En estos días terminé de leer No puedo ni quiero, un libro de relatos de la norteamericana Lydia Davis, hermoso caleidoscopio narrativo de formas, figuras y géneros; un libro extraño, excéntrico, de prosa que se siente ligera, con temáticas que van del detalle de alguna nimiedad cotidiana hasta el relato de sentimientos agudos, profundos, como sucede en "Las focas", en donde durante un viaje en tren, una hermana menor recuerda a su hermana mayor, quien ya está muerta.
"La extraño tanto. Tal vez extrañas más a alguien cuando no puedes dilucidar cuál es la relación que tenías. O cuando parecía inconclusa", escribe Davis. "A veces la pena estaba cerca, esperando, apenas reprimida, y podía ignorarla por un tiempo. Pero en otros momentos, era como una taza que está siempre llena y se vuelca a cada rato", vuelve a escribir en su lengua en apariencia llana, pero filosa como un estilete.
Tengo una única hermana, es menor. A Mariana la conozco antes que nadie, me conoce como pocos. La arañé, rasguñé y golpeé con toda la furia de primogénita despechada: ahí están las fotos para probarlo. Ella resistió, pero, en cuanto fue capaz de hacerlo, me molestó incansablemente, como corresponde a un hermano menor. Compartimos los padres, la casa y el dormitorio hasta la adultez. Compartimos la memoria, el dolor y los amores familiares. Hay un lazo único, entrañable; la nuestra es una larga conversación que se interrumpe por horas o días, pero no más que eso. Somos profundamente diferentes, aunque a los golpes aprendimos a ser comprensivas con el carácter, el deseo y la voluntad de la otra. Llevó tiempo y desgaste, el resultado es una alianza indestructible. Yo sé que ella está ahí, siempre. Ella sabe que yo estoy.
La foto en blanco y negro es de una ternura delicada; un papá de traje claro, dos nenas vestidas iguales, con tapaditos de paño oscuro, corte de pelo príncipe valiente y zapatos guillermina. El sol les da de frente y las nenas están de la mano de Rodolfo Walsh, un padre muy joven. El escenario es el bosque de La Plata, a mediados de los 50. Walsh ya era periodista, aunque aún estaba lejos de las ideas políticas que terminarían costándole la vida. Patricia, periodista y política, hija menor, subió hace unos días esa foto a su Facebook. Emocionada, escribió que es una de las pocas imágenes familiares que conserva. Esa emoción iba por su padre, pero también -y mucho- por su hermana mayor, Vicky, la flaquita que en 1976 se suicidó en camisón, en una terraza de Villa Luro, durante un enfrentamiento entre una célula de Montoneros integrada por ella y cuatro hombres más y un pelotón de ciento cincuenta militares. Uno de esos soldados contó que ella gritó: "Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir", y que esa frase no lo dejaba dormir. El día anterior había cumplido 26 años. Al enterarse de su muerte, Walsh le escribió desde la clandestinidad una de las cartas más desgarradoras de la historia y la literatura argentinas. "Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía", dice uno de sus párrafos.
Siempre pensé, y ahora que veo esa foto vuelve la idea, a las hermanas Walsh en paralelo con los personajes de aquella película de Margarethe Von Trotta, Las hermanas alemanas. En esta historia, Juliane y Marianne tienen ambiciones de cambiar el estado de cosas y pelear contra lo que consideran injusto, aunque buscan modos y estrategias diferentes para hacerlo.
Discuten mucho, se quieren mucho. Juliane es periodista, Marianne se incorporó a la guerrilla de Baader-Meinhof y está presa. La película es de 1981; recuerdo haberla visto en el cine y haber tenido que salir de la sala un momento durante la revulsiva escena en la que a Juliane le informan la muerte por supuesto suicidio de Marianne y ella ingresa en una espiral de dolor insoportable. En el final, durante un diálogo con su sobrino pequeño, ahora huérfano, Juliane busca aceptar la elección de vida que hizo su hermana. "Tu madre era una mujer excepcional", le dice al chico, que se muestra enojado con la madre ausente. "Quiero saberlo todo sobre ella", le responde él entonces. En la Argentina de la dictadura, este último diálogo de reconocimiento y conciliación fraternos fue censurado. Para los censores de vuelo corto y manos largas, todo era propaganda enemiga: no parecía posible una comprensión humana y amorosa de las personas, aun en la mayor de las diferencias. "Vicky era mi hermana mayor, mi única hermana. Nunca dejé de extrañarla", me dice Patricia, todo este tiempo después. Y la entiendo tanto.
En la foto: Rodolfo Walsh y sus hijas, a mediados de los años 50.
Fuente: Diario La Nación
Marianne und Juliane de Margarethe von Trotta