Por Martín Becerra*
El clima beligerante en donde “vale todo” con tal de humillar y, si es posible, aniquilar al adversario, como planteó Washington Uranga, (PáginaI12, 6/3/2010), se acentúa en los medios de comunicación en relación directa con el ocaso de la figura del “editor responsable”. ¿Quién se hace responsable de los verbos impersonales, de las noticias sin fuente fidedigna, de la repetición de acusaciones anónimas, de los “zócalos” de la pantalla televisiva que distorsionan el contenido de la información? No hay responsable editorial porque el combate exige emplear métodos sucios, relegando el respeto por la audiencia como un daño colateral.
Para Roger Chartier, “la edición es el momento en que un texto se vuelve un objeto y encuentra lectores”. El editor responsable es, así, quien se ocupa de seleccionar qué aspectos de la realidad serán noticia, bajo qué óptica serán editados y a quién estará dirigido el contenido elaborado. Y se hace responsable por ello.
El clima beligerante produce heridas no sólo entre rivales directos, también se extiende a actores secundarios, induce centrípetamente a tomar posturas maniqueas y demuestra su desprecio por la sociedad, relegada al rol de “tercero ausente”. En este clima, el encuentro de lectores es reemplazado por predicamentos facciosos.
Es cierto que las audiencias pueden, en el fragor del combate, interesarse por fórmulas dicotómicas, manipuladoramente simples. Es más: las audiencias incluso reclaman en el inicio de toda lucha una interpretación binaria. El enfrentamiento de opuestos hace a la historia del espectáculo. Solo que al cabo de un tiempo el argumento de la disputa, repetido en sus formas y en sus actores, se agota en la roída fórmula del sermoneo.
El comportamiento de los medios exhibe, empero, peculiaridades: la prensa escrita marca la agenda. Los diarios y revistas, usina del “vale todo”, raramente introducen matices y perspectivas diversas en beneficio del raciocinio de los lectores. Pero las publicaciones, al menos, cuentan con un “editor responsable” y alguna incluso con defensoría del lector. El editor responsable no solamente responde ante la Justicia por lo publicado en el diario, sino ante sus lectores. Los lectores están presentes, cierto que de modo indirecto, en el diseño del diario, ya que al menos nominalmente alguien se hace responsable ante ellos por el contenido.
En la radio no existe el editor responsable, pero la mayoría de los programas es conducido por una figura que, en los hechos, se juega su prestigio y su sustento ante los oyentes. A los fines prácticos, la conducción del programa es su “edición responsable” y es la que suele responder críticas o comentarios de oyentes. La radio es el medio que más opiniones diversas incluye en su agenda.
La televisión, probablemente el medio menos creativo en términos informativos, ya que su agenda es parásito de la de los medios escritos, es en cambio el escenario de amplificación, reiteración y sostenimiento del “vale todo”. Es en las pantallas y en su singular formato donde el combate se expande. Pero, a diferencia de la prensa escrita y de la radio, en la televisión el editor responsable es inexistente. Hecho paradójico, dado que mientras que la prensa escrita es de propiedad privada, la televisión es un medio de carácter público (utiliza el espacio radioeléctrico) que se entrega por lapso limitado a privados para su explotación en forma de licencia. Es decir que la televisión debería, por usar un bien común, ser mucho más cuidadosa con el público consignando la fuente de sus noticias y señalando quién es responsable por su emisión. Además, en la televisión criolla no hay defensoría del público.
La sociedad no sabe quiénes son los licenciatarios de los canales (¡ni siquiera el Estado provee este dato elemental, como lo muestran los pedidos de informes de uno de sus poderes, el Congreso, ante otro, el Poder Ejecutivo!). Tampoco se conoce quién es responsable de los contenidos, muchos de carácter anónimo, que reproducen las pantallas: ¿la dirección del canal?, ¿la gerencia de programación?, ¿la de noticias?, ¿el empresario-productor de un programa que está tercerizado?, ¿los conductores o periodistas que presentan las notas en ese programa, pero que ignoran su contenido?
La reproducción en la pantalla de televisión de embestidas anónimas contra periodistas o políticos ameritaría una reflexión acerca de la responsabilidad ante los injuriados. Pero además de las víctimas del escrache anónimo replicado en televisión (en emisoras de gestión estatal y privada), hay otra víctima: una sociedad a la que se desprecia por considerarla incapaz de recibir contenidos que promuevan la reflexión en lugar del acto reflejo. “Nadie” es el responsable de lo que circula por la televisión. Pero el odio que irradian las pantallas perjudica a todos.
* Doctor en Comunicación. Universidad Nacional de Quilmes - CoNICeT
Fuente: Diario PáginaI12