Por Orlando Barone - La Nación - © 2005 - Foto RTA
¡Vivan los cortes! Y no muera nadie. Me tomo un mate aunque no sea mi costumbre. Me como una empanada de pescado de río. Adapto mi tono de voz a esa cadencia de cuchillas y de agua. Leo a Juanele Ortiz y a Mastronardi. Me acuerdo de Isidoro Blaisten. De un gaucho judío amigo mío y del premio de poesía que obtuve, cuando era poeta, en el Colegio Nacional de Concepción. Me voy al carnaval de Gualeguaychú. Le mando saludos a la princesa Máxima de Holanda. ¡Al fin! Una cortesía de La Haya. Un corte al anticorte.
Habría que ser demasiado tieso de estructura y excluirse de la pertenencia sin ningún remordimiento para no compartir la alegría de esa gente. La que desde hace meses fue obligada a la tensión y ahora es aliviada por una súbita caricia.
Compatriotas que vivían sin molestar a nadie fueron molestados por una intrusión de excepcional tamaño económico, ambiental, ético y estético. Te construyen un monstruo de hormigón y cemento delante de tus playas, de tus aguas y tus árboles; te dicen que con suerte cada tanto -eso sí, no siempre- vas a oler un hedor a huevo podrido y que a veces las aguas bajarán turbias, y encima habría que aplaudirlos viendo cómo avanzan delante de tus ojos.
Te muestran cuánto se enriquece el mundo aunque vos te empobrezcas y te exigen reprimir tu desconfianza. Así no vale.
Si el hipotético progreso global tiene sus costos y se los quieren hacer pagar a los damnificados no quieran que paguen resignados a deshojar la margarita frente al río. Y rogando que no salga el pétalo del dióxido furtivo. Son entrerrianos, no subsaharianos acostumbrados a que les roben hasta la arena del desierto y a dejar todo y subirse a una balsa.
Del norte viene la pastera gigante y de allí cerca, del norte también vino este increíble reparo jurídico. No debe de haber habido antes un fallo como éste de La Haya que -disculpen la cacofonía- haya causado una sorpresa así provocadora. Los que deseaban lo contrario no entienden ni van a entender nunca este corte de manga al prejuicio. Tampoco debe de haber antecedentes de que un anuncio como éste tan esperado y tan manipulado haya desaugurado en bloque a los pronosticadores. Los únicos que acertaron son aquellos que se impusieron la esperanza y naturalmente, en su gran mayoría, son los asambleístas. Los protagonistas de los cortes. Hay gente que está tan en contra que el único corte que aprueba es “El corte inglés”, cuando viaja. O el corte de la torta si la porción más grande lo favorece. Pero, miren qué raro, el corte en La Haya resultó inocuo.
El tribunal actuó latinoaméricamente: no nórdicamente. Y como inclinado a comprender y tolerar la trama emocional inspiradora.
La que hizo reaccionar a un pueblo que, ante la latente amenaza de un daño, se plantó pacíficamente para modificar la situación que compromete su existencia.
Por eso adhiero a la momentánea alegría de este fallo: porque calma y refuta. Calma a los vulnerados y refuta a los disciplinadores; a los que donde ven un reclamo inconsecuente con el mercado quieren pararlo, por las dudas.
A los uruguayos les quedaría la hidalguía de reconocer en los gualeguaychuenses la misma “garra” charrúa que ellos lucen legendariamente. ¿ O en igual situación de acechanza no la pondrían en funciones?
Y aun si mañana los vulnerados no lograran el objetivo, perdurará la dignidad de la resistencia. Aunque éste -la resistencia- es un atributo que la obediencia y la resignación no consideran. No.
Porque no responde a la realidad ni al pragmatismo sino a la utopía.