Por: Andrés López Reilly
Hace muchas décadas un comisario llamado Evaristo Meneses (“el Pardo”) forjó un mito al hacer carrera en la Policía Federal Argentina, primero como agente, luego como oficial y finalmente como jefe de la Brigada de Robos y Hurtos de Buenos Aires. Fue el Eliot Ness argentino: ni él ni sus hombres usaban uniformes policiales, sino traje oscuro y corbata. El hombre se movía en las sombras, en prostíbulos y piringundines, captando malandros o consiguiendo información reservada, para lo cual se valía de su fama de hombre recio, no del todo apegado a las normas, y tirador experto. Hasta un cómic se llegó a hacer sobre su figura.
El huracán que representó para el mundo del hampa la figura de Meneses hizo que muchos delincuentes optaran por cruzar el charco para delinquir en Uruguay, donde la Policía estaba menos preparada para enfrentar este exilio criminal. Así fue que se sucedieron -y se siguen sucediendo- sonados casos policiales que tienen a pistoleros argentinos como protagonistas. Y que han sido investigados, recopilados y escritos con una pluma certera y amena por los periodistas Eduardo Barreneche y Raúl Ronzoni, de amplia trayectoria en la crónica roja y el periodismo judicial uruguayo.
El libro Los pistoleros cruzan el río (Huracanes de violencia) acaba de ver la luz a través de Ediciones de la Banda Oriental e incluye páginas de la tradición policial rescatadas por estos dos incansables comunicadores que decidieron ir más allá y acompañar los relatos con su contexto histórico, político y económico, aspectos que en su momento quedaron a la vera del camino.
Épicos protagonistas de la crónica roja como los anarquistas Miguel Ángel Roscigna, los hermanos Vicente y Antonio Moretti, y Pedro Boades Rivas forman parte de Los pistoleros cruzan el río. También tienen lugar en sus páginas hechos que están en el imaginario popular, como el asalto al edifico Liberaij (episodio llevado al cine bajo el título Plata quemada), las cacerías al “Mincho” Marticorena y a su ladero “el Negro” Viñas, o la fuga cinematográfica del Penal de Libertad protagonizada por Néstor Guillén Bustamante, más conocido por su apodo de “Cotorra Loca”.
Crónica roja y judicial
Muchas veces los seres humanos perdemos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado. Hace mucho tiempo Tomás Eloy Martínez observaba que todas las mañanas, en cualquier latitud, los editores de los diarios llegan a las redacciones preguntándose cómo van a contar la historia que sus lectores ya han visto en la televisión ese mismo día o han leído en más de una página de Internet. ¿Con qué palabras narrar, por ejemplo, la desesperación de una madre a la que todos han visto llorar en vivo delante de las cámaras? ¿Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas que han experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un hecho real?, se preguntaba el escritor y periodista argentino. Pero ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto hace siglos: por las novelas, que todavía venden millones de ejemplares, y por el periodismo a través de la narración, aunque a algunos editores les cueste aceptar que ésa es la respuesta a lo que están buscando desde hace tanto tiempo.
La gente ya no compra diarios para informarse. Los compra para entender, para confrontar, para analizar, para revisar el revés y el derecho de la realidad, decía Eloy Martínez. Y a esto podemos agregarle que los compra simplemente para disfrutar, en un momento de abstracción, de una buena lectura. Es en este contexto que la crónica roja y la judicial -que sin ser hermanas son parientes cercanas-, siempre han sido periodismo de vanguardia. Y están tan vigentes ahora como hace cien años. Porque son el reflejo de la vida misma, de una vida cada vez más insegura y judicializada que, aunque nadie la quiera vivir así, todos fisgonean a través de una rendija. No necesariamente se trata de saciar el morbo, es parte de la naturaleza humana; al igual que tomar recaudos ante el incremento de la violencia.
Cuando se le pregunta a Eduardo Barreneche (foto), por qué cree que las noticias policiales siguen siendo las más consumidas, el periodista de El País, con 36 años de experiencia, responde a Revista Domingo: “Porque son historias. Y a las personas les gustan las historias. No creo que el morbo sea el disparador. Eso puede ocurrir en algunos casos. En la inmensa mayoría, los lectores quieren saber qué sucedió con la víctima para analizar las posibles soluciones que ellos podrían aplicar en caso de estar en una situación parecida”.
—¿Tantos años de crónica roja lo han “endurecido” frente a la tragedia ajena?
—No. El periodismo policial ha cambiado. En décadas pasadas había una especie de mimetización del periodista con la fuente policial. Tenían los mismos códigos, hablaban los mismos términos. Se armaba una nota con una sola fuente. La víctima mujer era denominada como “la nami”, el violador como “el violeta”, el adicto como “drogota”… todos términos despectivos. Hoy el periodista no escribe una crónica con una única fuente. Ha cambiado la forma de hacer periodismo y eso cambia al periodista. Hoy hay una mirada más humana del crimen, no tan fría y desapasionada, porque todas las familias de este país sufrieron, en forma directa o indirecta, algún tipo de delito.
Dos amplias trayectorias
Como muchos periodistas de la década de 1960, Raúl Ronzoni (79) comenzó su carrera cubriendo información deportiva. Lo hizo para el diario Época, aunque fue a partir de 1978, luego de pasar por otros medios que desaparecieron durante la dictadura, que consolidó su carrera en El Día. Hoy es el principal referente vivo del periodismo judicial uruguayo. Y está retirado en Valencia, España, donde reside desde 2008. Desde allí, en comunicación con Revista Domingo, recordó cómo conoció a su colega Barreneche. “Fue justamente cuando trabajaba en El Día y él vino desde Artigas. Tenía sus cosas de paisano, que todavía mantiene en su forma de hablar. Eran otras épocas, en las que uno, por tener más edad, se ponía a alguien bajo el brazo para tratar de darle una mano. Yo vivía en Carmelo cuando empecé a trabajar y sé lo que era venir del interior para trabajar en la capital. Él todavía me dice ‘amigo corbatero’, porque en esa época para un periodista usar corbata era importante. Y yo le regalé una corbata”, recuerda y se ríe. De todos modos, Ronzoni asegura que no fue quien introdujo a Barreneche en el periodismo judicial, “porque él tenía -y todavía tiene- un empuje y unas ganas brutales”.
Ronzoni realizó varias coberturas internacionales en Argentina, Brasil, Nicaragua, Cuba, Estados Unidos, Francia y España, entre otros países. Fue corresponsal de los diarios Clarín y Folha de Sao Paulo, y de la agencia de noticias Inter Press Service. Desde 1991 trabajó en el semanario Búsqueda, donde actualmente es columnista. Y es autor de varias publicaciones, entre ellas Asesinos & Cía, Las caras del mal, Viejos son los trapos, FIFA: la trama secreta de la mafia y El infidente.
Barreneche, quien además ha trabajado en El Día, La República y Revista Tres, tiene otros dos libros publicados: Historias policiales que marcaron la crónica roja y Operación Océano. Primer Acto (en coautoría con Alfredo García).
Crónicas de ayer y de hoy
Cuando se le pregunta a Eduardo Barreneche cuál cree que es la diferencia entre el periodismo policial en épocas del caso “plata quemada” y el que se hace hoy día, responde: “Hoy hay una mayor sensibilización de la víctima. Lo mismo pasa en el sistema de Justicia. Y el periodista, si quiere estar actualizado, debe tratar de acompañar ese cambio. Está obligado a ello o, en caso contrario, queda obsoleto. En última medida, los lectores son los que juzgan al leer o desechar una crónica policial”.
El comunicador también destaca algunas “plumas” que han brillado en el género y que de algún modo lo han marcado: “Raúl Ronzoni, un maestro desde mis inicios en este oficio, Mario Delgado Aparain, Nelson ‘Laco’ Domínguez y Enrique Piñeyro”.
Fuente: Diario El País