lunes, 23 de enero de 2023

Adaptan "López Rega, el Peronismo y la Triple A", será un thriller de suspenso y acción

Una historia sobre los cruentos años setenta en el país tomará forma de audiovisual tras la reciente adquisición por parte de las empresas 360 Powwow y Sinapsis Producción de los derechos del éxito editorial de Marcelo Larraquy, López Rega, el Peronismo y la Triple A, publicado por primera vez en 2004 en Argentina y en 2019 en España.

La obra se centra en la figura de José López Rega, político argentino que murió en la cárcel a los 72 años de edad mientras cumplía prisión preventiva a la espera del juicio por asociación ilícita, secuestro y homicidio en el marco de los juicios a los responsables del terrorismo de estado argentino. Apodado "El Brujo" por sus adversarios y "Lopecito" por el general Perón, López Rega fue un personaje oscuro e intrigante que llegó a convertirse en el hombre más poderoso de Argentina.

Las dos productoras han anunciado que la investigación y documentación reunida "López Rega, el Peronismo y la Triple A" será la base para la creación de un formato híbrido que combinará ficción y documental. Los guionistas a cargo de la adaptación audiovisual serán Andrés Gelós y Natacha Caravia, guionistas que participaron en "Iosi, el espía arrepentido", serie de ficción de Prime Video creada por Daniel Burman.

La adaptación del libro tendrá un tono de «thriller de suspenso y acción» y mostrará el clima de violencia, las alianzas, las persecuciones, bombardeos y otros mecanismos del terror parapolicial. También profundizará en la mente de este criminal, que, como cuenta Larraquy en su libro: «Cuando Perón murió en 1974, lo aferró de los tobillos y le sacudía las piernas al grito de "No te vayas, Faraón".»

360 Powwow y Sinapsis Producción abordarán la parte documental con el testimonio de los pocos testigos vivos de esa época, quienes estuvieron con López Rega en los comienzos en Puerta de Hierro y hasta su muerte en prisión.

Mientras se desarrolla esta adaptación audiovisual, 360 Powwow está terminando en paralelo el rodaje en Miami de la primera serie original para televisión escrita por María Dueñas ("El tiempo entre costuras" y "Las hijas del Capitán"), titulada "Los Artistas", un original de Vix+. Por su parte, Sinapsis Producción lanzará en 2023 un nuevo formato de "La Hora Exacta", ciclo de entretenimiento y documental que emite Canal 9, al mismo tiempo que se encuentra en pleno rodaje del piloto de "Mujeres en el poder", un factual documental que cuenta la experiencia de distintas mujeres que han tenido que afrontar puestos de liderazgo y responsabilidad en Latinoamérica.

Sobre el libro original
Vida de José López Rega, un anónimo policía retirado al servicio del matrimonio de Juan Domingo Perón e Isabel Martínez, que terminó influyendo en el destino de la Argentina en los años setenta, con la gestación de la organización paraestatal Triple A durante el tercer gobierno peronista. Más de dos mil muertos, en crímenes todavía impunes, fueron el antecedente del terrorismo de Estado de la dictadura militar que usurpó el poder en 1976.

Este libro puede leerse como la clásica biografía de un personaje oscuro, menor, al que los acontecimientos históricos le dieron dimensión política. José López Rega empieza a gravitar en la vida de los argentinos en 1966, cuando ingresa al servicio doméstico del matrimonio de Juan Perón e Isabel Martínez; por eso, a la vez, es una historia íntima de Perón. En esta notable investigación, Marcelo Larraquy profundiza además en las circunstancias que originaron la violencia durante el tercer gobierno peronista (1973-1976), de la cual la Triple A comandada por "el Brujo" fue brazo ejecutor, y que fue el preludio de la feroz represión desplegada por la dictadura.

Este intenso trabajo de reelaboración actualiza una obra necesaria para comprender no sólo qué se discute hoy sobre los años setenta, sino también la naturaleza de las disputas en el interior del aparato justicialista.
López Rega. El peronismo y la Triple A
Por: Marcelo Larraquy

A la memoria de mi padres.

A mis hijos.

Prólogo
Perón, López Rega y la sombra del terror
Este libro puede leerse como una historia de vida. La biografía clásica, tradicional, de un personaje que hasta sus cincuenta años quizá no hubiera merecido una indagación particular, pero por la singularidad de los acontecimientos posteriores que protagonizó alcanzó una dimensión histórica.

Cuando José López Rega trascendió su microcosmos individual —las calles de Villa Urquiza, el club de su barrio, su prematura jubilación policial, su apagado matrimonio—, y en forma imprevista comenzó a participar del universo peronista, su figura adquirió una connotación inédita en la política argentina.

El punto de partida para este cambio podría enmarcarse en las tareas domésticas y operativas que emprendió en la residencia de Puerta de Hierro al servicio del matrimonio de Juan Perón e Isabel Martínez de Perón desde mediados de 1966.

Isabel había conocido a López Rega en un encuentro político, lo convirtió en su secretario y decidió llevarlo a Madrid, después de compartir con él una gira de diez meses por la Argentina.

Pero este libro excede la traza biográfica de López Rega. Puede leerse también como una historia íntima y personal de Perón. En los capítulos de su exilio, que se suceden de manera paralela al relato de vida de su entonces mayordomo, se revela su incómodo trasiego por Panamá, Venezuela, República Dominicana y España, luego de que fuera despojado del poder en el golpe de Estado de 1955. El encuentro con Isabel en un balneario, su casamiento en secreto luego de años de convivencia —que le permitiera restablecer relaciones con el Vaticano— y su indeclinable voluntad de conducir el Movimiento Peronista y enfrentar el régimen que lo había proscripto formaron parte de esta etapa.

Un tercer sustrato de lectura de este libro es la historia argentina. Después del golpe de Estado de 1955, el poder de las Fuerzas Armadas, que ya se alineaba a Estados Unidos en el enfrentamiento Este-Oeste, continuó instaurado por encima del sistema político partidario, adjudicándose la potestad de interrumpir por la fuerza mandatos constitucionales.

Sus consecuencias inmediatas fueron las acciones de la resistencia peronista, la emergencia de las formaciones guerrilleras, las rebeliones populares y la presión obrera, social y luego política sobre los gobiernos militares, en reclamo de elecciones libres y sin proscripciones, y también de proyectos políticos más radicalizados.

La expectativa que generó el posible retorno de Perón provocó una masiva movilización popular, protagonizada por una generación juvenil que luchaba en contra del modelo cultural y económico del capitalismo, como también sucedía en Latinoamérica y Europa.

Perón regresó tras diecisiete años de prohibición. Sin embargo, aún antes de que ganara las elecciones en septiembre de 1973 y asumiera su tercer gobierno —luego de los breves ejercicios presidenciales de Héctor Cámpora y Raúl Lastiri—, el conflicto ideológico interno ya estaba instalado en el peronismo. Terminaría por partirlo en dos. Éste sería un detonante concluyente para la frustración política de su gobierno.

Tras su muerte, lo sucedió su esposa, la vicepresidenta Isabel Perón, quien buscó el respaldo de su secretario y ministro López Rega, por encima del Movimiento Peronista y de las instituciones políticas y judiciales. Con la firma de los decretos para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, y la delegación de la represión de la guerrilla a las Fuerzas Armadas, su gobierno fue conduciendo en forma inexorable al golpe de Estado de 1976.

Cuando comencé a trabajar en la investigación para este libro, López Rega era percibido como un personaje exógeno al peronismo, un fantasma que había sobrevolado el país, una pesadilla pasajera. Su intervención en el poder se explicaba por la influencia esotérica sobre Isabel y por la vejez y caída en salud de Perón. Era un accidente en la historia. López Rega había aprovechado un momento único para encumbrarse en el poder del Estado.

Este relato autocomplaciente para el Partido Justicialista y la memoria de Perón funcionó con eficacia hasta bien entrado el siglo XXI; luego, parcialmente, se fueron percibiendo sus fisuras.

En parte su perdurabilidad fue favorecida por la decisión de Raúl Alfonsín de establecer un armazón jurídico que instituyó la inculpación penal sobre los crímenes de la dictadura militar a partir del 24 de marzo de 1976. Por lo tanto, la persecución clandestina del terrorismo paraestatal en el período democrático 1973-1976 quedó exenta de juzgamiento.

Alfonsín temía que si se investigaban los miles de crímenes y desapariciones durante el gobierno justicialista, se indagaría sobre la responsabilidad de sus dirigentes, y entre ellos, Isabel Perón, que ya vivía en Madrid, y de los caudillos sindicales, que en la década de los ochenta dominaban el aparato político del partido.

Cuando empecé a interesarme por su historia, en el año 2001, López Rega estaba muerto, las causas judiciales que lo habían involucrado habían sido archivadas —estaban guardadas en la alcaldía de los tribunales federales por falta de espacio—, y los crímenes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) estaban prescriptos.

Por otra parte, los juicios a militares también habían sido cerrados por las sucesivas leyes de Punto Final, Obediencia Debida y el indulto, excepto para los casos de robos de bebés nacidos en cautiverio.

Más allá del marco jurídico, la revisión del período 1973-1976 no representaba un tema de interés para la actualidad periodística, el debate político o histórico. Al peronismo no le interesaba revisar sus responsabilidades. Prefería que esa época quedara como un recuerdo doloroso pero definitivamente cerrado.

La producción bibliográfica en torno a López Rega tampoco había sido abundante.

Recuerdo tres libros: López Rega. La cara oscura de Perón, de José Pablo Feinmann; Historia de la Triple A, de Horacio Paino; y La Triple A, de Ignacio González Jansen. También había un artículo de Tomás Eloy Martínez, Ascenso, triunfo, decadencia y derrota de José López Rega, publicado en La Opinión al momento de su fuga del país, en julio de 1975, que se destacaba entre muchos otros. Pero no existía una biografía exhaustiva que uniera el relato de vida de López Rega con el acontecimiento político. Faltaba el marco, los elementos de enlace con el justicialismo que participaban en la trama, y que permitieran entender la lógica por la cual aquel mayordomo de Perón pudo haber conducido una organización de terror paraestatal, sin que existiera un contrapeso desde el gobierno o las instituciones judiciales para denunciarlo o detener su accionar.

Por muchos años, el vacío de información sobre López Rega sólo se cubrió con adjetivos. “Nefasto personaje” y “brujo” eran los más usuales, aunque resultaban insuficientes como explicación.

Con el tiempo entendería que la demonización del personaje era la coartada ideal para omitir las responsabilidades de Perón, Isabel y el Movimiento Justicialista sobre la represión ilegal.

Los primeros pasos que di para exhumar la historia personal de López Rega fueron en el club Social y Deportivo El Tábano, en el barrio de Saavedra, una tarde de enero de 2002. En el comedor del club encontré a personas que lo habían conocido cuando eran niños. Ya habían pasado casi setenta años. Recordaban el respeto que generaba su uniforme policial cuando caminaba las calles. En el barrio también seguía en actividad el Conservatorio Donizetti, con el mismo profesor que le había dado clases de repertorio, cuando López Rega soñaba con ser tenor lírico. Después la ruta de entrevistas me llevó a Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes, a la casa de la calle Rivadavia donde había vivido su maestra espiritual Victoria Montero, que López Rega visitó por primera vez en la Navidad de 1951.

A lo largo de casi tres años de investigación me propuse abrir todas las puertas posibles. Como había poco material publicado, todo lo que encontraba resultaba una novedad, aún cuando la temática y el acceso a la información fueran diversificados.

Algunas mañanas iba al departamento de Roberto Di Chiara a mirar las cintas de los reportajes televisivos a López Rega que proyectaba en una pared. Me interesaba observar el tipo de preguntas, la gestualidad, la formulación de sus respuestas, la recepción de lo que decía en actos oficiales. En esa época no existía una plataforma para compartir videos en internet y sólo los contados archivos fílmicos, además de las entrevistas orales, permitían sacar al personaje de la letra impresa.

También trabajé sobre su bibliografía como autor. Para tratar de entender los significados de la producción literaria de López Rega —que había escrito una obra de teatro—, tomé clases de esoterismo con un profesor en ciencias ocultas, que me permitió una comprensión más adecuada de sus textos. A su vez, la conversación con un dirigente de una agrupación gremial del Ministerio de Bienestar Social me ayudó a reconstruir los movimientos de su custodia y los elementos que permitían deducir la gestación de las acciones clandestinas, mientras sobre la superficie, en los pasillos y las oficinas, se desarrollaban las tareas más corrientes de la burocracia estatal.

Fue un trabajo progresivo sobre distintas esferas. En 2002 tuve la oportunidad de viajar a Washington para examinar los cables que los embajadores norteamericanos en la Argentina enviaron al Departamento de Estado durante más de dos décadas. Para entonces, los pedidos se solicitaban a la agencia National Security Archive, pero las respuestas demoraban meses y en general requerían más especificaciones. El acceso directo a los archivos de la agencia en la Universidad de Georgetown, durante una semana, me facilitó la tarea. También me resultó útil una semana de trabajo en la biblioteca del Parlamento italiano, en Roma, para seleccionar y fotocopiar los interrogatorios de la Commissione parlamentare d’inchiesta sulla loggia massonica Propaganda Due, conocida como Commissione P2, para recabar información sobre la conexión argentina. La P2, además de tener a López Rega entre sus miembros, había infiltrado a funcionarios del tercer gobierno de Perón. En Madrid, donde Perón e Isabel habían vivido trece años y López Rega siete, visité los archivos de El País y ABC. Perón tenía varios sobres con cables, artículos y reportajes de diarios y revistas. En aquella época internet tenía pocos años. Los archivos no estaban digitalizados. Las búsquedas eran más artesanales. Me acuerdo de que una tarde, en un sobre, encontré un reportaje a la mucama de Perón y de Isabel, Rosario Álvarez Espinosa, que relataba casi un cuarto de siglo al lado del General, desde el primer encuentro en 1960 hasta el día de su muerte, el 1° de julio de 1974.

Busqué el nombre en la guía de teléfonos de su pueblo, en Antequera, en el sur de España, y la llamé durante varios días, sin respuesta. Una tarde casi por azar atendió su vecina, que estaba de visita. Le expliqué mi interés por Rosario y aceptó que fuera a su casa la semana siguiente. Ya iba a tener los audífonos que había encargado.

Pasé la mañana y parte de la tarde con ella, acompañada por un hijo y su vecina; en un momento trajo un sobre de su armario. Eran algunos cuadernos que había escrito durante el tiempo que había estado junto a Perón e Isabel. Relataba anécdotas desde el momento en que los había conocido en el hotel de Torremolinos, donde trabajaba de mucama, y continuaba contando historias de Puerta de Hierro, la quinta de Olivos, la residencia presidencial de Neuquén y la base naval donde permaneció como detenida voluntaria junto a Isabel Perón, sólo por su intención de acompañarla. Me dijo que usara lo que necesitara. Fui a una librería de Antequera, los fotocopié y se los devolví.

El recorte que consideré más relevante para entender a López Rega también estaba guardado en un sobre de archivo. Era una nota publicada en La Opinión del 2 de octubre de 1973, y comentaba la redacción del documento del Partido Justicialista, que significaría el punto de partida para la represión ilegal.

El documento, firmado por Perón y distintos mandatarios provinciales, describía el nuevo escenario político: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la forma alevosa de su realización marca el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y nuestros dirigentes”. Quien rehuyera su colaboración, se advertía, “queda separado del Movimiento”.

Veinte días después estallaba la primera bomba firmada por la organización terrorista paraestatal Triple A contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen.

El documento habilitó la represión clandestina, con el uso del Estado y de organismos del Movimiento, que se extendería y profundizaría a partir del Estado terrorista de 1976.

Después de la publicación original de este libro hubo distintos aportes a la investigación de la represión ilegal.

Elegí mencionar los tres que me parecieron más relevantes: la tesis de Maestría en Historia de Hernán Merele, La “depuración” ideológica del peronismo en General Sarmiento (1973-1974) —Universidad Nacional de General Sarmiento—, que avanzó sobre la incidencia del documento reservado del Movimiento Justicialista a partir de la muerte de Antonio “Tito” Deleroni, un abogado defensor de presos políticos y militante del peronismo de base, el 27 de noviembre de 1973.

El caso permitió determinar que la lucha contra “la infiltración marxista en el Movimiento” no tuvo un mando centralizado y se extendió en territorios locales, según sus propias características y sus enemigos internos. La “depuración interna” tenía permiso de impunidad.

Deleroni fue ultimado junto a su esposa Nélida Arana en el andén de la estación ferroviaria de San Miguel, en el conurbano bonaerense. Un efectivo de la Policía Federal, en franco de servicio, persiguió y detuvo a uno de los agresores, mientras los otros escaparon.

En su declaración ante el juez, Julio Ricardo Villanueva afirmó que integraba el “Servicio de Inteligencia Peronista (SIP)” y cumplía las directivas de “depurar marxistas”, surgidas del “Documento Reservado” del Consejo Superior Peronista.

Uno de los domicilios en Capital Federal que Villanueva declaró a la justicia era la sede de la Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Justicialista, que dependía del Consejo Superior Peronista y estaba vinculada a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).

Un artículo de La Opinión del 28 de septiembre ya registraba la fricción entre el Ministerio del Interior y la Policía Federal sobre el modo de afrontarse atentados como el de Rucci, que acababa de ejecutarse. El Ministerio del Interior aseguraba que debía recurrirse a los organismos de seguridad, y “en ningún caso a las Fuerzas Armadas”. El jefe de la Policía Federal, general Miguel Ángel Iñíguez, afirmaba, en cambio, que “la prevención debía hacerse con los mecanismos de seguridad que se han ido forjando en el propio seno del Movimiento”. Es decir, en el marco de la “depuración ideológica”, la represión clandestina contra el “infiltrado” comenzaba a gestarse desde el interior del Movimiento y no desde la legalidad institucional.

Otro libro publicado en 2012 —Un enemigo para la Nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976, de la historiadora Marina Franco— detalló la creación de la normativa represiva bajo el fundamento de “preservar” la Nación y las instituciones amenazadas por la “subversión marxista”. La investigación prueba cómo la legislación recortó en forma progresiva las libertades individuales y de expresión, la libre circulación de ideas políticas en la democracia y las facultades del Estado de Derecho, hasta conducir al establecimiento del Estado de Sitio durante el gobierno de Isabel Perón.

En la misma línea de revisión del período 1973-1976, el escritor Sergio Bufano y la politóloga Lucrecia Teixidó sustrajeron de la escena a la figura de López Rega en relación con la Triple A, y desarrollaron y analizaron el discurso de Perón y sus decisiones administrativas y legislativas, operadas en consonancia con los grupos paraestatales que participaron en acciones armadas. El libro Perón y la Triple A. Las 20 advertencias a Montoneros permite configurar un andamiaje interpretativo que demuestra que el Estado —durante ese período— se involucró en una violencia descarnada, “no supo —o no quiso— ajustarse a la ley” y aceptó con beneplácito la metodología clandestina de represión.

Hoy, junto a estas y otras contribuciones historiográficas, López Rega. El peronismo y la Triple A forma parte de la discusión política y periodística para el conocimiento de una etapa trágica y dolorosa que es necesario no olvidar.

Buenos Aires, julio de 2018

Cumbres de lo sublime
Hacia fines de la década de los treinta, José López era uno más de los anónimos muchachos que jugaban a las barajas en el club El Tábano. En ese tiempo no tenía apuro por llegar a ningún lado y nada le interesaba tanto como indagar en las cuestiones del espíritu. Su padre, Juan López, era un inmigrante español que se había ganado la vida en Buenos Aires conduciendo un taxímetro, un viejo Buick negro. A su madre, Rosa Rega, no llegó a conocerla. Murió el 17 de octubre de 1916, en el mismo momento en que lo estaba pariendo.

Los primeros cincuenta años de su vida, López los vivió en la casa familiar de Guayra 3761, del barrio de Villa Urquiza. Pasó la infancia y buena parte de la primera adolescencia intentando sobrellevar la ausencia de su madre y jugando con cualquier bicho que apareciera bajo la tierra. Allí, en el patio de la casa, formaba ejércitos de soldados en miniatura y les daba instrucciones a los generales. Siempre recordaría que en esas tardes aprendió los significados de la soledad. Sin embargo, no podía entender quién era, de dónde había venido y hacia dónde iba. Esas cuestiones lo inquietaban. Su padre no sabría ayudarlo a develar esos misterios, pero cada tanto lo llevaba a un boliche de Congreso y Estomba para que lo acompañara, y eso resultaba, en parte, aliviador.

López cursó su educación primaria en el colegio José Félix de Azara. Muchos años más tarde, cuando, trabajosamente para él y sorpresivamente para todos, se convirtió en el secretario privado del general Juan Domingo Perón en sus tiempos de exilio y tuvo que presentar un pasado a la altura de ese cargo, se las ingenió para inventarse un paso por la educación media en el English Higher Grade School, un colegio inglés de Belgrano cuyas matrículas nunca lo registraron. Por ese motivo, cuando ya era considerado un brutal asesino que había atravesado como un fantasma la historia argentina, fue largamente ridiculizado.

En su primera juventud, ya se movía por las calles con cierto ingenio. Junto con tres amigos solía jugar al polo en un potrero de la Avenida del Tejar, casi llegando al barrio de Núñez. A falta de caballos, montaban sus bicicletas, usaban palos de escoba y golpeaban una pelota número cinco. Luego, el fútbol lo acercó a River Plate. Según comentaba a sus amigos, llegó a integrar la tercera especial de ese club cuando tenía 19 años. Jugaba los sábados por la mañana; era la época en que Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno componían la dupla goleadora de la Primera División.

Cuando su carrera futbolística se agotó, López tuvo su primer trabajo en Cofia SA, una tintorería que dependía de la textil Sedalana y estaba ubicada a tres cuadras de su casa. Era una fábrica de capitales alemanes. En Sedalana, se desempeñaba como peón y se dedicaba a teñir telas con anilina. El registro de personal de la empresa, que cerró en 1996, indica que sólo trabajó un año. Después se volcó a un emprendimiento más artesanal. Se asoció con otro muchacho del barrio, Oscar Maseda, y con un primo de éste, Justo Kende, para fabricar bijouterie —anillos, pulseras, aros— para mujeres. Salía a venderlas con un muestrario a clientas del vecindario o a pequeñas tiendas.

López había llevado una vida sin rumbo definido hasta que conoció a los Maseda, quienes durante muchos años fueron un parámetro importante de sus vínculos afectivos. En esa casa de la calle Melián, ubicada a dos cuadras de la suya, fue recibido como un hijo.

El matrimonio Maseda provenía de España y crió a sus seis vástagos, tres mujeres y tres varones, en la Argentina. Don Julio Maseda trabajó en Obras Sanitarias y en su tiempo libre construyó un mateo cubierto con un toldo de lona con el que los fines de semana paseaba familias por la zona de Palermo. También había creado un aparato para fabricar ladrillos a base de cenizas. Se daba maña con los inventos. En cambio, su hijo Oscar era hábil con las artesanías, mientras que José tenía empleo en Luz y Fuerza; el tercer varón, Roberto, trabajaba en Obras Sanitarias, aunque lo suyo era el fútbol. Llegó a jugar en Olimpo de Bahía Blanca y en la Primera División de El Porvenir. Tenía futuro, pero en un partido que definía el campeonato, contra Gimnasia y Esgrima, se dio cuenta de que sus compañeros estaban jugando a menos y se peleó contra todo lo que vio a su paso. La suspensión lo dejó fuera del fútbol profesional.

Los sábados y domingos, López pasaba por la casa de los Maseda a comer un asado o compartir un plato de fideos. Después se anotaba para jugar al fútbol con ellos. Junto con otro grupo de muchachos formó un equipo que se llamaba Juventud, con el que enfrentaban a todos los clubes del barrio: a Pinocho, a Tren Mixto, a Lumington, a quien fuera. López ocupaba el puesto de half derecho y era temido por los adversarios: pegaba que daba miedo. Algunos domingos, cuando jugaban en un terreno de la calle Mayol, los Maseda aprovechaban para completar la tarde yendo a la cancha de Platense, pero López ya no los seguía. Prefería volver a su casa y encerrarse a leer. Tenía una biblioteca que cubría toda una pared. En su máquina de escribir, con sólo los dos dedos ágiles de cada mano, tipeaba en largas cuartillas de papel sus reflexiones sobre los mundos espirituales. Nadie, ni los Maseda ni su padre, podían acompañarlo en esa búsqueda de conocimiento.

López empezó a frecuentar El Tábano por impulso de Roberto Maseda, que integraba la comisión directiva y pasaba noches enteras en el salón del club. El Tábano era un lugar de encuentro social. Fundado en el año treinta en una casa alquilada sobre la calle Melián casi esquina Iberá, el club contaba con salón para pista de baile, cancha de básquet y de bochas, buffet, sapo, billar y una oficina administrativa. Después del trabajo, muchos obreros de Sedalana tenían el hábito de ir a tomar un vermouth y perder el tiempo con las barajas.

Los sábados por la noche el club era una gloria. Sonaban las orquestas típicas más apreciadas del momento, D’Arienzo, Basso, Troilo, cantaba Jorge Casal, y las chicas del barrio y las señoras de cierta edad, viudas y casadas, sacaban a relucir lo mejor del armario para bailar el tango. El crédito de la zona era Roberto Goyeneche, al que llamaban “Polaco”, y que vivía sobre Melián, a la vuelta de la casa de López. Goyeneche inició su carrera artística en El Tábano con la orquesta Celestino, compuesta por unos muchachos de la calle Quesada, todos músicos.

Fue en El Tábano donde, azuzado por Roberto Maseda, se supo que López tenía vocación por el bel canto. Pero no se vestía de frac ni cantaba los sábados, ni tampoco se ocupaba de contratar orquestas, como alguna vez se dijo. Los domingos a la noche, si la mesa no era muy larga, improvisaba algunas arias a capella, sin exceder los límites de su ánimo reservado. Sabía acometer tangos y boleros a pedido, tanto como canciones españolas o italianas, pero lo que más le gustaba era la lírica. A veces un bandoneonista ciego, Alejandro Fiorito, lo acompañaba con algunas melodías. López, decían en la mesa, tenía la voz de un jilguero y hasta sabía imitar el sonido de las aves. Aprovechando la llegada de los monjes capuchinos, que se instalaron en la iglesia Santa María de los Ángeles, justo en la esquina de su casa, soñó con ser el tenor que cantara el “Ave María” en las ceremonias nupciales.

Muchos años más tarde, cuando quiso legitimar su espacio y su propia historia dentro de las filas del peronismo, López lanzó la versión de que a fines de los años treinta había estudiado guitarra y canto con Aurelia Tizón, y que ella le había presentado a su marido, el coronel Perón, antes de que éste fuera nombrado agregado militar en Chile. Con ese argumento podía armar una figura perfecta: había sido un hombre querido por las tres mujeres de Perón: Aurelia, Evita e Isabel.1

En aquellos años juveniles López no se mostraba interesado en profundizar otras relaciones que fuesen más allá de los Maseda y de algunos pocos conocidos del barrio. Era un muchacho educado, cuidadoso en los modales y respetuoso en el trato, pero introvertido. Un día debió dejar de lado esa natural timidez. En una vulgar discusión de barajas en El Tábano, un adversario puso en duda su hombría. López se puso de pie, se abrió la bragueta, se valió de las dos manos para dejar al aire todo lo que guardaba dentro de su pantalón y lo depositó, manso y pesado, sobre la mesa. La barra quedó pudorosamente conmovida con ese gesto. López estaba bien armado, con un miembro de dimensiones extraordinarias. No había duda de que, de todos los presentes, era el que la tenía más larga.

López tuvo su primera novia en la casa de los Maseda. Josefa era la mayor de las tres hermanas. Regordeta, de ojos chispeantes y baja estatura, ocupaba un puesto de tejedora en la fábrica de Sedalana, en tanto que Lucrecia y “Chocha” trabajaban como obreras en la textil Campomar. Es probable que Josefa haya sido la primera mujer que López tuvo a mano y que no le costara mucho cautivarla. Impulsada por el rápido consenso familiar, Josefa se convirtió en su novia y, pocos años después, en su esposa. Se casaron el 19 de junio de 1943. Él tenía 26 años y ella 25. Organizaron una fiesta acorde con sus posibilidades: en el salón El Caballito Blanco de Cramer y Monroe, con invitados de la familia, algunos amigos, y cuatro músicos que pusieron sus instrumentos —dos bandoneones, un violín y una batería— para amenizar la fiesta. Por aquellos años, el matrimonio se concedía algunos paseos por el centro de la ciudad, que incluían funciones en el teatro Avenida, pero en términos generales no se movían del barrio.

López llevó a vivir a Josefa a una habitación del fondo de la casa de su padre, a quien consumía la diabetes. Unos años más tarde, para detener el mal, le cortarían una pierna. Para maximizar sus ingresos, López, además de vender bijouterie, empezó a tallar figuras sobre planchas de cobre, que representaban a una persona o un objeto. Los Maseda consideraban magníficas esas creaciones. Su obra favorita era un plato de cobre con la efigie del general Perón, que enmarcó sobre yeso y colgó en el comedor de su casa.

Los ingresos continuaron siendo escasos. López no tenía trabajo estable y tampoco perspectivas. El matrimonio no funcionaba como se esperaba. Además, Josefa empezó a tener problemas en la cadera. Algunos muchachos de El Tábano de lengua fácil atribuyeron esa dolencia a algún mal movimiento de López realizado al calor de los primeros meses de matrimonio. Pero Josefa persistiría con el problema toda su vida, y habría sido ella la que le reclamaría a López por el incumplimiento de sus obligaciones maritales.2

La solución para López, como para muchos muchachos porteños que sufrían la falta de empleo estable, fue enrolarse en la policía, cuyos únicos requisitos de ingreso se limitaban a la acreditación de conocimientos básicos de lectoescritura. Sus concuñados, Enrique Iglesias, ya casado con “Chocha”, y Gervasio Fraga, con Lucrecia Maseda, tenían bien clara la idea del servicio e ingresaron a Bomberos y a la Policía Federal en forma casi simultánea.

Con el nuevo empleo, López obtuvo una mejor consideración en el barrio. En los años cuarenta, un agente que cubría una parada callejera era para los vecinos un hombre de confianza y si era suelto de palabra hasta se lo invitaba a cenar. Incluso López, con su uniforme recién estrenado, solía pasar algunas tardes por la carnicería lindera a El Tábano, donde le reservaban una bolsa con distintos cortes a modo de humilde retribución a la función social que desempeñaba.

Según consta en su legajo, López ingresó a la institución policial el 7 de diciembre de 1944, un año y medio después de contraer matrimonio. Su primer destino fue la seccional 37ª, de avenida Plaza y Olazábal, casi en su mismo barrio. Cumplía funciones administrativas, apartadas de cualquier situación de riesgo. Sin embargo, una noche que estaba de guardia observó movimientos extraños en la casa de un vecino e intentó indagar qué sucedía. El propietario, un funcionario de peso en el área económica del Estado, le agradeció su preocupación y lo recomendó al coronel Juan Filomeno Velazco, entonces jefe de la Policía Federal, quien luego de la revolución de 1943 había impulsado la apertura de Centros Cívicos Independientes para promover la participación ciudadana.3

A pesar de que estaba cada vez más interesado en lecturas esotéricas, López no vivió con indiferencia la apertura política que significó el peronismo para las masas en 1945, aunque las fuentes consultadas no coinciden en precisar su real participación. Algunos testimonios recogidos en El Tábano mencionan que se transformó en uno de los referentes de un local de la calle Roque Pérez que pertenecía al laborismo, partido que prestó su estructura legal para que Perón se presentara como candidato a presidente en las elecciones del 24 de febrero de 1946, y las ganara. Otra fuente del entorno familiar —que prefirió permanecer anónima— indica que López se incorporó por un tiempo a un centro cívico de la calle Núñez y avenida Forest, más interesado en las necesidades del barrio que en las actividades partidarias. Por entonces, el mayor referente político de Villa Urquiza era “el Gordo” Giraudo, un ex radical que abrió un local de la Junta Renovadora sobre la calle Quesada. Allí también ubican a López. Lo cierto es que esas referencias imprecisas en la génesis del justicialismo le alcanzaron años más tarde para presentarse como uno de los fundadores del Movimiento, junto al General Perón.

Hacia 1950, cuando ya tenía cinco años de servicio en la policía y una calificación de diez puntos en disciplina, López conoció a Eva Perón. Hasta entonces, su carrera transcurría sin fulgor y de su legajo no se desprende que haya disparado un solo tiro. Sin embargo, sus antecedentes dan cuenta de sus enfermedades: a los 29 años le detectaron “cálculos intestinales”, luego sufrió una “intoxicación alimenticia”, tomó un mes de licencia por una “apendicitis”, padeció “fiebre aftosa” y hasta adujo ser “mordido por un perro en un dedo índice” para faltar a su trabajo. Es posible que López haya conocido a Eva Perón por una recomendación del coronel Velazco, pero lo cierto es que ella, que desde el rencor y la pobreza fue forjando sus sueños de actriz, fue quien le facilitó el acceso al mundo de la radio.

El 27 de abril de 1950, de acuerdo con su legajo, López pasó a ser “agente adscrito de la custodia presidencial por solicitud del jefe de la misma” —el comisario Vindel— y, “por pedido de la señora esposa del Excmo. Señor Presidente de la Nación”, se ocupaba de custodiar la entrada de Agüero 2502 del Palacio Unzué. La puerta se utilizaba para el ingreso de ministros o funcionarios de jerarquía y también, en una pequeña oficina, se recepcionaban solicitudes de audiencias o cartas para Perón y Evita. López secundaba a un empleado civil en las tareas administrativas. El palacio presidencial estaba ubicado a cincuenta metros. Si las persianas del primer piso estaban abiertas, podía verse a Perón a trabajar en su escritorio, o podía observar a Evita, que caminaba por el parque en compañía de Atilio Renzi, el intendente de la residencia, o de Francisco Molina, su chofer. Con frecuencia, Perón y Eva salían por el portón de la calle Austria para dar un paseo en auto por Buenos Aires.

El trabajo en la unidad presidencial no era muy exigente para López. Cumplía un turno de ocho horas, que solía matizar con una pasada por el casino de oficiales, el almuerzo o la visita a la peluquería del primer piso, dentro de la residencia. En esa época llevaba el pelo negro y lacio, peinado para atrás. Desde lejos, algunos confundían su estampa con la del actor Jorge Salcedo, aunque con quince centímetros menos de estatura.

López no integró ninguna de las cuatro brigadas que acompañaban al general Perón en sus salidas diarias. Sin embargo, de su paso por el Palacio Unzué logró llevarse una foto histórica junto a Perón, que lo muestra sobre la escalerilla de un automóvil Packard negro, luego de que el Presidente regresara de una gira triunfal por Chile, cuando visitó a su par Carlos Ibáñez del Campo, en febrero de 1953. No era un acto de servicio que a López le correspondiera cubrir, pero cuando los movimientos del presidente implicaban cierto riesgo de seguridad se convocaba a agentes de la residencia para sumarlos a la brigada de custodia. Con el paso del tiempo, López aprovecharía esa foto para montarse en la historia del peronismo. Además de la supuesta recomendación de Evita que aparece en su legajo, también se llevaría del Palacio Unzué dos relaciones que veinte años más tarde serían clave para su cruzada contra la Tendencia Revolucionaria peronista y la izquierda: los jefes de brigada de la custodia de Perón, inspectores Alberto Villar y Juan Ramón Morales.

En pocos años, tanto por su vocación lírica como por su condición de policía, López ya era merecedor de cierta admiración en El Tábano. A pesar de que sus visitas eran esporádicas, su influencia dentro del club iba en ascenso. Una vez hizo levantar una clausura por falta de higiene. Lo llamaron a la residencia presidencial al mediodía y a las cuatro de la tarde el problema estaba resuelto. En otra oportunidad llevó y repartió un equipo de camisetas verdes y blancas, con pantalones y botines, para que los chicos del club participaran en los Campeonatos Infantiles Evita. En El Tábano se comentaba que, pese a su aire esquivo, siempre estaba dispuesto a ayudar. En cierto modo, López trasladaba a su barrio los gestos de la beneficencia peronista que provenían de la residencia. Era habitual que el presidente y su esposa entregaran juguetes a los niños que se acercaban al Palacio Unzué, y algunos empleados y policías de la custodia los acompañaban en la tarea.4

Fue también Eva Perón quien, por una simple casualidad, le facilitó el camino para desarrollar su vocación artística. A mediados de 1951, la esposa del presidente solía atender los requerimientos populares en la Secretaría de Trabajo y Previsión, una oficina ubicada en el edificio del actual Concejo Deliberante porteño. Un día, a López le tocó custodiar la entrada del edificio y cuidar el orden de la fila. Allí apareció Jorge Lanza, un recitador gauchesco a quien Evita conocía, y le pidió que para ahorrar tiempo le permitiera el acceso directo a la primera dama. López le franqueó el paso, Lanza subió al despacho y a su regreso, le agradeció el gesto. López le hizo saber que también era un artista como él, o al menos pretendía serlo. Ya tenía 34 años y hasta entonces su vocación lírica no le había permitido siquiera una oportunidad real para el fracaso. Lanza le aconsejó que visitara de su parte a un amigo que trabajaba en Radio Mitre.

En ese tiempo no existía la televisión y los artistas de la radio eran las grandes estrellas; alrededor de ellos se formaban clubes de admiradores. Los fines de semana salían de gira por los pueblos del interior del país para mostrarse en carne y hueso, hacían su número y se llevaban su parte. Para que un artista llegara a trabajar en una emisora se necesitaba la aprobación de un productor artístico o del director de programación. El amigo de Lanza estaba situado un escalón más arriba: era José María Villone, el director de Radio Mitre, un periodista formado en el espectáculo. Los resultados de la reunión fueron inmediatos. En agosto de 1951, López ya cantaba en “La matinée de Luis Solá”, el seudónimo del conductor Ferradoz Campos. El programa rebasaba de cómicos, recitadores criollos y conjuntos de guitarra, todos artistas de sobrada popularidad —cada cual con su propia cartera de auspiciantes— que recibían bolsas repletas de cartas que enviaban los devotos oyentes.

Para apuntalar su carrera artística y aprovechar el potencial que le ofrecía la radio, López se dispuso a perfeccionar su voz y se acercó al Conservatorio Donizetti, inaugurado por el violinista Fernando Tuzzio en la calle Ugarte, en Coghlan, en el año 1916. Cuando fue a golpear a su puerta, en 1951, Tuzzio ya había bajado la persiana del conservatorio, pero su hijo Hugo, de 19 años, continuaba con la enseñanza en la casa familiar. López le pidió clases de repertorio. Se lo notaba muy enamorado de su propia voz, que era aclamada en fiestas y reuniones privadas, cuando cantaba obras líricas ligeras, aunque secretamente aspiraba a que las clases lo ayudaran a acceder a las cumbres del género dramático. Prudente, su profesor le aconsejó empezar con un repertorio sencillo, adaptado a sus propias necesidades y su talento; luego, a medida que se pudiera comprobar la evolución de su voz, podría abordar desafíos mayores. Tuzzio intuyó que las ilusiones del alumno eran desmedidas: había nacido sin instinto musical y su voz, ese instrumento de la naturaleza por el que López se sentía agraciado, a su profesor le sonaba apagada y sin sustancia. Nunca llegaría a ser el tenor que soñaba. Pero tampoco había necesidad de decírselo. López llegaba puntual a las clases —a veces con su hija Norma, de seis años—, traía sus partituras y lanzaba con entusiasmo su voz cantarina, imaginando sonidos bellísimos, acompañado en el piano por su maestro. López no escondía su voluntad de aprender y su presencia era bienvenida en la casa. Tenía una conversación agradable, que podía versar desde la vida cotidiana de Perón y Evita hasta sus singulares conocimientos sobre el Universo. Explicaba las cosas de un modo persuasivo, posando sobre los ojos de su interlocutor una mirada muy franca y serena, como la de un ser angélico, que, contando con un mínimo de ingenuidad o predisposición de la otra parte, hubiera podido llevar a la cama a cualquier vecina.

Por entonces, López ya hacía pública su apetencia por lo desconocido. A la madre de su profesor, a la que trataba siempre con mucha educación, en una oportunidad le sugirió que cambiara la disposición de los jarrones de porcelana china porque estaban afectando su personalidad, y otro día le recomendó que los tirara porque la estaban dañando. También solía explicarle que los colores de sus vestidos no estaban en armonía con los astros que predominaban cada día. Los lunes rige la Luna, y el color ideal es el blanco. El martes es el día de Marte, y se debe usar el rojo. El miércoles predomina Mercurio, y hay que usar el amarillo. Con esos mismos argumentos, años más tarde, conseguiría atraer el interés de Isabel Perón, la tercera esposa del General. Una noche, López se presentó muy tarde en la casa de los Tuzzio. Al cabo de un año de clases, había ganado cierta confianza en la familia, pero nada que no fuera una urgencia hacía prever una visita a esa hora. Sin embargo, se había enterado de que su profesor había sido convocado para acompañar la gira de Beniamino Gigli, tenido por los especialistas como el continuador de Enrico Caruso, y quería conocer los secretos del tenor italiano.

No obstante su devoción por el canto lírico, la participación de López en Radio Mitre no había generado la euforia que despertaban otros artistas, como era el caso de Délfor Dicásolo y Héctor Ferreyra, que luego formarían parte del programa humorístico La Revista Dislocada. López comentaba los dramas de una ópera, su historia y, también, desde un enfoque técnico, relataba las acrobacias que debían realizar los tenores para llevar su voz a los máximos agudos. Luego él mismo cantaba una o dos canciones, siempre acompañado por el guitarrista Jiménez, del elenco estable de la radio, a la que llegaba vistiendo su impecable uniforme policial, distinguido con unas polainas negras que le cubrían las botas hasta la rodilla. En esos micrófonos de la radio, rodeado de afamados artistas, se gestó su sueño de cantar en teatros internacionales. Incluso en el casino de oficiales de la residencia presidencial se comentaba que Evita iba a mover sus contactos para que actuara en La Scala de Milán.5

José María Villone no sólo le permitió a López su rápido desembarco en la emisora de la calle Arenales, sino que lo ayudó a alcanzar la explosión mística que durante muchos años había anhelado para su espíritu.

Al igual que su padre, José Valentín, Villone era masón. Había nacido en Buenos Aires, pero desde muy joven se trasladó a Corrientes, siguiendo el destino laboral de su progenitor, funcionario jerárquico de Ferrocarriles Argentinos. En esa provincia, José María empezó a frecuentar una fraternidad en la que se impartían enseñanzas de vida y se iniciaba a los concurrentes en lecturas esotéricas. A su vez, por influencia de sus hermanos mayores, se sentía atraído por el espectáculo: Julio era pianista y luego dirigiría orquestas. Su hermana María Teresa, que se había agregado el nombre Márquez como seudónimo y cantaba en español y en guaraní, ganaría fama en todo el Litoral a partir de su éxito “Mis noches sin ti”.

Villone volvió a Buenos Aires luego de ganar una beca que promovía el diario Crítica para jóvenes del interior. Encontró un lugar en Pan, la revista de variedades del diario, y luego trabajaría en Maribel, Radiolandia y Antena. Entonces promocionaba a las hermanitas Legrand, ganadoras de un concurso de cazadores de autógrafos, entrevistaba a Eva Perón cuando iniciaba su carrera artística, y en esas actividades se ganaría el aprecio de Jaime Yankelevich, pionero de la radiofonía, quien le fue confiando la dirección de radios del interior, hasta colocarlo en Radio El Mundo y posteriormente en Radio Mitre, de Buenos Aires.

Cuando conoció a López, Villone ya estaba casado con “Buba”.6 López quedó impactado con la belleza de esa mujer y la primera vez que la vio pensó que era una compañía ocasional que Villone había conseguido por sus vinculaciones artísticas. Incluso lo incomodó que la hiciera entrar en su casa, porque no sabía cómo iba a reaccionar Josefa, hasta que el director de Radio Mitre aclaró que era su esposa y la situación se compuso.

El matrimonio Villone tenía a López por un hombre confundido y en cierto modo triste, pero muy inteligente y con inmensas inquietudes espirituales que no podían ser ni compartidas ni evacuadas por su esposa. Josefa había sido educada en un mundo sin misterios, y estaba más interesada en criar a su hija Norma que en escuchar los recitados de su marido. Unidos por el estudio del espíritu, López y Villone fueron afianzando su amistad a través de sus esposas. Muchas veces las reuniones se hacían en la casa del barrio de Liniers, y otras cenaban en el patio de la casa de Villa Urquiza, donde López mostraba con orgullo las paredes de una nueva habitación que estaba levantando. Mientras las mujeres avanzaban en conversaciones sobre temas cotidianos, los hombres intentaban comprender las dimensiones de una Naturaleza invisible a los ojos del profano y que contenía potencialidades que ni siquiera la ciencia era capaz de develar en su totalidad. En el Universo había infinidad de misterios. Pero en la escala de lo cósmico estaba la clave. López y Villone creían que los espíritus, a medida que encarnaran en sucesivos cuerpos, perfeccionarían las realizaciones mentales y morales de los hombres, y esa espiral evolutiva, los llevaría a ser buenos y benévolos como los grandes santos.

Pero todas esas abstracciones que López iba enhebrando en sus discursos se derrumbaban cuando intervenía su esposa. No soportaba sus interrupciones; le resultaba intolerable que no entendiera nada ni tampoco demostrara interés en aprender. Villone, en cambio, intentaba darle un lugar a Josefa en el curso de las conversaciones esotéricas.

—Dejala que hable, ella tiene que pensar, tiene que sentir —le explicaba.

—Pero no entiende —se enojaba López.

—No dejes de lado a tu familia. Dios te dio la posibilidad de comprender otras cosas y a ella no. Pero es tu compañera y está a tu lado, aunque no sepa de lo que estás hablando.

Una madrugada López le mostró a Villone algunos de sus apuntes sobre la vida de Jesús, que diferían de las tradicionales interpretaciones de la Iglesia Católica. Llevaba ya muchos años escribiendo, consultando libros, apelando a citas de los Evangelios. Villone le dijo que estaba necesitando una guía y le aseguró que él se la presentaría. Y le habló por primera vez de Victoria Montero. López pensó que si alguien lo ayudaba a educar su espíritu con el mismo esmero del profesor Tuzzio en perfeccionar su voz, podría alcanzar las cumbres de lo sublime.

Fuentes
Para la relación de López y la familia Maseda fueron entrevistadas dos fuentes del entorno familiar que solicitaron permanecer en el anonimato; para su presencia en El Tábano fueron recabados los testimonios de Héctor Bisconti, Francisco Polosa y Genaro Caporisio; para historia social y política de Villa Urquiza en la década de los treinta y cuarenta fueron entrevistados Alfredo Nocetti y Néstor Ortiz; para su educación lírica fue entrevistado Hugo Tuzzio; para su paso por la custodia del Palacio Unzué fue entrevistado el suboficial Andrés López; acerca de su incursión por Radio Mitre se recurrió a testimonios de Ema Villone, Héctor Ferreyra y Hugo Tuzzio.

Notas
1. La versión la relató el mismo López en varias oportunidades. Puede leerse en un reportaje del Jornal do Brasil publicado en agosto de 1974. Sin embargo, el hecho es improbable. En la primera carta que le escribió a Perón, en 1966, López se preocupó por demostrarle que siempre había seguido sus pasos, aunque no hace referencia alguna a Aurelia Tizón. Véase capítulo IX.

2. De acuerdo con la entrevista del autor con una amiga de Josefa, ésta le reprochaba a su marido su falta de interés por las relaciones íntimas. López aportaría algún elemento para justificar esa renuencia en su primer libro, donde reproduce la teoría de un filósofo colombiano —Dr. Rojas—, que indica que cuando una pareja se casa, “si carece del conocimiento espiritual y científico, entonces proceden sin control a hacer abuso de su sexo, quemando su energía creadora, lo cual les acarrea como natural consecuencia, enfermedades y fracasos. Ésta es una verdad plenamente comprobada”. Véase Conocimientos espirituales, pág. 24. El libro fue escrito en 1957 e impreso cuatro años más tarde en Claufer, Porto Alegre, Brasil.

3. Juan Filomeno Velazco era incondicional de Perón y simpatizante del Tercer Reich. El 2 de mayo de 1945, Velazco reprimió a los porteños que salieron a festejar la caída de Berlín. Véase Uki Goñi, Perón y los alemanes, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pág. 208.

4. En su legajo policial se menciona que López recibió un “reconocimiento especial” por haber entregado juguetes el 27 de diciembre de 1949, “en día fuera de servicio”. Esta mención es particularmente extraña, dado que ése era un hecho de rutina que cumplía cualquier policía de la custodia y que jamás se agregaba a los antecedentes. Y más extraña aún porque, según consta en el legajo, había ingresado a la residencia en abril de 1950. Un fragmento del legajo puede consultarse en la edición del 6 de abril de 1997 del diario Página/12.

5. Una versión no confirmada indica que, por pedido del propio Lanza, Evita decidió pagarle a López estudios vocales en un conservatorio de música.

6. José María Villone conoció a Buba cuando ella tenía 15 años y era encuadernadora de Fabril Financiera, donde se imprimía Maribel. El día en que la invitó a salir, Villone le comentó que un amigo vidente, José El Árabe, le había asegurado que se casaría con una mujer de cabellos largos como los de ella, y que tendría tres lunares en el pecho izquierdo. Buba se sintió mal: pensó que su pretendiente la confundía con una loquita del ambiente artístico, de aquellas que se prestaban a cualquier cosa con tal de que la ayudaran en la carrera. Su madre y sus tres tías le ordenaron que no lo viera más. Cinco años después, volvió a encontrarlo y se casó con él. José El Árabe no había equivocado la predicción: Buba tenía tres lunares en el pecho izquierdo.

II  La chispa divina
Victoria Montero conoció a Eva Perón el 22 de mayo de 1947 en Paso de los Libres, Corrientes, cuando era la apóstol del vendaval peronista que estaba transformando a la Argentina. Aunque las clases acomodadas la consideraban una putita impetuosa de la radiofonía que había usado la cama como una escalera, los excluidos de la sociedad la adoraban porque en pocos años recibieron de ella lo que ningún político les había dado ni les daría jamás.

Eva había nacido en 1919. Era hija ilegítima de Juan Duarte, un estanciero medio de la provincia de Buenos Aires. El día de la muerte de su padre, ella, su madre y los hijos de su madre fueron echados a empujones del velorio por la viuda y los hijos legítimos. A los 15 años Eva decidió escapar del polvo de las pampas con la compañía efímera de un cantante de tangos. Durante esos primeros tiempos vivió en pensiones y deslizó su presencia en telenovelas radiales y obras de teatro que, en jornadas de trabajo extenuantes y pagadas con monedas, le permitieron hacer pie en la ciudad. No tenía una calidad interpretativa que deslumbrara a los productores, y tampoco su rostro pálido y algo demacrado representaba el canon de la belleza, pero tenía en claro lo que buscaba.

En enero de 1944, cuando hizo suyo a Perón, ya tenía sobre sus espaldas ocho años de carrera artística, dos tapas de la revista Antena, participaciones menores en algunas películas y un programa en Belgrano, la radio más popular de la Argentina, donde interpretaba la vida de mujeres de la historia en clave de melodrama. Se decía que era amante de un coronel que la sacó de una pensión de La Boca y le instaló un departamento en la calle Posadas, en la Recoleta, para que se acomodase.

Eva aprovechó la primera oportunidad para deshacerse de él. En un espectáculo a beneficio de las víctimas del terremoto de la provincia de San Juan vio que la actriz que acompañaba al coronel Juan Perón en la primera fila dejaba su butaca para subir al escenario. Eva ocupó su lugar y nunca más se separó del militar. Esa misma noche durmieron juntos en una cabaña del Delta.

Perón y Eva se casaron el 22 de octubre de 1945. Perón tenía 50 años, era viudo y estaba en el primer plano de la política argentina. Unos días antes, el presidente, general Edelmiro Farrell, que veía cómo la figura del coronel tomaba vuelo propio, lo había obligado a renunciar a sus tres cargos en el gobierno: la vicepresidencia, el Ministerio de Guerra y la Secretaría de Trabajo y Previsión. Perón fue confinado a la isla Martín García, a fin de apartarlo de la política y arrojarlo al olvido, pero el 17 de octubre una movilización de trabajadores sindicalizados y otros sectores excluidos por la sociedad conservadora llegó hasta la Plaza de Mayo y forzó su libertad. La defensa de la transformación económica y la justicia social lanzó a Perón al centro de la escena política. Esa tarde, el líder militar habló por primera vez desde el balcón de la Casa de Gobierno. Aunque su verdadero rol en la crisis de octubre es todavía confuso, lo cierto es que Eva se convirtió en una daga dispuesta a clavarse en el corazón de quien se atreviese a atacar a su marido.

En febrero de 1946, Perón fue elegido presidente. Su esposa, a diferencia de las primeras damas que sólo se hacían visibles en el Tedeum de la Catedral, el chocolate del 9 de Julio en el Teatro Colón y el té de las Damas de Beneficencia, fue la abanderada de un terremoto social. Empezaban a llamarla Evita.

No sólo fue el emblema del activismo justicialista y la solidaridad: se constituyó en el nexo directo entre los trabajadores y su marido. Como sucesora del mismo Perón en la Secretaría de Trabajo, convirtió a la Confederación General del Trabajo (CGT) en su brazo político y, a medida que construía la identidad del movimiento peronista y criticaba la opresión de la oligarquía, neutralizó a los sindicatos que pretendían independizarse del gobierno y la CGT, persiguió a obreros comunistas y socialistas y aplastó huelgas rebeldes.

En 1947 cuando Evita viajó a Corrientes junto con Perón en visita oficial para inaugurar el Puente Internacional que une Paso de los Libres con Uruguayana, sus asesores tiraron monedas por las calles para ganarse el amor de los niños, que empezaron a correr detrás del auto descapotable. Después del corte de cinta y tras una jornada de placas, inauguraciones, almuerzos y cenas de honor, Perón regresó a Buenos Aires y Evita se quedó en Paso de los Libres para encontrarse con Victoria Montero.

Cuando Evita y su comitiva llegaron a la casa de la calle Rivadavia, la Madre Espiritual estaba sentada bajo los árboles, en el patio interior, esperando que pasara una corriente vibratoria de la Naturaleza, la corriente de Dios. Tenía los ojos cerrados. Sintió la presencia de la Abanderada de los Humildes y los abrió.

—Sos la enviada de Dios —le dijo—. Los pobres siempre te agradecerán todo lo que estás haciendo por ellos.

Victoria Montero revelaba muy poco de su vida personal. Su pasado se había convertido en una leyenda. Se decía que había nacido en España, que a los 10 años sus padres la habían traído en barco a Sudamérica, y que al cruzar el Peñón de Gibraltar tuvo una clarividencia, una visión astral y espiritual. Con el correr del tiempo, su percepción se fue haciendo cada vez más fina y empezó a contemplar la realidad que nadie veía. Se cree que vivió en Buenos Aires y que, antes o después de casarse con Juan Caminero, viajó a Porto Alegre para vivir en una hacienda fuera de la ciudad, donde habría tomado contacto con un grupo de asesores del general Getulio Vargas, quien sería presidente del Brasil. Con Caminero tuvo un hijo, Ernesto. Después de ese primer matrimonio, Victoria y su hermanastra Teresa, que siempre la acompañaba, se casaron con los hermanos uruguayos Juan y Bartolomé Montero. Desde entonces fue conocida como Victoria Montero. Fue partera, socorrió a desamparados, ayudó a mendigos y asistió a leprosos en los hospitales. Decía que su misión era poner el alma, el espíritu y el cuerpo para servir a Dios y al prójimo.

Del Brasil se trasladó a la ciudad de Corrientes, y de allí a Paso de los Libres. Victoria abrió las puertas de la casa de la calle Rivadavia —aunque durante treinta y tres años fueron pocas las veces que ella misma las traspuso— para recibir a todo aquel que buscara comida u hospedaje. Solían llegar mendigos y soldados del Regimiento de Artillería. El 21 de septiembre la visitaban los estudiantes, a veces aparecían peregrinos a buscar pan; ella ponía un plato sobre la mesa y les daba un poco de conversación. También la visitaban el comisario, el padre Araujo y el pastor evangélico Terranova, que iban a jugar al ajedrez y a las cartas. Entonces se decía que Victoria tenía una visión interior tan desarrollada que el día en que recibió la visita del consagrado ajedrecista Miguel Najdorf le hizo jaque mate en treinta y dos jugadas.

En la Navidad de 1951, cuando López entró por primera vez a su casa acompañado de José María Villone, Victoria estaba en la habitación de al lado del comedor, sentada en un sillón de mimbre. Siempre usaba el mismo vestido de lino blanco, con el argumento de que facilitaba el paso de la radiación cósmica. En el pliegue de la falda guardaba un rosario. Tenía el pelo gris y muy largo, casi hasta la cintura. Su hermana Teresa y Élida, la cocinera, dedicaban horas para hacerle las trenzas, mientras ella permanecía quieta en un rincón, observándolo todo a la distancia con ojos severos, pero también serenos. Parecía tener unos sesenta años, o quizá más. Su edad también era un misterio.

López se sentó en una silla frente a ella. La mirada de Victoria lo perturbó un instante, pero mantuvo la vista fija en sus pupilas. Rogó a Dios que esa mujer fuese su Maestro.

—Usted no está aquí por nada. Yo lo estaba esperando —dijo Victoria.

López se sintió honrado:

—Busqué por todos los medios a mi alcance el camino que me conduciría a usted. Seguí con paciencia y amor cada corriente espiritual, las orientales y occidentales, con un profundo respeto por el Ser Supremo. Siempre busqué al Ser Sobrenatural que diera paz a mi alma, que me diera su palabra iluminada, que me apartara de mis dudas, de mis sombras, y que colocara sobre mí el influjo de su poder. Busqué la elevación espiritual, la sabiduría, pero hasta ahora sólo pude aumentar mis conocimientos intelectualmente. Nunca pude satisfacer mi interior. ¡Tengo una gran sed espiritual! ¡Un sincero deseo de Verdad!

—Usted todavía no ha despertado su conciencia como servidor del Señor. Su conciencia todavía duerme. Ya encontrará su propia ley, no se impaciente. Es un proceso largo. Pero, si no lo logra, sepa que jamás trascenderá de su propia carne y morirá dentro de esa gran ilusión que es su cuerpo.

López dijo que quería elevarse para encontrar el camino del Señor. Le hizo una confesión:

—Hubo un tiempo en que, influido por la lectura de algunos malos libros, pensé que, con la sabiduría de mi mente y mi elevación espiritual, podía alcanzar una situación de privilegio sobre los seres humanos. ¡Hasta ese punto había llegado mi confusión! Creía que ya había hallado la suma de los conocimientos y sólo entonces me di cuenta de que no sabía absolutamente nada. Por suerte fui dejando de lado el ansia malsana de lograr un Maestro personal para que me otorgara sus poderes maravillosos, como si yo fuese alguien. Fue un tiempo de golpes y más golpes, de desazones e inseguridad, que me bajaron del trono de papel que me había forjado.

—Usted tiene que prepararse para ser útil y responsable. No tendrá que ser falso ni mentiroso. Iniciará un camino que es duro, árido, pero debe mantenerse fuerte y paciente, y por sobre todo perseverante. Feliz de usted si prosigue el camino del espíritu.

López se sintió protegido:

—Gracias, yo siempre imaginaba que mi Maestro me estaría esperando. Quiero contarle algo que es triste pero me ha enseñado mucho. Cierto día, una persona que simbolizaba para mí un verdadero emblema enfermó de gravedad y falleció —López entrecerró los ojos—. Pido al Señor que le brinde paz, iluminación y felicidad... Para mí fue un choque interno en plena madurez de mi existencia que me hizo pasar de ser niño a convertirme en hombre. Hasta ese momento yo era simpático, irradiaba optimismo, pero luego se despertó en mí una clarividencia intuitiva que me mostró la faceta más egoísta de los seres humanos; fue una experiencia horrorosa ver la mentira y el desagradecimiento por doquier. Ahí perdí la risa fácil. Quiero decirle que mi alma fue templada en el dolor y ese fuego quemó mis entrañas...

—Ésta es su familia, López —lo tranquilizó Victoria—. Aquí estamos todos hermanados desde hace mucho tiempo. Tendrá que trabajar mucho adentro para pulirse e ir mejorando. Pero recuerde siempre esto: el espíritu es todo.

López estaba convencido de eso, lo había leído mil veces, pero quiso escuchar la respuesta de la propia voz de la Madre Espiritual.

—¿Por qué el espíritu es todo? —preguntó.

Victoria se lo explicó:

—Porque proviene del Eterno. Es la vibración, el magnetismo, la luz. El espíritu es la energía absoluta, la fuerza universal, la vida del éter en constante movimiento. Todo su cuerpo vive en el éter, irá hacia el éter y volverá del éter siempre. Usted vive en constante evolución. ¿Sabe una cosa? Yo lo miro a usted y ¿qué veo?

—¿Qué ve? ¿Materia densa?

—Yo ya no sé si usted es de carne y hueso o es una manifestación astral. Lo miro a usted y veo millones de átomos y de partículas que lo envuelven como una nube y forman su personalidad total.

López la miró sin entender del todo. Victoria siguió.

—A partir del trabajo espiritual, en lo más recóndito de su ser, usted encontrará su propio átomo, el átomo madre. Ése no se puede dividir más. Es su totalidad. La chispa que nos insufló Dios en la Creación. Ése es su verdadero Maestro Interior. Su Cristo Interno. Hay quienes lo tienen muy pequeño, como escondido, y otros lo tienen más desarrollado. Cuando lo conozca, usted podrá alcanzar percepciones más sutiles, podrá percibir alguna radiación de la perfección suprema de Dios. Le aseguro que la sabiduría brillará en sus acciones. Ya lo verá. Usted no se desvíe. No traicione a su Cristo Interno. Ahí está su verdad.

—¡Ésa será mi verdad! —repitió López, entusiasmado.

—Sí, pero la verdad no se da. Usted tiene que llegar a ella.

López se quedó en silencio otra vez.

—No se preocupe si su mente no asimila estas enseñanzas. Poco a poco. Hoy estoy un poco charlatana. Su Ser Íntimo todavía está guardado y usted mismo se ocupará de encontrarlo. Yo apenas estoy poniendo una semilla, átomos de alta vibración espiritual, que algún día germinarán. Ahora dígale a Teresita que lo lleve a la habitación y recuéstese. Y empiece a meditar sobre todo lo que hablamos.

López empezaba a retirarse cuando Victoria lo llamó:

—Escuche bien esto. Si usted trabaja su espíritu podrá entrar en armonía con el Universo y se convertirá en un ser puro. Sus fuerzas ocultas serán una bendición para los demás. Podrá curar enfermedades, aliviar dolores del cuerpo y del alma. Pero nunca deberá abusar de sus poderes porque producirá mucho daño. Será una maldición para todos y también para usted. Ahora vaya...

López entró en la habitación y se tumbó en la cama. Estaba fatigado. Le vino a la mente la imagen de Hermes Trismegisto en el camino de la Iniciación, cuando buscaba los secretos del arcano en el umbral mismo de la ciencia oculta, y aspiraba a respirar la Rosa de Isis y ver la luz de Osiris. Hermes estudió y meditó con triste gozo durante años y puso en sacrificio su alma en el deseo de conocer las Doctrinas Sagradas, pero luego, puesto en un sarcófago abierto, quedó solo en las tinieblas con el canto de los funerales, fue perdiendo su conciencia terrestre y la parte etérea de su ser fluyó de su cuerpo, hasta que Isis, la Rosa Mística de la Sabiduría, se abrió ante él y se transformó en mujer, como un ser angelical, promesa inefable de lo Divino, y le hizo ver la Iluminación más perfecta que abarcaba todo el Infinito. ¿Podría él, López, encontrar su átomo madre y reconcentrarse en su propio ser? ¿Le llegaría la Hora Divina en que podría conocer su otro yo, más puro y más radiante, el yo celeste con el que soñó en horas sombrías? ¿Podría desligarse del mundo físico y elevarse entre las esferas luminosas de la Sabiduría, el Amor, la Justicia, la Belleza, el Esplendor, la Ciencia y la Inmortalidad, como lo hizo Hermes? ¿Llegaría ahora mismo Osiris para revelarle el Dios oculto del Universo?

Un sueño invencible sepultó cada pregunta.

Al despertar, fue hacia el comedor de la casa. Todos los hermanos estaban de pie, haciendo un círculo alrededor de la mesa, con las manos entrelazadas. No serían más de doce o quince. Esperaban que Victoria iniciara una ceremonia. Ella no hacía su aparición hasta que no percibiera que las vibraciones del Éter estaban en armonía con las corrientes astrales y planetarias. Se decía que su cuerpo estaba rodeado de una capa etérea muy fina que le permitía alcanzar una percepción extrasensorial y le abría las puertas de la otra vida. Las ondas más sutiles del Universo acariciaban su interior como una brisa. Victoria se concentraba antes de empezar. Quería que esa energía que recibía de Dios bajara también a sus hijos espirituales, quienes debían sumar a la corriente vibratoria pensamientos de paz, hermandad y amor fraternal, para que se desparramaran entre millones de seres y elevaran a la humanidad hacia un estado de dicha infinita, al servicio del Eterno.

A López le pareció que la oración de la mujer era un incesante devenir de frases inconexas, un zumbido rítmico cuyo significado no podía descifrar. Luego lo supo: una vez que abría la ceremonia, Victoria no podía romper el equilibrio armónico de las corrientes astrales. Sólo podía emitir sonidos largos y monótonos, a lo sumo monosílabos, a los que llamaban mantras, que debían alcanzar la altura, la vocalización y la resonancia justas. Cada vez que concluía una de estas ceremonias, Victoria se retiraba a su sillón y todos los participantes intuían que las vibraciones del Universo ya habían bajado a la casa. Cada uno, a su modo, se esforzaba por recibirlas. Algunos apretaban fuerte las manos; otros entrecerraban los ojos e intentaban aislarse de todo lo que los rodeaba o imitaban los mantras de Victoria. De golpe, alguien elevó la voz con ímpetu:

—Fuerza Universal y Cósmica, energía misteriosa, seno fecundo de donde todo nace…

Y cada uno de los participantes comenzó a recitar una oración, con los brazos en alto, buscando alcanzar el éxtasis interno para que el poder de Dios obrara sobre su espíritu.

Después de la ceremonia, todos se distendieron con una enorme sensación de alivio. Empezaron a distribuir la comida. Alguien llamó a los hermanos para mostrar un descubrimiento: la cera derretida de la vela se había enfriado sobre la mesa, dibujando la figura de una paloma de la paz. Lo consideraron un hecho celestial.

Era difícil discernir quiénes habían sentido realmente en su espíritu las vibraciones divinas. Uno comentó que, habiendo relegado su pensamiento, se había sentido nadando en un estado emocional de una intensa paz interior, totalmente abstraído y fuera de su voluntad; otro relató haber tenido un vuelo de Amor en el que alcanzó a conectarse con el Bien y a percibir la felicidad verdadera. Y se le notaba: le habían cambiado los colores de la cara y sus ojos se habían vuelto más expresivos. Se sentía repleto de buenos pensamientos. Y así se sucedían las conversaciones en un ambiente de sereno jolgorio.

El problema se presentaba para los que no habían sentido nada. Podían fingir que habían percibido una leve sintonía con el Creador, que habían sido transportados a su ser más íntimo, pero no eran sinceros. Esta falta de sensaciones de orden místico o sobrenatural los hacía sentir apartados del grupo. Se preguntaban por qué sus espíritus no podían vibrar como los del resto de los hermanos, en qué estaban fallando. Los interrogantes y las explicaciones eran infinitos. Quizá no habían puesto la fe necesaria en los ejercicios; quizá todavía no era el momento; quizá eran malas personas y harían falta numerosas reencarnaciones para que su karma se redimiera. Después de la ceremonia, Victoria evaluaba la actuación de cada uno en los diversos niveles del plano astral y sus palabras intentaban apuntalarlos en los tropiezos del camino espiritual.

Tras aquella Navidad, López continuó visitando la casa de la Madre Espiritual. Acumulaba francos en la policía o simulaba enfermedades para llegar a Paso de los Libres en tren o en un micro que atravesaba el Litoral por la ruta 14, que por entonces era de tierra. Generalmente iba solo. Los primeros meses su esposa no lo acompañó. A partir de que había conocido a Victoria, López se sumergió aún más en las lecturas esotéricas. Devoró Orígenes de la civilización adámica y los tres tomos de Arpas eternas, de Josefa Rosalía Luque Álvarez (Hilarión de Monte Nebo), que narraba la vida de Jesús y afirmaba que éste había sido iniciado en la lectura de los libros sagrados de Moisés y los profetas por un Consejo de Ancianos de la orden de los esenios. En las grutas del monte Moab, al oeste del Mar Muerto, Jesús habría desarrollado su espíritu antes de encontrarse con Juan el Bautista.

Victoria compartía muchos preceptos de los esenios: la creencia en un Dios único y universal, el amor fraternal que se manifestaba en el silencio, el dominio de las pasiones, la cama y la mesa siempre dispuestas para el peregrino, el amor al prójimo. Si los esenios tuvieron templos y santuarios que funcionaban como Escuelas de Sabiduría para los aspirantes, ella ofrecía su casa como una Escuela de Vida. Se había retirado del mundo para intentar salvarlo y también creía en el poder purificador de las aguas. Una vez había bautizado a José María Villone en la laguna La Brava de Corrientes, de la que se decía que tenía una fuerte carga energética.

La tradición secreta de la Orden de los Rosacruces fue otro asunto que suscitó un gran interés para López. No era para menos. A través de las conversaciones con Victoria se inició como aspirante a las enseñanzas de la Fraternidad Rosacruces Antigua, aunque ésta no otorgaba graduaciones o títulos y tampoco requería dinero. López también siguió las enseñanzas del Gran Maestro Max Heindel, y releyó varias veces una obra central para acercarse al misticismo esotérico cristiano, El concepto Rosacruz del Cosmos. Además estudió libros del ocultista Arnold Krumm Heller, conocido como Huiracocha: aprendió de memoria sus tablas de vibraciones del Universo, El Tatwámetro, que explica cómo las vibraciones ejercen su influencia sobre los seres humanos durante veinticuatro minutos de cada par de horas, a partir de la salida del Sol; y su Biorritmo, que enseña a despertar los centros magnéticos del cuerpo o chakras. Encerrado en su habitación o sentado bajo la higuera del fondo de la casa, a la que llamaban “Villa Tranquila”, López meditaba acerca de sus acciones en el mundo y esperaba que la iniciación cambiara el curso de su vida, de la que se sentía insatisfecho, y le diera una confianza sobre sí y una autoridad sobre los demás que nunca había tenido.

Carlos Silber fue una de las primeras amistades que cosechó en sus viajes a Paso de los Libres. Silber estaba casado con una de las sobrinas de Victoria, trabajaba de despachante de aduana y era un cliente de lujo para el corredor de libros de Editorial Aguilar asignado a la región mesopotámica: compraba enciclopedias, atlas geográficos, libros de arte, ensayos sobre los misterios egipcios y tratados sobre francmasonería. Cuando no estaba en la casa de Victoria, era frecuente encontrar a López recluido en su biblioteca, leyendo o tomando apuntes. No era mucho lo que se podía hacer en Paso de los Libres. A veces Silber lo llevaba a tomar un cognac a la confitería De Cortez, sobre Colón, la calle principal, o cenaban en el restaurante que había montado Ingeme, un ex boxeador correntino. Otras de las atracciones nocturnas de la zona eran el club Guaraní, sobre la barranca del río Uruguay, y el galpón del centro donde empezaba a despuntar el talento del chamamecero Ernesto Montiel.1

Una noche López volvió a la casa de la Madre Espiritual apesadumbrado. Le dijo a Victoria que lo estaba desvelando un tema:

—Si el Universo, que es infinito, es la causa misma de todas las cosas, y engendra todos los misterios de la vida, entonces yo, que soy esfera finita, jamás podré comprenderlo.

—Usted es un espíritu digno de encontrar respuesta a esa pregunta —respondió Victoria.

López meneó la cabeza:

—Nunca podré captar la totalidad —dijo resignado—. El Universo es un horizonte inmenso al que nunca podré acceder...

Victoria no quiso dejarlo perturbado:

—No hay una respuesta material para entender qué es el Universo —le explicó—. Usted percibirá la Verdad en su cuerpo espiritual, porque su cuerpo espiritual sí es infinito. Ya va a ver. Finalmente se irá abriendo a las leyes cósmicas y logrará revelarse a sí mismo. No se impaciente —y apartó la vista.

López se levantó de la silla y se alejó respetuosamente, preocupado por el repentino silencio de su Maestra. Victoria tuvo una visión espontánea que le impidió seguir el diálogo: se le habían aparecido dos personas cruzando el puente de Paso de los Libres. Le pidió a Élida que pusiera dos platos y una botella de agua en la mesa. López permaneció incrédulo en el comedor, hasta que finalmente pudo corroborar que Victoria había recibido del Eterno los poderes divinos: a los pocos minutos golpeó la puerta Dalton Rosa, acompañado por otra persona. Rosa era economista, gerente del Banco del Brasil y también adscripto a una orden masónica. Con los años, alcanzaría el cargo de viceprefecto. Sin embargo, sus lazos con Victoria eran espirituales. Rosa había llegado de urgencia para pedirle que escuchara la historia del amigo que lo acompañaba, quien estaba acusado de un crimen y no tenía la conciencia en paz. Ella escuchó la defensa y los miedos del visitante durante buena parte de la madrugada, pero bastaron unos minutos de su palabra para convencerlo de que debía tomar la cárcel como un lugar de redención.

Dalton Rosa sería el primer vínculo de López con el Brasil. Por su intermedio conoció a Claudio Ferreira, quien tenía el cuerpo mucho más grueso, era veinte centímetros más alto y quince años más joven que López. Su madre lo había educado bajo el influjo espiritista de Allan Kardec, pero Ferreira se entregó al umbandismo. Cuando López lo conoció se ganaba la vida vendiendo medicinas homeopáticas y esencias aromáticas por farmacias de Rio Grande do Sul. No había duda de que la mayor parte de sus clientes eran devotos del culto afrobrasileño. Algunos años más tarde, mediante la decidida acción de López, Ferreira frecuentaría a Perón en su casa madrileña de Puerta de Hierro y lograría que el General probara y promocionara un tónico para calmar los nervios y estimular el cerebro.

Ferreira conoció a Dalton Rosa cuando abrió su cuenta corriente en el Banco del Brasil. Al gerente le cayó en gracia. Le presentó a la Orden de los Rosacruces de Uruguayana y se ocupó de cubrirle los cheques ante cada imprevisto financiero.

La amistad con Ferreira hizo que López cruzara la frontera y estableciera conexiones espirituales en Brasil. Formó un grupo de amigos de edades y creencias bastantes heterogéneas. Se reunían en la casa del farmacéutico “Maneco” Dos Santos y en la de Milton Núñez de Souza, un librero rosacruz; también se acercaban al grupo dos periodistas locales. Hablaban de faraones, religiones secretas y sentidos ocultos del Universo, e intercambiaban técnicas para despertar las facultades del alma y ponerlas en el camino de Dios. Si lo animaban un poco, López se largaba a cantar y Ferreira lo acompañaba a capella. Los unía la música. La consideraban un llamado del mundo celeste, sutil, inaprensible. Los sonidos eran ondas vibratorias que, combinadas con cierto arte, provocaban el éxtasis; eran el lenguaje del alma. López le comentó a Ferreira el caso de Osiris Quiroz, un joven que visitaba la casa de Victoria Montero y componía piezas musicales de honda sensibilidad artística. Había una que comenzaba con una escala de arpegios muy suaves, que subían de tonalidad y terminaban de modo casi inaudible. Osiris la llamaba “Delirium”. A López le hacía pensar en el rumor de los peregrinos caminando hacia su destino:

—Creo que nuestro cuerpo es una patria ausente y la música es el verdadero hogar del espíritu. Cualquier instrumento, un arpa, una guitarra, un bandoneón, tocado con manos sutiles, expresa el verdadero lenguaje del alma.

En cada encuentro, comentaban obras, vidas de intérpretes, tarareaban melodías, pero las concepciones de cada uno diferían al hablar de sexo.

López había tomado muy en serio las enseñanzas de Victoria. El sexo era una energía divina que la Naturaleza había otorgado a los seres humanos y de la que no debía hacerse un uso pernicioso.

—Cuando usted tiene sexo, actúa como un caballo desbocado. Tiene que aprender a dominar sus instintos. Si no, no estará en condiciones de servir a Dios ni al prójimo, ni siquiera a sí mismo —le había dicho su Maestra.

Ferreira pensaba diferente. En Porto Alegre tenía una novia, Eneida Bueno de Mesquita, hija de un coronel brasileño, con la que habría de casarse pronto. Y tampoco tenía el menor reparo en enlodarse en cualquier prostíbulo de pueblo mientras intentaba ubicar inciensos, sahumerios y productos homeopáticos.

A poco de recibir las enseñanzas de Paso de los Libres, López empezó a hacer gala de supuestos poderes frente a los custodios de la residencia presidencial. Una vez, dijo, había tenido una experiencia de mediumnidad con Eva Perón contó que una noche, mientras cumplía sus tareas en la guardia, recibió el llamado telefónico de un miembro de la Escuela Científica Basilio que lo instó a transferir a Eva Perón el espíritu de Jesús para aliviarla del cáncer que padecía y le explicó cómo hacerlo. López tomó debida nota de las instrucciones y se acercó al palacio donde Evita dormía. En ese momento, sintió que alcanzaba la elevación espiritual y una percepción tan sutil que le permitió captar un mal pensamiento hacia la primera dama en la mente de un militar que pasaba circunstancialmente. Para desagraviarla, lo insultó.

Ese mismo año, López recibió el primer castigo disciplinario por parte del intendente de la residencia Atilio Renzi. El motivo fue la lectura de libros esotéricos en horario de guardia. Una versión proporcionada por el propio Renzi indica que López lo enfrentó: “Algún día voy a tener supremacía sobre Perón y vas a ver quién soy yo…”, le dijo.

La actuación de López durante los últimos días de vida de Eva también está sujeta a controversias. Si bien distintas fuentes aseguran que no tenía autorización para instalarse en la escalera que conducía a su dormitorio en el Palacio Unzué, el médico personal de la primera dama refirió que, en ese lugar, López ofreció su vida para intentar salvar la de ella:

—Conozco el grave estado de la señora Eva. Cuando ella empeora, yo también me enfermo; cuando ella se alivia, yo mejoro. Quiero ofrecer mi sangre para las futuras transfusiones. Le ofrezco todo mi cuerpo, toda mi vida para que ella pueda vivir —le dijo.

Eva Perón murió el 26 de julio de 1952, y esa noche una manifestación espiritista recorrió las calles de Buenos Aires con velas y antorchas. Victoria Montero, a través de Julio Wandelow, jefe de turno de la central telefónica de Paso de los Libres y peluquero, envió una orquídea para que la colocaran sobre su ataúd. A Evita la velaron durante dos semanas. El doctor Pedro Ara se ocupó de embalsamar su cuerpo en el edificio de la CGT y allí quedó depositada, hasta que se construyera un mausoleo que sería más alto que la Estatua de la Libertad.

Al año siguiente a su muerte, López volaría hacia Nueva York por una circunstancia que él mismo definiría como “curiosa” en su libro Conocimientos espirituales: ganó una beca del gobierno de Perón que promocionaba a artistas de distintos rubros y viajó junto al pintor Sturlat. En los Estados Unidos advirtió que su arte y su persona corrían el riesgo de pasar inadvertidos si se presentaba simplemente como “José López”. Por tal razón se agregó el apellido de su madre: “Rega”. Era un tardío pero necesario reconocimiento. Estaba convencido de que con ese nombre y ese doble apellido —José López Rega— alcanzaría la trascendencia artística que merecía.

A su regreso, López les relató a sus íntimos que había cantado en emisoras hispanas de onda corta y se había presentado en una boîte denominada Chico. Volvió eufórico. José María Villone, que en 1953 dirigía la revista Mundo Radial, le publicó una foto con un epígrafe que informaba de su viaje, única referencia gráfica que existe de esa gira, que duró varios meses. López le relataría al embajador norteamericano Robert C. Hill su experiencia como cantante en su país en mayo de 1974, cuando lo recibió en el Salón Blanco de la Casa Rosada.

Luego de la muerte de Evita, la magia de la interacción entre Perón y las masas comenzó a atenuarse. También sobrevino un período de desaceleración económica: la industria dejó de impulsar la producción, la inflación se disparó, las exportaciones se redujeron y las reservas de oro que se habían acumulado en el Banco Central en los albores de la posguerra disminuyeron. El ciclo de expansión económica del primer período peronista mostró incipientes señales de agotamiento. Perón no pudo continuar con su política distributiva. Entonces instrumentó una política de “ajustes” en el sector público y restringió el crédito. Ante la falta de recursos del Estado, abrió la economía a la inversión privada y el capital extranjero. Su debilidad facilitó la presión de los empresarios, que recuperaron posiciones frente a los obreros. El gobierno comenzó a chocar con su propia base de sustentación política. Aunque la economía tendió a estabilizarse en la última etapa del gobierno de Perón, la progresiva eliminación del pluralismo y de las libertades públicas activó la conspiración en su contra. La punta de lanza fueron los Comandos Civiles —integrados por estudiantes universitarios y profesionales de derecha—, que colocaban bombas callejeras para enardecer el clima político. Tampoco lo ayudó un escándalo de corrupción que culminó con el aparente suicidio de Juan Duarte, el hermano de Evita. Como forma de alejarse de las críticas, Perón se mostraba los fines de semana con las chicas de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), y salía a pasear en motoneta. La residencia de veraneo, ubicada en Olivos, había sido convertida en un campo deportivo. Pronto estallarían las versiones de encuentros licenciosos que se organizaban en torno al General. Si bien las Fuerzas Armadas, los partidos políticos y los defensores del orden conservador formaban parte de la reacción contra el gobierno, su enemigo más activo fue la Iglesia Católica. Perón se decidió a enfrentarla. Quizás el motivo haya sido la creación del Partido Demócrata Cristiano, auspiciada por los curas, o la búsqueda de un enemigo definido para reencauzar detrás de él a todo el Movimiento y concentrar el poder, como en los primeros años de su gobierno. En el marco de una campaña anticlerical, Perón promulgó la Ley de Divorcio, reconoció los derechos de los hijos ilegítimos, legalizó la prostitución y abolió la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, entre otras medidas. Pagaría el precio de la venganza eclesial. En la masiva concentración de Corpus Christi de junio de 1955, convergieron todas las fuerzas opositoras, pese a que la manifestación había sido prohibida. En respuesta Perón expulsó a dos obispos del país. Unos días más tarde, sectores de la Marina y de la Fuerza Aérea programaron un atentado contra su vida, y bombardearon la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo. Hubo más de trescientos muertos. Por la noche, ardieron las iglesias. Perón intentó retomar el diálogo con la oposición y propuso una tregua, pero no fue escuchado. Entonces, luego de amagar con la renuncia, convocó al Movimiento en pleno a la Plaza e instó a sus seguidores a hacer justicia por mano propia contra los enemigos:

—La consigna para todo peronista, ya sea solo o dentro de una organización, es responder a un acto violento con otro acto violento. Y cuando caiga uno de nosotros, caerán cinco de ellos.

Pese a la virulencia de su proclama, Perón no ofreció resistencia ante el golpe militar del 16 de septiembre de 1955, y se marchó a un largo exilio. El cadáver de Evita quedaría a la deriva, pero su figura jamás perdería su fuerza revolucionaria.

Fuentes
Sobre Victoria Montero y los hermanos de la casa de la Maestra Espiritual se entrevistó en Paso de los Libres a Nilda Silber, su sobrina; a Luis Silber, su nieto; a Marta Silber, vecina de la casa, y a Mario Rotundo, en Madrid. Para el encuentro de Victoria Montero y Eva Perón se entrevistó a Ema Villone y a Marta Silber. Para las actividades oficiales por la inauguración del puente véase Clarín del 22 de mayo de 1947. Para el diálogo de la iniciación de López Rega con la Madre Espiritual se utilizó su relato autobiográfico en Conocimientos espirituales (págs. 180-191). La mención de López a la muerte que cambió su vida no alude a nadie cuya existencia haya podido ser comprobada por ninguna de las fuentes consultadas. También se empleó como fuente un escrito inédito de Carlos Villone donde se narran historias de Victoria Montero, cedido al autor por una hermana de la casa. Para profundizar en la posible relación entre San Juan Bautista, Jesús y los esenios, véanse, entre otros, Jesús y Jesús y los Esenios, de Eduardo Schuré. Para la relación de López con Ferreira y el grupo de Uruguayana se entrevistó a Eloá Copetti Vianna, segunda mujer de Claudio Ferreira, y se consultó un artículo del diario O Estado de São Paulo, publicado el 22 y el 23 de julio de 1975. Sobre la sanción a López Rega en la residencia presidencial se entrevistó al suboficial Andrés López. Véanse también declaraciones del ex intendente Atilio Renzi en el número 1021 de la revista Gente. Las sanciones no figuran en el legajo policial. Para la reacción de López frente a la enfermedad de Evita, véase El último Perón, del médico Jorge Taiana, págs. 112-113.

Notas
1. Montiel fue uno de los pioneros del chamamé en Paso de los Libres, pero siempre renegó de su ciudad porque las radios pasaban música brasileña y a él lo ignoraban. De muy joven, tuvo que escapar a Buenos Aires porque debía una muerte por una pelea en la que perdió dos dedos. Su abuela Rosa lo embarcó a Buenos Aires, donde se consagró como músico. Luego hizo giras por Europa y Asia, y fue recibido por el Papa. Cuando López lo conoció, en la década de 1950, tocaba en el salón De Cortez y en el club Guaraní. Todos los 6 de diciembre se realizan festivales de chamamé que llevan su nombre.

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