Por: Ricardo Kirschbaum
La existencia de conflictos en una sociedad democrática no debe asustar a nadie. Los disensos y sus manifestaciones concretas son los que ponen en funcionamiento los sistemas de mediación y representatividad que la armonizan. El problema se plantea cuando desaparecen o no existen las fórmulas de negociación y amortiguamiento, resolviéndose la ecuación, de resolverse, en términos drásticos.
La dimensión de la política, como herramienta, no existe. El reduccionismo conduce inexorablemente a una confrontación extrema.
Eso es lo que está ocurriendo en la Argentina y no es bueno que suceda. En primer lugar, porque el conflicto planteado debe resolverse mediante una negociación en la que prime el interés común y no el temor de cómo presentan los medios el día después de ese acuerdo. En segundo lugar, el reconocimiento del error habría sido un acto que, aún, podía haberlo capitalizado el Gobierno de cara a la sociedad. Un acto de sabiduría es mucho más efectivo ante la gente que presiones forzadas de personajes sin credibilidad. En tercer lugar, los dirigentes de las organizaciones rurales tienen que actuar con el margen necesario para negociar y no pueden llegar a la mesa del acuerdo con un cuchillo en la garganta: ¿qué negociación es aquella en la que no hay espacio para flexibilizar posiciones? La intransigencia extrema termina perjudicando al que la esgrime y a sus representados. La historia está plagada de ejemplos.
También se debe recordar los efectos de la protesta sobre la sociedad. La responsabilidad institucional no debe ser subordinada a otro tipo de intereses más inmediatos. La democracia es un bien común que todos debemos resguardar contra cualquier acechanza.
Hay que agregar otro elemento que añade dificultades. En una administración que se jacta de no necesitar de los medios de comunicación para conectarse con la gente, es lógico que la tarea del periodismo sea molesta y fustigada sin cesar. Esa concepción del periodismo es de otra época y de otras realidades que han desaparecido por su propia ineficacia para resolver los problemas de una sociedad. Una administración que reniega del contacto directo con el periodismo, que ha segado las fuentes de información, que pretende que los medios sean sólo transmisores pasivos de la política oficial, es una administración que no entiende nada sobre la función de los medios.
Los medios y los periodistas han cometido errores —y los seguirán cometiendo en el futuro— y esos errores deben ser corregidos, aclarados y admitidos constantemente cuando se actúa con responsabilidad. No es esgrimiendo un varapalos como se va a disciplinar a los medios. Ni confundiendo información con propaganda. La libertad de prensa y de expresión no es algo que graciosamente otorga el Gobierno, es un derecho resguardado por la Constitución. Conviene recordarlo siempre.
Ahora bien, la realidad que enfrenta Cristina Kirchner ha mutado y también las expectativas sobre su gestión. Han cambiado conductas frente a la administración y una sensación de frustración y desencanto es palpable.
El Gobierno, con un origen de legitimidad electoral, tiene las herramientas para corregir esta situación y promover consensos necesarios. Para eso deberá despojarse de ciertos atavismos que lo mantienen ensimismado, encerrado en una forma de conducción que no parece estar advirtiendo el rumbo equivocado.
Fuente: Diario Clarín