Falleció hoy a los 77 años. Fue secretario de redacción de la revista El Porteño y en 1983 fundó la revista Cerdos & Peces, una de las publicaciones míticas de la primavera democrática. Además, fue monologuista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en la década del ochenta, entre tantas otras cosas
Nacido en Lanús en 1945, vivió en Brasil y Europa antes de volver a la Argentina para sumarse a El Porteño. Se especializó en la cultura under y desarrolló un estilo más exacerbado del Nuevo Periodismo, el llamado "periodismo gonzo", que tenía como gran figura en Estados Unidos a Hunter Thompson.
Su amigo, el periodista Sebastian Duarte, quien fue discípulo del escritor y también colaboró en Cerdos y peces contó en su perfil de Facebook: "Partió mí amigo hacía el más allá. Falleció hoy Enrique Symns, el irreverente periodista que marcó a fuego a toda una generación a base de un periodismo distinto, contestatario en plena década del 80, enfrentando a toda la carga que aún dejaba secuelas tras una nefasta dictadura militar. Él rompió con el contexto. Periodismo de calle, fuera de lo convencional incluyendo a los más discriminados dentro de una sociedad pacata: la gente de la calle, la noche profunda, los sótanos, las travestis, los actores y actrices, los músicos por fuera de los márgenes del establisment, el arte retorcido y liberador fue lo que defendió y a lo que difundió. Partió mi amigo, mí maestro del periodismo, a quien hacía mucho que no veía, pero nos quisimos. Formé parte de su troupe en la revista Cerdos y Peces en su reaparición en los 90. Fue mí amigo, mí consejero,también quien presentó mí libro La Constitución Travesti en el desaparecido bar Bukowski, en el centro porteño. La diabetes fue su gran demonio, que lo perturbó durante años. Los excesos no ayudaron, dejando expuesto a un cuerpo castigado. Calamaro, entre un puñado de amigos lo ayudaron sobremanera en los últimos años. Gente generosa. Te voy a extrañar y siempre estaré agradecido con vos, querido Enrique. Perdoname que no pasé a verte en este último tiempo. Que descanses en paz. Gracias por todo. Sebastián".
Enrique Symns fue un delincuente precoz en Buenos Aires, actor callejero en España y periodista superstar en Santiago de Chile. Su presencia aportó una cuota innovadora a revistas como Eroticón, Fin de siglo, El cazador y La Maga. Fue colaborador especial del diario Clarín, prosecretario de redacción de Satiricón, jefe de redacción de El Porteño, redactor de los diarios La Voz y Sur, y creador y director de la mítica Cerdos & Peces, revista que dejó una impronta difícil de superar por su estilo alejado de cualquier convencionalismo. En Chile, creó la revista The Clinic. Fue presentador de los shows de Los Redonditos de Ricota, Los Piojos, La Bersuit Vergarabat y Los Caballeros de la Quema. Actualmente se desempeña como redactor en los diarios Crítica y Sur, en las revistas Contraeditorial, THC y Un Caño. También forma parte del staff del programa que conduce Gillespi en Rock&Pop; "El falso impostor". En 1989 pasó por el diario Sur. Ejerció de performer en escenarios de rock. Probó todas las drogas. Conoció la gloria y ganó mucho dinero. Se acostó con famosas y las celebridades lo visitaban para pedirle autógrafos. Más tarde lo perdió todo. Fue linyera y durmió en la calle. Y mientras vivía infinitas vidas escribió varias de las mejores páginas de la literatura argentina. Meses atrás Editorial Orsai publicó El señor de los venenos, las crónicas excesivas de Enrique Symns, el genio maligno detrás de revistas como El Porteño, Satiricón o Cerdos & Peces.
Fue monologuista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y perteneció al grupo que inauguró una nueva etapa del periodismo argentino durante la primavera democrática.
Tom Lupo definió a Enrique Symns cómo "el último mohicano" y el respondía "Nunca aprendí a tripular mi personaje".
"En los ‘80 y principios de los ‘90, Symns fue una de las figuras más relevantes del underground porteño. Desde las páginas de la Cerdos & Peces (revista de la que fue editor) brilló bajo un subgénero extraño: el periodismo de ficción, aquél que no siempre intentaba ser verídico, que establecía guiños y pistas para invitar al lector a un juego cómplice, con toques de humor negro y desenfado. A veces, firmaba como Williams Burroughs o como Trotsky o como personajes de otro mundo tipo Elsa Cicuta. "Flameando por la calle Corrientes durante muchos años", anota Fito Páez, "la Cerdos & Peces fue la mirada alternativa". Mucho del potente under que gestó lo mejor del rock pasó por ella: incluso los dibujos del Indio Solari. Cuentan que, cuando Los Redondos eran Los Redondos, Symns solía entrar a los cabarets presentándose como el propio "Patricio Rey". La historia es sabida: esa cofradía de artistas se fue esfumando bajo los gases de la policía y el bajón de una muerte: Walter Bulacio. Dice: "Yo respeto todavía al Indio porque no le gusta la gente, vive rodeado de camaritas y perros, pero aún hay cosas con las que no transa", escribió Mariana Guzzante en Los Andes
Frente al problema de salud que Symns afrontaba y lo costoso del tratamiento, Hernán Casciari se sumó a una campaña: "Para nosotros, que crecimos leyendo las crónicas de Enrique, es un placer doble: publicarlo en Orsai y darle automáticamente el 50 % de las ganancias de la venta de cada libro en un momento delicado", explicó el titular de Orsai y agregó: "Quienes nos conocen, saben que tenemos una debilidad por Symns: nos voló la cabeza en la época de Cerdos & Peces y desde entonces lo convocamos cada vez que pudimos mientras aparecía y desaparecía sin dejar rastros. Cuando nos enterábamos de que estaba vivo, le pedíamos que nos mande una crónica y siempre nos devolvía textos increíbles".
"La primera vez fue ‘El señor de los helados’, en el número 8 de la primera temporada. Más tarde, en la décima edición, nos mandó ‘Una siniestra hospitalidad’. Y en el número 13 editamos ‘Chile en blanco’. Y después le perdimos el rastro hasta que salió la segunda temporada de Orsai y supimos que estaba merodeando y nos apuramos para pedirle que nos entregue su ‘Panteón persona’ para el número 1. Si nunca leyeron a Symns, tendrían que hacerlo ahora", sostuvo.
En 1983, Gabriel Levinas le propuso a Symns crear un suplemento para su revista, El Porteño. Así nació Cerdos y Peces. Al principio no tuvo buena recepción de varios de los integrantes de la mítica publicación cultural.
"Cerdos y Peces era una revista legendaria, indudablemente fue una de las revistas más extraordinarias que se hizo en este país porque rompió los códigos del periodismo y la moral", contó su fundador. "Fue una atrocidad de experimento, yo no pensé nunca que iba a tener el efecto que tuvo pero la realidad es ésta: valen 100 pesos las primeras y yo no tengo ni para comprarme la galera ni el sobretodo", aseguró Symns.
"La revista se terminó porque nos enloquecimos, además porque nos peleamos con el Indio Solari", recordó y agregó "es que la mitad de nuestros lectores eran seguidores de Los Redondos". Para más detalles de la desaparición de Cerdos y Peces, rememoró con nostalgia que el Gobierno de Menem lo devastó económicamente: "el Gobierno de Menem me quebró".
No hay un sólo rockero que no sea una rata
"Me parece asqueroso que el rock se haya puesto de moda y se codee con el jet-set", soltó en una entrevista reciente, "porque lo peor que le pasó a la música es Santaolalla. Es un vendedor de almas, un Tinelli. Por eso ganó ese premio de mierda. Yo me acuerdo que los Bersuit eran buenísimos. Me encantaba el peor disco que hicieron, ‘Don Leopardo’. Era el mejor. Hasta que después los agarró este tipo y empezaron a hacer discos de mierda y a decir cosas emocionantes y cálidas a la gente porque son un clan. A todo el arte le está pasando algo siniestro: la pintura tiene el curador".
"Con la Bersuit fue cuando ya sentí que mi vida estaba extraviada, porque entendí que los rockers son frívolos, que se disfrazan de poéticos", sostuvo Enrique en una entrevista en 2008 con El Territorio.
Desilusionado con los músicos del rock que hoy suenan en las radios, los recuerda con un dejo de dolor, y disparó con munición gruesa al referirse a ellos: "Viví con artistas y conocí solo ratas, como los roqueros, todos ratas, no hay un solo roquero que no sea rata. Ni el Indio, ni los Piojos. Viví con ellos y los conozco, son miserables: hedonistas, atesorativos, depredadores".
"El Indio Solari canta en la banda de la calle pero vive en un loft con pileta de natación mientras la gente se muere de hambre, no le devuelve el dinero a la gente, se lo guarda en cajas fuertes", criticó. Sin embargo, defendió a la primera generación del rock nacional. "Nada superó a Manal, Espinetta y a Charly".
De lo que vino después rescató a "Soda, Virus y Los Redondos (considera que La Mosca y la Sopa fue lo último bueno que hizo la banda del Indio), fueron la última generación, después vino la decadencia". Afirmó que en el mundo hay sólo siete artistas por siglo, y que "el resto hace oficio, hacen poemas, pero hay millones de pelotudos que escriben poemas. Pero hay sólo cuatro poemas en el planeta y siete sinfonías". "Se disfrazan de artistas un montón de tarados, que dicen ser artistas. Yo conocí a cuatro o cinco artistas. Artadud y Rimbaud eran verdaderos artistas. Estamos hablando de artistas, no de tipos que hacen arte", expresó.
Y aseguró que "un artista tiene que vivir para el sufrimiento de la gente", pero que no conoce a ninguno que lo haga y que "todos viven para ellos mismos, con el hedonismo de haber escrito una música buena". "Un verdadero artista es un curador del dolor del mundo", enfatizó.
Pero eso no fue impedimento para el entonces monologuista de Los Redondos. Así, metido en las napas de la cultura oficial, Symns salió a desarticular una identidad que "yace sepultada bajo los rótulos con los que una sociedad autoritaria pretende reprimir y contener experiencias que, supuestamente, desestructuran el orden comunitario", según expresó Enrique.
Carta a la Negra Poly
Publicada en la revista Cerdos & Peces
Es una curiosidad que tengo: saber si el que se equivoca, el que hace daño, el traidor, el "malo" tiene conciencia de estas palabras cuando adjudica una explicación a su conducta o si en realidad cree todo el tiempo estar "haciendo las cosas bien".
Las personas que no tiene válvula de seguridad, es decir de controlar y verificar la eficacia o error de sus acciones, formas ajenas a su aparato perceptivo y a su cuerpo de ideas, están peligrosamente locas. Y las personas que se miran con los ojos de los demás y se juzgan con los juicios de los demás, están desintegradamente deformes.
Conclusión: yo, que soy un tipo astuto, no me pasa ni una cosa ni la otra, siempre hago lo que se me canta y después me olvido la letra de la canción.
Haciendo revisionismo me produce un enorme placer descubrir que todo lo que pensé, escribí o chusmé sobre esa negra bruja, loca, policía, mala, insoportable, peligrosa, manipuladora, traidora que es la Negra Poly (manager-babysitter-magnum de prensa-dictadora de los Redonditos de Ricota) hoy ya no lo pienso ni lo siente y me río de mi facilismo adjudicador y de esa costumbre maniática que tienen los significados que hoy significan una cosa y mañana otra.
Cuando impulsado por los andá-a-pararlos huracanados vientos de la violencia crítica les daba duro a los Redondos, después cuando me agarraban los momentos de bajón, me dolía haber escrito notas contra los "buenos muchachos" de la banda, los musiqueros, etiquetando a la Negra como la mala del film.
La Negra Poly - cuyo negror tiene más que ver con el color de la tez de su alma- independientemente de sus acciones fue una presencia fuerte y clara en los momentos claves de mi vida para mi maldita suerte o para mi bendita desgracia.
Esa Negra que conocí hace casi una década en un bolichón de la calle Cangallo casi Callao y que siempre me consideró o me vió como un hombre en la acepción más mágica de esa estúpida palabra. Hasta en los momentos picos de odio mutuo (porque sin odio, ¿de qué pasiones hablamos?) la poly me hizo sentir la medida de una talla que probablemente yo no tenga, pero que tampoco cualquier gil que ande por ahí me demuestra fácilmente lo contrario, que en cuanto lo ves te das cuenta que el tipo es una zapatilla con carne crecida encima.
A Patricio Rey no le debo ninguna disculpa como nadie le debe nada a Cerdos & Peces, una y otra marcas registradas de proyecciones alienadas y engendradas con el más venenoso y sutil de los placeres, pero proyecciones al fin. Ni tampoco a los artistas, quienes -como nosotros los periodistas- están para recibir las caricias del aplauso o las cachetadas de la crítica.
Ni tampoco a los lectores que creyeron o formaron parte de uno u otro bando en esta estúpida disputa de la culturita (las verdaderas disputas tienen sangre y mucha y pasan en las calles, en los valles, en als guerras, en los laberintos de la mente, en los torbellinos de los oscuros odios que se ocultan en el misterio de la vida) porque siempre aconsejé recordar que estas palabras o cualesquiera otras que están saliendo de la máquina de escribir o cualquier otra las escupe mandinga o el virus del hipotálamo o las musas o el tarado de Enrique Symns que aburrido por no saber manejar pistolas se pone a boludear, pero de ninguna manera yo a vos.
A la Negra Poly más que una disculpa o retractación (mariconerías de los modales de club de golf de los poetas) le debo el dolor del olvido. Más allá de las miserias, de los resentimientos y probables envidias, de los influjos, más allá de ciertos criterios y diferencias que aún sostengo con Patricio Rey, más allá de toda esa huevada ella siempre estuvo ahí.
Con el culo en la calle peleando en el bar con 20 imbéciles cretinos para salvar a sarnosa fiera a punto de ir presa, con el duro culo que le permite bancarse el peor papel de la obra: el del malo, el del perseguidor, el del almacenero que hace los números, el que echa sobrebiamente equivocada o recibe con una errada humildad, malvadamente precisa o arbitrariamente pasional, eligiendo a veces con la mirada de la conveniencia que enseña la calle y otras con la pasión loca de una cabra bruja.
La calle, cualquier calle que quede lejos de tu jardín, una calle violenta o una calle gris te gasta la dulzura. Los arañazos del cariño te hacen esquivo. La mediocridad del mundo te hace odioso.
Por adopción, abandono, o decisión voluntaria el poder de Poly ha sido delegado y muchas veces confirmado por los integrantes de la banda.
En la mitología tebana (y creo que alguna vez lo he mencionado) el último dios engendrado por el panteón fue Goreg, el cerdo. Nació como el dios más despreciable cuando los dioses más poderosos y brillantes comenzaron a equivocarse. Goreg tenía que comerse sus errores para que ellos conservaran su incólume brillo. Pero Goreg pronto se convirtió secretamente en el más poderoso de los dioses cuando los maldijo: "Les exijo brillar! Cuidad lo que defequeis porque os lo haré comer nuevamente".
Amo a Goreg, el Cerdo y a esa niñez oculta en la fragilidad de una dura máscara. Creo que fue la última vez que nos vimos, al salir del Bar Británico (después de que Lalo Mir ofendiera mi estúpido eguito cuando me dijo que no había leído el reportaje que le hice, siendo que yo jamás escucho el programa que él transmite), cansado de esa implacable lucha que noche a noche se entablaba en ese bar y en cada encuentro, cuando salimos y la Negra me respiró un casi inaudible "gracias" en el oído, creo que fue ahí cuando me acordé de las botellas rotas, de las ventanas rotas; y un rato después en el bar Burroughs, Vera land me hizo recordar con más claridad esa magia que le brota a la Negra, y me hizo acordar que en este país había 5 personas que estaban conmigo y que la Negra era una.
Con toda la humildad de un soñador que sabe con alegría que todo esto es sólo un decorado de un náufrago que dibuja señales que ni él comprende, te recuerdo y te quiero como una gran amiga.
Aprovecho esta oportunidad para saludar a Carlos Polimeni que nos encontramos al otro día de ése día en un bar y nos disculpamos por si acaso la estupidez de nuestras palabras había herido u ofendido a la estupidez que habita en nuestro cráneo.
A una maravillosa señora que conocí en Valeria del Mar, le ofrezco las lágrimas que me salieron por un instante en este rato, usted es un ser maravilloso independientemente del rol de madre y yo la recuerdo con el respeto que me merecen las personas que son en serio y no como a cualquier madre ni tampoco como la madre de cualquier hijo.
Y ya que está para quedar bien con todo el mundo, a los muchachos del Sí de Clarín, que pueden irse a la reputísima madre que parió el misterio de este universo que jamás existió.
Symns sobre el Indio Solari: "Yo lo acusé de asesino"
Enrique Symns escribió esta nota en 2013 para el portal InfoJus Noticias, dónde vuelve a tocar el tema que marcó una época: el asesinato de Walter Bulacio y su ruptura con los Redonditos de Ricota
Así como hace cientos de años Roma terminó sus guerras y desapareció entre el populacho el interés apasionado y demencial por la muerte, dando fin a los juegos en los que morían más de un centenar de esclavos, hace 22 años, en nuestro país, también había desaparecido el crimen colectivo nacido antes de la última dictadura. Así que el asesinato de un chico llamado Walter Bulacio, secuestrado en un recital de rock y matado a golpes en una comisaría, provocó un shock social importante. El recital era de la banda de quienes en aquel entonces comenzaban a dejar de ser mis amigos pero que lo habían sido muy intensamente además de compañeros de escenario durante varios años. Los Redonditos de Ricota. A mí, como a muchos otros compañeros, ya me habían expulsado de la banda y apenas si me dejaban entrar a los recitales.
Uno de los últimos shows al que concurrí fue en el estadio de La Plata donde la policía actuó ferozmente. Gasearon a la gente y todos huimos, a excepción de Skay que se quedó solo en el escenario tocando un tema de Jimi Hendrix. Yo la pasé peor. El hijo de la Negra Poly, que era policía, me denunció y fui perseguido por las patotas azules buscando la cocaína que escondía. Logré escapar y esa noche sostuve una de las últimas charlas con el Indio. Ya había aroma a repudio a mi libertinaje lindante con la ilegalidad. Y mi siguiente editorial en mi revista "Cerdos y Peces" fue la declaración de guerra. Su título: "Den la alarma" y fue construída con frases de las canciones del Indio en las que se anunciaban malos tiempos para la banda.
Muy poco después -mi memoria extingue fechas y lugares- se produjo la muerte de Walter y una nueva nota que escribí cuyo título era "Carta abierta al Indio Solari."
Empujado por furiosos huracanes de mi mente, allí lo acusé de asesino. Lo mató un policía pero a ese repugnante tipo lo contrató la banda y siempre el que paga tiene más responsabilidad que el contratado. Yo concurría a las marchas y encontraba a Poly y Skay, quienes siempre tuvieron actitudes estratégicas ante los acontecimientos. Jamás los vi actuar espontáneamente. El Indio jamás fue a una marcha y ni siquiera aceptó la índole criminal de la muerte de Walter.
Fue una época equivocada para mi. La economía de la revista estaba basada mayoritariamente en los fans de los redonditos y cuando leyeron esas tremendas notas acusatorias dejaron de comprarla. No me importó. Nunca me importaron las ventas. Si, sufrí las heridas en la amistad. Ese dolor lo llevé conmigo durante casi una década hasta que nuevas miserias y atrocidades espirituales cometidos por mis ex amigos curaron ese dolor.
Yo no debí acusarlos. No era un juez ni un maldito policía, era un periodista. Es decir un reconstructor de escenas, un antropólogo de la vida cotidiana. Hoy en día casi todos los periodistas son policías, jueces, espías. No dudan de hacer espionaje, de acusar a sus enemigos, de violentar la intimidad de quienes execran. Personalmente no creo en la intimidad ya que oculta la privacidad de las más apestosas formas de vida. La intimidad es una intimación a lo público. Hasta lo que se hace en los baños debería ser público. La burguesía ama la privacidad porque allí ocultan la dicha inevitable que construyen con el dinero.
No me siento culpable ni me arrepiento de lo que hice, pero no puedo evitar remorderme. La culpa es una deuda que jamás podrá pagarse, el remordimiento es el recuerdo casi corporal de un daño cometido. Y lo que más repudio es haber atacado y herido a quienes habían sido mis mejores amigos.
En estas dos décadas transcurridas, el rock fue extinguiendo la llama de su pasión transformadora y todas las bandas, sin excepción, se dedicaron a acumular dinero utilizando los recitales como si fueran shoppings. En la base de todas las creencias (las religiosas especialmente pero también en la que se proyecta admiración a un artista) yace la idiotez y la ignorancia. La necesidad de tener creencias es la manifestación más espectacular del miedo. Miedo a la nada, a la orfandad, al abismo de la muerte, a la negrura del cosmos, a ese presagio de inexistir que yace en la raíz de toda existencia. El arte fue la creación más espectacular para evitar esa percepción del vacío.
Lo que sucedió en Cromagnón transformó la muerte de Bulacio en una anécdota casi frívola. Nunca fui tan amigo de Chabán como del Indio, sin embargo, desde el mismo día de la tragedia comencé a sentir una triste compasión por su destino. Descubrí que somos víctimas de nuestras ambiciones y que cuando éstas más se acrecientan, mayor es el peligro para nuestro ser. El Indio está cada día mas cerca de esas fauces y su público, ciego a la auténtica música es cada vez más parecido a las multitudes que concurrían a los circos romanos.
El arte y el deporte siempre fueron nuestros peores enemigos.
Hoy, el mundo ha desaparecido por completo y vivimos entre las nieblas que emanan sus fantasmas.
Adiós, Enrique
Por: Ricardo Ragendorfer @Ragendorfer
La Providencia, si es que existe, no suele ser generosa. Pero esta vez permitió que pudiera despedirme de Enrique Symns.
Fue en la tarde del 1 de marzo, cuando acudí con Andrea –el verdadero nombre de Vera Land, quien alguna vez había sido su compañera de vida y lugarteniente en la revista Cerdos & Peces– a un departamento del barrio de Almagro, donde él hacía rato permanecía encarcelado en una cama, ante un televisor, y al cuidado de una enfermera.
Nuestra llegada le produjo un ramalazo de alegría; un simple ramalazo, porque enseguida lo volvió a capturar la pesadumbre del hastío.
Ya poco quedaba de lo que Enrique había sido.
A las dos semanas, su vida se apagó como una vela al consumirse.
En este punto debo retroceder a una remota mañana otoñal de 1985.
Yo desayunaba en un bar situado en la esquina de Charcas y Anchorena. Y después del último sorbo de café, prendí un cigarrillo –en aquella época, el tabaquismo no tenía restricciones ambientales–. Entonces, desde la mesa de al lado, un tipo me pidió fuego. Era él. Lo reconocí porque su foto encabezaba los artículos que escribía en la revista El Porteño. Nos pusimos a conversar.
Entre otras generalidades, abordamos un asunto que por aquellos días merecía la atención de la prensa: el primer trasplante de un corazón artificial a un humano. Semejante monstruosidad nos impresionaba sobremanera. Y él me propuso escribir en ese mensuario algo al respecto.
Días después, tal texto fue publicado bajo el título: “Frankenstein tiene penas de corazón”.
A partir de ese momento –y siempre bajo su tutela– también escribí mis primeras crónicas policiales en la Cerdos & Peces (que aún era un suplemento de la revista creada por Gabriel Levinas, antes de independizarse).
Aún hoy creo que, de no haberme topado en esa mañana con Enrique, mi vida habría sido distinta, aunque no mejor.
Ahora sus obituarios insisten en que fue “el gran cronista del under”, “la pluma de la contracultura porteña”, “el Hunter Thompson criollo”, entre otros muchos lugares comunes. En cambio, para mí, fue el artífice de una aventura personal y periodística única e irrepetible, quizás la más maravillosa que me haya tocado protagonizar.
Bien vale una historia al respecto.
Cerrábamos el número de la Cerdos & Peces correspondiente a abril de 1987, cuando de pronto descubrimos que había dos páginas en blanco. Para llenarlas, improvisamos a las apuradas un manifiesto anti-papal, aprovechando el segundo viaje de Juan Pablo II al país.
Puesto que nos faltaba el remate del texto –redactado a cuatro manos–, no tuvimos mejor idea que convocar a una ficticia movilización en su repudio, especificando una fecha y hora.
Pues bien, llegado el día, cuando ya nos habíamos olvidado del tema, veo con Symns por la tele de un bar que en el centro había un gran revuelo: carros de asalto, gases lacrimógenos y corridas. ¡Era nuestra convocatoria!
Symns, azorado, repetía: “No puede ser… no puede ser”.
Aquella fue una de sus tantas epopeyas –diríase– involuntarias.
Acabo de hallar en mi archivo el número del semanario El Periodista, correspondiente al 3 de febrero de 1989. Allí hay un artículo con la siguiente volanta: “De la Cerdos & Peces a la sección policiales de un diario”. Su título: “Simplemente sangre”. Aludía a que ambos habíamos sido llamados para trabajar en el matutino Nuevo Sur, dirigido por el inolvidable Eduardo Luis Duhalde (una de las fotos que la ilustraron, de Julio Menajovsky, es la que acompaña este texto).
En nuestra inmensa ingenuidad, pensábamos que esas cuatro páginas de publicidad para el flamante matutino irían a deslumbrar a sus directivos. Pero no fue así: en razón a ciertos dichos nuestros no muy políticamente correctos, casi nos echan antes de que el primer número saliera a la calle.
Al final tampoco fue así. Y esa fue también una etapa sublime, al igual que tantas otras devoradas por las arenas del tiempo.
Lo que sí sobrevivió fue nuestro afecto, un sentimiento que perduraría a través de una interminable sucesión de hechos y circunstancias.
Es notable que nunca nos peleáramos; especialmente cuando muchos de sus seres más queridos terminaron convirtiéndose en sus enemigos.
Es que Enrique tenía un costado difícil, impregnado por cierta debilidad de espíritu que intentaba ocultar con su physique du rol de caballero andante. Pero no siempre le salía bien, cosechando así conflictos al por mayor. Y también solía espantar a quienes recién conocía.
Alguna vez, hablando al respecto con nuestro amigo Martín Pérez, dije: “Enrique encierra un conflicto diplomático en el momento de presentarlo a los demás. No hay una solución para eso. Solo sé que, ante quienes se espantan con él, uno siempre termina poniéndose a favor suyo, a pesar de que la razón no esté de su lado, y que únicamente lo hagas porque, desde una rebuscada interpretación de la justicia poética, es mejor que estar en su contra”.
Durante esa reciente visita con Andrea, en un momento ella le acarició un brazo; entonces su rostro esbozó un asombro casi infantil, y musitó:
–¡Qué suavidad!
Su voz había sonado como un suspiro.
Ahora recuerdo una de las últimas frases que él logró escribir (o dictar): “Cada tanto, desvío la mirada del televisor y observo mi ventana. Quizá, antes de dar el último parpadeo, me llegue desde tu calle el tam tam de unos viejos tambores guerreros anunciando el comienzo de la batalla final”.
Ojalá le haya sucedido eso.
Fotos: Julio Menajovsky y Diego Paruelo
Fuentes: Señales, Tiempo Argentino