Por: Mariana Caballero, profesora en Ciencias de la Educación
Durante la semana pasada se viralizó un video donde podían verse fragmentos de la clase de una profesora de historia de la provincia de Buenos Aires. La filmación recupera el diálogo con un estudiante de cuarto año quien le pregunta a su docente acerca de la condición de la vicepresidenta, la política del macrismo y los años de gobierno del peronismo. Las posturas de ambos se contraponen y la docente lleva la voz cantante. Histriónica, es filmada por otro estudiante en secreto. El video salió a la luz derrumbando simbólicamente las paredes del aula. La filmación se viralizó y puso a la profesora y al alumno en el centro del candelero mediático, mientras los caminos internos de intervención desde la escuela, las mediaciones, los diálogos, las palabras como modos constructivos de trabajar los conflictos quedaron fuera de juego. Con modos más cercanos al “Gran Hermano que todo lo ve” y lejos, en cambio, de la organización de los estudiantes o las mediaciones pertinentes de las autoridades de la institución, el panóptico del celular instaló intervenciones que amedrentan y quiebran espacios de confianza.
Al convertir todo en espectáculo se inhibió la posibilidad de mediar y poner palabras. Como es sabido, en las escuelas la responsabilidad final de los eventos corresponde al adulto a cargo. A eso se llama “asimetría”. Sin embargo esa tradicional asimetría pareció estallar al incluir en escena los ojos del resto del país y el poder de los medios concentrados. La desproporción entre las fuerzas fue excesiva y el fusilamiento mediático hacia una profesora de modos vehementes operó como una suerte de abuso colectivo. “Eufórica”, “adoctrinadora”, “agresiva”, “sacada”, “increpante”, “militante”, “la profesora que grita”. Los zocaleros se entusiasmaron en la elección de los adjetivos. Algún medio agregó: “Este es el estado de cosas de la educación pública argentina y este gobierno tiró al tacho casi dos años sin presencialidad”. Hablar sin hacer referencia al contexto (pandemia, cuidados, vacunas, muerte y vida) es una habilidad consolidada de algunos programas de TV.
De todos los discursos sobre lo ocurrido rescatamos aquellos que señalan la situación como una oportunidad para pensar la politicidad de la educación, siempre comprometida con valores; lo cual no significa adoctrinamiento, práctica a la cual la derecha está acostumbrada, aunque no lo reconozca. Da cuenta de ello la historia oficial que estudiamos, escrita por quienes se apoderaron de la tierra de los pueblos originarios y cometieron genocidio, o la negativa de muchos colegios, sobre todo privados, a incluir los contenidos de la educación sexual integral (ESI) —la expresión “con mis hijos no te metas” es su consigna— incluso cuando hay una ley que lo establece.
Hay un caso en particular, cercano en el tiempo que no logramos borrar de nuestra memoria. El 20 de junio de 2016 Macri, a la sazón presidente de la Nación, incitaba a corear su eslogan de campaña a los más de 5000 niñxs presentes en el Monumento a la Bandera de Rosario que habían asistido a la jura. Adoctrinar con todas las letras es eso. “Dueño” del equipo de sonido y sin debate posible, impuso una voz que sonó bien fuerte y sin réplica sobre las demás. La derecha “sí que puede adoctrinar” gracias al silencio con que reciben sus acciones los medios concentrados.
El capítulo mediático ha sido uno más en la saga contra el derecho social a la educación. En la Ciudad de Buenos Aires un director de escuela de nombre Gustavo Albónico defendió a la dictadura militar haciendo apología del Terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad. No escribieron ni un renglón sobre ese tema los medios encolumnados con la derecha. Ellos son los que nos dicen dónde están las noticias que invariablemente apuntan a desprestigiar a la escuela pública, sus docentes y sus alumnos. Mientras tanto todos seguimos mirando la tele y las redes sociales. El desafío que se nos plantea es poder ver más allá de los dedos que pretenden direccionarnos y construir juntxs miradas colectivas y solidarias sin perder la orientación para seguir andando. En esa tarea maravillosa, la escuela pública, la que enseña, resiste y sueña, tiene un lugar de privilegio para “ayudar a mirar” y construir nuevas brújulas.
Fuente: Diario La Capital