Por Washington Uranga
Ya en 1991, en un seminario sobre “Política y comunicación” organizado en la Universidad Nacional de Córdoba, la docente e investigadora María Cristina Mata aportó una lúcida reflexión titulada “Entre la plaza y la platea”, buscando sumar explicaciones (también expuestas entonces, entre otros teóricos de la comunicación, por Oscar Landi, Nicolás Casullo y Héctor Schmucler) al fenómeno de la “mediatización” de la política. “De la plaza a la platea –decía Mata– sería entonces la imagen del movimiento sustitutorio que revela los nuevos espacios físicos y simbólicos que se admiten como lugares de producción del sentido político y unas estrategias propias de tales espacios, articulados por la mediación tecnológica y el consumo cultural”. Advertía sin embargo la autora sobre el riesgo de la simplificación que sugeriría “la clausura de la primera (la plaza), su oclusión, su olvido (...) su desaparición sin rastros en el imaginario político que se construye desde ese otro lugar central que es la platea”. Y más adelante sostenía que “lo que desafía nuestra comprensión y nuestro juicio al asumir que la política se construye hoy desde una tensión entre la plaza y la platea y no en virtud de una lisa y total destrucción de la primera bajo el imperio de la segunda”.
En 2007, el comunicador brasileño Pedro Gilberto Gomes, vicerrector de la Universidad Unisinos de Porto Alegre, escribió sobre El proceso de mediatización de la sociedad y sostuvo que aquella posición “entonces revolucionaria” de Mata ha sido superada porque “ahora existe un escenario del espectáculo, donde no se habla más de la plaza y de la platea” y porque de hecho, “si un aspecto o un hecho no es mediatizado, parece no existir”. Por tal motivo, sigue diciendo Gomes, es preciso “aceptar la mediatización como un nuevo modo de ser en el mundo” que como tal construye sentido “induciendo una forma de organización social”. Germán Rey, colombiano y parte del equipo de investigación de la Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano que conduce Gabriel García Márquez, afirma que “los medios de comunicación son actores importantes en la conformación de lo público (...) escenarios de representación de lo social y a la vez lugares de circulación de puntos de vista, de sistemas más o menos plurales de interpretación”.
Las reflexiones anteriores vienen a cuento de lo que está sucediendo en las últimas semanas en la Argentina, donde la batalla política se está dando en el escenario comunicacional. Los debates y las confrontaciones comunicacionales son enfrentamientos por el poder donde no existen los “independientes” por más que algunos se autotitulen así. En ese marco, la confrontación política se transforma sustancialmente en una lucha de relatos y de sentidos interpretativos, donde los actores intentan imponer sus puntos de vista sobre los hechos pero también un modelo de sociedad. El espacio público, el espacio político, está hoy mediatizado, se ha transformado en un ámbito de lucha simbólica por el poder. Bien lo saben los dirigentes que conducen el lockout agropecuario que hábilmente han intentado discursivamente capitalizar para sí la representación de “el campo” y hasta privatizar la escarapela nacional como emblema de sus intereses sectoriales. También los responsables de los medios que editorializan a diario con títulos y selección de imágenes, construyendo relatos políticos y liderazgos mediáticos.
En este escenario la lucha política se convierte en una disputa desigual, donde la fuerza del poder mediático (que hoy responde al interés de los grupos económicos concentrados aliados también con sectores económicamente poderosos) puede terminar imponiendo sus argumentos y sus intereses por encima de cualquier racionalidad política o legitimidad democrática. Desigual porque hay muchas otras voces que hoy están excluidas de la mesa de los medios y no tienen cómo decir su palabra. Hasta el Gobierno está en desventaja en esta materia. Por lo tanto, la lucha por la democratización de la comunicación es, sin lugar a dudas, una lucha por el poder –no sólo coyuntural, sino sobre los modelos– en la sociedad actual.
Retomando la reflexión inicial de María C. Mata, habría que evitar también la simplificación que resuelve la tensión simplemente demonizando al poder mediático. Tan cierto es que lo público está dominado por los medios como que el servicio de la acción política sigue teniendo su centro en la construcción de la plaza, en ese espacio donde lo tangible son las necesidades de las personas, de los excluidos y de los pobres. No hay mensaje político más contundente que la escucha de la ciudadanía y las respuestas a sus demandas. Tales respuestas, si son adecuadas y pertinentes, se convierten ellas mismas en relato político y generan sentido en favor de quien las promueve. Dicho de otro modo: el mejor mensaje es la acción política positiva que se construye también con la movilización social y la participación ciudadana en la construcción de las soluciones comunes. Sin esto es difícil que el discurso y los argumentos de los dirigentes cobren sentido en los actores sociales y en los ciudadanos. Con respuestas a las demandas de la gente y la apertura de los espacios de participación, la acción se vuelve comunicación y adquiere valor político.
Ambos aspectos están íntimamente unidos. El poder hoy no puede prescindir de la comunicación y la defensa del derecho a la comunicación, entendido como el ejercicio efectivo de todos y todas a decir su palabra en diferencia, es parte de la acción política. Para adquirir significación esta última tiene que nutrirse de respuestas que alimenten de sentido la vida cotidiana de los ciudadanos.
Fuente: Página/12