miércoles, 9 de diciembre de 2009

El caso Pomar: Miradas críticas a la cobertura de los medios

El monstruo era un hombre común
Por: Facundo Landívar

Lo fusilamos hace 20 días, lo acribillamos hace 15, lo destrozamos desde hace exactamente 24 días. Fuimos capaces de todo, de las teorías más disparatadas, de las conclusiones más absurdas, que sosteníamos con toda la tranquilidad del mundo, la misma que tienen los inimputables. Que le pegaba a la mujer, que le gritaba, que era parte de una secta, que se había fugado por deudas, que no soportaba a su hijastro, que los había matado a todos y se había suicidado, que era un psicópata disfrazado, un peligro suelto. No nos importó nada, si era un buen padre, si llevaba muchos meses desocupado, si se preocupaba por su familia, si pese a la angustia de una situación económica nada fácil sobrevivía como podía. Nuestro morbo, empujado también por la información que salía de fuentes policiales, necesitaba de un victimario, de un responsable final de estos días de misterio y de dolor. Y sólo eso nos importó. Como caníbales, nos tiramos sobre Luis Fernando Pomar para destrozarlo a la distancia, en ausencia. Y no se había fugado. Y no era parte de una secta. Y no había matado a todos y se había suicidado. Y no era un psicópata disfrazado. Era, apenas, un hombre común, con las luces y sombras de cualquiera. Pero sobre todo era un hombre que durante larguísimos 24 días, lejos de los mitos que sobre él volcaba una sociedad entera, esperó muerto a la vera de una ruta, junto a su mujer y a sus hijas, a que alguien descubriese que lo que había pasado era apenas una tragedia sin monstruos en el medio. Aunque le pese a los caníbales.

Fuente:
Diario Clarín


Hipótesis, pistas y datos falsos del caso Pomar
Estaban secuestrados en Chile, fueron vistos en Río Negro, dejaron su perro en Tres Arroyos. Violencia familiar, abuso sexual, deudas y ajuste de cuentas. El caso de la familia que desapareció rumbo a Pergamino dio para todo.
Por: Hernán Buzzella
En la investigación del caso Pomar faltó alguien como Chevalier Auguste Dupin, el solitario detective creado por Edgar Allan Poe que logró resolver el misterio que narra el cuento “La carta robada” porque -simplemente- abrió un cajón. Las minuciosas teorías policiales y las intensas búsquedas previas habían sido en vano. La respuesta estaba ahí, frente a sus narices: sólo había que abrir el cajón.
Antes de que los cuatro integrantes de la familia que estuvo desaparecida durante 24 días fueran hallados sin vida a pocos metros de la ruta 31, a ocho kilómetros de Salto, se tejieron infinidad de hipótesis. Los investigadores, los funcionarios, la fiscal, los medios de comunicación, los familiares de las víctimas y los ciudadanos: todos aportaron lo suyo para que un trágico accidente vial se transformara en el caso policial más resonante de los últimos años.
Aseguraron que los siete meses que llevaba desocupado Luis Fernando, el jefe de familia, le habrían ocasionado una depresión que lo llevó a tomar una decisión drástica. Hablaron de que escapaban agobiados por las deudas. Mencionaron un ajuste de cuentas. Afirmaron que tenía un arma, la cual nunca fue registrada en el Renar y jamás fue encontrada durante los cuatro allanamientos que la Policía realizó en la casa de José Mármol.
La prensa informó mucho. Y mal. “Apareció el perro de los Pomar con dos balazos”, “Los Pomar enviaron un mensaje de texto a las 2.30 de la madrugada avisando que irían directamente a la casa de la tía”. “El celular de los Pomar fue activado cinco días después de la desaparición en Chivilcoy”.
Por la pantalla de Crónica TV desfilaron videntes: uno aseguró que los Pomar estaban vivos en el interior del país. C5N llevó a especialistas que analizaron las fotos de la familia, incluidas las que se tomaron en los puestos de peaje. “Quiero aclarar que yo soy experto en sonrisas”, avisó uno. Y habló de la depresión y la angustia que denotaban la boca y las arrugas de Luis Fernando. América emitió un informe sobre “La pista religiosa” del caso. El diario El Tribuno de Salta publicó una nota con un vidente salteño -Cirilo Herrera- que juraba haber ubicado a los cuatro integrantes: estaban secuestrados en una localidad chilena llamada Diego de Almagro.
Habitantes de Ameghino, General Villegas, Tres Arroyos, Villa Regina y Mendoza aseguraron haberlos visto por sus calles. La central telefónica 911 rebalsó. Alguien llamó desde la localidad salteña de Orán para informar que los tenía secuestrados y pidió 2 millones de dólares por el rescate. La Policía rastreó la comunicación y se encontró con un joven bromista de 14 años.
La madre de Gabriela Viagrán admitió que “en el matrimonio había violencia verbal” y que “Luis Fernando les gritaba a las nenas o tenía una actitud violenta”. La fiscal, Karina Pollice, manejaba dos hipótesis, sostenidas por un presunto conflicto familiar: desaparición voluntaria o involuntaria. “Creemos que es algo premeditado”, declaró el subsecretario de Investigación e Inteligencia criminal bonaerense, Paul Starc, a dos semanas de conocido el caso.
Se dijo que a los Pomar se los tragó la tierra; se dijo que fueron raptados por un ovni; se dijo que existía abuso sexual, se dijo de todo. Pero a nadie se le ocurrió rastrillar los altos pastizales que rodean a la peligrosa curva que ya había provocado siete muertes en 2009. Nadie reparó en abrir el cajón.

Se dijo que la familia pomar había escapado a un país limítrofe. El motivo: le debían plata a mucha gente.

Por: Reynaldo Sietecase
Se dijo que la familia Pomar había escapado a un país limítrofe. El motivo: le debían plata a mucha gente. Una variante de la misma hipótesis: se fueron porque los acreedores eran personas muy poderosas y sus vidas corrían peligro. Si se quedaban en el país, los iban a matar.
Se dijo que podía tratarse de un conflicto familiar. En ese caso, el jefe de la familia era el eventual responsable de la desaparición de su esposa e hijas. Dijeron que tuvo tratamiento psiquiátrico. Se tiró al río con el auto, especularon.
Se dijo que Luis Fernando Pomar estaba armado.
Se lo difamó dejando entender que podía haber abusado de alguna de sus hijas y que ésa era la verdadera razón de la súbita fuga.
Se habló de una crisis en la pareja y de antecedentes de violencia intrafamiliar.
Se especuló con un ajuste de cuentas vinculado con el narcotráfico. Pomar es bioquímico, se dijo. Y aunque su padre explicó que sus conocimientos en el tema eran básicos, se habló de tráfico de efedrina.
Se dijeron muchas cosas más.
Sobre todo en la tele.
Se barajaron las hipótesis más disparatadas.
No faltaron las especulaciones sobrenaturales. Hubo notas a brujos y videntes. "Están todos bien, caminando por un trigal", aclaró uno de los "especialistas" consultados.
Se habló hasta de la intervención de extraterrestres.
Fabio Zerpa tiene razón. "Seguro los chupó un ovni", me dijo un taxista ofendido por los pocos datos que le pude aportar a su curiosidad. "Lo dijeron en la radio. Ya le pasó a otra gente", remató.
Es cierto que la mayoría de estas hipótesis fue alentada por "fuentes de la policía", pero el manejo de la información en el caso Pomar tuvo una levedad alarmante.
Quizá esto no debería sorprender a nadie. En el medio periodístico se venera una frase atribuida a Samuel "Chiche" Gelblung: "Que la verdad no te arruine una buena nota".
Cuando el Fiat Duna de los Pomar apareció destrozado en un zanjón ubicado en una curva peligrosa de la ruta 31 y sus cuerpos esparcidos en derredor remitían al resultado de un accidente automovilístico, todos replegaron sus argumentos sin el menor acto de arrepentimiento.
La prensa fue, entonces, a por los investigadores y los funcionarios bonaerenses. La ineficacia de la policía es evidente: no revisaron una parte del trayecto que los Pomar hacían habitualmente en sus viajes a Pergamino. Y los funcionarios no resolvieron los pedidos de señalización que los vecinos de la zona les hicieron reiteradamente. Durante el 2009 hubo cuatro accidentes graves y un saldo de once muertes. Hasta hicieron planteos por escrito al gobernador Daniel Scioli.
La responsabilidad política en el caso Pomar es innegable, pero pocos se detuvieron a analizar la mala praxis periodística. Se ha instalado en los medios una suerte de impunidad. Se puede decir cualquier cosa. Los periodistas nos debemos un debate profundo sobre la calidad de los mensajes que emitimos.
Pero esta costumbre no abarca sólo al mundo de la tele. En la misma semana en que se conoció el trágico desenlace de la familia Pomar, un analista de política internacional se alarmó ante el triunfo de Evo Morales. El sesenta por ciento de los votos, el contundente respaldo popular al presidente boliviano, fue traducido para sus oyentes como un peligro para la democracia. "Se viene un período de hegemonía y cercenamiento de libertades", fue la conclusión.
Y el martes pasado el corresponsal del diario La Nación en Santiago de Chile -a mi gusto el medio que mejor y mayor despliegue brinda a las coberturas internacionales- se refirió al asesinato del ex presidente Eduardo Frei como el "primer magnicidio" de la historia de Chile. Como si el asesinato del presidente constitucional Salvador Allende no hubiese ocurrido. Frei, que gobernó el país trasandino entre 1964 y 1970 y, en un principio, apoyó el golpe del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Allende. Pero cuando comprendió que el dictador pretendía eternizarse en el poder, lo enfrentó. Fue entonces cuando Pinochet, según acaba de revelar la Justicia chilena, ordenó que lo envenenaran. Para el columnista del diario porteño la muerte de un presidente socialista no tiene la misma entidad que la de un ex presidente de centroderecha.
Son cosas que se dicen. Son cosas que se escriben. No pasa nada, me dirán. Como no se cansa de explicar el gran poeta Mario Trejo: "La palabra perro no muerde, el que muerde es el perro".


Fuente: Crítica de la Argentina

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