lunes, 16 de enero de 2023

Carlos Gabetta, hacedor de una Redacción de grandes periodistas

Rosarino, fue director de El periodista, un faro de la prensa gráfica nacional de los 80. Su trabajo en la ciudad, la amistad con Cortázar, a quien acompañó en su regreso en 1983, y momentos salientes de su intensa vida
Carlos Gabetta, en el bar frente a parque Lezama que frecuenta todas las mañanas para leer los diarios. Allí conversó con La Capital
Por: Hernán Lascano
El impacto que producen eventos como la película Argentina, 1985, ganadora este martes del Globo de Oro, empujan la mirada hacia la compleja, convulsionada, eléctrica década del 80. En esa época llena de emociones por las expectativas de la apertura democrática y a la vez tan acechada por amenazas de poderes formales que la hacían pender de un hilo, hubo un periodismo que tuvo éxito comercial y gran calidad al jugarse muy fuerte contra las todavía muy condicionantes simpatías por los gobiernos totalitarios.

Uno de los medios que con más virtuosismo y compromiso afrontó ese tiempo de un optimismo exaltado fue El periodista de Buenos Aires, una revista semanal de contenido político, inmenso suceso de tirada que con frescura y profundidad renovó formas enunciativas de la prensa. A esa revista la dirigió Carlos Gabetta, un periodista rosarino con largo recorrido antes y después de esa experiencia. Un hombre que estuvo en el centro de la escena del oficio, que entrevistó a celebridades mundiales como Fidel Castro y García Márquez, y que trabajó con grandes de la crónica y el análisis.

Gabetta hoy vive frente al Parque Lezama en Buenos Aires. Tiene 79 años, un modo cantarino de hablar y estampa física espigada y envidiable. Se lo encuentra todas las mañanas en el bar Hipopótamo, de Brasil y Defensa, leyendo los diarios. La conversación ahí sale espontánea y mezclada. Empieza por Rosario, ciudad de la que se fue en 1974 por una oportunidad de trabajo. Para entonces vivía en Catamarca y Rodríguez, lo que para él empecinadamente es Pichincha. Su inicio como periodista fue a los 18 años con un artículo que mandó al diario La Tribuna y que todavía conserva en su casa. "Se llamaba El Turismo 62. Salió en diciembre del 61. Mi viejo tenía una agencia de publicidad y había hecho un suplemento de verano. Le dije que quería escribir y él se lo pasó a Víctor Mainetti, que dirigía el diario y lo metió como el editorial".

Después empezó a colaborar con La Tierra y Agro Nuestro, publicaciones de la Federación Agraria, y con los diarios La Tribuna y Crónica. Tuvo un programa con Rafael "Negro" Ielpi entre 1972 y 1974 que se llamó "La música y la gente" en la vieja LT2, sobre los altos del bar Imperial, en Corrientes y Santa Fe. Un envío donde se pasaban discos, a veces enteros, se hacían entrevistas y se abordaban temas de actualidad política y de cultura. Tenía mucha audiencia e iba de 14 a 16.
Una vez llegó a la ciudad para una obra teatral Aída Bortnik, dramaturga que años después se haría célebre como guionista de La historia oficial, primera película argentina en ganar el Oscar. "Le dijeron que para promocionar la obra tenía que ir a La Capital, a Canal 5 y venir a nuestro programa. El día señalado, una mujer nos miraba por largo rato fijamente del otro lado del estudio. Le preguntamos si era Aída Bortnik y dijo que sí. Cuando le preguntamos por qué se había quedado tanto tiempo del otro lado con esa actitud, nos dijo que para decidir si entraba o no quería saber cómo era el estilo del programa".

A Gabetta le pareció brusco ese inesperado examen y de alguna manera se lo hizo saber. La autora le contó entonces que acababa de tener una experiencia no del todo grata en Canal 5 en un programa muy ecléctico, según decía, donde, contaba, la empezó a entrevistar un cura (el padre Aparicio) y un conductor con gran energía (Raúl Granados) interrumpía la nota porque estaba la troupe del circo Real Madrid, que había llevado un mono al estudio. "Atención, viene el mono, viene el mono", gritaba Granados.
Conversación en París con Gabriel García Márquez, tras la obtención del Premio Nobel de Literatura del colombiano en 1982.

En 1974 se radicó en Buenos Aires. Ya militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores junto a su esposa, María Elena Amadío, que era historiadora, antropóloga y profesora en Filosofía de la UNR. No estaba Gabetta en el brazo armado sino en el Servicio de Inteligencia y debía trabajar en una revista del PRT que se llamó Discusión, en la que debía adoptar la cualidad de un periodista reaccionario. La revista captó interés porque en esa situación almorzó con Videla "antes del golpe, por supuesto".

Después llegó el quiebre del 24 de marzo de 1976. En la clandestinidad hubo una reunión del PRT en una quinta en Moreno junto a miembros de la conducción de otras fuerzas insurgentes como Tupamaros de Uruguay, el MIR de Chile y el ELN de Bolivia. Llegó la policía. Se produjo una desbandada y mataron a su compañera. "Me tiré al lado de ella, que me dijo 'andate Carlos’. Le tocaba las piernas, me parecía que estaba bien porque hablaba como si nada pasara. Pero le habían dado un balazo en la espalda. Saltamos un alambrado y ayudé a una compañera a pasar a su hijo de tres años por arriba del cerco. Pude escaparme y de ahí me fui al exilio".

Llegó a París, donde se puso a trabajar en un semanario llamado Politique Hebdo. "Era una revista de izquierda en donde el director y la señora que hacía la limpieza ganaban el mismo salario. Una compañera traducía mis artículos hasta que aprendí bien el idioma, porque a los exiliados la Alianza Francesa les daba un curso intensivo de cuatro horas diarias por tres meses". Al año hablaba correctamente. Después entró a trabajar en el servicio latinoamericano de France Press. "Ahí estuve hasta que ganó Alfonsín y me vine".

Al llegar nada más tuvo el histórico y protagónico privilegio de compartir con un amigo exiliado en París el regreso. Era Julio Cortázar, con quien se frecuentaba en París. Fue testigo de la mítica recorrida nocturna del escritor por la avenida Corrientes y del azorado descubrimiento que de él hacía la gente. Ese registro quedó en una crónica maravillosa que escribió cuando de casualidad se encontraron a la salida del cine. Los dos acababan de ver No habrá más penas ni olvido, película de Alfredo Aristarain, sobre el libro de un común amigo de ambos, Osvaldo Soriano. Era diciembre de 1983.
Comenzó meses después la aventura de El periodista de Buenos Aires, un faro del periodismo argentino, impresionante éxito editorial que se extendió desde 1984 a 1988. "Yo escribía en la revista Humor gracias a un contacto, Sergio Joselovsky, notas que no eran comprometidas políticamente. Con él escribimos después una serie que se llamó Miseria de la prensa del Proceso. Al inicio del alfonsinismo le propusimos con Osvaldo Soriano al director de Humor, Andrés Cascioli, hacer un semanario político. Y quedamos en hacerlo".

Soriano iba a ser el director y Gabetta el jefe de Redacción. "Cascioli cumplió un rol contra la dictadura que no le voy a negar. Pero era arbitrario y bravo de carácter. En la primera reunión lo trató mal a Soriano sin ninguna razón. Y el gordo se levantó y se fue. Yo atrás de él. Pero Soriano me convenció de que me quedara, porque él tenía otras opciones y yo recién llegaba de Francia".

Así lo hizo. Para comandar en los hechos un impresionante plantel de periodistas en una misma publicación: Osvaldo Soriano, José María Pasquini Durán, Horacio Verbitsky, Marcelo Zlotogwiazda, Rogelio García Lupo, María Seoane, Carlos Ulanovsky, Marcelo Figueras, Gabriela Cerrutti, Luis Majul. Con colaboradores notables como Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Bayer, Ricardo Piglia y David Viñas. Es difícil, en la actualidad, imaginar semejante torrente de talentos en un solo medio. A todos ellos los dirigió Gabetta en los hechos. Porque quien aparecía como director era Cascioli, un gran dibujante que no cumplía un rol periodístico.
Una rueda de café con el escritor Osvaldo Soriano, Raúl Alfonsín y el senador Hipólito Solari Yrigoyen

"Dirigir no era difícil porque eran todos profesionales excelentes, de gran sagacidad y mucho compromiso. Parado en la Redacción a veces miraba a ese plantel y no lo podía creer. Las reuniones de contenido eran inolvidables. El jefe de Política era Luis Sicilia; el de Economía Carlos Abalo; el de Cultura Carlos Alfieri. La revista era un éxito descomunal, llegó a vender 140 mil ejemplares por semana. Quisimos ampliarla y conseguí un inversor español, José Miguel Juárez, que compró el 51 por ciento de Ediciones de La Urraca. Juárez me colocó como director y Cascioli, que necesitaba la plata, aceptó".

"La línea editorial era de apoyo incondicional a la democracia, que era muy frágil. Todos los sectores políticos nos golpeaban. Los radicales que gobernaban decían que los atacábamos y nos cancelaban los avisos oficiales. La izquierda nos criticaba porque nos juzgaba pro alfonsinistas". En ese tiempo de emoción e incertidumbre El periodista publicó antes que nadie la lista con los nombres de los represores compilados por la Conadep e incluyó en ella al nuncio apostólico Pío Laghi como colaborador, lo que causó una tremenda reacción de sectores conservadores. En el siguiente número la revista ratificó lo publicado y anunció en tapa como respaldo: "No mentimos, no juzgamos: informamos"

La crisis económica que arrinconó al alfonsinismo se empezó a hacer sentir. En ese momento Gabetta conoció a la actriz española Charo López, que era furor en Argentina con obras en el teatro Cervantes junto a Víctor Laplace. José Miguel Juárez, inversor de La Urraca, tenía teatros en España y le debía dinero a Charo. "José Miguel tenía que mandar plata para la revista. Me dice desde Madrid: tengo que pagarle a una artista española que está trabajando en Argentina. Le deposito más aquí y que ella te dé la plata que cobra en Argentina".
Una entrevista con Fidel Castro en La Habana, a fines de los 80.  A la izquierda de Gabetta está su esposa de entonces, la actriz española Charo López

El empresario los presentó en Buenos Aires y fueron a cenar a Edelweiss. "Cuando terminamos José Miguel le dijo a Charo que la acompañaba. La miré y le dije a él que yo la acompañaba. Estuvimos casados cinco años. Renuncié a El periodista y me fui a vivir a Madrid, donde empecé a ser columnista del diario El País cuando lo dirigía Joaquín Estefanía". Para sintetizar una carrera muy larga: volvió a Buenos Aires y fundó y dirigió Le Monde Diplomatique en castellano. Y sigue publicando en Perfil y colaborando en radios del exterior.

"Veo con preocupación y angustia cierta declinación del periodismo. Veo mucha frivolidad y deterioro ético en el tratamiento informativo, en especial en televisión, donde el conductor de un programa al mismo tiempo vende publicidad. Si alguien ve que un periodista dice que tal dulce de leche es bueno, ¿por qué no pensar que le pueden poner plata para que defienda o lo ataque a alguien? Desde lo formal me parece inquietante. En Europa las grandes empresas periodísticas no se pueden permitir presionar a los periodistas, porque las audiencias las abandonan".

Las antinomias políticas también degradan el cometido profesional de los medios de una forma pocas veces vista. "Hoy el partidismo en la prensa es algo transparente. Pero es un reflejo de una gran desazón de época, donde por el devenir político nos alejamos de gente querida por mucho tiempo. Yo no soy kirchnerista. Y tampoco soy macrista. Pero eso se refleja secundariamente en mis actividades periodísticas. Postulo aquello en lo que no estoy de acuerdo pero no creo caer en fervores o fanatismos. He perdido amigos personales en estos últimos años porque no hay lugar para los matices. Y eso se ve en los medios. Los kirchneristas le toleran cualquier cosa a Página/12 y los liberales lo mismo a La Nación. ¿Cuál es el problema de reconocer lo que está bien y lo que está mal?"

Autor de más de una decena de libros, sigue escribiendo y aunque desconfía de la TV lo invitan cada tanto a algún programa. Y va. En uno en que discutían sobre jubilaciones tuvo un cruce con Javier Milei a quien tras escucharlo lo aludió como "el joven Martínez de Hoz", lo que derivó en un contrapunto distanciado de todo tecnicismo, por el que ahora sonríe.

De aquella redacción de El periodista destaca a alguno en especial. "Eran todos buenísimos. Pero mi mayor admiración estuvo con Tomás Eloy Martínez y Pajarito García Lupo. Costará encontrar talentos así".

Un encuentro con Cortázar a la salida del cine
El periodista Carlos Gabetta se frecuentaba con él en París. Y se cruzaron de casualidad en el último retorno del escritor a Buenos Aires, ante el fervor de la gente que lo descubría.
Gabetta y Cortázar, a la salida de un cine en Buenos Aires, en diciembre de 1983

Como su literatura, el regreso de Julio Cortázar al país tuvo un aliento de melancolía y de magia. El escritor no había retornado en una década. Pero algo de manera imprevista lo impulsó a volver el 28 de noviembre de 1983. Faltaban doce días para el final de la dictadura. El clima en las calles era de algarabía y la expectativa por el inicio de la vida democrática enorme.

Carlos Gabetta fue uno de los tantos sorprendidos por el retorno. Acaso más que muchos porque el periodista rosarino lo frecuentaba al escritor en París que vivía allí desde 1952. Ambos habían hablado una semana antes, los dos allí, donde Cortázar le había comentado que tenía ganas de volver "ahora que todo va cambiando" pero que tenía compromisos como jurado en el Festival de Cine de La Habana en diciembre.

Por eso el periodista se quedó perplejo cuando una noche de inicios de diciembre, al salir de ver la misma película en el cine, quedaron por casualidad uno frente al otro. Lo contó un año después en una crónica muy emotiva en El periodista. Ese encuentro fue el 6 de diciembre de 1983. Cuatro días después asumía Alfonsín la presidencia. Lo que sigue es un tramo de esa vivencia en la crónica.

"Charlábamos en la vereda, mientras él esperaba a Jacques Deprés, el corresponsal de Le Monde, a quien había prometido una entrevista. Y de pronto, empezó a pasar frente a nosotros una manifestación por los derechos humanos. Unas seiscientas u ochocientas personas, en su mayoría jóvenes. Un fotógrafo lo reconoció y disparó su flash; alguien gritó: "¡Ahí está Cortázar!" y ya no hubo manifestación, sino un tumulto a su alrededor. "¿Viniste a quedarte, Julio", "Gracias Julio, gracias por todo", le decían chicos que tenían diez años cuando él pudo visitar la Argentina por penúltima vez en 1973, y que empezaron con la literatura y la política mientras sus libros y él mismo estaban prohibidos.

"Yo quería ser la Maga, u Oliveira, o Cronopio", decían los ya no tan jóvenes. Muchos se dispersaron por las librerías siempre abiertas de calle Corrientes y volvieron con sus libros agitando lapiceros y hasta hubo alguien –que se presentó como "el quiosquero de enfrente"– que ante la exclamación de Julio, "pero che, éste es de Carlos Fuentes", respondió "perdone Julio, es ya no quedaba ni uno suyo…".

Luego ambos fueron a un bar. "Julio estaba emocionado, agitado. Y entonces llegó hasta nosotros, esquivando las mesas como una mariposa, una mujer de unos dieciocho años que le estiró un ramo de jazmines, balbuceó algo ininteligible y se esfumó entre rubores. Julio se quedó un rato con el ramo en las manos, la cabeza gacha. Luego lo acercó a su nariz, aspiró y nos tendió las flores con una expresión de maravilla. "Huelan esto... jazmines del país. Con esta fragancia, no existen en ninguna otra parte". Lo acompañé hasta su hotel a las dos de la mañana, atravesando solitarias calles de Buenos Aires. Luego de despedirnos en la puerta, lo vi dirigirse hacia el ascensor. Estaba visiblemente cansado, pero feliz, y llevaba en las manos el ramo de jazmines".

Cortázar estuvo en Buenos Aires apenas ocho días. Murió en Paris el 12 de febrero de 1984, a tres meses de ese encuentro, que ni Gabetta ni la gente que caminaba al descubrirlo supieron que sería el último.
Fuente: Diario La Capital

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