El hombre impresiona. No es exactamente gordo, tiene un cuerpo rotundo, macizo y amenazante, como una enorme roca. No tiene una voz grave, cavernosa, envolvente, pero suele hablar en un tono que navega entre el desprecio y la piedad, mastica las palabras y las decora con una sonrisa helada. Mira siempre con los ojos abiertos, menos curiosos que vigilantes, revisando el efecto de su discurso. Mira sabiendo el efecto de su mirada. Es un individuo tosco e indudablemente feo, pero es difícil eludir su seducción, que siempre tiene que ver con el poder. El poder casi físico del dinero, de la influencia, del negocio hecho o por hacer. El poder de los que se permiten andar por la vida sin dudar ni por un segundo.
Dicen que los diarios, inevitablemente, toman la forma de quién los creó. Pocas veces ese dato es tan cierto como en su diario. Ambito Financiero también es tosco e indudablemente feo. Suele ser impiadoso, arbitrario, salvaje a veces, o cruel, y no duda entre la prosa cuidada y la información certera. ‘Las Charlas de Quincho’ tienen un estilo inconfundible: reflejan como nadie la mentalidad, los intereses y la ideología de los que manejan el poder en la Argentina de fin de siglo y están tan, pero tan mal escritas que sería casi imposible imitarlas en otro medio. La leyenda dice (como lo decía de ‘La Pavada’, de Crónica) que la pluma de su dueño diseña cada línea, o al menos la controla. Y allí consagra, tritura, aprieta o ridiculiza a cada personaje. Es la sección que convierte en imperdible la generalmente insípida edición de los lunes, exclusivamente apuntalada por los deportes en todos los demás medios.
Su diario, como él, no da respiro. No hay blancos, los títulos son interminables y muchas veces ilegibles. Los recuadritos a una columna permiten un único recreo. ‘Lamentable’, los titulan cuando hay lugar. En dos líneas entra ‘Poco Serio’, otro clásico. Un día la tapa tituló: ‘El país sufre la desaparición de un estadista como Fondizi’, y muchos se preguntaron quién era el estadista tan parecido a Frondizi que acababa de morir y ponía tan triste a los argentinos.
Sin embargo cuando uno se sienta frente a la roca que responde al nombre de Julio Ramos, no hay duda alguna. Es decir: uno puede estar seguro que el hombre que está enfrente no duda ni dudará jamás.
La primera vez que lo ví fue hace más de diez años, pocas horas después de la muerte de uno de sus hijos, ahogado en la pileta de su casaquinta. Fue tapa de la revista La Semana, hizo fotos, contó todo su drama en una catarsis interminable. Debe haber notado la sorpresa de sus colegas, que trataban de caminar en puntas de pie por un terreno que él recorría sin anestesia, con su lógica brutal. "Yo soy periodista, vivo de la información, la busco todo el tiempo, así que no puedo negársela a ustedes si creen que lo que me pasó es importante".
Lo repitió un par de meses después, cuando otro de sus hijos murió en un accidente de autos. Parecía definitivamente quebrado, pero contestaba cualquier pregunta, sin dudar, sin pedir un minuto de tregua.
Hace dos años, me encontré con él en el edificio del Grupo 8 de Prensa que yo dirigía periodísticamente en Tucumán. Había una posibilidad de asociación para sacar una edición diaria de Ambito y llegó para ver algunas cuestiones técnicas y conocer a la gente. El diciembre tucumano es un mes abochornante, tremendo. Yo estaba trabajando en un escritorio del directorio, en el piso superior, con potente aire acondicionado y suficiente espacio para albergar a Ramos y sus dos fieles asistentes. El entró, despegando la hoja de la puerta con velocidad de dibujo animado y preguntó, con impaciencia, mirando hacia ambos costados:
--¿Dónde está la redacción?
La secretaria, amable, le indicó un sector prolijo, impecable y fresco del salón preparado especialmente para que desensillara, acomodara carpetas y convocara gente por el intercomunicador.
--No, no. Oigamé, la redacción le digo. ¿Dónde está la redacción?
Desde arriba lo vi apuntar con paso enérgico, rítmico, implacable, hacia la selva de computadoras, pieles transpiradas y aire insuficiente. Dejó el saco en una silla cualquiera, se arremangó las mangas de su camisa, eligió un escritorio en un rincón y empezó a preguntar cosas. No paró en dos días. A veces se levantaba y pasaba más de media hora con un centímetro, imaginando volúmenes y muebles. Otras veces armaba esquemas, organigramas, cronogramas de cierre. Parecía entusiasmado. Sólo volvió al aire helado del directorio para despedirse. Jamás, en dos interminables días, se le dibujó una sonrisa.
Cuando el mundo periodístico se enteró que Ramos estaba saliendo con la ex Miss Mundo Silvana Suárez, imaginó cientos de historias. Nadie ahorraba cinismo ni desmesura, obviamente. Una sola cosa parecía cierta: aunque sus cuerpos parecían salidos de la vieja película ‘El Angel Azul’, la Suárez no encajaba para ser Merlene Dietrich, la corista que enamoraba al inocente profesor. Sobre todo porque Ramos parecía muchas cosas menos inocente. ¿Qué otra cosa se podía pensar?
Dos hijos perdió y dos hijos volvió a tener.
Su diario pelea y sobrevive dignamente frente a la competencia feroz e inaguantable de Clarín.
Mantiene la publicidad y el prestigio.
Su matrimonio sobrevivió con menos dignidad en los últimos tiempos y su separación explotó sin ninguna.
El hermoso rostro de su esposa apareció en revistas y programas de televisión, que no perdieron ocasión de tocar el tema de la mujer golpeada, del marido obsesivo, indiferente, brutal o workaholic. El apareció menos, con su discurso sin emoción y su fealdad. Y usó su propio diario para describir sin pudores, detalle por detalle, peleas, discusiones, guardaespaldas y terceros en discordia.
El hermoso rostro de su esposa apareció en revistas y programas de televisión, que no perdieron ocasión de tocar el tema de la mujer golpeada, del marido obsesivo, indiferente, brutal o workaholic. El apareció menos, con su discurso sin emoción y su fealdad. Y usó su propio diario para describir sin pudores, detalle por detalle, peleas, discusiones, guardaespaldas y terceros en discordia.
La gente dudó menos que 'la roca' a la hora de elegir los buenos y los malos de esta historia.
Seguramente es injusto, o apenas paradójico, pero uno se sorprende un poco cuando Silvana Suárez se refiere a Ambito Financiero como "nuestra empresa familiar". Ella tiene modales suaves, es una mujer bellísima, inteligente y parece una madre ejemplar. Pero por alguna razón inexplicable uno, por primera vez desde la muerte de sus hijos, vuelve a tener piedad por el impiadoso Julio Ramos, no por ella.
Lo imagina vulnerable al fin, víctima del amor o la falta de amor, de los finales trágicos o capaces de vencer la pétrea resistencia de su cuerpo. Y también se permite imaginarlo sin esperanza, o fatalmente quebrado por esa angustia perpetua que no lo deja en paz, especialmente cuando se sale con la suya, cuando hace lo que se le da la reputísima gana, como siempre.
Seguramente es injusto, o apenas paradójico, pero uno se sorprende un poco cuando Silvana Suárez se refiere a Ambito Financiero como "nuestra empresa familiar". Ella tiene modales suaves, es una mujer bellísima, inteligente y parece una madre ejemplar. Pero por alguna razón inexplicable uno, por primera vez desde la muerte de sus hijos, vuelve a tener piedad por el impiadoso Julio Ramos, no por ella.
Lo imagina vulnerable al fin, víctima del amor o la falta de amor, de los finales trágicos o capaces de vencer la pétrea resistencia de su cuerpo. Y también se permite imaginarlo sin esperanza, o fatalmente quebrado por esa angustia perpetua que no lo deja en paz, especialmente cuando se sale con la suya, cuando hace lo que se le da la reputísima gana, como siempre.
Julio Ramos fundó Ámbito Financiero en diciembre de 1976 y libró durante toda su vida una guerra desigual contra Clarín.
En diciembre de 1986 murió Gabriel, su hijo de 26 años, electrocutado en la pileta de su quinta de Parque Leloir, luego de salvar la vida de su hermano menor, Darío.
Darío Ramos, de 19 años, murió al estrellar su Renault 12 contra un camión en marzo de 1987.
Claudio, el tercer hijo, contó el drama familiar en un libro y una película que dirigió Néstor Paternostro en 1992: 'La pluma del ángel'.
Dos años después del inicio de su tragedia familiar, en diciembre de 1988, Ramos se casó con la modelo Silvana Suárez, Miss Mundo 1978.
En 1989 nació Julia Ramos y en 1990, Augusto. El matrimonio se separó en medio de un tremendo escándalo mediático en 1999.
Julio Ramos, enfermo de leucemia, murió el 19 de noviembre de 2006, a los 71 años.
*Publicado en la revista 'Planeta Urbano', en mayo de 1999.