Elsa Sánchez, viuda de Oesterheld, falleció el sábado y será enterrada este lunes a las 14 en Chacarita. El terrorismo de Estado le arrebató a siete miembros de su familia y a dos nietos por nacer. "Una Abuela más que se va sin poder abrazar a sus nietos desaparecidos, robados y apropiados".
"Se fue en paz. La encontramos dormida y nos dejó la tranquilidad de que debía irse porque había dado todo lo que tenía. Es la mujer que me crió tras la desaparición de mis padres. Me dejó la persona que me crió y me acompañó en el camino de reconstruir la memoria. Es el primer pariente que puedo enterrar y eso no es poco", dijo su nieto Martín Miguel Mortola Oesterheld a TelAm.
Elsa Sánchez de Oesterheld falleció el sábado y será enterrada en Chacarita. Organismos de derechos humanos expresaron públicamente su dolor por la pérdida de una luchadora inquebrantable y símbolo de una familia diezmada por el terrorismo de Estado. Tanto su esposo, Héctor, como sus cuatro hijas -Estela, Diana, Marina y Beatriz Oesterheld- fueron secuestrados por las fuerzas represivas de la dictadura.
Las Abuelas de Plaza de Mayo manifestamos nuestro más profundo dolor por la muerte de una de nuestras compañeras, Elsa Sánchez de Oesterheld. Una Abuela más que se va sin poder abrazar a sus nietos desaparecidos, robados y apropiados por el terrorismo de Estado.
Elsa fue una mujer marcada por el dolor, pero también por la fortaleza para seguir adelante. El Ejército se llevó a siete miembros de su familia y le robó a dos de sus nietos nacidos en cautiverio. Ella supo transformar todo ese sufrimiento en amor para -junto a sus compañeras- buscar a los nietos apropiados en dictadura. Lamentablemente la crueldad de los represores y cómplices de estos crímenes no le permitieron conocer a los hijos de sus hijas.
Antes de ser Abuela de Plaza de Mayo, Elsa fue madre de cuatro niñas y mujer del escritor Héctor Germán Oesterheld, creador de “El Eternauta”, todos ellos secuestrados y desaparecidos por la última dictadura cívico militar. La primera en desaparecer fue Beatriz con sólo 19 años, en junio de 1976. El 4 de julio de ese mismo año, Elsa se enteró por los diarios que los militares habían matado en Tucumán a otra de sus hijas, Diana, de 23 años, embarazada de seis meses. Su compañero, Raúl Araldi, también fue asesinado en agosto de ese año. Fernando, el hijo de ambos, fue ubicado por sus abuelos paternos. E1 27 de abril del año siguiente secuestraron a Héctor en La Plata. La última en desaparecer fue Estela, Elsa se enteró porque le llevaron a Martín, el hijos de tres años, a quien habían secuestrado después de llevarse a sus padres. El día en que Estela fue asesinada, venía de despachar una carta en la que le contaba a Elsa otra tragedia: “Mamita, Marina hace un mes que no está con nosotros”. Marina tenía 18 años y estaba embarazada de 8 meses.
El primer testimonio acerca del horror que había vivido su familia en menos de dos años, lo dio en Bélgica, donde viajó junto a su nieto Martín, de sólo 7 años, invitada por Amnesty International. Cuando regresó al país, las Abuelas se comunicaron con Elsa y a partir de ese momento no estuvo tan sola. Desde entonces, Elsa se incorporó a la institución y a la lucha de Abuelas. Su testimonio siempre fresco y reflexivo supo contribuir a la búsqueda de los nietos y a la construcción del derecho a la Identidad: “Mi lucha de todos estos años es para que mis nietos sepan la verdad. Por eso yo no hablo de restitución, sino de derecho a la identidad”, decía.
En 2011 fue distinguida como Personalidad Destacada de los Derechos Humanos por la Legislatura porteña. Estela de Carlotto remarcó: “Tenemos la unión del dolor transformado en el amor, en una actividad de vida esperanzada. Elsa es parte de ese proyecto, es parte nuestra y ya está en la historia”.
El último año, su delicado estado de salud no le permitía participar de las reuniones de Comisión Directiva a las que solía tener asistencia perfecta para deliberar con sus compañeras sobre las actividades de la institución.
Sirvan estas líneas para transmitir nuestras condolencias y nuestro acompañamiento a todos sus familiares. La recordaremos con alegría por los momentos compartidos. Hoy la despedimos con tristeza porque es una más de nosotras que se va sin recuperar a sus nietos.
Ciudad de Buenos Aires, domingo 21 de junio de 2015
Sus integrantes la recordaron como una mujer que les "enseñó a sobrevivir, a luchar y a volver a sonreír". A través de un comunicado de prensa, expresaron: "Nadie puede saber cómo siguió andando la vida con fortaleza, ejemplo, templanza y militancia. Nadie sabe cómo esa mujer, pequeña de tamaño, fue tan grande contra todo lo que le hicieron los verdugos. Le arrancaron casi todo y no pudieron matarla.
"Elsa sobrevivió a todo eso, pisando imposibles, luchando siempre por justicia", y "siguió siendo la abuela de Martín y Fernando, mientras continuó la búsqueda de sus otros nietos", destacaron.
"Elsa fue una Abuela de Plaza de Mayo, una abuela del pueblo", afirmaron de quien era "compañera de Héctor Germán Oesterheld, madre de Marina, Diana, Estela y Beatriz, suegra de Raúl Araldi, Alberto Seindus y Raúl Mortola, abuela de Fernando y Martín".
"También abuela buscadora de sus otros nietos, quienes debieron nacer en cautiverio mientras sus madres y padres estaban detenidos-desaparecidos. Los pactos de silencio y las mentiras de los genocidas impidieron que Elsa conociera a esos nietos, a quienes seguiremos buscando hasta que conozcan su identidad", destacaron.
"Algo que tal vez también sea difícil de creer es que Elsa sonreía: a pesar de todo, había vuelto a sonreír. Ella misma nos dijo alguna vez que los tiempos políticos actuales le habían devuelto la alegría. Por todo, por mucho, esa sonrisa de Elsa valía doble", destacó la agrupación a través del comunicado.
"Y no sólo hablaba de esa alegría: la demostraba en la sonrisa y los ojos entrecerrados. Así buscaba a sus nietos: con convicción y alegría, para recibirlos con la verdad y una sonrisa", dijeron.
"Ninguna despedida alcanza para aliviar el dolor ni para poner todas las palabras justas como para Elsa ahora. Duele mucho despedir a una abuela, y más cuando no llegó a conocer a los nietos que buscaba. Duele decirle hasta siempre, porque en la despedida se va la abuela, la militante, la madre, la compañera", lamentaron.
"Hoy se va Elsa y haber estado tan cerca de ese compañero que inventó en El Eternauta tiempos y viajes que parecían imposibles, tal vez la lleven a los tiempos y los viajes justos, donde todo sea como lo soñó. Porque es justo que haya un tiempo después para Elsa: el de lo posible, el del reencuentro", dijeron.
"No sabemos cómo se llega, pero esperamos que esté ahí, con sus hijas, su compañero y los 30.000.¡Hasta siempre compañera Elsa, hasta todas las victorias!", finalizaron.
Fragmento de la entrevista que le realizaron en la revista Sudestada, en marzo de 2012:
"Las chicas idolatraban a Héctor"
Parte de la tragedia argentina se dibuja en los ojos de Elsa. Sin embargo, la cadencia de su voz nunca refleja odio o resentimiento, sino una incansable vitalidad. Aun cuando la charla recorre los territorios del dolor, el recuerdo de sus hijas le permite abrir siempre una ventana a la esperanza. Su admiración por el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), su respeto por la entrega y el ejemplo de Estela de Carlotto y de todas las Abuelas de Plaza de Mayo, su entusiasmo por el proyecto político que encabeza Cristina Fernández, se entrecruzan en una charla en la que sobran las preguntas y emerge su voz como transporte de una memoria de imágenes conmovedoras.
Mucho por soñar
Con todos los nietos recuperados tenemos algo que nos une, ahora lo único que nos falta es el tiempo a las que ya somos viejas y sabemos que tenemos una vida muy limitada, pero yo estoy segura de que los vamos a recuperar a todos. Es una seguridad intensa que viene desde adentro: sé que mis chicos van a recuperar a sus primos. Hay que encontrar a todos. Eso es lo que nos da esperanza para vivir. Yo recuperé la fuerza cuando creí que ya no tenía más historia. Y la gente joven sigue con su historia porque ahora sabe que la vida va a ser de otra manera.
La cultura de la juventud está cambiando completamente. Ahora se piensa, se siente, que el país merece mucho más; eso es clarísimo. Estamos frente a un momento maravilloso. Hay mucho por hacer, mucho por soñar. No creo equivocarme, no soy ingenua, estoy pensando en todo lo que nos pasó. La gente joven quiere otro país, eso es fantástico. Yo me había retirado, estuve años sin moverme de mi lugar de silencio. Ahora no veo la hora de poder hacer cosas, porque hasta los viejos podemos ayudar si tenemos alegría. Tenemos el valor de no ceder a nada y la esperanza de siempre seguir adelante. Y eso es lo que se necesita para que esto se pueda corregir y que aparezcan todos los chicos.
Nunca me interesó ejercer política, me interesa desde otro lugar. Pero hoy me entusiasma. Tengo ganas de ver qué podría hacer yo. ¿Por qué no? Si tenemos una inteligencia que está en plena capacidad de ayudar, no de decidir porque los años se fueron, pero sí de ayudar a los que quieren hacer cosas, a los jóvenes. Hasta yo tengo ganas, y si me dejan lo hago.
Héctor y las chicas
Yo tengo conocimiento de lo que es la tragedia. Eso sí, me la dieron por la cabeza. Vino el cambio tan brusco y las cuatro chicas perdieron la vida por su entrega total a lo que ellas pensaban. Héctor también se entregó totalmente. Y yo me sentí completamente imposibilitada de frenar todo eso aunque lo intenté desesperadamente. Creyeron en eso, y lo hicieron porque querían el bien del país, equivocadas o no. Héctor era un tipo que parecía mayor, incluso que yo. La gente creía que me llevaba muchos años, y me llevaba seis nada más. Pero tenía el pelo canoso ya de joven, rasgos germanos. Las chicas llegaron muy seguidas: Estela y Diana se llevaban un año, y con Beatriz y Marina otros dos años; de manera que eran cuatro chicas muy compañeras, muy bonitas, eso lo digo con seguridad.
Héctor siempre fue un compañero de las chicas, un tipo muy divertido, más allá de su seriedad. Con mucha confianza entre nosotros, en casa, era un tipo adorado por las chicas, porque era muy comprensivo con la gente joven, quizá demasiado… Él tenía la idea de no privarlas de nada. No era de malcriarlas, pero les hablaba. Charlaba con ellas de todo. Las chicas lo idolatraban, era un padre adorado.
Las Oesterheld
Estela era la mayor, una belleza, los ojos más lindos que yo he visto en mi vida. Diana era muy parecida a mí. Beatriz, una muñeca: de chiquita me la pedían los fotógrafos de todos lados. Era preciosa, no sé a quién salió tan linda. Marina, la más chica. Héctor las miraba y me preguntaba: “¿Cómo hiciste para tener cuatro chicas tan lindas?”. “Y, mirá, no sé, pero casualidad no debe haber sido”, le decía yo. Estela era una pintora excepcional. Estudió con un artista plástico muy viejito, que fue el profesor de los Breccia. Más que pintor era un psicólogo, él tenía alumnos ya consagrados, seleccionados, gente grande. Y Estela tenía 15 años cuando empezó. Yo la llevaba a clases de pintura y él tenía la costumbre de mandarle a hacer a los alumnos un trabajo de naturaleza muerta para probar el estado psicológico en el que estaban cuando pintaban. Estela se aburría, me decía:
“Uh, mami, ¿por qué tengo que pintar verdura?”. Estudió un año, y después empezó Filosofía y Letras; no estaba muy convencida porque la facultad era un revoltijo con tanto cambio político, así que no la atraía mucho y al final dejó. Pero siguió pintando.
Un día la llevé yo, porque Héctor nunca podía, y me iba hasta a Barracas a la noche para que no fuera sola. El pintor vio los dibujos de Estela, calladita, tímida como ella sola, y después me dijo: “Mire, a ésta hoy me la lleva al cine porque se lo merece”. Cuando salimos, el pintor me agarra de un brazo y me aparta: “Mire, esta chica va a ser la mejor pintora de América Latina. Acuérdese de lo que yo le digo”… No pudo ser. La otra era Diana, muy parecida a mí, incluso en el carácter muy fuerte. No podía estar quieta, no podía hacer algo que no sirviera. Ellas vivían en libertad, y con el padre tenían una ayuda enorme. Yo en cambio tenía más cuidado. Se llevaban fantásticamente bien entre ellas. Sí peleaban y discutían porque cada una tenía un carácter distinto a la otra. Beatriz era un ángel que había bajado del cielo, era la persona más alegre; todo le gustaba. Era una chica feliz, había nacido con felicidad, una cosa rarísima.....
Fuentes: Abuelas, HIJOS, Sudestada, TelAm