la acompaña siempre: "Amar, trabajar, militar y estudiar simultáneamente".
En la década del ’60 abrazó las ideas del movimiento obrero estudiantil argentino que luchaba contra la dictadura de Juan Carlos Onganía, las del Mayo francés, "enamorándose del movimiento feminista y siguiendo de cerca los primeros pasos de la Revolución Cubana".
De 1967 a 1970 se desempeñó como médica rural de los Esteros del Iberá, en su Corrientes natal. "Fue una experiencia muy rica, sobre todo por la gente. Al principio no podían entender porque estaban acostumbrados a los médicos varones. Que apareciera una médica mujer les pareció de lo más extraño. A pesar de ello fui muy bien recibida y aprendí tantas cosas del interior profundo, costumbres, saberes y conocimientos que me enriquecieron como persona y médica", recordó a través de reseñas de su vida.
En Corrientes Capital fue nombrada coordinadora de Salud Pública y recorrió toda la provincia hasta que le ofrecieron el cargo de directora del Hospital de Goya. Ya había dejado el PC por las críticas del
partido al Che Guevara y la Revolución cubana y decide afiliarse al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). En esos años abre el centro de salud “Che Guevara” en el marginal barrio San Ramón y conoce a Enrique, un fraile laico francés que con los años se convertiría en su esposo. Por esos años obtiene una Maestría en Salud Pública en la UBA.
La desaparición de dos compañeras que vivían con ella, sumado a la persecución a la que estaba expuesta y la detención de su compañero Enrique, la obligaron a permanecer en la clandestinidad hasta que ambos pudieron exiliarse en Francia desde 1978, donde se casan. Allí rinde las equivalencias para ejercer la medicina, aprende francés, vive en una casa tomada y sigue militando en solidaridad con los pueblos que sufrían las dictaduras. Su propia casa se convirtió en un refugio de latinoamericanos exiliados.
En la década del ’60 abrazó las ideas del movimiento obrero estudiantil argentino que luchaba contra la dictadura de Juan Carlos Onganía, las del Mayo francés, "enamorándose del movimiento feminista y siguiendo de cerca los primeros pasos de la Revolución Cubana".
De 1967 a 1970 se desempeñó como médica rural de los Esteros del Iberá, en su Corrientes natal. "Fue una experiencia muy rica, sobre todo por la gente. Al principio no podían entender porque estaban acostumbrados a los médicos varones. Que apareciera una médica mujer les pareció de lo más extraño. A pesar de ello fui muy bien recibida y aprendí tantas cosas del interior profundo, costumbres, saberes y conocimientos que me enriquecieron como persona y médica", recordó a través de reseñas de su vida.
En Corrientes Capital fue nombrada coordinadora de Salud Pública y recorrió toda la provincia hasta que le ofrecieron el cargo de directora del Hospital de Goya. Ya había dejado el PC por las críticas del
partido al Che Guevara y la Revolución cubana y decide afiliarse al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). En esos años abre el centro de salud “Che Guevara” en el marginal barrio San Ramón y conoce a Enrique, un fraile laico francés que con los años se convertiría en su esposo. Por esos años obtiene una Maestría en Salud Pública en la UBA.
La desaparición de dos compañeras que vivían con ella, sumado a la persecución a la que estaba expuesta y la detención de su compañero Enrique, la obligaron a permanecer en la clandestinidad hasta que ambos pudieron exiliarse en Francia desde 1978, donde se casan. Allí rinde las equivalencias para ejercer la medicina, aprende francés, vive en una casa tomada y sigue militando en solidaridad con los pueblos que sufrían las dictaduras. Su propia casa se convirtió en un refugio de latinoamericanos exiliados.
En París, consiguió revalidar su título de médica luego de rendir las equivalencias y pasa a trabajar en el Inserm (Instituto Nacional de la Salud e Investigación Médica).
En el 79, atraída por la revolución sandinista, se traslada a Nicaragua y elije Matagalpa para ejercer como médica en una zona “donde no había salud, ni escuelas, ni caminos”. Se integra al Frente Sandinista de Liberación Nacional, participa de las milicias populares (donde fue herida), hace campañas de alfabetización y se convirtió también en secretaria del Sindicato de trabajadores de la Salud.
"Fue esa sensación de estar aportando a una revolución, de estar creando vos también porque tenías toda la libertad para crear, nadie te decía lo que tenías que hacer, ponías todo lo que sabías. Fueron los mejores años de mi vida, honestamente", señaló Lemos.
La primera vez que tomé contacto con una partera en Nicaragua fue en 1980, en el campamento de los obreros del café de la finca La Fundadora que había sido propiedad de Somoza y en ese momento era área recuperada como propiedad del pueblo.
Una noche me llamaron desde ese lugar para atender a una joven parturienta primeriza cuyo parto venía con complicaciones. Llegué al camarote, que era un cubo de madera donde se albergaban los trabajadores que cosechaban el café, y a la luz oscilante de un candil estaba la partera del lugar atendiendo a la mujer. Cuando me vio, dijo: “Ahora que usted llegó, yo me voy a ir”. “No”, le contesté, “¿por qué? entre las dos lo vamos a hacer mejor”. Y así fue, observé los masajes que ejecutaba, los brebajes que le hacía beber mientras yo hacía las maniobras médicas necesarias para el alumbramiento. Nació el niño, se acomodó a la madre y al recién nacido, y nos pusimos a conversar un rato la partera y yo.
Durante ese año y en los dos subsiguientes participé en los cursos de adiestramiento para las parteras empíricas, al que concurrían mujeres experimentadas en el tema. Enseñábamos lo relacionado con la asepsia y la antisepsia y la vacunación para evitar el tétanos neonatal.
Los cursos eran prácticos y transcurrían en un clima ameno y cordial. Con muñecos o envoltorios de trapo que simulaban ser un bebé intercambiábamos conocimientos sobre plantas, masajes e infusiones para relajar a la embarazada. Yo me sentía aceptada por estas compañeras que brindaban sus servicios en forma gratuita.En ese país nacieron su hija y su hijo. "Vivimos primero en el campo, después en la ciudad, luego en la zona de guerra, fue todo muy intenso y movido. Pero mis hijos y mi marido estuvieron siempre en una casa, en Matagalpa, donde era la retaguardia de la guerra. Ahí estaba Enrique que se encargaba de los hijos, con una compañera que lo ayudaba, y yo me iba a la zona de guerra", recordó.
A pesar de haber estado en el frente de batalla, en la frontera con Honduras, dos años y de haber visto “todo lo que se podía ver en una guerra”, ella destaca que "fue todo muy alegre, con mucha creatividad. En medio de la guerra, cuando se escuchaba el ruido de los obuses, nosotros organizábamos bailes, porque la única forma de sobrevivir una cosa muy dramática de largo tiempo es producir alegría, sino no resistís mucho tiempo. Pero todos teníamos clarísimo que apenas sonaba una sirena cada uno iba a su lugar, sabía con quién iba a estar, etc.".
Con la llegada de Violeta Chamorro al gobierno de Nicaragua, en la ola neoliberal que azotó a Latinoamérica, Felisa y su familia se enfrentaron a un nuevo cambio. "Yo ya no me quería quedar en esas condiciones en Nicaragua. Ahí nos planteamos con mi compañero a dónde nos íbamos, si a Europa, que todos teníamos nacionalidad francesa y yo era médica francesa también, o a otro país de América Latina. Yo insistí y jodí para volver a la Argentina, para que mis hijos, que son nicaragüenses, se críen por lo menos en su continente. Vinimos y acá me volví a integrar a un grupo militante y empecé a trabajar en la municipalidad de Rosario, desde 1991", resumió la médica que luego volvió a la militancia en diversos espacios de Derechos Humanos, movimientos de mujeres, asambleas barriales y en el MULCS (Movimiento de Unidad Latinoamericana).
Felisa estuvo varias veces en Aire Libre, Radio Comunitaria, dónde expuso su galería de fotos logradas en su paso por Nicaragua y contó gran parte de su historia en el país centroamericano.
En octubre del 2018, a propuesta de la concejala Celeste Lepratti del Frente Social y Popular (hermana del Pocho) fue declarada Ciudadana Distinguida de la ciudad de Rosario por su “coherencia política, compromiso y trayectoria profesional” ante la presencia de su familia, amigos, el embajador nicaragüense en Argentina y los compañeros de ATE y CTA.
“Abarcar la vida de María Felisa Lemos implica meterse de lleno en la historia latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX. Ella desvela sus orígenes como la fuente de amor por su tierra”, expresó Lepratti en los fundamentos.
Sigue adelante con su vieja costumbre de "Amar, trabajar, militar y estudiar simultáneamente" y con una esperanza que no cambia: "cuando pienso en el futuro, pienso que quiero estar viva y lúcida para
ver la revolución".
ver la revolución".