El ex presidente pidió un auto para recorrer el martes a la medianoche la Capital Federal y ver cómo sus militantes pegaban afiches contra el Grupo Clarín. Mortifica a Alberto Fernández porque lo considera afín al diario.
Por: Diego Genoud, Crítica de la Argentina
Néstor Kirchner goza cada instancia de sus batallas. El martes pasado, después del partido que dejó al Estudiantes de Juan Sebastián Verón afuera de la Copa Libertadores, el ex presidente quiso ver con sus propios ojos cómo se propagaba la campaña de afiches “Anti-Clarín” con la que el Gobierno nacional empapela la Capital Federal y sus alrededores desde hace dos semanas.
Poco antes de la medianoche, salió de la residencia de Olivos en un auto con vidrios polarizados junto a su hijo Máximo y dos de sus colaboradores en busca del grupo de “pegatineros” que esa noche había ido, nuevamente, a multiplicar el mensaje oficial. Sobre la avenida Libertador, vio con satisfacción afiches que se trepaban a las paredes y se imponían en los comercios, los medidores de luz, los tachos de basura y, por supuesto, en las carteleras verdes de Enrique Albistur.
“Clarín aprieta”, “Clarín quiere inflación”, “Clarín miente”, “Clarín contamina”, “TN Todo negativo, Todo Negocio”. Con o sin firma, da igual: Kirchner suscribe cada una de esas consignas. El vehículo oficial siguió avanzando hasta que finalmente encontró a un grupo de militantes K, debajo del puente de Córdoba y Juan B. Justo. Eran las 12 y media de la noche. Los testigos afirman que el santacruceño disfrutó ese momento como si Racing hubiera salido campeón.
Las recorridas de este tipo no son nuevas en el jefe del PJ. Incluso cuando era presidente, el santacruceño solía salir los fines de semana para observar de cerca alguna situación que lo inquietaba o le interesaba conocer. Lo novedoso es la furia contra Clarín, el grupo con el que tan bien creía haberse entendido en estos años y al que le entregó casi todo lo que tenía para darle.
En la Casa Rosada dicen que Kirchner está tan enfervorizado con su cruzada que prefiere mantener a raya al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, a quien considera demasiado cercano al Grupo como para continuar oficiando de nexo entre las partes. En la intimidad de Olivos, siempre rodeado de incondicionales, el ex presidente lo llama “Paladino” Fernández. Compara a su principal funcionario con Jorge Daniel Paladino, el hombre que fue designado por Juan Domingo Perón para negociar su regreso al país con el dictador Alejandro Agustín Lanusse, pero que a mitad de camino cambió de bando.
Paladino pasó a la historia como el hombre que comenzó como delegado de Perón ante Lanusse y terminó como delegado de Lanusse ante Perón. Lo mismo dice Kirchner, 37 años después, de Alberto Fernández. Se ve a sí mismo en el rol de Perón y ubica a Clarín en el lugar de aquella dictadura. El General tuvo como delegado a Paladino entre 1968 y 1971 y, cuando consideró que se había desviado de su estrategia, eligió a Héctor Cámpora para que ocupara su lugar.
Cerca de Kirchner afirman que piensa en una batalla de largo aliento. Quienes lo frecuentan aseguran que el santacruceño no se reprocha haber debutado como presidente con la prórroga de las licencias de radio y TV por diez años, pero dicen que aún tiene la sangre en el ojo después del desplante del holding al que, en uno de los últimos actos de su gestión y como prueba de amor, le entregó la aprobación de la megafusión de Cablevisión y Multicanal.
Con ese regalo de despedida, supuso que se haría acreedor a un año de gracia para el gobierno de Cristina Fernández.
Pero se llevó una sorpresa –que cataloga como traición– y ahora imagina distintas estrategias para golpear al multimedios. La nueva Ley de Radiodifusión es una apuesta de mediano plazo. La presidenta Cristina Fernández y el nuevo interventor del ComFeR, Gabriel Mariotto, no dejan pasar una semana sin hacer un acto que sirva para mostrar avances en ese sentido.
En el corto plazo, están los afiches que se expanden por la ciudad como una mancha de aceite y que, según el Gobierno, están perturbando a los directivos de Clarín. En la mañana del mismo martes que Kirchner salió de recorrida, un grupo de militantes del Movimiento Evita denunció que –mientras pegaba carteles en Paseo Colón y Avenida de Mayo– fue agredido verbal y físicamente por personal de la empresa de limpieza Linser S.A. y de la agencia de seguridad Prosegur.
Los empleados de Linser y Prosegur admitieron que habían sido contratados por Artear, la productora de Canal 13. En conferencia de prensa, miembros de la juventud kirchnerista afirmaron que los datos constan en la causa judicial que se inició en el juzgado correccional número 5 a cargo de Walter Candela.
Curiosamente, Linser no es una compañía que pueda ser considerada enemiga del oficialismo. Hasta principios de este año, su presidente era Luis “Chiche” Peluso, quien cedió sus acciones a su familia para pasar a ocupar un cargo fundamental del gobierno de Daniel Scioli: el Instituto de Lotería y Casinos Bonaerense. Linser y Peluso tienen una larga historia que fue revelada por Crítica de la Argentina, pero alcanza con recordar que el funcionario motonáutico era íntimo amigo de Carlos Menem, que su compañía creció durante los 90 con licitaciones que le otorgaba el Estado y que aún tiene tres causas judiciales abiertas en la Oficina Anticorrupción por “contrataciones irregulares”. Linser, que trabajó para ENTEL durante la gestión de María Julia Alsogaray y para el PAMI de Víctor Alderete, también cosechó una importante cartera de clientes en el sector privado.
Si el conflicto con “el gran diario argentino” crece, en el primer piso de la Casa Rosada advierten que incluso la ley 22.285, sancionada por la última dictadura militar y empeorada por Carlos Menem, “puede servir ya mismo para aleccionar a Clarín”. Sólo hace falta ponerla en práctica.
El apartado de la norma que recitan de memoria en el Gobierno es el artículo 43, que señala que en igual área de cobertura, un mismo grupo no puede instalar “más de una (1) licencia de radio, una (1) de televisión y una (1) de servicios complementarios de radiodifusión, siempre que las dos primeras no sean las únicas prestadas por la actividad privada”.
En privado, Kirchner admite que el enfrentamiento puede ocasionarle bajas en su propio frente. Pero, por ahora, se muestra desafiante. Las partes coinciden en que, tarde o temprano, llegará el momento de la negociación. La duda radica en el tipo y la cantidad de bajas que habrá de cada lado, a la hora del armisticio.