Afiche callejero que advertía sobre el regreso a las calles de la patota de torturadores, entre ellos su líder
José Rubén Lo Fiego murió en 2021, a los 72 años. Pero su sombra sigue proyectándose sobre Rosario. Fue uno de los engranajes más feroces del aparato represivo en el Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionó en el ex Servicio de Informaciones, en la esquina de Dorrego y San Lorenzo. Allí, el Estado argentino —a través de hombres como Lo Fiego— torturó, violó y asesinó.
Lo Fiego no fue un represor más. Apodado el Ciego, también llamado el Mengele rosarino, fue el jefe de los torturadores de ese CCD, el más grande de toda la provincia de Santa Fe. La historia judicial lo alcanzó tarde, pero lo alcanzó. Fue condenado a prisión perpetua por homicidios, torturas, secuestros y, finalmente, en 2020, por delitos sexuales cometidos contra detenidas. Fue la primera vez en Rosario que la Justicia reconoció la violencia sexual en los CCD como un crimen específico, y no como una forma genérica de tormento.
Su sadismo quedó expuesto también en los testimonios. Stella Hernández, del Sindicato de Prensa de Rosario, declaró en 2018 durante un juicio de lesa humanidad que Lo Fiego “llevaba registro y decía que las mujeres aguantaban más con la picana”. No solo participaba de las sesiones de tortura: las estudiaba.
Hoy, su nombre vuelve a circular, no por un nuevo fallo ni por una revisión histórica, sino por un edicto administrativo. La Dirección General de Defunciones y Cementerios de la Municipalidad de Rosario publicó en La Capital un aviso: intima al titular del sepulcro a abonar las tasas adeudadas por el nicho que guarda sus restos. En caso contrario, se procederá a la desocupación y sus restos serán enviados al osario y/o al crematorio municipal.
Lo Fiego no fue un represor más. Apodado el Ciego, también llamado el Mengele rosarino, fue el jefe de los torturadores de ese CCD, el más grande de toda la provincia de Santa Fe. La historia judicial lo alcanzó tarde, pero lo alcanzó. Fue condenado a prisión perpetua por homicidios, torturas, secuestros y, finalmente, en 2020, por delitos sexuales cometidos contra detenidas. Fue la primera vez en Rosario que la Justicia reconoció la violencia sexual en los CCD como un crimen específico, y no como una forma genérica de tormento.
Su sadismo quedó expuesto también en los testimonios. Stella Hernández, del Sindicato de Prensa de Rosario, declaró en 2018 durante un juicio de lesa humanidad que Lo Fiego “llevaba registro y decía que las mujeres aguantaban más con la picana”. No solo participaba de las sesiones de tortura: las estudiaba.
Hoy, su nombre vuelve a circular, no por un nuevo fallo ni por una revisión histórica, sino por un edicto administrativo. La Dirección General de Defunciones y Cementerios de la Municipalidad de Rosario publicó en La Capital un aviso: intima al titular del sepulcro a abonar las tasas adeudadas por el nicho que guarda sus restos. En caso contrario, se procederá a la desocupación y sus restos serán enviados al osario y/o al crematorio municipal.
El nicho del verdugo. El cuerpo de quien fue el engranaje central de una maquinaria de muerte hoy corre el riesgo de no tener lugar ni siquiera en un cementerio público. No es una metáfora poética de la justicia, sino un hecho burocrático. Pero a veces, las acciones administrativas también se convierten en signos de época.
El Ciego cumplía su condena en una cárcel común, el Penal de Ezeiza. Había solicitado prisión domiciliaria por problemas de salud, pero la Justicia se la denegó: no tenía a nadie que pudiera hacerse cargo de su cuidado.
Las leyes de impunidad le regalaron décadas de libertad que no merecía. Sus víctimas son incontables”, dijo, al conocerse su fallecimiento, Gabriela Durruty, abogada de la Asociación Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Rosario. Seguramente se llevó a la tumba nombres y destinos de personas desaparecidas, y también de bebés robados.
Tal vez no haya justicia divina. Tal vez no haya justicia completa. Pero hay símbolos. Y a veces, como ahora, los símbolos dicen más que las sentencias.
Memoria, Verdad y Justicia!El Ciego cumplía su condena en una cárcel común, el Penal de Ezeiza. Había solicitado prisión domiciliaria por problemas de salud, pero la Justicia se la denegó: no tenía a nadie que pudiera hacerse cargo de su cuidado.
Las leyes de impunidad le regalaron décadas de libertad que no merecía. Sus víctimas son incontables”, dijo, al conocerse su fallecimiento, Gabriela Durruty, abogada de la Asociación Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Rosario. Seguramente se llevó a la tumba nombres y destinos de personas desaparecidas, y también de bebés robados.
Tal vez no haya justicia divina. Tal vez no haya justicia completa. Pero hay símbolos. Y a veces, como ahora, los símbolos dicen más que las sentencias.
Foto: Alfredo Celoria, Diario La Capital