El gobierno ha tomado un riesgo no razonable al antagonizar con el sector de mayor popularidad, con un nivel de aprobación del 90%
Ningún sector político organizado ha sabido capitalizar el conflicto entre el Ejecutivo y el campo, pese a los intentos de varios grupos
La imagen folclórica de que los productores rurales trabajan la tierra con sus manos hace tiempo que dejó de ser cierta. El agro es un sector altamente integrado, donde la explotación del suelo requiere equipos industriales y tecnológicos de distinto tipo, afirmó el sociólogo argentino Manuel Mora y Araujo, presidente de la Universidad Torcuato di Tella (Buenos Aires) y consultor en opinión pública y comunicación política.
-Desde hace más de cien días la presidenta Cristina Kirchner y las gremiales agrarias están enfrentadas en un duro conflicto. ¿Qué hay detrás de la crisis del campo?
-El disparador de este conflicto fue un tema puramente fiscal, como es el aumento de las retenciones a las exportaciones de algunos commodities. El gobierno no reflexionó lo suficiente cuando aprobó la Resolución Nº 125 del 11 de marzo pasado. Fue una medida relativamente improvisada que se tomó sin medir sus posibles efectos. Sin duda la reacción de los productores rurales sorprendió a la administración, que volvió a tomar decisiones apresuradas. La Presidenta creyó que podía fortalecerse políticamente si se resistía a las demandas del campo, pero no calculó debidamente la firmeza de los dirigentes agrarios ni el sólido y masivo respaldo del sector.
-¿Qué efectos económicos puede tener este enfrentamiento tan prolongado?
-Como la economía argentina depende básicamente de la producción agropecuaria, el conflicto ha generado un clima de incertidumbre económica a nivel nacional. El concepto de retenciones móviles, que son impuestos proporcionales a la ganancia que se obtiene por las exportaciones de ciertos commodities agrícolas, prácticamente ha destruido el mercado de futuros y ahora nadie puede invertir a largo plazo. Si bien el gobierno aduce que ese tipo de operaciones forma parte del mundo de la especulación financiera, es evidente que no comprende o no quiere entender que los negocios funcionan de esa manera en una economía globalizada.
-¿Son medianamente razonables las reivindicaciones del agro?
-Es indiscutible que el nivel de tributación que se le impone a los productores rurales es notoriamente muy elevado de acuerdo con los estándares fiscales de cualquier país. A su vez, son muy flojos los argumentos manejados por el gobierno, que se basan en que los productores ganan mucho dinero. En realidad, la rentabilidad del campo no es pareja ya que depende de cada producto, del tipo de explotación y de la región en donde se trabaje.
-¿No es una atribución del Poder Ejecutivo la fijación de retenciones a las exportaciones?
-Es una materia discutible. Incluso la Corte Suprema de Justicia le hizo algunas sutiles advertencias al gobierno respecto a que debía solicitar autorización al Congreso para aplicar retenciones. En realidad, existe una discusión técnica a nivel jurídico si las retenciones son realmente un impuesto; además, por su elevada magnitud pueden calificarse como `confiscatorias`. Aunque esa polémica puede resultar un poco bizantina, el fondo del asunto es extremadamente importante. Si se considera que las retenciones son un tributo, el monto recaudado tiene que ser compartido con las provincias. Eso significaría un ingreso sustancial para las arcas provinciales, que hoy tienen una dependencia considerable del Poder Ejecutivo nacional. Por eso, los gobernadores están más interesados en que se defina a las retenciones como un impuesto que en las reivindicaciones de los productores rurales.
Sector rural -La manera dicotómica de interpretar la realidad política en Argentina (peronistas o gorilas, patria o antipatria, democráticos o golpistas, etc.) parece renovarse hoy con la crisis del campo. ¿Podría decirse que el conflicto ha vuelto a despertar el viejo antagonismo entre campo y ciudad?
-La rivalidad histórica entre campo y ciudad es un tema del pasado lejano. No existe una oposición de ese tipo para las percepciones sociales de la Argentina actual. Tradicionalmente, las exportaciones del agro fueron la principal fuente de ingreso de divisas del país, lo cual a menudo producía un conflicto de intereses con la producción manufacturera urbana. Pero la diferenciación entre la agropecuaria y la industria ha desaparecido hoy. Lo que llamamos "campo" es ahora una industria. La imagen folclórica de que los productores agrarios trabajan la tierra con sus manos hace tiempo que dejó de ser cierta. El agro es un sector altamente integrado, donde la explotación del suelo requiere equipos industriales y tecnológicos de distinto tipo y, a su vez, una parte importantísima de su producción es procesada y convertida en alimentos.
-¿Qué incidencia han tenido los cambios tecnológicos en la actual crisis?
-Desde que existe un proceso de mecanización, es decir antes de la actual etapa de preponderancia de la tecnología, se redujo sustancialmente el número de trabajadores manuales, llamados comúnmente peones rurales, en toda la agricultura argentina. Más importante aún, la transformación industrial, tecnológica y productiva en el campo ha provocado cambios sociales relevantes. Si bien todavía hay propietarios que conservan sus tierras desde hace más de un siglo, una enorme cantidad de "pueblerinos", que distan mucho de ser ricos, han ido comprando campos y los arriendan a los agricultores. Lo relevante actualmente no es la propiedad del suelo, sino la producción que está organizada en empresas capitalistas que manejan campos propios o ajenos. El denominado "campo argentino" es un sector compuesto por 500.000 personas que poseen tierras, con lo cual se ha formado una clase media de propietarios rurales. Además, hay que tener en cuenta los habitantes de las localidades semirrurales quienes viven de prestarle servicios a ese medio millón de personas. Este segmento, que representa el 15% de la población de Argentina, ha obtenido los mejores ingresos en los últimos años, dado el progresivo crecimiento de la productividad de la tierra y los extraordinarios precios internacionales de los commodities agrícolas.
Clase política -¿Cuáles son los cambios políticos más notorios que se han manifestado durante la crisis del campo?
-Se ha dado la conjunción de varios fenómenos distintos. En primer término, la población rural se ha vuelto muy popular, independientemente del actual conflicto con el gobierno. La gente le tiene una gran simpatía porque está generalizada la idea de que los argentinos dependemos del campo y que todos vivimos mejor cuando el campo prospera. La opinión pública ve al productor agropecuario como gente dedicada a sus tareas, que toma riesgos y que trabaja mucho. En segundo lugar, hay una porción importante de ciudadanos, especialmente de clase media y media alta, que está enojada con el gobierno por diversas razones, y que ha aprovechado este conflicto para expresar su disconformidad.
Por su parte, el Poder Ejecutivo al antagonizar con el agro ha tomado un riesgo excesivo y no razonable porque no se está enfrentando a un grupo desprestigiado, sino con el sector que tiene la imagen más positiva de toda la sociedad argentina, con un nivel de aprobación de más del 90%, según Ipsos Mora y Araujo Encuestas Nacionales de Opinión Pública.
-¿Qué partido político ha canalizado la crisis del agro a su favor?
-La clase política argentina como tal está muy desprestigiada, sin perjuicio de que hay excepciones a nivel individual. Ningún sector político organizado ha sabido capitalizar el conflicto entre el gobierno y el campo, pese a los intentos de varios grupos. Nadie le da crédito a un político opositor al gobierno porque sostenga que los productores rurales tienen razón en sus demandas. En todo caso, quienes ahora empiezan a despertar una expectativa interesante son los dirigentes que están al frente de provincias e intendencias. Llevados por sus convicciones o las propias circunstancias, estos políticos, que cuentan con votos propios, apoyan las reivindicaciones del agro ya que la población donde gobiernan está volcada decididamente en favor del campo.
Partido Justicialista -¿Qué podría ocurrir dentro del Partido Justicialista (PJ) si el Senado no aprobase el proyecto de ley sobre retenciones a las exportaciones fijadas por la Resolución 125 del 11 de marzo pasado?
-Claramente el partido oficialista podría quebrarse, pero seguramente el presidente del PJ, Néstor Kirchner, va a evitar que se llegue a una situación límite mediante la negociación de algunas concesiones a los reclamos del agro. Si bien ha expresado en forma tajante que "no cederemos nada", lo cual es habitual en los debates políticos, va a tener que aceptar tarde o temprano ciertas demandas. De lo contrario, va a tener problemas políticos serios porque, probablemente, su bloque perdería la mayoría dentro del PJ, lo cual significaría un verdadero desprestigio para Kirchner.
-Si los legisladores modificasen eventualmente el proyecto sobre retenciones a las exportaciones, ¿tiene el Poder Ejecutivo potestades para vetar una ley aprobada por el Congreso de la Nación?
-La Presidenta tiene facultades para vetar cualquier ley. Sin embargo, es improbable que lo haga en este caso particular porque sería un desafío muy fuerte a los integrantes de su propio partido, con lo cual se aceleraría una eventual ruptura del Partido Justicialista. El gobierno de Cristina Kirchner ha pagado un costo político inmenso por este conflicto que ya lleva tres meses de duración, pero el precio que tendría que pagar por un eventual veto sería incalculable.
Hiperpresidencialismo -Las dos administraciones del matrimonio Kirchner se han caracterizado por gobernar, en buena parte, por la vía del decreto. ¿Cómo se explica esa manera de proceder del Poder Ejecutivo?
-La forma de gobernar a través de decretos presidenciales no la inventaron los Kirchner. Cada presidente anterior gobernó por decreto en mayor medida que el precedente. Por ejemplo, de la Rúa utilizó ese instrumento más que Menem y este más que Alfonsín, quien a su vez lo aplicó más que cualquier presidente electo democráticamente antes de 1983. Sin duda esa costumbre es un rasgo del modo de gobernar en Argentina que se puede describir con una palabra: hiperpresidencialismo. Creo que ese estilo ya cumplió su ciclo histórico porque no condice con la sociedad actual del país y del mundo. Incluso la decisión de la Presidenta de elevar la aplicación de retenciones a la consideración del Congreso ha sido un paso adelante en este sentido.
-Los industriales lecheros ya están anunciando que el próximo problema del gobierno será con ese sector. Recientemente una importante empresa láctea denunció un pedido de "coimas". ¿Se ha terminado la época en que los empresarios se sentían intimidados por el autoritarismo de algunos altos funcionarios?
-La mayoría de los sectores productivos que han tenido problemas con esta administración, así como con la anterior, soportó esa situación porque el crecimiento de la economía ha sido evidente y los negocios han prosperado. En el caso de los productores lecheros, sus precios de venta internos regulados oficialmente están fuera de mercado. Como ningún tambero mediano ni pequeño recibió las compensaciones prometidas por el gobierno, ahora están decididos a ir a la lucha y así lo han manifestado. Sin duda, esto llama la atención porque los empresarios argentinos siempre se han sentido intimidados por el Poder Ejecutivo y rara vez se han atrevido a abrir la boca, sea el gobierno ejercido en forma autoritaria o no.
La popularidad no se recupera con discursos o cosmética -¿Hay registros de que algún presidente electo democráticamente haya perdido tanta confianza en las encuestas de opinión pública como Cristina Kirchner?
-Sí. Tanto Menem como de la Rúa terminaron con niveles de apoyo popular aún más bajos que los de la actual Presidenta, quien tiene aún la posibilidad de revertir la tendencia en los tres años y medio que le restan de su mandato. Un atenuante a su bajísimo nivel de popularidad actual puede ser que los gobiernos en Argentina suelen perder la confianza del público rápidamente.
-¿Cómo podría recuperar la confianza del público y alcanzar un respaldo del 45%, o sea el equivalente al porcentaje de votos que obtuvo en las elecciones de octubre del año pasado?
-No le va a resultar fácil, pero no es una tarea imposible. Hay ejemplos ilustrativos en otros países. Es el caso del presidente Lula en Brasil, que perdió credibilidad en un determinado momento cuando estallaron los escándalos de corrupción de altos dirigentes de su propio partido y tuvo algunos enfrentamientos con el Congreso. Sin embargo, hoy ha recuperado la confianza de la gente y se ha convertido en uno de los presidentes más populares de la historia de su país. La moraleja es que la recuperación del apoyo de la opinión pública no puede basarse en discursos o en cosmética. Un gobierno sólo puede recuperar credibilidad si logra revertir un estado de cosas que se viene deteriorando. En Brasil fue la mejoría impresionante de su economía. En Argentina, el gobierno debería procurar la recuperación del apoyo popular de un modo similar y no atacando a los sectores de la oposición y, por tanto, dividiendo a la ciudadanía.
-¿A qué objetivo económico debería apuntar Cristina Kirchner para recuperar su popularidad?
-El desafío que califica para esa tarea es la inflación. Su gobierno tendría que revertir la tendencia inflacionaria que se agudiza cada vez más. Debería empezar por sincerar los índices oficiales, ya que la falta de credibilidad en las cifras del Indec le quita respeto al gobierno, y simultáneamente tomar medidas antiinflacionarias eficientes. En la actualidad, las encuestas de opinión pública revelan que los ciudadanos consideran que la tasa de inflación es del orden del 30% anual. Si esa cifra es exacta o no, sólo lo sabrán los expertos que hacen las mediciones de costo de vida, pero ese guarismo lo siente el bolsillo de cada consumidor.
Últimamente han surgido varios dirigentes mediáticos fabricados por la TV -A fines de 2001 el estallido de manifestaciones callejeras durante varios días logró la renuncia del presidente de la Rúa. En el peor de los escenarios, ¿podría una profundización de la crisis del campo poner en peligro la permanencia de Cristina Kirchner en la Casa Rosada?
-Las especulaciones sobre el fin de la presidencia de Cristina Kirchner constituyen un tema que está todos los días en la calle. En realidad, imaginarse que cae un gobierno es un deporte argentino. Esa suposición la veo hoy muy improbable porque lo que vendría sería extremadamente caótico e incierto. Argentina ya experimentó que un presidente constitucional -Fernando de la Rúa- tuviera que renunciar por la presión popular, lo que generó la peor crisis política y económica que conoció el país, con el agravante que lo sustituyó el candidato que había perdido las elecciones. Supongo que hemos aprendido una lección. Además, para que caiga un gobierno electo democráticamente, no sólo tiene que estar muy desgastado, sino que también debe haber una facción con suficiente peso político preparada para tomar el poder. Hoy no existe un sector con tales características en Argentina.
-¿Puede aparecer algún político de fuste como consecuencia de la crisis del campo?
-Los políticos de fuste no aparecen de la noche a la mañana por más que algunos dirigentes tengan una gran exposición en los medios de comunicación masiva. Los conductores auténticos surgen dentro de organizaciones políticas, con complejos engranajes que hacen que el liderazgo político se construya desde su seno y, por tanto, tienen un sostén muy sólido. Las grandes figuras políticas de los partidos históricos de Argentina comenzaron por haber construido esas organizaciones. Allí existen distintos estratos directrices, desde los que manejan su funcionamiento, pasando por los que hacen la gestión, hasta los encargados de la comunicación con las bases territoriales del partido. De ahí es donde salen líderes políticamente fogueados. Frente a ellos, tenemos un nuevo estilo de políticos mediáticos que fabrica la TV, como fue Juan Carlos Blumberg hace unos años y es Alfredo de Angelli hoy día. No niego que este dirigente rural pueda llegar a ser un líder, catapultado por sus tres meses en los piquetes luchando contra el gobierno, pero va a necesitar demostrarlo con el paso del tiempo actuando en otras canchas.
-¿Significaría una eventual solución favorable a los productores agrarios el reconocimiento tácito al "derecho al piquete" en todo el territorio argentino?
-El reconocimiento ya existe, pero el gobierno ahora lo está negando porque los piquetes se le han puesto en contra, como también había ocurrido en la provincia de Santa Cruz. Según la doctrina, la protesta es un derecho de los ciudadanos -y no es un invento argentino- que ocurre cada vez con más frecuencia porque las instituciones democráticas funcionan con modelos anticuados.
Más allá de eso, la protesta es una constante de la cultura política argentina. Desde 1890 hasta ahora, se produjeron más cambios políticos generados por las protestas callejeras que por otros procesos, incluso los electorales. Algún presidente, como es el caso de Perón, surgió por una manifestación popular y otros cayeron -como, por ejemplo, Fernando de la Rúa- empujados por disturbios masivos. Ese hábito no ha cambiado. Por eso, lo primero que hace un argentino cuando está disconforme es salir a la calle a protestar; si encuentra un grupo que lo acompaña, la protesta toma dimensiones que pueden llegar a provocar una crisis de gobierno.
Debo reconocer que el gobierno dio un paso institucional hacia adelante al enviar el tema de las retenciones a las exportaciones al Congreso; pero los diputados sesionaron rodeados por piqueteros que vocearon puntos de vista opuestos. Hoy no hay manera de tener un diálogo sereno en ningún lugar de Argentina.
Ficha técnica
Manuel Mora y Araujo, argentino, 70 años, es licenciado y máster en sociología egresado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Es presidente de la Universidad Torcuato Di Tella, donde dicta clases de Opinión Pública y Comunicación Política. Es fundador y director de las consultoras Ipsos-Mora y Araujo y de Mora y Araujo Grupo de Comunicación. Su libro más reciente es "El poder de la conversación. Hacia una teoría de la opinión pública".
Fuente: El País, Uruguay