El jueves 16 de octubre, en el Cultural Fontanarrosa, Arlen Buchara presentó su libro Rosario, perfil de una ciudad al límite, acompañada por los periodistas Sonia Tessa y Daniel “Batata” Schreiner. Ante una sala llena, la autora ofreció una lectura profunda y desafiante sobre la realidad local, que invita a pensar la ciudad más allá de sus estigmas. La charla también fue compartida en Señales, el programa de Aire Libre Radio Comunitaria.
El libro recorre la última década de Rosario, marcada por "el fuego cruzado de bandas criminales, políticas de seguridad fallidas y estigmatización mediática". Desde el triple crimen de Villa Moreno en 2012 hasta los asesinatos mafiosos de marzo de 2024, Rosario se convirtió para el resto del país en sinónimo de inseguridad y desigualdad. Pero, como señala Buchara, esta no es solo una crónica sobre la violencia. Se trata de "una exploración de lo que significa pensar un país desde una ciudad, escribir desde adentro sobre los contrastes de un territorio fragmentado".
El relato transita por el río —con su costanera y sus islas—, los barrios —con sus veredas, centros comunitarios y sus muertos—, y el centro, entendido como organizador político y económico de toda la ciudad. Arlen Buchara evita respuestas fáciles y se detiene en los matices, las contradicciones y las preguntas sin respuesta que definen a Rosario.
Se destacan capítulos como "El carpetazo de Winnie Pooh", donde Marina Marsili, contadora y funcionaria del poder judicial, relata su papel clave en la detención de Esteban Alvarado, el narcotraficante más brutal de la ciudad. También "El hermano de Jimmy", que recoge la entrevista a Carlos Varela, abogado de alto perfil mediático vinculado a los jefes narcos.
Con voces de militantes, trabajadoras, docentes, artistas, fiscales y referentes barriales, el libro reconstruye un perfil colectivo de una ciudad que va a contracorriente, culturalmente vibrante y políticamente activa, pero también marcada por sus heridas y desafíos.
La intervención de Daniel Schreiner abre con una declaración de incertidumbre que funciona, paradójicamente, como puerta de entrada a una lectura aguda del libro de Buchara. Dice no saber cómo se presenta un libro, pero en esa honestidad instala un tono de cercanía, de habla directa, que rápidamente se convierte en interpretación.
Enseguida lanza una provocación: en tiempos de redes sociales —dice— no conviene crear demasiado suspenso, sino provocar desde el comienzo. Y eso hace: lanza una frase —dicha por un funcionario— que lo impactó del libro y la usa como puerta de entrada a una lectura personal, crítica y comprometida. La frase es: "Cumplimos la ley porque la escribimos". Y desde a partir de allí despliega un conjunto de reflexiones que exceden la literalidad del texto, pero que dialogan profundamente con su espíritu.
La pregunta por la ley y quién la dice se convierte en una excusa para pensar el poder, sus formas visibles e invisibles, su encarnación en el cuerpo, en las instituciones, pero también en los márgenes. Schreiner apunta hacia el poder real, ese que se ejerce más allá de los papeles.
En esa línea, lo que hace es colocar el libro como una herramienta de lectura de la ciudad, de Rosario como construcción simbólica y material. Una ciudad que se cuenta a sí misma como "santa", como mito fundante, pero que en realidad es el producto —como él dice— de las "cabezas duras" de sus habitantes, de sus insistencias, de sus resistencias.
También denuncia —sin necesidad de elevar el tono— la exclusión. Señala cómo muchos —la mayoría, incluso— quedamos fuera de ese círculo que escribe y hace cumplir las leyes. Y pone en crisis la idea de república como garantía de igualdad ante la ley, cuando en la práctica esa igualdad es constantemente vulnerada.
Finalmente, cierra esta parte con una digresión que no es tal: irse "por las ramas" se revela como un método, una forma de pensar en rizoma, que se habilita precisamente por el libro que tiene entre manos, que invita a pensar sin corsé, a dejarse afectar por las preguntas incómodas, a reconocer que muchas veces lo más valioso está en las orillas del discurso.
Y es entonces, con esa misma apertura, que cierra su intervención con una invitación que no es retórica, sino genuina, necesaria, y que funciona como bisagra en el acto: "Es el momento de preguntarle a Arlen qué significa este primer libro para ella".
Una frase que no solo da paso a la autora, sino que reconoce que toda lectura, incluso la más comprometida, necesita volver al origen: a quien la escribió.
Arlen Buchara toma la palabra con una emoción contenida pero palpable. Agradece a quienes la acompañan en la mesa —Daniel "Batata" Schreiner y Sonia Tessa—, no solo por estar allí, sino por haber sido parte del proceso mismo de escritura del libro. No es un agradecimiento de cortesía: Arlen los nombra como formadores, como interlocutores fundamentales en la gestación del texto. En ellos —y también en un grupo de amigas editoras presentes en el público— reconoce una red afectiva, profesional y política que sostuvo el proyecto desde el inicio.
El libro no nace de una certeza, sino de una pregunta abierta y un estado de desborde. Arlen recuerda sus primeras conversaciones con Schreiner en un momento de desesperación: ¿cómo abordar todo lo que deseaba decir? ¿Cómo abarcar una ciudad atravesada por múltiples capas de sentido, conflicto y afecto?
Esa pregunta inicial se convierte en motor. A lo largo de un año y medio de trabajo, Buchara desarrolla un proceso de investigación que no es solo periodístico, sino profundamente situado: entrevistas, caminatas, charlas, recitales, esquinas, encuentros fortuitos, lecturas compartidas. El libro —insiste— es el resultado de múltiples voces. Entre ellas, la de María Chiponi, del Programa de Educación en Cárceles de la Universidad Nacional de Rosario, una entrevistada que aparece en el capítulo mencionado por Batata y que lo cierra con una reflexión que condensa el espíritu del texto: pensar hacia dónde vamos como ciudad.
Esa pregunta inicial se convierte en motor. A lo largo de un año y medio de trabajo, Buchara desarrolla un proceso de investigación que no es solo periodístico, sino profundamente situado: entrevistas, caminatas, charlas, recitales, esquinas, encuentros fortuitos, lecturas compartidas. El libro —insiste— es el resultado de múltiples voces. Entre ellas, la de María Chiponi, del Programa de Educación en Cárceles de la Universidad Nacional de Rosario, una entrevistada que aparece en el capítulo mencionado por Batata y que lo cierra con una reflexión que condensa el espíritu del texto: pensar hacia dónde vamos como ciudad.
En su intervención, Buchara ubica su llegada a Rosario en 2006 como estudiante, y describe cómo fue eligiendo esta ciudad a lo largo del tiempo, en la medida en que tejía vínculos, construía un oficio y habitaba con más conciencia su territorio. Lo que aparece allí no es la épica del arraigo, sino una elección sostenida, hecha de fragmentos cotidianos, de encuentros, de trabajo.
El libro surge también por una inquietud editorial concreta: Futurock Libros le propone pensar qué pasó en Rosario en los últimos años. Pero Buchara va más allá del recorte periodístico o del informe. Lo que produce es una invitación a pensar la ciudad desde adentro, con otras y otros, a través de preguntas urgentes: ¿Qué significa vivir en una ciudad con altos niveles de violencia? ¿Cómo se transforma la vida cotidiana en los barrios, en la cultura, en los modos de caminar la ciudad, de habitarla?
La autora elige pensar el libro como una conversación abierta, no como un producto cerrado. Una conversación que tuvo lugar en entrevistas extensas en la experiencia misma de moverse por Rosario. Su trabajo se vuelve así una herramienta de pensamiento colectivo, una forma de estar en la ciudad, de leerla y preguntársela junto a otros.
Por eso, Arlen no se reserva el lugar de expositora única. Insiste en que la presentación sea también una oportunidad de intercambio. Le interesa escuchar a Schreiner y a Sonia no solo como presentadores, sino como miradas activas sobre la ciudad. Y extiende esa invitación al público presente, reconociendo el contexto particular en el que se da la presentación: una Feria Internacional del Libro, enmarcada en un aniversario polémico para la ciudad, el Tricentenario que genera adhesiones y rechazos.
Arlen cierra esta parte de su intervención agradeciendo, con emoción y humildad, a quienes la acompañan y sostienen, no solo en este evento, sino en el largo y colectivo proceso de construir una mirada sobre una ciudad que no se deja atrapar fácilmente. En esa emoción —compartida, no exhibida— se condensa también el gesto político del libro: hacer de la experiencia una pregunta común.
Sonia Tessa elige la sobriedad para comenzar su intervención, pero no por falta de palabras: prefiere habilitar la conversación, dejar espacio para Arlen y para quienes quieran pensar en voz alta. Sin embargo, en su breve intervención despliega una lectura aguda, sensible y potente del libro.
Desde el inicio marca una diferencia clave con otros textos sobre Rosario: este no es un libro escrito desde los tribunales ni desde los discursos oficiales del poder. No surge del expediente ni del archivo institucional. Es, como ella dice, un libro hecho en la calle, escrito desde las voces de quienes viven y transitan la ciudad todos los días, especialmente desde los márgenes, desde zonas donde la mirada mediática o política rara vez se posa.
Para Tessa, esa forma refleja con precisión la ruptura real que atraviesa Rosario, una ciudad que, lejos de cualquier proyecto de integración, se parece cada vez más a un archipiélago: zonas desconectadas, experiencias disímiles, vidas que no se encuentran. En ese contexto, el trabajo de Arlen consiste en bordar, coser, articular esas voces, con el enorme desafío de no dejar a nadie afuera.
Para Tessa, esa forma refleja con precisión la ruptura real que atraviesa Rosario, una ciudad que, lejos de cualquier proyecto de integración, se parece cada vez más a un archipiélago: zonas desconectadas, experiencias disímiles, vidas que no se encuentran. En ese contexto, el trabajo de Arlen consiste en bordar, coser, articular esas voces, con el enorme desafío de no dejar a nadie afuera.
Ese afán totalizador —ese deseo de que no falte ninguna voz importante— no es solo un rasgo de estilo: es, para Sonia, una forma de ética periodística. Arlen "sufrió" el proceso, dice con cariño, porque se lo tomó con la seriedad de quien entiende que narrar la ciudad implica una responsabilidad.
Tessa señala que el libro recorre barrios como Santa Lucía y Las Flores, que busca experiencias vivas, concretas, múltiples, no figuras estereotipadas. Son vidas reales, atravesadas por las transformaciones sociales desde 2001 hasta hoy. Y ahí está el verdadero valor del libro: no se limita a describir una Rosario estigmatizada desde afuera, sino que escucha desde adentro, desde los cuerpos, desde la música, desde las identidades en formación.
En una metáfora poderosa, Sonia dice que es fácil decir que Rosario es "la ciudad de los músicos" si se mira a Nicki Nicole cantando en el Monumento. Pero Arlen —y su libro— no va al Monumento, sino a los márgenes, a donde se está haciendo la otra música, la que todavía no llegó, la que quizás nunca llegue, pero que igual forma parte esencial de lo que esta ciudad es. En esa elección, Sonia encuentra un equilibrio valioso: no negar la violencia, pero tampoco reducir Rosario a la narrativa del narcotráfico.
Tessa subraya que Arlen podría haber hecho un gran libro simplemente sumando voces a un relato informativo. Pero lo que hizo fue mucho más ambicioso: salió a buscar lo que nadie había querido ver, escuchó a quienes no estaban en el radar periodístico y logró, con trabajo de orfebrería, una joya tejida con materiales difíciles de encontrar.
El libro, dice, será fundamental no solo ahora, sino cuando alguien quiera preguntarse, dentro de algunos años: "¿Qué pasaba en Rosario en este tiempo?". Su valor está en las singularidades que lo distinguen: no es un libro más sobre Rosario; es uno que se mete donde otros no entraron, que no cristaliza el sufrimiento sino que lo hace hablar, que no romantiza el margen pero tampoco lo invisibiliza.
La intervención de Sonia cierra con emoción y honestidad: dice que para ella fue un privilegio haber estado cerca del proceso —aunque sea desde la amistad, las cervezas y las charlas—, y que el libro no debe pasarse por alto. Porque, más allá del afecto, es una obra imprescindible que retrata una ciudad real, donde las personas viven de maneras diversas, muchas veces sin siquiera tener un espacio común para encontrarse.
Una Rosario archipiélago, sí. Pero también una Rosario que habla, que resiste y que, gracias a trabajos como el de Buchara, puede ser escuchada.
Daniel Schreiner retoma la palabra con una observación que condensa uno de los núcleos críticos de su intervención: la diferencia entre lo que se cree saber sobre Rosario —adentro y afuera— y lo que realmente sucede. Esa distancia entre la versión "oficial" de los hechos y las experiencias reales de quienes viven la ciudad atraviesa no solo los medios, sino también la política, la opinión pública y hasta el sentido común.
Para ilustrarlo, rememora un momento bisagra: el asesinato de Claudio "Pájaro" Cantero, líder de la banda narco Los Monos, el 26 de mayo de 2013. Entonces, apenas cinco periodistas sabían de qué se trataba; un mes después, el tema ya había explotado en Buenos Aires y en todo el país. En pocos días, Rosario pasó de ser "la ciudad de los músicos" a ser el caso testigo del narcotráfico en Argentina. En esa anécdota, Schreiner marca el crecimiento exponencial —y muchas veces superficial— del interés mediático por Rosario, un interés que, como él sugiere, suele llegar tarde, mal o desinformado.
Pero su intervención no se limita a la crítica de los medios. También es una elegía. Recuerda a Leo Graciarena, periodista de La Capital, fallecido en 2021, quien —como dice— "pateó la calle", trabajó en los barrios, fue querido por sus colegas, y sin embargo nunca recibió en vida el reconocimiento que merecía. En un gesto íntimo, Batata menciona que lleva puesta, por primera vez, una remera de rock, como las que Leo solía usar. Ese detalle se transforma en una forma de homenaje, no solo a Leo, sino a todo un periodismo que trabajó (y aún trabaja) en los márgenes, muchas veces sin visibilidad ni aplauso.
Ahí marca una diferencia fundamental: "La mayoría de los periodistas vivimos entre bulevares", dice con brutal honestidad. Ir a los barrios, entonces, se vuelve un acto de turismo, una visita ocasional. Pero Arlen no es turista, afirma con énfasis. No solo va al barrio, sino que camina sin lazarillos, sin guías, sin intermediarios. Se desprende incluso de tradiciones periodísticas —incluso de la suya— para encontrar una voz propia.
Schreiner plantea que Rosario es una ciudad que no se está contando, o que se cuenta desde una historia oficial impuesta por el poder y reproducida acríticamente por los grandes medios. Esa narrativa dominante ha reducido la complejidad de la ciudad a estereotipos, dejando fuera realidades incómodas como la violencia institucional, los abusos policiales o las resistencias culturales que habitan los márgenes.
En ese contexto, el libro de Buchara representa otra mirada, una que escucha. Porque, como subraya Batata, los periodistas muchas veces no escuchamos: opinamos, juzgamos, hablamos desde afuera. Pero el libro de Arlen hace lo contrario: escucha para construir un punto de vista. Esa escucha, dice, es una forma de creación. Es lo que da origen a un enfoque distinto, a una escritura que no repite lo que se dice de Rosario, sino que se atreve a preguntar en otros lugares, a buscar otras voces, a encontrar sentido donde no había relato.
Batata confiesa que leyó el libro de un tirón, que lo terminó cinco minutos antes de bajarse del taxi, y que ya quiere volver a leerlo. Esa inmediatez con la que transmite su entusiasmo no es superficial: es la confirmación de que el texto interpela, que mueve algo más allá de lo informativo.
Cierra su intervención volviendo a Arlen, con una pregunta que no es solo técnica sino política: ¿cómo hizo para salirse de la lógica dominante de la seguridad y el narcotráfico, que marcaban incluso su propio libro anterior, para llegar a este producto tan hermoso?
La pregunta resume, quizás, el corazón de toda la presentación: cómo cambiar la mirada, cómo escribir sin repetir, cómo narrar lo que aún no tiene palabras.
Arlen retoma la palabra para contestar la pregunta que Batata le acaba de hacer: cómo hizo para escribir un libro sobre Rosario sin quedar atrapada en la lógica policial, sin que lo que pasó —y lo que sigue pasando— con la violencia lo absorba todo. Reconoce que esa fue justamente una de las dificultades principales. Porque, aunque el libro parte de ese contexto —y se pregunta por lo que pasó en la ciudad en los últimos años—, desde el comienzo la apuesta fue otra: no hacer un libro policial, no hacer un libro sobre narcotráfico, aunque ese fuera un aspecto inevitable.
Hay también una reflexión sobre la propia práctica. Arlen aclara que no viene del mundo del policial, que en su paso por El Ciudadano aprendió muchísimo, pero nunca se especializó en narcotráfico. Lo que sí sabe —y lo que pone en juego en este libro— es cómo construir una mirada, cómo narrar con otros, cómo hacer una crónica. Porque si algo se propuso desde el inicio, cuando conversó con la editorial sobre el perfil que querían hacer de la ciudad, fue que el texto mantuviera ese tono: el de una cronista que recorta, que escucha, que elige qué contar. En esa tensión entre lo individual y lo colectivo se fue armando este perfil de Rosario, que no es ni quiere ser total, pero que se compromete con mostrar algo que suele quedar fuera.
Las decisiones son muchas. Están las historias que entran, claro, pero también las que no. Están los barrios que aparecen por nombre propio —Santa Lucía, Las Flores— y otros que entran lateralmente. Están las voces de militantes, de vecinas, de travestis, de feministas, que le dan al libro un espesor que no se agota en la denuncia. Está esa pregunta insistente por cómo se sostiene la vida cuando lo que rodea parece puro derrumbe.
A esta altura interviene Sonia Tessa. Queda flotando una escena en particular. Sonia la nombra: la escuela. Le pregunta por ese capítulo donde Arlen se mete en la Escuela Carlos Fuentealba, y desde el público alguien lanza una invitación en voz alta: que lo lea. Arlen acepta, pero antes contextualiza. Dice que en Santa Lucía se encontró con todo: con la violencia que le describían los expertos, pero también con las formas de vida que todavía intentan resistirla. Dice que allí conoció a una madre y a una hija que, en sus propias trayectorias, le contaron toda la historia del barrio desde los noventa hasta hoy. Dice que en esa escuela pública vio vínculos, cuidado, comunidad. Y que ese capítulo, el de la escuela, se llama así: "La escuela es una casa":
El curso de cuarto año se sienta en ronda. Tres mates dulces circulan entre los bancos. Afuera llueve sin parar. Adentro la humedad y el frío se sienten hasta en los huesos. Algunas chicas usan mantas en el regazo. Casi nadie se saca la campera. En otras aulas hay calefacción y aire acondicionado, pero desde la dirección no llegaron a comprar para todas. Los adolescentes tienen entre dieciséis y diecisiete años y prepararon una entrevista. ¿Por qué estudiaste periodismo? ¿Cómo empezaste a trabajar? ¿Cuál fue la persona más famosa que entrevistaste? ¿Te pusiste nerviosa? ¿Alguna vez tuviste miedo? ¿Pensaste en dejar la profesión? ¿Se gana plata?Por la ventana se ve la zona rural del oeste de Rosario y muy al fondo, tapada por la cortina de agua, una cárcel. La escuela de dos pisos con patio central tiene todas las ventanas y puertas enrejadas. Se llama Carlos Fuertealba. El nombre fue elegido por los estudiantes cuando conocieron la historia del docente asesinado en Neuquén y decidieron que así querían nombrar a la segunda casa, a veces primera, a la que van todos los días.La profe de comunicación interviene entre pregunta y pregunta y aporta anécdotas sobre lo que ya vieron en clases. Escribieron noticias, aprendieron lo que es una fuente e hicieron sus primeras notas de opinión. Del cuestionario saltan a comentar las noticias de las últimas semanas. Les pregunto dónde las consumen. No leen diarios ni escuchan radio. Cada tanto ven el noticiero en casa. Se enteran por las redes, sobre todo Instagram o por lo que le cuentan sus madres. El chisme aparece como una forma de transmisión de información, de buscar fuentes, de construir una historia. Y Santa Lucía está llena de chismes.-¿Qué viene a hacer cuando termine en la escuela?-Trabajar. Estudié cocina, así que seguro sigo en gastronomía, aunque sé que es muy duro.-¿Carrera policial o gendarme?-Policía de investigaciones.-Conseguir una esposa que me mantenga.-Cosmetología.-Criminalística.-Higiene y seguridad.Algunos ya trabajan. Un adolescente que vive en la zona rural camina varios kilómetros todos los días para ir a la escuela y por la tarde cocina en un comedor. Gana 30.000 pesos por mes. Otro vende comida. El que está al lado, celulares.¿Alguien quiere comprar un teléfono? Tengo un Motorola que la rompe.Lo que más les gusta de Rosario es el monumento, el laguito del Parque Independencia, e ir a pescar al río. Ir a la isla no. Casi ninguno sabe nadar. También les gusta cuando salen del barrio con la escuela. Fueron al Teatro del Círculo, al Acuario del Río Paraná, a museos públicos, al Centro de la Juventud, a un campamento del Sindicato de Comercio. Cuando eran más chicos, conocieron el Tríptico de la Infancia. Vieron los animales en la granja, metieron sus miedos en un sobre en la Isla de los Inventos y subieron a la máquina de volar y trepar del Jardín de los Niños. La mayoría de los lugares son espacios públicos, gestionados por la municipalidad o la provincia.Más allá de esos paseos con la escuela, no saben mucho de Santa Lucía. Se quedan y lo que más disfrutan es ir al playón, sobre todo cuando hay sol. Desean tener un club para hacer deportes y pasar el rato. Y lo que más les gusta de su barrio es la gente. Si tuvieran que escribir una nota sobre Santa Lucía, diría esto:-Para los que vivimos acá, no es peligroso. Si no te metés con nadie, no es peligroso.-Pero antes sí, antes se quedaban a tiros todo el día.-Ahora no, desde la pandemia está más tranquilo.-Tengo amigos de la infancia con los que jugábamos a la pelota que no los veo más, están perdidos.-Es un barrio como todos los demás, solamente no te metás en quilombo.-A comparación de otros barrios, es mucho más solidario.-Y la escuela también, acá se preocupa mucho por nosotros.
Me levanto para devolver el mate, se me dobla el tobillo y caigo de rodillas al piso. Todo el curso queda mudo. Uno de los alumnos tiene la boca tan apretada para aguantar la risa que se le llenan los ojos de agua. La tensión dura unos segundos hasta que les pido que por favor nos riamos de lo que pasó. Ellos dicen que van a escribir sobre el día que vino una periodista y se cayó en el medio del salón. La clase termina y el chisme baja rápido por las escaleras y llega a la dirección. Valeria Ríos me recibe en la puerta.-Me dijeron los chicos que te caíste, ¿estás bien?
Escuchar al barrio contar su propia historia
Batata vuelve sobre el barrio de Santa Lucía. Recupera una de las historias más potentes del libro, la de una madre y una hija envueltas en una espiral de violencia pero también comprometidas con sostener lo colectivo. Dice que esa historia, anclada en el pasado reciente —los años de recesión que van desde el menemismo hasta la caída de De la Rúa—, tiene mucho que decir sobre el presente. Y le pregunta a Arlen qué fue lo que percibió en esa familia, en ese barrio que nació a fines de los 90 más por la iniciativa de sus vecinos que por la intervención real del Estado. ¿Cómo esa historia se conecta con lo que pasa hoy?
Arlen empieza por lo que encontró en el territorio: en Santa Lucía, dice, fue donde más fuerte vio lo comunitario funcionando. Matiza, también, esa idea repetida de que el Estado se ha retirado de los barrios. No es tan simple: el Estado está —a veces demasiado—, pero no siempre en los términos que se espera. Está la policía, está el centro de salud, están los dispositivos como los Centros Crecer, que cambian de nombre cada vez que cambia una gestión, pero que siguen ahí. Y, junto a eso, están también las organizaciones barriales, muchas veces desarticuladas entre sí, que intentan sostener lo que pueden.
Lo que distingue a Santa Lucía, para Arlen, es que su origen es comunitario. Nació desde abajo, a partir de un centro comunitario impulsado por los propios vecinos. Y ese origen común, a pesar de haber estado atravesado desde el principio por la desigualdad y la violencia, parece haber dejado una marca: una forma distinta de relacionarse entre las instituciones, una red más visible, una trama que se sigue sosteniendo.
En ese entramado es donde aparece la historia de "La Colo" y "La Yany", madre e hija, que se vuelven el corazón narrativo del capítulo. Arlen dice que fue una historia que la encontró a ella, que fue a Santa Lucía con muchas entrevistas en agenda —centros de salud, referentes, instituciones— pero que, cuando conoció a estas dos mujeres, todo lo demás quedó en segundo plano. Las eligió porque en su modo de hablar, en cómo contaban su vida, estaba también la historia de todo el barrio. Porque eran, además, ese tipo de madres e hijas que se crían juntas, que atraviesan todo al mismo tiempo: la pobreza, los planes sociales, las redes de contención, las pérdidas. Y en esa cercanía, dice Arlen, estaba "todo lo que había que contar".
El diálogo en la mesa se vuelve cada vez más íntimo y entra en el terreno de las decisiones detrás de la escritura. Sonia Tessa le pregunta a Arlen por los cortes difíciles: qué quedó afuera del libro y por qué. ¿Cómo se decide qué entra y qué no cuando se trabaja con tantas voces, con tanto material?
Arlen no duda: lo más difícil fue, justamente, dejar cosas afuera. Reconoce que hizo muchas entrevistas, que escribió mucho más de lo que terminó en el libro, pero que ese desborde también era necesario. A veces, dice, una va sabiendo qué historia necesita contar, aunque no siempre se materialice como se había imaginado. Algunas entrevistas que al principio pensaba como capítulos enteros terminaron aportando una idea, una escena, una frase que se coló en otra parte. Y, aunque trató de que todas las personas entrevistadas aparecieran de algún modo, hubo historias que se quedaron afuera. "Pero están ahí", dice Arlen, "siguen dando vueltas en la cabeza". Y quizás, sugiere, sean parte de un próximo libro.
Sonia vuelve sobre esa idea: hacer "de más" no es un desperdicio. Ese trabajo de fondo le da cuerpo a lo que sí entra. Sostiene los capítulos desde abajo, les da espesor. Arlen asiente, aunque con humor aclara que no recomienda hacer un libro "padeciéndolo tanto". Porque sí, también se disfruta, pero se sufre. Un libro, explica, es distinto a una crónica: exige una mirada más total, una responsabilidad más grande con lo que se elige mostrar.
Entonces Batata retoma un punto clave: el punto de vista. En el periodismo, y en Rosario en particular, dice, muchas historias vienen ya enmarcadas en una moralina: buenos y malos, con discursos que muchas veces cargan con un racismo disimulado, incluso en periodistas bien intencionados. Le pregunta a Arlen si su mirada le fue "dada", o cómo fue que llegó a esa perspectiva tan clara y tan cuidada.
Arlen responde sin rodeos. Confiesa que tuvo miedo de ser juzgada por cómo abordaba ciertos temas, por cómo escribía ciertas escenas. Y que, además, fue un libro hecho durante el primer año de gobierno de Javier Milei, un momento especialmente cargado de tensiones, de disputas internas, de palabras cuestionadas. En ese clima, dice, la mirada se vuelve todavía más difícil de sostener.
Pero ahí aparece otra clave: la edición. Arlen habla del proceso de escribir y reescribir, de ir puliendo el texto para sacarse de encima esas primeras versiones llenas de juicios o miradas inconscientes. Dice que al editarse a sí misma con ferocidad, logra limpiar ese "punto de vista automático" y centrarse en las historias que recogió. Que el libro tiene perspectiva, claro, pero que no buscaba imponer una bajada de línea. Que no se sentía con autoridad para eso, habiendo escuchado tantas voces más potentes e interesantes que la suya.
Feminismo, literatura y la capital de nada
El diálogo sigue deslizándose entre el proceso de escritura y la mirada que lo sostiene. Batata vuelve a tomar la palabra, ahora para profundizar en el enfoque feminista del libro. Reconoce que todos escribimos desde nuestros prejuicios, pero también que cuando uno va a ser leído, evaluado o discutido públicamente, ese punto de vista tiende a tamizarse. En su caso, dice, su trabajo está atravesado por la experiencia en El Ciudadano, un medio donde muchas de las mujeres que hoy son referentes del periodismo feminista en Rosario —como Silvina Tamous, Negui Delbianco, Carina Ortiz— forjaron un espacio que es faro para todo el continente.
Le pregunta entonces a Arlen cómo tomó esa decisión de incluir una parte del feminismo —presente, pero no central— en el libro, y qué dejó afuera.
Arlen responde sin dudar: es un libro feminista en su totalidad. No por su tema exclusivo, sino por cómo está escrito, por las decisiones de fondo. Explica que hay una edición de las fuentes que fue muy pensada desde esa perspectiva. Que la mayoría de las voces que aparecen son de mujeres. Y que eso no fue casual: fue una práctica aprendida —justamente en El Ciudadano— a partir de un ejercicio que le enseñó otra periodista feminista. Cuando una va a consultar a "la fuente experta", dice, suele ser un chabón. El ejercicio es preguntar: ¿y además de vos, quién más puede hablar de esto? ¿Quién está más abajo, o al costado? Así se fue armando una red de voces distintas, muchas veces invisibilizadas, pero sobre todo mujeres.
Pero también hubo algo más práctico: cuando una llega a los barrios, las que sostienen los espacios comunitarios, los comedores, los centros de cuidado, siguen siendo mayoritariamente mujeres. Y muchas veces, son las más dispuestas a hablar.
Desde el público, la poeta y escritora Beatriz Vignoli —quien también es protagonista de uno de los capítulos— toma la palabra y pregunta: ¿Cómo aparece la literatura en el libro?
Arlen le responde con afecto: hay un capítulo que comparten, fruto de una conversación de horas, y que le resultó fundamental. En ese intercambio hablaron de muchas cosas —la historia de Rosario, el lugar de las mujeres artistas— pero también surgió una frase que se volvió clave: "Rosario es la capital de nada". La frase, que Vignoli le atribuye a otro escritor rosarino, le dio el título a ese capítulo y condensó algo esencial sobre la identidad de la ciudad, siempre a medio camino entre querer ser capital de algo y no terminar de encontrar su lugar.
Arlen recuerda también una lectura que la marcó durante el proceso: la crónica de Martín Caparrós sobre Rosario en su libro 'El interior'. Allí, el escritor era Fontanarrosa. Pero para Arlen, que escribe desde otra época y otra sensibilidad, la escritora que tenía que estar en este libro era Beatriz Vignoli.
Sobre la autora
Arlen Buchara Marinello nació en Nicaragua en 1987 y vivió su infancia entre Italia, Cuba y Argentina. Desde 2006 reside en Rosario. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario y cursó la Maestría en Periodismo Narrativo en la Universidad de San Martín. Trabajó ocho años en el diario El Ciudadano, fue columnista de radio, productora de televisión y editora general de Cosecha Roja. Publicó en medios como Revista Anfibia, PáginaI12, Revista Crisis y otros. Coeditó 19. Una cartografía narrativa de Santa Fe y es coautora de la obra de teatro Morir es otra cosa. En 2024 fue nominada al Premio Gabo. Rosario, perfil de una ciudad al límite es su primer libro. Actualmente, escribe un libro de cocina junto a su hermana.
Fotos: Gentileza Librería Mal de Archivo