Su hijo mayor, Rubén, se aferra a las esperanzas. Hace poco más de un año creyó haberlo visto, pero al acercarse comprobó que no era él. Recuerda como si fuese hoy aquel día de 1979, en que el testigo clave regresó a su hogar tras haber sido secuestrado por los represores de la dictadura militar
Fue en abril de 2007 cuando Rubén (42) levantó su mirada y la posó sobre un hombre canoso que caminaba despacio en medio del paisaje urbano.
Lo vio de espaldas, es cierto. Pero ese andar inconfundible, el suéter rojo y las manos en los bolsillos, hicieron que sus sensaciones se alteraran para mutar del estatismo al éxtasis, prácticamente sin escalas.
Apuró el paso y sin dudarlo comenzó a acercarse. Pero sus ilusiones se desvanecieron cuando lo tuvo a uno o dos metros de distancia y comprobó que ese no era Jorge Julio López, el hombre del que no se tienen noticias desde que brindó un testimonio clave en el juicio contra el ex comisario Miguel Etchecolatz. Gracias a esa y a otras exposiciones, el genocida fue condenado y ahora purga reclusión perpetua.
López es el primer desaparecido en democracia y el padre de Rubén, aquel día siguió caminando en medio de la desazón. Si de algo sirve, aquello transcurrió en Mar del Plata.
En Los Hornos
Paredes blancas, persianas marrones y rosas en el jardín. Prolija por donde se la mire, la casa de 69 y 140 sólo destila tristeza desde aquel maldito 18 de septiembre de 2006 en que lo vieron por última vez.
Alguna vez su esposa contó que ese día López cambió su rutina: no se calzó las zapatillas ni arrojó las llaves por la ventana, tal como acostumbraba. Ahora Irene prefiere callar. Hoy cumple 80 años y no habrá lugar para festejos, sólo para el saludo de quienes se acerquen hasta su hogar de la localidad platense de Los Hornos.
“Ella no habla del tema, es como si se guardara el dolor. Sólo nos pregunta a nosotros -a Rubén y a su hermano Gustavo (39)- para que le contemos cómo va la investigación” a cargo del juez Federal Arnaldo Corazza.
Rubén hace un alto en su taller de carpintería y cuenta que tiene “la esperanza de que aparezca con vida”. Mira como esperando una respuesta y agrega que “el recuerdo es permanente: cada día cuando me levanto me pregunto dónde está, cuando veo las patrullas que llevan su foto me pasa lo mismo... Pero no hay un momento en el que lo recuerde más que en otro porque, como dije, es permanente”.
“Lo recuerdo cada vez que juega Boca”, club del que López es hincha fanático. Sus hijos también lo son, sólo que de Gimnasia y Esgrima.
“Hablábamos mucho de fútbol pero jamás le conocimos un ídolo. En cambio, sí manifestaba una gran admiración por (el General Juan Domingo) Perón, de quien solía decir que nadie podrá hacer algo igual”.
Ruben se aferra a las esperanzas y habla en presente, salvo cuando repasa estas y otras anécdotas. También conoce el significado de los rastrillajes: “Hace quince días nos avisaron que estaban buscando en un arroyo de por allá...”. Es aquí cuando respira profundo y retoma la charla con tono pausado.
A no más de 10 metros de la casa hay una custodia policial (dos efectivos de la Federal que miran con insistencia), y justo en la esquina un juego de cámaras que supuestamente lo controlan todo.
“La gente es respetuosa, algunos pasan, miran la casa y la identifican. Sabemos que nos respaldan y que comprenden nuestra situación”, explica.
López sufrió su primer secuestro entre octubre de 1976 y junio de 1979, cuando el país padecía las atrocidades de la dictadura militar. Aquella vez el destino quiso que viviera para contarlo.
A raíz de esa terrible experiencia Rubén siempre tuvo miedo de que algo más pudiera llegar a ocurrirle. Sin embargo, “nadie se atrevió a pedirle que no se presentara a declarar, porque sabíamos que de todos modos lo haría”, ya que ese era un mandato que él mismo se había impuesto. Quería escuchar los alegatos y ver la cara del represor al conocer su condena. Ahora su paradero es un misterio y su hallazgo una obligación.
La casa que él mismo reparaba -López es albañil- conserva intactas muchas de las piezas que hacían a su rutina. “En la mesita de luz están las pantuflas y las botas de gamuza tal cual las dejó”. En realidad todos sus elementos personales están en su lugar, como esperando que se reinicie el ritual de todos los días.
“Bombachas de campo, pantalones de grafa... Siempre fue un hombre sencillo”, un hombre valiente cuya verdad ayudó a condenar a uno de los personajes más siniestros del pasado reciente.
También hay dos perros, raza perro, -“Lupita y Violeta”- que se siguen parando junto a la puerta a la espera del paseo que ahora realizan con Gustavo o con Rubén.
Y es precisamente Rubén quien repasa los últimos minutos que vivió junto a su padre: “Fue el domingo cuando cargamos la camioneta porque al día siguiente teníamos que llevar un placard desarmado a Buenos Aires. El viejo estaba contento y hacía chistes, decía que por su edad éramos nosotros los que teníamos que hacer fuerza”.
Esa postal
Pero la imagen que quedó grabada en el común de la sociedad no es esa, sino la del buzo rojo con el que se presentó a la audiencia judicial. “Es así”, dice Rubén y cuenta que lo ha llamado gente que dijo haber visto a un hombre canoso con abrigo rojo, tal como le ocurrió a él.
“Los vecinos, los organismos de Derechos Humanos y la ciudadanía en general nos dan su apoyo y estamos agradecidos. Incluso (el ex presidente Néstor) Kirchner -con quien se entrevistaron en la Casa Rosada- se comprometió a realizar todo lo que estuviera a su alcance para avanzar en la investigación”. Pero el destino de este hombre que el 25 de noviembre debería cumplir 79 años sigue siendo un doloroso enigma.
Rubén tenía 14 cuando su padre recuperó la libertad tras haber sido secuestrado por los grupos de tareas. “Ya sabíamos que estaba en la Unidad 9 y un día nos informaron que lo iban a liberar...”. La memoria le devuelve varias postales, pero se queda con dos: una lo tiene a él arreglando su primera mesita en la carpintería mientras esperaba por su padre. La otra lo tiene a López contándole que le había dejado el calentador y el juego de ajedrez a los detenidos ilegales con los que compartía la celda.
Ese día Jorge no habló de torturas. Tal vez se haya tragado el dolor para exponerlo, como lo hizo, varios años después.
Rubén soporta ahora dolorosos períodos de pesimismo. Pero también se hace fuerte para aferrarse a las esperanzas y poder decir: “Lo único que quiero es que vuelva”.
Por: Germán Escobar, Diario Hoy