Mucho se ha hablado acerca del papel de los medios de comunicación masivos y su implicancia en la opinión pública, sobre todo a la hora de condicionar la realidad a aquello que simple y llanamente sale en la "tele", desde lo moralmente aceptable hasta aquello que debe ser eliminado para poder hacer de nuestros países lo grande que fueron en el pasado. Con o sin querer, el control de las grandes empresas de comunicación, dibuja aquella realidad única sobre la cual difícilmente hay escapatoria.
Y parecería que vamos a analizar una serie de televisión, sin embargo, esta será el subterfugio para pensar en algo más urgente. Succession (2023) creada por Jesse Armstrong, aclamado guionista, creador y director televisivo y que es, hoy por hoy, la "vedette" de la oferta televisiva en modo streaming, con sus 4 temporadas y 39 episodios, y un final de los mejores vistos en los últimos años.
En palabras simples Succession es un enorme éxito y un gran descubrimiento, desde el trabajo de actores con un éxito anterior menor– a excepción de Mathew McFadyen, el Mr. Darcy de la película Orgullo y Prejuicio 2005- el resto se consolida precisamente en este trabajo que, hoy por hoy, los tiene revisando ofertas y ganando premios en los mejores festivales. El argumento, una familia adinerada donde el patriarca debe decidir quién le sucederá, luego de su muerte, en la cabeza de la empresa. Hasta allí, nada muy original, no obstante, las actuaciones y el guion que hacen pendular esta serie entre el drama y la comedia, ya justifican plenamente su visualizado.
Pero vamos a lo importante. Una subtrama, dentro de la serie y que se desarrolla con fuerza en su último tercio es, en pocas y contundentes palabras, como un medio de comunicación -ATN- propiedad de la familia Roy es capaz de consolidar, incluso en contra de la realidad misma, la emergencia de un candidato fascista e intolerante (aunque podría este ser un pleonasmo importante). Es en ese espacio donde, más allá del eventual coqueteo con la realidad -Trump, Macri, Piñera y Uribe en su momento- se conforman algunas certezas irrefutables en el ámbito de la comunicación. ¿Puede un medio de comunicación alterar la opinión pública y convertirla en una amplificación de su editorial? Pues sí, y hace mucho que lo sabemos, pero no es algo que se admita en voz alta.
Los candidatos que buscan persuadir desde emociones que atrofian o anulan el examen crítico, a saber, el miedo a quienes dañan nuestra democracia – ¿terroristas? – o la ira respecto de aquel que usufructúa de nuestros derechos – ¿inmigrantes? -, y que no son más que derivaciones de las clases de comunicación avanzada de Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, pasan a ser regularmente, los preferidos por los grandes conglomerados por su poder sobre las masas.
Ya sea por que dichas instituciones se sostienen comercialmente gracias a las artimañas políticas de estos mismos personajes o también porque reproducen una línea ética y moral que no deja espacio al disenso, es que se da esta simbiosis perfecta que dificulta cualquier otra alternativa democrática. Es aquí donde una idea tan censora como "la ley de medios" en nuestro país coje algo de sentido antes de ir al basurero de la demagogia.
Si, es cierto que hemos tenido gobiernos nominalmente de izquierda y digo nominalmente porque en el momento de gobernar han tenido, no solo que transar, sino que dar giros en 180° como la actual administración besando el anillo de la revenida ex -no tanto- concertación.
Es aquí donde surge la sospecha, ¿por qué medios tan enquistados en el sueño americano como HBO -dependiente de Warner- promueven este tipo de historias, muchas veces, contrarias a sus propios anhelos? La respuesta es simple.
Sobre cualquier ideología siempre lo que domina es el mercado. Recordemos que en tiempos en que Sebastián Piñera era dueño de CHV (Chilevisión, hoy propiedad de Paramount), las noticias seguían atacándolo, no con alevosía, pero sí con esa actitud de quién fiscaliza a su propio jefe. La idea de potenciar a alguien cercano, que no está fuera de la ley, es una estrategia preciosa a la hora de fomentar esa campaña política que lo llevó luego a la presidencia. Adsum ergo sum, sería la distorsión del aforismo clásico a "Estoy aquí, luego existo", si somos capaces de aparecer, cocinando, cantando, cayéndonos de cabeza en algún lugar o incluso equivocándonos, esa cercanía genera una persuasión mayor que cualquier explicación compleja respecto a cómo nos afecta el cambio de un artículo constitucional. En el proceso de creación de la realidad, el control de la emotividad siempre es anterior al logos.
Por lo tanto, si hay un visualizado que entregue ganancias superlativas, no importa cuál sea la ideología base, lo importante es que es un buen negocio y su rentabilidad soporta el mismo statu quo que intenta cuestionar.
Y no es algo privativo de las derechas latinoamericanas, claro que no, la estrategia eterna de Cristina Fernández de aparecer en cadena nacional cada vez que se le impugnaba algún tipo de mala decisión gubernamental, mantenía a raya la crítica del pueblo en su conjunto ¡Ella da la cara! "Fútbol para todos", el óxido nitroso del ciudadano alerta.
Aparecer en TV pareciera ser, en el papel, algo no relevante a la hora de ejecutar una acción política, no obstante, hay una línea bastante directa entre un gran gasto propagandístico y las posibilidades de ostentar un cargo público, el Servel lo sabe, pero no puede ir más allá de sus propios límites legales.
Volviendo a la serie. Es interesante entender que su argumento, contrario incluso a la línea editorial del conglomerado, anticipado por mucho en el comentario que le hiciera el zorro al principito de Antoine de Saint-Exupéry, "lo esencial es invisible ante los ojos". Esto de esconder hechos "a la vista" funciona de manera similar a la lectura del "semanario de lo insólito" en la película Men in Black (1997) donde el agente "K" instruía a su aprendiz "J" a buscar la realidad en un extraño periódico, en plena calle, aunque esta estuviera cubierta de extravagancias ¡Llueven ranas en Tarragona! Exactamente el 2020 se dio un fenómeno con tales características y para muchos, no pasó de una mueca de burla ¡Un tirano, dictador, orangután llega al poder! La reacción es exactamente la misma.
El adormecimiento de la sociedad de masas es caldo de cultivo para todo tipo de aberraciones sociales, incluso advertidas por creaciones audiovisuales de este tipo, donde basta con que un medio decida darle cobertura al candidato más peligroso, para que este entre a nuestras casas como un salvador y ahogue en la indiferencia las pretensiones de otros que quizás tenían algo que aportar.
Gran serie, de argumento evidente, pero exquisitamente bien guionado, que será tomado por muchos como una ficción, no obstante, cuando se abran las urnas, esa idea, lúdica, absurda, salida de una serie de televisión, puede configurarse como aquello que conforma lo real y movilizará nuestros votos a aquellos personajes que prometen cuidar de nuestros valores tradicionales y harán que nuestros países vuelvan a ser tan grandes como antes de la "debacle" moral, lo habían sido.
Todas las insurrecciones de ciudadanos postergados, invisibles, igualados, degenerados y declarados de segunda clase, tendrán que seguir esperando.
Disponible en HBO Max.
Fuente: El Periodista