Se cumplió otro aniversario del golpe cívico militar que dio inicio al período más negro de la historia argentina. Uno de los hombres que no se quedaron callados, que denunciaron las violaciones a los derechos humanos y que hicieron lo que tenían que hacer fue Robert Cox. En este artículo, un recorrido por su vida
Por: Gabriel C. Salvia, Director-General of CADAL - www.cadal.org
"Todo el mundo había encontrado una manera de vivir ignorando por completo el problema de los desaparecidos, con unas pocas excepciones", dice el libro que homenajea al protagonista de este artículo. Una de ellas fue la del periodista Robert Cox.
El periodista inglés Robert John Cox, entonces director del Buenos Aires Herald, fue uno de los grandes héroes en la defensa de la libertad de expresión y los derechos humanos durante la dictadura militar argentina (1976-1983). Por su compromiso profesional y humanitaria labor durante la dictadura militar, el 3 de noviembre de 2009 Robert Cox fue declarado por la Legislatura porteña Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por su incansable lucha en defensa de los derechos humanos; y el 22 de noviembre de 2010 el Senado de la Nación Argentina le otorgó la Medalla Conmemorativa del Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010, con el objetivo de resaltar su lucha en defensa de la democracia, la libertad de expresión y los derechos humanos.
Su hijo, David Cox, también periodista, escribió el libro que Bob Cox nunca pudo concretar, quizá por los tristes recuerdos de esa época e, incluso, porque a pesar de la extraordinaria ayuda que brindó consideraba que pudo haber hecho todavía más de lo que hizo en salvar vidas.
El libro de David Cox Guerra sucia, secretos sucios. La vida de Robert J. Cox, el periodista que hizo su trabajo: publicar lo que otros callaban (Sudamericana, 2010) es la historia de un héroe, pero, además, una excelente crónica de veinte años de la historia argentina, entre 1959 y 1979. El texto se apoya en los diarios personales del propio Robert Cox, su esposa Maud, el autor y lo publicado en ese período en el Buenos Aires Herald.
El libro atrapa al lector, muestra a un héroe de carne y hueso y, muy especialmente, ofrece un testimonio objetivo sobre el aparato de terror del régimen militar que se inició el 24 de marzo de 1976 y de la violencia y desgobierno político de los años que lo precedieron.
En forma resumida, David Cox le dedica dos capítulos a la vida del joven Bob Cox, quien nació en Inglaterra el 4 de diciembre de 1933. Robert John Cox, cuyo padre, Edward John Cox, fue un veterano de la Primera Guerra Mundial, se inició en el periodismo a los 14 años, trabajando gratis en la East Essex Gazette. Admirador del genial George Orwell (Eric Arthur Blair), fue reclutado al servicio de la Royal Navy durante el conflicto de Corea, y al regresar ingresó como reportero en el East Anglian Daily Times y luego en el Hull Daily Mail.
Se incorporó al Buenos Aires Herald en 1959, luego de responder a un aviso clasificado que buscaba "un joven periodista británico para un puesto en un diario en Buenos Aires", y en menos de diez años llegó a ser su editor. Cuando viajó en barco a la Argentina tenía 26 años. Durante su trabajo en el Buenos Aires Herald también fue corresponsal extranjero para diarios de los Estados Unidos, como el Washington Post.
Sobre la labor de Robert Cox durante la dictadura, Jorge Luis Borges expresó: "Un hombre hace lo que tiene que hacer, señor Cox. Yo me encuentro entre sus admiradores". Precisamente, a una figura influyente como Borges –a quien se le reprochó un encuentro con el dictador chileno Augusto Pinochet– la tarea de Cox la motivó para luego criticar al gobierno militar argentino durante un viaje a España.
Acusado al mismo tiempo de ser comunista y agente de la CIA, Cox fue un duro "crítico de los grupos guerrilleros, de los elementos derechistas fuera de control y del terrorismo de Estado". Fue el primero en publicar sobre las Madres de Plaza de Mayo, y el Herald fue el único medio en brindar la noticia sobre la desaparición de Alfredo Bravo –activista de derechos humanos–; la del periodista Oscar Serrat, de Associated Press; el arresto de Adolfo Pérez Esquivel –Premio Nobel de la Paz en 1980–; la del editor de la revista Mercado –Julián Delgado–; y de la detención del entonces joven periodista Jorge Fontevecchia –quien era director de La Semana–.
Por cierto, el protagonista de este artículo tuvo una esposa –Maud Daverio– que no se quedó atrás en materia de convicciones sobre los derechos humanos. Por ejemplo, David Cox relata el famoso episodio en la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en Santiago de Chile, en la cual habló el dictador Augusto Pinochet, resaltando la "importancia de la libertad de prensa" que él mismo pisoteaba. Maud se rehusó a quedarse en la sala y Bob Cox la acompañó al hall de entrada. Luego de concluir el discurso, Pinochet se retiró y al salir se cruzó con Maud, quien en plena cara le dijo que era un asesino. David relata que "Pinochet se detuvo en seco y sus guardaespaldas lo imitaron. La miró directo a los ojos y continuó su camino en silencio".
El libro de David Cox también menciona las entrevistas de Robert Cox al padre del Che Guevara, a V.S. Naipaul, quien en 2001 recibió el Premio Nobel de Literatura, y al propio dictador Jorge Videla, a quien –en una reunión con otros dos colegas– le expresó que las desapariciones continuaban y le preguntó si no pensaba detenerlas.
El libro deja al lector con una enorme intriga sobre uno de los participantes en la reunión con Videla y de otros periodistas, cuyos nombres no menciona, que tuvieron actitudes cómplices o desinterés en hablar sobre lo que estaba sucediendo. Como contrapartida, algunos militares felicitaron reservadamente a Cox y al Herald por la defensa de la democracia y los derechos humanos.
También aparecen en el libro celebridades como el actor Guy Williams (Armando Catalano), el protagonista de la serie El Zorro, quien vivió varios años en Buenos Aires y murió en su departamento de Recoleta. Amigo de la familia Cox, en una ocasión Bob le preguntó al popular actor: ¿por qué es tan popular en este país? Para David Cox, "en la Argentina, el enmascarado representaba algo más grande que la vida misma. El Zorro corregía los males que los tiranos imponían a sus ciudadanos".
En especial para las generaciones más jóvenes, las que no vivieron ni la época de la dictadura, ni la previa –ese gobierno anárquico que fue la presidencia de Isabel Martínez de Perón–, es fundamental poder tomar contacto con este tipo de bibliografía, sobre protagonistas de este período cuya labor goza de gran reconocimiento y credibilidad.
El periodista que hizo su trabajo. Para comprender el contexto periodístico del período de la dictadura militar, como explica el libro: "Seis días después del juramento oficial del nuevo gobierno, el régimen censuró a los medios. La mayoría de los diarios y emisoras de radio y televisión aceptaron la censura, aun sabiendo que la Constitución argentina la prohibía. La mayoría de los editores cooperaron en silencio con la ‘lista de principios y procedimientos’ emitida por la Junta. El editor del Buenos Aires Herald no cooperó. Para Cox era obvio que alguien, desde el ámbito de las Fuerzas Armadas, había ordenado los asesinatos y las desapariciones y quería llamar la atención sobre el continuo terrorismo de Estado. Menos de una semana después del golpe, el Herald informó que se habían encontrado veintiséis cuerpos quemados, volados en pedazos y acribillados a balazos en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores".
Mientras en esos años de persecución política, la joven pareja de Néstor y Cristina Kirchner, por ejemplo, se dedicaban a los prósperos negocios en Santa Cruz, Robert Cox concurría a hablar solitariamente, en la madrugada, con quienes formaban una larga cola en una oficina del gobierno cerca de la Plaza de Mayo, donde se atendían diez pedidos por día sobre reclamos de personas desaparecidas. Luego, familiares de desaparecidos iban directamente a las oficinas del Buenos Aires Herald a informar sobre sus casos a Robert Cox y sus colaboradores, destacándose entre ellos Uki Goñi.
Muchas desapariciones fueron publicadas en el Buenos Aires Herald, incluso en la tapa del diario, logrando en varias oportunidades la aparición con vida. Y cuando se publicaron solicitadas reclamando por los desaparecidos, el diario no cobró por ello.
El 24 de abril de 1977, Robert Cox fue detenido y encerrado en el Departamento Central de Policía, en el mismo grupo de celdas donde estaba Jacobo Timerman. Fue acusado de violar las restricciones de prensa basadas en esas normas de la dictadura, relacionadas con "la seguridad nacional y la subversión", típicos pretextos de los regímenes represivos. El juez lo dejó libre bajo fianza a raíz de la creciente presión internacional, que incluyó al secretario de Estado norteamericano, Cyrus Vance, autor de una frase para enmarcar: "No se violan los derechos humanos para protegerlos".
Por las amenazas recibidas, incluso una muy directa del almirante Emilio Eduardo Massera, debió abandonar la Argentina en diciembre de 1979. En su editorial de despedida, entre otras frases memorables, dejó una que representa toda una lección en el ejercicio de la libertad de prensa: "La mayor dificultad para un periodista que ha trabajado en la Argentina en los últimos diez años ha sido decirles a sus lectores lo que no querían escuchar y señalarles lo que no deseaban ver".
El apoyo incondicional de Peter Manigault. Corresponde hacer una referencia a Peter Manigault pues, sin su apoyo incondicional, Bob Cox no hubiera podido realizar las acciones que lo han convertido en un adalid de la libertad de prensa en la Argentina.
Peter Manigault, editor de periódicos norteamericanos que adquirió el Buenos Aires Herald a fines de 1968, era un demócrata liberal promercado, al igual que Robert Cox. En una región donde, como afirma el politólogo y excanciller chileno Ignacio Walker, los liberales estuvieron más con las dictaduras que con la democracia, es llamativo que fueran un norteamericano y un inglés quienes casi excepcionalmente defendieron en los 60 y 70 las libertades civiles, políticas y económicas.
Por ejemplo, extraído del mismo libro, "Manigault votó a favor de la resolución de la Asociación Interamericana de Prensa de solicitar a los líderes de todas las naciones americanas que presionaran a la Junta Militar de Panamá para restaurar la libertad de prensa en esa conflictiva nación".
Asimismo, cuando el nuevo gobierno militar de Perú había censurado a la prensa, Manigault advirtió que la democracia, la libertad de expresión y el capitalismo eran esenciales en América Latina, independientemente de quién estuviera en el poder: la nueva izquierda, la vieja derecha o un gobierno híbrido".
La contratara de Cox: el papel de los "liberales". El libro de David Cox sobre la historia de su padre, Robert Cox, es tanto una respuesta al relato kirchnerista que considera como idealistas a los jóvenes que en lugar de defender la democracia eligieron la violencia como método de acción política, como al de ese sector remanente de la derecha liberal-conservadora que, justificando los excesos de los militares, "trágicamente equivocados, llegan a creer que una forma de terrorismo puede protegerlos de la otra".
La lectura del libro de David Cox deja bien en claro que las personas cultas, informadas e influyentes no podían argumentar que no sabían lo que estaba pasando entonces. Probablemente, algunos desconocían el nivel de la represión y hasta qué punto habían llegado los métodos de crueldad empleados por los militares. Ahora, respecto a los referentes liberales, es un principio básico del liberalismo que la concentración del poder provocará excesos por parte de quienes lo detentan, en este caso, los militares.
Sin embargo, en lugar de haber participado en las organizaciones de derechos humanos o utilizar otros medios para defender las libertades civiles y políticas, los empresarios e intelectuales liberales crearon en 1978 una escuela de posgrado –que se jacta de ser la primera en la Argentina– ¡para enseñarles economía de mercado a los militares!
Su fundador y rector por casi tres décadas, a quien el actual presidente argentino, Javier Milei, califica como su "prócer", define al liberalismo como "el respeto irrestricto por el proyecto de vida de los otros". ¿Por qué entonces nunca alzó la voz por los proyectos de vida de las personas detenidas arbitrariamente, privadas ilegítimamente de la libertad, y las víctimas de desapariciones forzosas, torturas y asesinatos?
Es que el gran problema del establishment académico empresarial promercado argentino y latinoamericano es su cerrada visión economicista, muy bien descripta por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa: "Hay liberales, por ejemplo, que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas".
Igualmente, desde el punto de vista político y moral, hay que remarcar que increíblemente todavía hay personas vinculadas a estos sectores empresariales y académicos argumentando que en la Argentina hubo una guerra y que ganó su bando, por lo cual los militares argentinos impidieron la instalación de un gobierno comunista en el país. Es decir, reconocen que el fin justifica los medios y brindan los mismos argumentos que los militares asesinos, como hizo el almirante Massera durante el Juicio a las Juntas.
En algunos casos puntuales, es doblemente contradictorio escuchar el aval al terrorismo de Estado por parte de personas que se dicen liberales y al mismo tiempo profesan la fe católica. ¿Cómo pueden argumentar que para impedir una revolución socialista armada fue necesario recurrir a métodos como el de torturar a un joven, casi un niño, como Floreal Avellaneda, introduciéndole una picana por la vía anal hasta matarlo?
En definitiva, si una lección ha dejado a los liberales lo sucedido durante la dictadura militar argentina, es que, al igual que lo hizo Bob Cox como periodista, la defensa de las libertades democráticas fundamentales y el Estado de derecho, es decir, derechos humanos, siempre tiene que ser su prioridad.
*Director General de Cadal (www.cadal.org) y autor del libro Memoria, derechos humanos y solidaridad democrática internacional.
Fuente: Diario Perfil