El carácter podrido, arma política del Presidente
Fernando Gonzalez, fgonzalez@clarin.com
Llegó la hora de admitirlo. Sólo quienes no conocen profundamente a Néstor Kirchner se asombraron con sus desplantes ante el FMI, los acreedores privados o con el mismísimo Lula. Sólo así pueden haberse sorprendido de sus culebrones políticos con Scioli o Lavagna. Es que el Presidente es así: tiene el carácter podrido.
Hay cientos de ejemplos que lo ilustran. Escena uno, campaña presidencial, departamento porteño de los Kirchner en la calle Juncal, mañana de febrero de 2003. Charlan ante un par de cafés Cristina Kirchner, entonces no era todavía la primera dama, y Alberto Fernández, entonces no era todavía el poderoso jefe de Gabinete. Néstor, el candidato, entra por el foro.
-Néstor, estuvimos analizando un poco las repercusiones de tus declaraciones sobre reestatizar los trenes-, dice Cristina, con naturalidad. -Y la verdad es que cayeron mal, asustan...-. El silencio de Kirchner la anima a seguir. Error.
-Con Alberto pensamos que tal vez sería bueno dejar quieto este tema...-. Kirchner sigue mudo, pero su cara se vuelve roja y los dos, Cristina y Alberto, saben que viene la tempestad.
-Vos Cristina, te vas a Santa Cruz, ¡ya!, te vas... Y a vos Alberto, no te quiero ver más... Me importan un carajo las repercusiones; voy a seguir hablando de los trenes y de lo que se me ocurra...
Claro que, después del acceso de ira, Cristina jamás volvió a Río Gallegos, pero Fernández tuvo que sufrir un par de días de indiferencia telefónica, otra de las herramientas políticas preferidas de Kirchner. Lo saben todos los miembros del Gabinete, quienes temen la "terapia del auricular", como ya le dicen en la Casa Rosada a esa costumbre presidencial de no atenderle el teléfono a quienes transgreden las reglas. Kirchner le explicó las razones de su comportamiento a alguien que se atrevió a preguntárselo.
-Si no le atiendo o le corto el teléfono a alguien es porque tengo que pensar sobre algo que hizo, porque no tengo tiempo para escucharlo o porque no me interesa lo que me dice.
Ese es Kirchner. El que corta abruptamente el teléfono y el que puede llamar de improviso a cualquier colaborador. Por cualquier motivo, a cualquier hora. Los artículos de los diarios y la tele lo ponen loco. Cuando lee o ve por TV declaraciones de uno de sus colaboradores presta muchísima atención. Y si algo no le gusta, lo llama por teléfono y se lo dice. No usa los buenos modales cuando quiere pedirles que dejen de opinar de un tema. No todos los funcionarios resisten con la misma solidez los embates de Kirchner. "A veces me deprimo, soy un hombre grande...", masculla un ministro.
Lo cierto es que el carácter podrido no le ha dado malos resultados a Kirchner en esta primera etapa, cuando brilla la fascinación de los comienzos y todos los chistes parecen buenos.
Desde Alfonsín, el presidente que inventó el neologismo "a vos no te va tan mal, gordito...", que los argentinos no teníamos otro presidente con el carácter podrido. No lo tenían Menem, ni Duhalde ni De la Rúa, claro.
Ahí va entonces el hombre de la Patagonia, desafiando los vientos que lo impulsan a toda velocidad. Podrá llegar antes que nadie a su destino de gloria o estrellarse para hacerse pedazos en éste, el país de los laureles breves y el futuro maltrecho. Todo dependerá de cuán firme sepa mantener el timón y de cuántos marineros le aguanten el ritmo hasta llegar a puerto.
Publicado el 28 de septiembre de 2003.
En la imagen un recorte de la nota de tapa de la Revista Noticias
sábado, 18 de octubre de 2003
Sostiene Noticias que el presidente llama a Clarín cuando le molestan algunas tapas
miércoles, 20 de agosto de 2003
"Santa fue, una provincia robada"
Por Carlos Del Frade
Imaginemos un viaje en el colectivo que va de Puerto General San Martín a Villa Constitución, atravesando los principales barrios rosarinos. El viejo trayecto de la ex empresa “9 de Julio”, obvia referencia a la declaración de la independencia. Hoy, ese mismo camino por la ruta 11, lo hace una de las líneas pertenecientes al empresario que más empresas posee, Agustín Bermúdez y ya no se llama como la fecha patria, si no “35/9”. Una clave todavía ignota para este cronista.
Pero hagamos un esfuerzo más. Intentemos suponer que el recorrido del colectivo no solamente es espacial, sino también temporal. Un colectivo del tiempo a la vera del Paraná.
Una rantifusa copia de la Máquina del Tiempo de Hugo G. Wells. Pero que funciona. No por la habilidad del relator, del chofer, sino por la complejidad del presente que resulta de cuarenta años de saqueos. Como consecuencia del impacto existencial y geográfico del Manual de Robos Santafesinos.Varios presentes en el mismo lugar.
Pero también distintos pasados abiertos y diversos futuros posibles. De norte a sur es el trayecto. Puerto General San Martín, entonces, es el principio del viaje de nuestro colectivo que atraviesa tiempo y espacio.
A principios de los años setenta, su población creció en un sesenta por ciento. Eran las noches siempre iluminadas por las plumas flamígeras de las plantas industriales. La última de ellas, Dow Chemical, se había instalado cuando la palabra contaminación y la llamada desocupación eran ruidos lejanos.
Treinta años después, la ciudad, declarada como tal cuando todavía los números no arrimaban a los diez mil habitantes que necesita la burocracia santafesina para que sea considerada con ese estatuto, presenta un paisaje existencial diferente.
Para la CGT regional, seis de cada diez trabajadores está sin empleo y casi trescientos pibes son desnutridos.
Sin embargo, desde sus terminales privadas se exportan casi 3 mil millones de dólares anuales.
Por dimensión demográfica, Puerto San Martín debe ser la población más rica de la Argentina. Pero no lo es.La riqueza se concentró en pocas manos, mientras que la pobreza se multiplicó entre muchas. A finales del siglo XX, un intendente inauguró un sistema de iluminación que permite observar con claridad la irrupción de las casillas de latas de los que se amontonan en las márgenes del arroyo San Lorenzo.
Y desde la dictadura para aquí, un dirigente sindical se convirtió en un señor feudal. Se llama Herme Oscar Orlando Juárez, más conocido como “Vino Caliente”, porque desde pibe distribuía bebidas en odres que no resistían el paso del tiempo ni la inclemencia de la temperatura. Era obrero cañero en el puerto estatal rosarino. De los que acercan los tubos por donde se descarga el cereal que va desde los silos a las bodegas de los barcos. Hoy tiene varias propiedas, caballos de carrera y hasta se dio el lujo de formar una Cooperativa de Estibadores con helicóptero propio.
-Yo siempre me porté bien con el poder. Soy un bendecido por Dios -me dijo en varias entrevistas para responder sobre su actuación durante la noche carnívora del terrorismo de estado y su crecimiento patrimonial personal. Llegó a ser intendente de la ciudad y hasta quiso participar del proceso de privatización de los restos del puerto rosarino.
Sus hombres se juegan por él. Allí, en 1995, cuando el primer gobierno menemista había arrasado con las fábricas y no había más que lamentos, el riojano ganó con los votos de los más humildes, de los más humillados.
-No importa que yo me sacrifique. La generación de mis hijos la van a pasar bien. Algún día le va a aparecer la raíz peronista a este tipo. Y, después de todo, ¿qué decía la oposición?- fue la respuesta en común que veinte estibadores me dieron cuando preguntaba por qué votaron al responsable político de la desaparición del cordón industrial.
En esas palabras había dos señales muy fuertes: el campo de la creencia y la falta de proyecto alternativo de parte de la que se decía oposición. Una fe que hacía base en la memoria histórica de lo que se supone fue el primer peronismo y que, como en muchas religiones, admitía la propia inmolación al servicio de los que venían atrás. Un sacrificio personal porque del lado de la razón no se decían cosas diferentes.
Los despidos siguieron en Pasa, cuya obra social estuvo a cargo de un interventor militar hasta muy entrada la década del ochenta, en una clara demostración de la importancia estratégica que le daba el Segundo Cuerpo de Ejército al control político y social de lo que podía surgir del otrora beligerante Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos. Aquel que tomó la planta en 1974 y produjo, en 1971, la Asamblea Obrero Popular con la presencia de dirigentes combativos como Agustín Tosco y René Salamanca.
También se multiplicaron los accidentes laborales como consecuencia de la tercerización de la mano de obra y ya la palabra contaminación formaba parte de las enfermedades que todos los días debían enfrentarse en los dispensarios comunitarios.
La Dow Chemical, supuestamente la “mosca blanca” de las empresas químicas de la región por su cuidado especial en materia de medio ambiente, produjo cuatro casos de enfermos de lupus eristematoso sistémico, en 1995. Una enfermedad que destruye el sistema inmunológico de las personas, como el VIH.
La Plata Cereal, ex aceitera Indo, de donde surgiera el rol de economista del Capitán de la rama Ingeniería, Alvaro Alsogaray; ahora en propiedad del grupo suizo André, contaminaba el aire de los vecinos y enfermaba los bronquios y los pulmones.
Y Cargill, una de las principales multinacionales de los cereales, también asentada en Puerto San Martín, corría el lugar original de la batalla de Punta Quebracho, producida en 1846, contra los invasores ingleses y franceses.
En ese lugar, terraza verde sobre las aguas marrones del Paraná, donde hay una curva cósmica que hace de cintura a la costa, no hay ni bandera ni tampoco quedan las placas que alguna vez se colocaron en memoria de la gesta de un grupo de tozudos gauchos que dejaron su sangre con la idea de que un país libre podía ser feliz.
El 20 de noviembre de 2002, las Mujeres en Lucha de la Federación Agraria Argentina hicieron un acto en homenaje a aquella postura y en defensa de la soberanía que ya no existe.
Decenas de pibes con guardapolvos blancos vieron cómo el lugar es apenas un basural con mástil de Cargill.
La empresa que durante ese mismo año facturó ventas por 1.536 millones de pesos, a razón de 2.950 pesos por minuto. Desde allí, desde Puerto San Martín, donde siete de cada diez asalariados cobra menos de 500 pesos mensuales.
La empresa que no permite que el Sindicato de Trabajadores Aceiteros entre a la planta, tal como lo hacían los patrones a mediados del siglo XIX.
El colectivo avanza por la geografía que dibuja la ruta 11. Va y viene por el tiempo que tiene abierto el lugar.Ciudad histórica de San Lorenzo, donde un grupo de gauchos y mujeres le pusieron el cuerpo a la idea de la liberación continental de un tal San Martín el 3 de febrero de 1813. Donde un paraguayo se enamoró de ese proyecto y lo siguió hasta la vuelta después de Ayacucho. Se llamaba Bogado.
Una ciudad que tuvo un templo de franciscanos rebeldes que dieron cobijo a los perseguidos por la justicia del sistema en todos los tiempos y que hoy se cae a pedazos a fuerza de olvidos y desidia estatal.
Cien empresas se cerraron entre 1984 y 1995, según los Censos Nacionales Económicos. Entre ellas, Cerámica y el desgarro profundo que causó la privatización de la ex Destilería YPF.
En los años noventa florecieron las canchas de paddle, los remises y los kioskos. Hoy la ciudad tiene en el departamento municipal a la principal industria. Hecho que determina una profundo vasallaje político, un clientelismo que se paga de diferentes maneras.
Su intendente fue tres veces elegido y no parece haber denuncia de irregularidades que le hagan mella.
En la ciudad del Pino Histórico, el Hospital “Granaderos a Caballos” es mantenido por el trabajo que hacen los chicos estudiantes de una escuela técnica; mientras que un pibe de dos años se muere porque el Concejo Municipal no sanciona un decreto que facultaba la creación de un fondo para operaciones complejas y costosas.
Un lugar que aporta robos legendarios, como una caja fuerte que es sacada de la propia municipalidad y que luego aparece quemada; o la historia de un intendente que en una noche atropella las puertas de los opositores de su propio partido, sin que nadie repregunte un por qué en los estrados judiciales.
Una ciudad que en los últimos años cultivó el mito del peaje que se cobra en el llamado Barrio Norte, donde las bandas de adolescentes pueden hacer cualquier cosa y en cuyas calles parece imperar una cuarta moneda, la droga.
En esos arrabales, un asesinato producido por un ajuste de cuentas entre familias que se disputaban la venta callejera de ciertas sustancias, terminó en una venganza de características novelescas. Los parientes del asesinado le prendieron fuego a cuatro casillas y juraron seguir con la provisión de muerte. Una maestra denunció amenazas e intimidaciones y a fines de 2002, se contó que había renunciado, harta ya de tantas angustias y semejantes miedos.
-Nunca hacen procedimientos fronteras adentro de la ciudad. Siempre en las rutas de acceso -denunció el sacerdote Jorge Aloi, en varias oportunidades, en relación a la extraña preocupación que mostraban los integrantes de la Unidad Regional XVII durante los años noventa en torno a los secuestros de cargamentos de drogas. Aloi se fue de San Lorenzo y su parroquia que antes se llamaba Cristo Obrero ahora se nombra como Cristo Misericordioso. Una simple modificación que, sin embargo, hizo que el nuevo sacerdote fuera bendecido por los Aportes del Tesoro Nacional en las épocas de gloria de otro sanlorencino célebre, el geólogo Alberto Kohan.
Cuando la ciudad se hace curva hacia el sur, se puede ver el esqueleto de los últimos galpones de Cerámica San Lorenzo.
De los cuatrocientos obreros no queda nadie. Ahora funciona una ensambladora de motocicletas Zanella que da empleo para muy pocos habitantes de la ciudad histórica. Antes de que llegaran los nuevos propietarios, un hombre que pasó más de veinte años en su interior, decidió comprarse una coupé Honda con parte de la indemnización que le dieron. Y todos los días, con ese auto tan particular, llegaba al predio y se ponía a barrer. Horas y horas barriendo. Era su felicidad. Barrer el lugar donde tanto tiempo fue otra persona. Y llegaba en un automóvil cero kilómetro. Para barrer.
Ciudad histórica de San Lorenzo, cuya regional policial acunó al ex Jefe de La Santafesina SA, José Storani, responsable político de los ocho fusilamientos ocurridos en diciembre de 2001, todavía impunes. En aquellos años noventa, Storani, a cargo de la División Investigaciones de la Unidad Regional XVII, fue denunciado por Víctor Omar Balbi, por apremios ilegales y torturas. El hombre ascendió. Como lo había hecho antes, cuando en los años del terrorismo de estado fue jefe de tercios del Comando Radioeléctrico de Rosario, bajo las órdenes del ex Comandante de Gendarmería, Agustín Feced. Hoy Storani forma parte del Ministerio del Interior de la Nación, un premio concedido por el dos veces gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann.
Ciudad obrera en donde los obreros mueren en las plantas que acopian el cereal que las hace millonarias más allá de esos errores colaterales. Como ocurrió en la Asociación de Cooperativas Argentinas, ACA, el 26 de abril de 2002, con dos trabajadores asfixiados como resultado de una explosión que nadie nunca explicó. Quizás ACA no tenga dinero suficiente para invertir en Higiene y Seguridad Industrial. La firma vendió por valor de 1.123 millones de pesos durante 2002, a razón de 2.166 pesos por minuto. Sin embargo todavía no se informó qué importe recibieron los familiares de los obreros muertos ni tampoco qué plan de obras exigió la municipalidad o la provincia para evitar que este tipo de “accidentes” se repitan.
Queda claro que en la ciudad obrera que llegó a movilizarse por el despido de un solo trabajador en junio de 1975, ahora a pocas personas les importa el destino de los laburantes: la delegación sanlorencina de la Secretaría de Trabajo de la provincia no dispone ni de teléfono ni de unidad móvil propia.En esa ciudad que hacía de sus obreros, felices bailarines en los boliches de los años sesenta y setenta, ahora se roban garrafas para que se puedan soportar los inviernos; al mismo tiempo que se aumentan las tasas municipales a la sombra del incremento de los planes asistenciales.
A finales de los años ochenta, en uno de sus primeros cortes de ruta, la CGT San Lorenzo, heredera de la Coordinadora de Gremios Combativos y de la Intersindical de los años setenta, llegó a reunir a más de ocho mil personas en el playón de la Fábrica de Armas de Fray Luis Beltrán. Su secretario general, el municipal sanlorencino, Edgardo Quiroga, fue más de treinta veces imputado del delito de corte de ruta. Hoy ya no está al frente de la central de trabajadores. Ni tampoco están aquellos ocho mil fervorosos defensores de las fuentes laborales.
Los que eran orgullosos empleados de la estatal YPF, que se vanagloriaban de su condición en cualquier lugar público, a principios del tercer milenio cuentan y narran las peripecias de la miseria. Todavía no pudieron cobrar los dividendos de la privatización de principios de 1991 y ya empiezan a describir la muerte lenta de varios de ellos.
También en San Lorenzo hay que pedir permiso para informar y los que no lo hacen sufren desde la discriminación en la pauta oficial publicitaria hasta distintas formas de aprietes que llevan a los trabajadores de prensa a la angustia de circular por los pasillos de distintos tribunales.
El viejo “canal local” del San Lorenzo TV Cable, terminó siendo una repetidora que solamente admite aquellos que primero pasan por el colador de la Municipalidad.
El colectivo sigue su viaje. Fray Luis Beltrán es la tierra de Sulfacid, la primera exportadora de zinc electrolítico de América latina y del senador provincial, Jorge Monasterolo, un hombre que gusta del champán y de la boga a la parrilla. Es el representante del departamento San Lorenzo en la cámara santafesina y su último proyecto fue instalar un horno para quemar los residuos industriales y domiciliarios de toda la región allende la ruta 11.
Los vecinos se organizaron a través de las asambleas barriales y comenzaron a informar de los desastres en la salud que traería semejante emprendimiento productivo.
En una ciudad que según los números de los censos dan como un lugar mayoritariamente habitada por personas de edad por el exilio de los jóvenes, la promesa de 200 puestos laborales tenía los efectos de un misil sobre la conciencia crítica de sus ciudadanos. Monasterolo era el gestor de una empresa cuestionada hasta desde las mismas reparticiones oficiales provinciales. Pero eso no importaba.
Hasta se abrió una oficina para recibir los datos de los interesados en trabajar en la firma.
A fines de octubre de 2002, el estado provincial desechó la instalación de la fábrica de desechos. Monasterolo sigue visitando los hogares geriátricos de la ciudad y del departamento regalando televisores usados que sirven de entretenimiento para los viejitos que pueblan esos lugares.
Allí en Fray Luis Beltrán funciona el Seminario Arquidiocesano dependiente del Arzobispado rosarino. Surgen los nuevos sacerdotes que orientarán su prédica según el cristianismo de ocasión que baje la superioridad.
Pegado al recoleto lugar, está la Fábrica Militar y sus arsenales, donde trabajaban más de cinco mil personas hacia 1975 y se construían desde rieles para los Ferrocarriles Argentinos hasta se inició el Proyecto Cóndor, aquel misil que relaciones carnales menemistas mediante fue desarticulado por orden del imperio.
Menos de doscientos cincuenta trabajadores quedan allí. Ya casi no queda producción. Una agonía lenta que cada tanto se conmueve por alguna movilización de los que todavía quieren seguir formando parte de una empresa estatal. Los administradores militares de los últimos tiempos fueron acusados de hacer negocios inmobiliarios con esos terrenos. Y fue allí mismo donde se embarcaron los Fusiles Automáticos Livianos para Croacia y Ecuador, previo paso de Monser Al Kassar, el traficante sirio de armas con pasaporte argentino.
Fue en Fray Luis Beltrán, donde Sulfacid despidió trabajadores en 1994, negó la entrada de los dirigentes sindicales y prohibió el ingreso de este cronista por informar acerca de la presencia de arsénico en muchos de los obreros de su planta. En aquel momento, Jorge Monasterolo era intendente de la ciudad. Decía que la empresa tenía razón. Fue desde entonces que se habituó a comer con champán.
Entre Fray Luis Beltrán y Capitán Bermúdez, siempre en nuestro colectivo que atraviesa el espacio y el tiempo por la ruta 11, hay un cartel que anuncia un lugar como futuro área industrial de la alimentación. Allí, desde hace años, lo único que crece son los yuyos.
Llegamos a Capitán Bermúdez, capital nacional de la porcelana. En 1994, cerraron Porcelanas Verbano, Colgate Palmolive, Electroclor y Frigorífico Depaoli. Mil quinientas personas en la calle.El tejido productivo de la ciudad quedó pulverizado.Lo cotidiano se quebró.
Porque la ciudad dejó de hacer lo que hacían sus trabajadores. De tal forma la ciudad dejó de ser.
Perdió su sentido existencial, la racionalidad que tenía la vida de todos los días. Y esa pérdida se mostró en lo económico, lo social, lo cultural, lo religioso y también, obviamente, en lo político. Un intendente de aquellos días, Daniel Cinalli, llegó a pedirle a los empresarios de Electroclor que por lo menos le dejaran la bajada al río para hacer un balneario municipal. Toda una fervorosa defensa de lo local. Echaban a 420 trabajadores pero la preocupación pasaba por un pedazo de playa.
A finales de los años noventa, la municipalidad terminó con una deuda que llegaba a los treinta millones de dólares. Nunca se supo en qué se gastó tanto. Ni por qué.
Luego vinieron pedidos de exámenes mentales a concejales e intendentes, metáfora que avala aquello de la destrucción del tejido productivo y luego la pérdida de la racionalidad política como lógica consecuencia.
Si en San Lorenzo durante el año 2002 se denunciaron decenas de garrafas robadas, en Capitán Bermúdez se informó sobre kilómetros de cables del tendido eléctrico de la ciudad.
Ni siquiera se podía decir aquella frase del barrio de los años sesenta: el último que apague la luz. Después se supo que una de las exportaciones no tradicionales que pasaban las fronteras con papeles legales era, justamente, una gran cantidad de cables eléctricos robados en algunos lugares.
En el límite mismo con Fray Luis Beltrán, cerca de un cementerio, vecinas azoradas escuchaban extraños ruidos durante las noches. Empezaba a comentarse la presencia de fantasmas y muertos inquietos que abandonaban sus ataúdes. También llegaban llamados a las atribuladas radios de la zona que daban cuenta de ritos satánicos o de sectas de extraños orígenes.
Una explicación menos fantástica surgió, entonces, de los pasillos de la Unidad Regional XVII. La zona del cementerio era un lugar ideal para distribuir droga, uno de los pocos elementos que todavía ofrece mano de obra a cambio de muchísimos riesgos.
Con las cuentas públicas desquiciadas, entre 2001 y 2002, un conflicto gremial con los trabajadores municipales reabrió todas las heridas de la ciudad que siempre vibró al ritmo de las fábricas que ya no estaban.
Meses enteros con el edificio municipal tomado derivaron en una intervención del mismo, repetidas elecciones de intendentes que entraban, se peleaban con los trabajadores y después renunciaban. La ciudad que había elegido a los candidatos de la Alianza en lugar del peronismo que parece ser el color del departamento San Lorenzo, no podía decir con exactitud quién la gobernaba. Hubo periodistas tiroteados, dirigentes sindicales presos y servicios públicos que nadie prestaba. Los yuyos crecieron tanto como las tasas municipales impagas.
Un sacerdote jugado con su pueblo, Salvador Yaco, practicó una huelga de hambre descomunal y apuntó al corazón de la insensibilidad política de la provincia.
Cerca del río, como desde los años treinta, la única chimenea que seguía tirando humo contaminante era la de la mítica Celulosa, verdadero sexo de Capitán Bermúdez, ahora en poder de una empresa uruguaya.De esta ciudad de historias antológicas, surgieron dos símbolos opuestos de los años noventa del siglo XX.
El principal empresario de medios de comunicación de la provincia, el actual presidente del directorio del diario “La Capital”, Orlando Vignatti. Y el Ejército Popular de Payasos. Un conjunto de actores populares, oriundos de Capitán Bermúdez, que cansados de que se llame circo a la actividad política, decidieron tomar el Concejo bermudense primero y luego llegaron hasta el mismísimo Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario.
Sus narices rojas, sus zapatones, sus luminosos y multicolores trajes, en realidad, son una clave para entender un mensaje político afín a las movilizaciones sociales que se sucedieron al 19 y 20 de diciembre de 2001.
-Es intolerable que se les llame payasos a concejales, diputados, intendentes y gobernadores. Porque un payaso tiene sensibilidad, alegría, ternura, inocencia, inteligencia y por sobre todas las cosas, arrojo, capacidad de arriesgarse con el propio cuerpo. Y ninguna de estas cualidades son las que ostentan nuestros políticos. En lo único que nos parecemos los payasos y los políticos es en la torpeza. Pero, en realidad, venimos a decir que estamos hartos de que nos comparen con estos políticos. Por eso es necesario tomar el poder para poder hacer, para poder ser felices -dice el manifiesto del Ejército Popular de Payasos que lee en cada acto masivo Ricardo Ciampagni, el director de esta creación colectiva de salud mental que surgió, justamente, de la ciudad más castigada del ex cordón industrial.
Que el discurso político más lúcido de la última década haya devenido de una región estragada por el robo de sus fuentes laborales y de la consiguiente pérdida de racionalidad dirigencial, no es casualidad.Como tampoco que ese mismo discurso sea proclamado por artistas.
Ahora el colectivo que atraviesa el tiempo se para frente al Hospital “Eva Perón”, de Granadero Baigorria.
En esas paredes pintadas a la cal por orden de los militares que asaltaron el poder el 24 de marzo de 1976, todavía se pueden ver los dibujos infantiles que grabaron los representantes del gobierno popular de 1973.Pero después vino el saqueo planificado e institucionalizado.
Todo aquello que tuviera la inscripción “Fundación Eva Perón”, desde sábanas hasta mesitas de luz para chicos, fue destruido con alevosía, con salvajismo.
Desde allí, desde ese Hospital, ya en tiempo de los proveedores de la muerte, se entregaron muchos chicos en extraños casos de adopciones que fueron denunciados por Tomás Balzaretti, un hombre que ahora forma parte del gobierno municipal de la sureña Venado Tuerto.
En ese Hospital, el ex Comandante de Gendarmería, Agustín Feced, se paseaba con sus dos Mágnum, mientras, supuestamente, estaba preso por disposición de la justicia federal rosarina de la democracia.
Por allí miles de pibes pasaron durante décadas para alimentarse y educarse, en forma paralela que trabajan las industrias que fabricaban tractores como John Deere y Massey Ferguson, hasta que expulsaron a los obreros.
En esta ciudad que cada tanto renueva el pedido de los sacerdotes obreros de los años sesenta, como Juan Carlos Arroyo, para que de una buena vez haya agua potable y cloacas para todo el mundo; funcionó uno de los principales y más desconocidos centros clandestinos de detención de la provincia, La Calamita, directamente regenteada por el destacamento de Inteligencia del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército.
Nunca se pudo investigar en profundidad lo que allí ocurrió porque la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario, en mayo de 1986, remitió toda la documentación al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y no volvió jamás.
Años después, el entonces General, Mario Cándido Díaz, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército, le mandó una carta a este cronista para decir que esos expedientes ya no obraban más en el lugar porque fueron destruidos.
Una confesión expresa de destrucción de documentos públicos. Un delito enorme del que todavía nadie se hizo cargo.
Es allí en Granadero Baigorria, donde existe una lucha de años a favor de la constitución de una reserva ecológica, mientras los terrenos parecen haber sido destinados a otros negocios inmobiliarios relacionados con la puesta en funcionamiento del Puente Rosario – Victoria.
Y se llega por fin a Rosario, la otrora capital de los cereales, la mítica rosa crispada, siderúrgica y obrera, la vieja capital del fútbol argentino.
De los fuegos de los Rosariazos, treinta años después, a las tres últimas menciones de la ciudad en el parlamento nacional: capital nacional del helado artesanal, capital nacional del pan dulce artesanal y capital nacional de la huerta orgánica. Una síntesis.
De los fuegos setentistas al frío de los años noventa que nos congeló en la capital nacional de la desocupación, los saqueos, el gato inventado y, por supuesto, el benemérito helado y pan dulce artesanales.
Una ciudad en la que sus pibes se van de las escuelas para ya no volver.
Como cuenta la entrevista que hizo la licenciada en Ciencias Políticas, Laura Schenquer, a una piba de las tantas que existen en la calle de las mayorías.
“A pasos de la escuela Congreso de Tucumán, la cortada Pelikan donde se esconde la historia de la familia de Victoria. El papá nos recibe con la siguiente explicación: -Victoria no va más al colegio porque tenía compañeros que le pegaban. Luego, ella nos dice: “Me gastaban por no tener las pinturitas”, y por último su mamá comenta: “Dejó de ir al colegio porque no tenía zapatillas”. Razones sobran y seguramente habrá miles no dichas. La realidad es que hoy no va a la escuela. Recorre sola las más de veinte cuadras que separan su casa del lugar en donde se para. En el colegio, la última huella que Victoria dejó fue la asentada en el registro donde figura -sin más explicaciones- la fecha de salida.
-¿Por qué dejaste de ir a la escuela?, le preguntamos.
-Un día dejé de ir. Me cansé que los chicos me dijeran de todo. No tenía nada. Yo llevaba el cuaderno pero no las pinturitas. Me decían de todo piojo, burro… y dejé de ir en 4to.
–¿Qué es lo que más extrañas?
- A mis amigas. Todas siguieron. A la única que sigo viendo es la de acá al lado. Con ella voy a San Martín a cuidar autos.
–¿Sabes leer y escribir?
- Sí. Pero me gustaría ir de nuevo a la escuela.
–¿Cómo era tu vida cuando ibas a la escuela?, ¿cambió?
–Antes iba a la mañana a la escuela y a la tarde salía y me iba a cuidar los autos. Tarea casi no nos daban… Ahora, no voy más. Salgo todos los días bien temprano, porque si hay alguien me voy a otra cuadra, me siento en la calle y espero que salga la gente para que me dé una moneda. Y como a las seis o siete vuelvo a mi casa.
En ese momento entró Victor, -él también se va a cuidar autos, nos aclara Victoria. Su hermano es aún más chico que ella. Todos los días se para en la estación de Arijón y San Martín. Iba al colegio, pero lo dejó cuando le dijeron que no aprendía y tenía que ir a uno para chicos discapacitados. Se sienta con nosotros, muerto de la intriga por averiguar qué estábamos haciendo.
–Victor, ¿qué hace la gente cuando te ve?
- Entra y compra en la estación… y después yo voy y les digo: ¿me da una moneda?. Casi siempre me dan algo.
-¿Y qué hacen con esa plata?
- Compro hamburguesas o para hacer fideos… los ayudo a mis papás, nos dice Victoria. A mi mamá le dan los 150 del plan y ella, trabaja en una huerta. Pero yo nunca le mangueo. Cuando iba al colegio, podía ir al comedor. Pero me echaron porque dejé de ir a clases.
Los chicos responden sin demasiadas vueltas. Tal vez, el lugar en el que nos encontramos –comedor, pieza y lugar de paso al resto de la casa- no permita generar un clima de mayor confianza. Victoria nos dice: “Éste es mi sobrino (apenas menor que ella) y éste es mi primo”. Todos quieren ser tenidos en cuenta. Cuando llega Sonia, la madre de los chicos, nos comenta: “A mí me gustaría que estudie, es importante. Aunque no logre pasar de grado… Igual, que vaya aprendiendo lo que pueda. Ella tiene mucha capacidad para aprender. Por ahí, el año que viene la mando a una nocturna, vamos a ver si me la toman. Porque para mí es importante que sepan leer y escribir. El día de mañana cuando tengan hijos ¡no van a poder ni enseñarles qué letra es!”.
Victoria no va a la escuela. Son pibes, que están preocupados por conseguir plata para dar una mano en sus casas ¿de qué vale hablarles de la importancia de la educación para un futuro?”, se pregunta la joven licenciada en Ciencias Políticas en la todavía estatal Universidad Nacional de Rosario.
El colectivo avanza por esas calles de la ex ciudad obrera. En los dos Rosariazos, los muertos eran obreros metalúrgicos.En los hechos de diciembre de 2001, los muertos vivían de changas, cirujeaban o, en el caso de Pocho Lepratti, era cocinero de una escuela pública.
Ninguno de los siete fusilados era obrero.Es la ciudad en donde los derechos laborales pasaron a mejor vida.Como lo informó una ingeniera agrónoma, Mariela Vaquero, que, cansada de tanta ciencia fría y a pesar de ganar buen dinero, se metió a buscar en el arte y en el periodismo una forma de vivir mejor. Ella demostró cómo la empresa Telecom, la misma que facturó 3.049 millones de pesos durante 2001, a razón de 5.881 pesos por minuto, extorsionaba a sus trabajadores a reducir el salario a cambio de mantener el puesto laboral.
“En este marco socio-histórico se inscribe el acuerdo celebrado por Telecom argentina y los representantes gremiales de sus empleados de base agrupados en FOEESITRA (Federación de Obreros, Especialistas y Empleados de los Servicios e Industria de las Telecomunicaciones de la República Argentina), el 6 de diciembre de 2001. A fines de ese año alegando la difícil situación económica y financiera que la obligaría a realizar despidos masivos, la empresa negocia con el sindicato, la garantía de estabilidad laboral para sus empleados hasta marzo de 2003, a cambio de la modificación de algunas de las condiciones laborales vigentes y contempladas en el Convenio Colectivo que rige la actividad de los mismos. Entre estas modificaciones se encuentra la reducción salarial proporcional equivalente a una reducción de la jornada laboral; la disminución en el porcentaje a pagar por turnos realizados y la condición de no toma de medidas de acción directa para la subsistencia de la obligación asumida por la empresa. Para que el acuerdo tuviese validez era necesaria la ratificación, mediante firma, de cada uno de los trabajadores.
La propuesta era clara: firmar una reducción salarial (y “silencio”) y obtener quince meses mas de empleo, o el despido. De los cientos de empleados locales, sesenta decidieron no firmar en oposición al acuerdo. Sin embargo, igualmente sufrieron la reducción en sus sueldos desde enero de 2002, momento en el cual comienza a regir el convenio, después de su homologación ante el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación. A pesar de haber cumplido de hecho con las exigencias de la empresa, en septiembre de 2002, nueve meses mas tarde, tres de los sesenta empleados son notificados verbalmente de su desvinculación con Telecom por no haber cumplimentado la tramitación de ratificación individual.
Pocos días después el Sindicato de Trabajadores de Telecomunicaciones de Rosario informa que se hallan nuevamente a disposición de aquellos que no habían firmado en primer término, las actas para ser rubricadas. Una segunda oportunidad a decir del gremio. Una imposición encubierta a decir de los trabajadores. Todos, excepto una de las empleadas, aún contra su voluntad y para poder conservar sus fuentes de ingresos, firmaron”, escribió la ingeniera devenida en contadora de historias por una propia elección en defensa de su salud mental.
“En la Argentina de hoy, donde perder el empleo equivale a perder las posibilidades de alimentación; de salud; de supervivencia; ¿es posible hablar de libre elección del trabajador en estos casos? ¿No es esto una acción coercitiva?. Cuándo un hombre debe optar entre su vida y la de su familia o la renuncia a sus derechos laborales: ¿es esto una opción?.
“La desigualdad negocial en la que se encuentra el trabajador, el estado de necesidad, la posibilidad de perder su fuente de ingresos y el alto índice de desempleo, definitivamente conspiran contra su plena libertad para decidir”, escribía Julio Grisolía, abogado y juez en lo laboral, en el año 2000”, sostuvo Vaquero. “En medio de esta decadencia económica; social y moral que vive el país, donde los límites son borrosos o inexistentes, miles de trabajadores se ven obligados a acceder a cualquier demanda de sus empleadores para seguir sobreviviendo. A veces es legal, pero siempre es ilegítimo. Son miles las personas que en Argentina, cada día, deben elegir entre la firma o la vida. Y ese es un punto en el cual ya no hay opción”, terminaba su artículo.
Una clara demostración de lo que significa trabajar hoy en la ciudad que antes era obrera y portuaria.
En un puerto en donde ahora solamente quedan 169 trabajadores efectivos, luego de la privatización que hiciera la administración de Jorge Obeid a manos de los intereses de “una lavandería de dinero”, como calificó el reconocido periodista Rogelio García Lupo a los filipinos de Ictsi que se quedaron dos años en el puerto rosarino sin presentar un solo número ni un solo documento en relación a lo que hicieron porque, entre otras cosas, nadie se lo pidió.
A fines de 2002, mientras una nena de siete años, descalza y con ropitas gastadas, se gasta la vida desde las siete de la mañana a las ocho de la noche en la coqueta Avenida Pellegrini y Pueyrredón, a metros del Rosedal y la cancha de Ñuls; un dirigente sindical del gremio de los trabajadores de la Industria del Vidrio dice que en caso de reabrir Cristalería Cuyo habrá que amoldarse a “la antigüedad cero”.
Curiosa terminología que pretende naturalizar la pérdida absoluta de la antigüedad laboral como un derecho de cada uno de los trabajadores.
Definición que hace pública no el empresario, sino el supuesto defensor de los intereses de los obreros.
En pleno 2002, en la ex ciudad obrera, se habla de “antigüedad cero”. Un retroceso de más de cien años. Y no se trata del juego de imaginación planteado en el origen de este texto, sino de la realidad rota, convertida en un montón de pedacitos dispersos en que se convirtió aquel corazón del segundo cordón industrial más importante de América latina como consecuencia del Manual de Robos Santafesinos aquí esbozado.
Pero también ocurre que cuando uno se baja del colectivo, es capaz de dejarse atravesar por la insistencia del amor, de la ternura y de la búsqueda permanente de justicia.
Hechos y postales que, alguna vez, sin dudas, construirán un futuro mejor.
Imaginemos un viaje en el colectivo que va de Puerto General San Martín a Villa Constitución, atravesando los principales barrios rosarinos. El viejo trayecto de la ex empresa “9 de Julio”, obvia referencia a la declaración de la independencia. Hoy, ese mismo camino por la ruta 11, lo hace una de las líneas pertenecientes al empresario que más empresas posee, Agustín Bermúdez y ya no se llama como la fecha patria, si no “35/9”. Una clave todavía ignota para este cronista.
Pero hagamos un esfuerzo más. Intentemos suponer que el recorrido del colectivo no solamente es espacial, sino también temporal. Un colectivo del tiempo a la vera del Paraná.
Una rantifusa copia de la Máquina del Tiempo de Hugo G. Wells. Pero que funciona. No por la habilidad del relator, del chofer, sino por la complejidad del presente que resulta de cuarenta años de saqueos. Como consecuencia del impacto existencial y geográfico del Manual de Robos Santafesinos.Varios presentes en el mismo lugar.
Pero también distintos pasados abiertos y diversos futuros posibles. De norte a sur es el trayecto. Puerto General San Martín, entonces, es el principio del viaje de nuestro colectivo que atraviesa tiempo y espacio.
A principios de los años setenta, su población creció en un sesenta por ciento. Eran las noches siempre iluminadas por las plumas flamígeras de las plantas industriales. La última de ellas, Dow Chemical, se había instalado cuando la palabra contaminación y la llamada desocupación eran ruidos lejanos.
Treinta años después, la ciudad, declarada como tal cuando todavía los números no arrimaban a los diez mil habitantes que necesita la burocracia santafesina para que sea considerada con ese estatuto, presenta un paisaje existencial diferente.
Para la CGT regional, seis de cada diez trabajadores está sin empleo y casi trescientos pibes son desnutridos.
Sin embargo, desde sus terminales privadas se exportan casi 3 mil millones de dólares anuales.
Por dimensión demográfica, Puerto San Martín debe ser la población más rica de la Argentina. Pero no lo es.La riqueza se concentró en pocas manos, mientras que la pobreza se multiplicó entre muchas. A finales del siglo XX, un intendente inauguró un sistema de iluminación que permite observar con claridad la irrupción de las casillas de latas de los que se amontonan en las márgenes del arroyo San Lorenzo.
Y desde la dictadura para aquí, un dirigente sindical se convirtió en un señor feudal. Se llama Herme Oscar Orlando Juárez, más conocido como “Vino Caliente”, porque desde pibe distribuía bebidas en odres que no resistían el paso del tiempo ni la inclemencia de la temperatura. Era obrero cañero en el puerto estatal rosarino. De los que acercan los tubos por donde se descarga el cereal que va desde los silos a las bodegas de los barcos. Hoy tiene varias propiedas, caballos de carrera y hasta se dio el lujo de formar una Cooperativa de Estibadores con helicóptero propio.
-Yo siempre me porté bien con el poder. Soy un bendecido por Dios -me dijo en varias entrevistas para responder sobre su actuación durante la noche carnívora del terrorismo de estado y su crecimiento patrimonial personal. Llegó a ser intendente de la ciudad y hasta quiso participar del proceso de privatización de los restos del puerto rosarino.
Sus hombres se juegan por él. Allí, en 1995, cuando el primer gobierno menemista había arrasado con las fábricas y no había más que lamentos, el riojano ganó con los votos de los más humildes, de los más humillados.
-No importa que yo me sacrifique. La generación de mis hijos la van a pasar bien. Algún día le va a aparecer la raíz peronista a este tipo. Y, después de todo, ¿qué decía la oposición?- fue la respuesta en común que veinte estibadores me dieron cuando preguntaba por qué votaron al responsable político de la desaparición del cordón industrial.
En esas palabras había dos señales muy fuertes: el campo de la creencia y la falta de proyecto alternativo de parte de la que se decía oposición. Una fe que hacía base en la memoria histórica de lo que se supone fue el primer peronismo y que, como en muchas religiones, admitía la propia inmolación al servicio de los que venían atrás. Un sacrificio personal porque del lado de la razón no se decían cosas diferentes.
Los despidos siguieron en Pasa, cuya obra social estuvo a cargo de un interventor militar hasta muy entrada la década del ochenta, en una clara demostración de la importancia estratégica que le daba el Segundo Cuerpo de Ejército al control político y social de lo que podía surgir del otrora beligerante Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos. Aquel que tomó la planta en 1974 y produjo, en 1971, la Asamblea Obrero Popular con la presencia de dirigentes combativos como Agustín Tosco y René Salamanca.
También se multiplicaron los accidentes laborales como consecuencia de la tercerización de la mano de obra y ya la palabra contaminación formaba parte de las enfermedades que todos los días debían enfrentarse en los dispensarios comunitarios.
La Dow Chemical, supuestamente la “mosca blanca” de las empresas químicas de la región por su cuidado especial en materia de medio ambiente, produjo cuatro casos de enfermos de lupus eristematoso sistémico, en 1995. Una enfermedad que destruye el sistema inmunológico de las personas, como el VIH.
La Plata Cereal, ex aceitera Indo, de donde surgiera el rol de economista del Capitán de la rama Ingeniería, Alvaro Alsogaray; ahora en propiedad del grupo suizo André, contaminaba el aire de los vecinos y enfermaba los bronquios y los pulmones.
Y Cargill, una de las principales multinacionales de los cereales, también asentada en Puerto San Martín, corría el lugar original de la batalla de Punta Quebracho, producida en 1846, contra los invasores ingleses y franceses.
En ese lugar, terraza verde sobre las aguas marrones del Paraná, donde hay una curva cósmica que hace de cintura a la costa, no hay ni bandera ni tampoco quedan las placas que alguna vez se colocaron en memoria de la gesta de un grupo de tozudos gauchos que dejaron su sangre con la idea de que un país libre podía ser feliz.
El 20 de noviembre de 2002, las Mujeres en Lucha de la Federación Agraria Argentina hicieron un acto en homenaje a aquella postura y en defensa de la soberanía que ya no existe.
Decenas de pibes con guardapolvos blancos vieron cómo el lugar es apenas un basural con mástil de Cargill.
La empresa que durante ese mismo año facturó ventas por 1.536 millones de pesos, a razón de 2.950 pesos por minuto. Desde allí, desde Puerto San Martín, donde siete de cada diez asalariados cobra menos de 500 pesos mensuales.
La empresa que no permite que el Sindicato de Trabajadores Aceiteros entre a la planta, tal como lo hacían los patrones a mediados del siglo XIX.
El colectivo avanza por la geografía que dibuja la ruta 11. Va y viene por el tiempo que tiene abierto el lugar.Ciudad histórica de San Lorenzo, donde un grupo de gauchos y mujeres le pusieron el cuerpo a la idea de la liberación continental de un tal San Martín el 3 de febrero de 1813. Donde un paraguayo se enamoró de ese proyecto y lo siguió hasta la vuelta después de Ayacucho. Se llamaba Bogado.
Una ciudad que tuvo un templo de franciscanos rebeldes que dieron cobijo a los perseguidos por la justicia del sistema en todos los tiempos y que hoy se cae a pedazos a fuerza de olvidos y desidia estatal.
Cien empresas se cerraron entre 1984 y 1995, según los Censos Nacionales Económicos. Entre ellas, Cerámica y el desgarro profundo que causó la privatización de la ex Destilería YPF.
En los años noventa florecieron las canchas de paddle, los remises y los kioskos. Hoy la ciudad tiene en el departamento municipal a la principal industria. Hecho que determina una profundo vasallaje político, un clientelismo que se paga de diferentes maneras.
Su intendente fue tres veces elegido y no parece haber denuncia de irregularidades que le hagan mella.
En la ciudad del Pino Histórico, el Hospital “Granaderos a Caballos” es mantenido por el trabajo que hacen los chicos estudiantes de una escuela técnica; mientras que un pibe de dos años se muere porque el Concejo Municipal no sanciona un decreto que facultaba la creación de un fondo para operaciones complejas y costosas.
Un lugar que aporta robos legendarios, como una caja fuerte que es sacada de la propia municipalidad y que luego aparece quemada; o la historia de un intendente que en una noche atropella las puertas de los opositores de su propio partido, sin que nadie repregunte un por qué en los estrados judiciales.
Una ciudad que en los últimos años cultivó el mito del peaje que se cobra en el llamado Barrio Norte, donde las bandas de adolescentes pueden hacer cualquier cosa y en cuyas calles parece imperar una cuarta moneda, la droga.
En esos arrabales, un asesinato producido por un ajuste de cuentas entre familias que se disputaban la venta callejera de ciertas sustancias, terminó en una venganza de características novelescas. Los parientes del asesinado le prendieron fuego a cuatro casillas y juraron seguir con la provisión de muerte. Una maestra denunció amenazas e intimidaciones y a fines de 2002, se contó que había renunciado, harta ya de tantas angustias y semejantes miedos.
-Nunca hacen procedimientos fronteras adentro de la ciudad. Siempre en las rutas de acceso -denunció el sacerdote Jorge Aloi, en varias oportunidades, en relación a la extraña preocupación que mostraban los integrantes de la Unidad Regional XVII durante los años noventa en torno a los secuestros de cargamentos de drogas. Aloi se fue de San Lorenzo y su parroquia que antes se llamaba Cristo Obrero ahora se nombra como Cristo Misericordioso. Una simple modificación que, sin embargo, hizo que el nuevo sacerdote fuera bendecido por los Aportes del Tesoro Nacional en las épocas de gloria de otro sanlorencino célebre, el geólogo Alberto Kohan.
Cuando la ciudad se hace curva hacia el sur, se puede ver el esqueleto de los últimos galpones de Cerámica San Lorenzo.
De los cuatrocientos obreros no queda nadie. Ahora funciona una ensambladora de motocicletas Zanella que da empleo para muy pocos habitantes de la ciudad histórica. Antes de que llegaran los nuevos propietarios, un hombre que pasó más de veinte años en su interior, decidió comprarse una coupé Honda con parte de la indemnización que le dieron. Y todos los días, con ese auto tan particular, llegaba al predio y se ponía a barrer. Horas y horas barriendo. Era su felicidad. Barrer el lugar donde tanto tiempo fue otra persona. Y llegaba en un automóvil cero kilómetro. Para barrer.
Ciudad histórica de San Lorenzo, cuya regional policial acunó al ex Jefe de La Santafesina SA, José Storani, responsable político de los ocho fusilamientos ocurridos en diciembre de 2001, todavía impunes. En aquellos años noventa, Storani, a cargo de la División Investigaciones de la Unidad Regional XVII, fue denunciado por Víctor Omar Balbi, por apremios ilegales y torturas. El hombre ascendió. Como lo había hecho antes, cuando en los años del terrorismo de estado fue jefe de tercios del Comando Radioeléctrico de Rosario, bajo las órdenes del ex Comandante de Gendarmería, Agustín Feced. Hoy Storani forma parte del Ministerio del Interior de la Nación, un premio concedido por el dos veces gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann.
Ciudad obrera en donde los obreros mueren en las plantas que acopian el cereal que las hace millonarias más allá de esos errores colaterales. Como ocurrió en la Asociación de Cooperativas Argentinas, ACA, el 26 de abril de 2002, con dos trabajadores asfixiados como resultado de una explosión que nadie nunca explicó. Quizás ACA no tenga dinero suficiente para invertir en Higiene y Seguridad Industrial. La firma vendió por valor de 1.123 millones de pesos durante 2002, a razón de 2.166 pesos por minuto. Sin embargo todavía no se informó qué importe recibieron los familiares de los obreros muertos ni tampoco qué plan de obras exigió la municipalidad o la provincia para evitar que este tipo de “accidentes” se repitan.
Queda claro que en la ciudad obrera que llegó a movilizarse por el despido de un solo trabajador en junio de 1975, ahora a pocas personas les importa el destino de los laburantes: la delegación sanlorencina de la Secretaría de Trabajo de la provincia no dispone ni de teléfono ni de unidad móvil propia.En esa ciudad que hacía de sus obreros, felices bailarines en los boliches de los años sesenta y setenta, ahora se roban garrafas para que se puedan soportar los inviernos; al mismo tiempo que se aumentan las tasas municipales a la sombra del incremento de los planes asistenciales.
A finales de los años ochenta, en uno de sus primeros cortes de ruta, la CGT San Lorenzo, heredera de la Coordinadora de Gremios Combativos y de la Intersindical de los años setenta, llegó a reunir a más de ocho mil personas en el playón de la Fábrica de Armas de Fray Luis Beltrán. Su secretario general, el municipal sanlorencino, Edgardo Quiroga, fue más de treinta veces imputado del delito de corte de ruta. Hoy ya no está al frente de la central de trabajadores. Ni tampoco están aquellos ocho mil fervorosos defensores de las fuentes laborales.
Los que eran orgullosos empleados de la estatal YPF, que se vanagloriaban de su condición en cualquier lugar público, a principios del tercer milenio cuentan y narran las peripecias de la miseria. Todavía no pudieron cobrar los dividendos de la privatización de principios de 1991 y ya empiezan a describir la muerte lenta de varios de ellos.
También en San Lorenzo hay que pedir permiso para informar y los que no lo hacen sufren desde la discriminación en la pauta oficial publicitaria hasta distintas formas de aprietes que llevan a los trabajadores de prensa a la angustia de circular por los pasillos de distintos tribunales.
El viejo “canal local” del San Lorenzo TV Cable, terminó siendo una repetidora que solamente admite aquellos que primero pasan por el colador de la Municipalidad.
El colectivo sigue su viaje. Fray Luis Beltrán es la tierra de Sulfacid, la primera exportadora de zinc electrolítico de América latina y del senador provincial, Jorge Monasterolo, un hombre que gusta del champán y de la boga a la parrilla. Es el representante del departamento San Lorenzo en la cámara santafesina y su último proyecto fue instalar un horno para quemar los residuos industriales y domiciliarios de toda la región allende la ruta 11.
Los vecinos se organizaron a través de las asambleas barriales y comenzaron a informar de los desastres en la salud que traería semejante emprendimiento productivo.
En una ciudad que según los números de los censos dan como un lugar mayoritariamente habitada por personas de edad por el exilio de los jóvenes, la promesa de 200 puestos laborales tenía los efectos de un misil sobre la conciencia crítica de sus ciudadanos. Monasterolo era el gestor de una empresa cuestionada hasta desde las mismas reparticiones oficiales provinciales. Pero eso no importaba.
Hasta se abrió una oficina para recibir los datos de los interesados en trabajar en la firma.
A fines de octubre de 2002, el estado provincial desechó la instalación de la fábrica de desechos. Monasterolo sigue visitando los hogares geriátricos de la ciudad y del departamento regalando televisores usados que sirven de entretenimiento para los viejitos que pueblan esos lugares.
Allí en Fray Luis Beltrán funciona el Seminario Arquidiocesano dependiente del Arzobispado rosarino. Surgen los nuevos sacerdotes que orientarán su prédica según el cristianismo de ocasión que baje la superioridad.
Pegado al recoleto lugar, está la Fábrica Militar y sus arsenales, donde trabajaban más de cinco mil personas hacia 1975 y se construían desde rieles para los Ferrocarriles Argentinos hasta se inició el Proyecto Cóndor, aquel misil que relaciones carnales menemistas mediante fue desarticulado por orden del imperio.
Menos de doscientos cincuenta trabajadores quedan allí. Ya casi no queda producción. Una agonía lenta que cada tanto se conmueve por alguna movilización de los que todavía quieren seguir formando parte de una empresa estatal. Los administradores militares de los últimos tiempos fueron acusados de hacer negocios inmobiliarios con esos terrenos. Y fue allí mismo donde se embarcaron los Fusiles Automáticos Livianos para Croacia y Ecuador, previo paso de Monser Al Kassar, el traficante sirio de armas con pasaporte argentino.
Fue en Fray Luis Beltrán, donde Sulfacid despidió trabajadores en 1994, negó la entrada de los dirigentes sindicales y prohibió el ingreso de este cronista por informar acerca de la presencia de arsénico en muchos de los obreros de su planta. En aquel momento, Jorge Monasterolo era intendente de la ciudad. Decía que la empresa tenía razón. Fue desde entonces que se habituó a comer con champán.
Entre Fray Luis Beltrán y Capitán Bermúdez, siempre en nuestro colectivo que atraviesa el espacio y el tiempo por la ruta 11, hay un cartel que anuncia un lugar como futuro área industrial de la alimentación. Allí, desde hace años, lo único que crece son los yuyos.
Llegamos a Capitán Bermúdez, capital nacional de la porcelana. En 1994, cerraron Porcelanas Verbano, Colgate Palmolive, Electroclor y Frigorífico Depaoli. Mil quinientas personas en la calle.El tejido productivo de la ciudad quedó pulverizado.Lo cotidiano se quebró.
Porque la ciudad dejó de hacer lo que hacían sus trabajadores. De tal forma la ciudad dejó de ser.
Perdió su sentido existencial, la racionalidad que tenía la vida de todos los días. Y esa pérdida se mostró en lo económico, lo social, lo cultural, lo religioso y también, obviamente, en lo político. Un intendente de aquellos días, Daniel Cinalli, llegó a pedirle a los empresarios de Electroclor que por lo menos le dejaran la bajada al río para hacer un balneario municipal. Toda una fervorosa defensa de lo local. Echaban a 420 trabajadores pero la preocupación pasaba por un pedazo de playa.
A finales de los años noventa, la municipalidad terminó con una deuda que llegaba a los treinta millones de dólares. Nunca se supo en qué se gastó tanto. Ni por qué.
Luego vinieron pedidos de exámenes mentales a concejales e intendentes, metáfora que avala aquello de la destrucción del tejido productivo y luego la pérdida de la racionalidad política como lógica consecuencia.
Si en San Lorenzo durante el año 2002 se denunciaron decenas de garrafas robadas, en Capitán Bermúdez se informó sobre kilómetros de cables del tendido eléctrico de la ciudad.
Ni siquiera se podía decir aquella frase del barrio de los años sesenta: el último que apague la luz. Después se supo que una de las exportaciones no tradicionales que pasaban las fronteras con papeles legales era, justamente, una gran cantidad de cables eléctricos robados en algunos lugares.
En el límite mismo con Fray Luis Beltrán, cerca de un cementerio, vecinas azoradas escuchaban extraños ruidos durante las noches. Empezaba a comentarse la presencia de fantasmas y muertos inquietos que abandonaban sus ataúdes. También llegaban llamados a las atribuladas radios de la zona que daban cuenta de ritos satánicos o de sectas de extraños orígenes.
Una explicación menos fantástica surgió, entonces, de los pasillos de la Unidad Regional XVII. La zona del cementerio era un lugar ideal para distribuir droga, uno de los pocos elementos que todavía ofrece mano de obra a cambio de muchísimos riesgos.
Con las cuentas públicas desquiciadas, entre 2001 y 2002, un conflicto gremial con los trabajadores municipales reabrió todas las heridas de la ciudad que siempre vibró al ritmo de las fábricas que ya no estaban.
Meses enteros con el edificio municipal tomado derivaron en una intervención del mismo, repetidas elecciones de intendentes que entraban, se peleaban con los trabajadores y después renunciaban. La ciudad que había elegido a los candidatos de la Alianza en lugar del peronismo que parece ser el color del departamento San Lorenzo, no podía decir con exactitud quién la gobernaba. Hubo periodistas tiroteados, dirigentes sindicales presos y servicios públicos que nadie prestaba. Los yuyos crecieron tanto como las tasas municipales impagas.
Un sacerdote jugado con su pueblo, Salvador Yaco, practicó una huelga de hambre descomunal y apuntó al corazón de la insensibilidad política de la provincia.
Cerca del río, como desde los años treinta, la única chimenea que seguía tirando humo contaminante era la de la mítica Celulosa, verdadero sexo de Capitán Bermúdez, ahora en poder de una empresa uruguaya.De esta ciudad de historias antológicas, surgieron dos símbolos opuestos de los años noventa del siglo XX.
El principal empresario de medios de comunicación de la provincia, el actual presidente del directorio del diario “La Capital”, Orlando Vignatti. Y el Ejército Popular de Payasos. Un conjunto de actores populares, oriundos de Capitán Bermúdez, que cansados de que se llame circo a la actividad política, decidieron tomar el Concejo bermudense primero y luego llegaron hasta el mismísimo Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario.
Sus narices rojas, sus zapatones, sus luminosos y multicolores trajes, en realidad, son una clave para entender un mensaje político afín a las movilizaciones sociales que se sucedieron al 19 y 20 de diciembre de 2001.
-Es intolerable que se les llame payasos a concejales, diputados, intendentes y gobernadores. Porque un payaso tiene sensibilidad, alegría, ternura, inocencia, inteligencia y por sobre todas las cosas, arrojo, capacidad de arriesgarse con el propio cuerpo. Y ninguna de estas cualidades son las que ostentan nuestros políticos. En lo único que nos parecemos los payasos y los políticos es en la torpeza. Pero, en realidad, venimos a decir que estamos hartos de que nos comparen con estos políticos. Por eso es necesario tomar el poder para poder hacer, para poder ser felices -dice el manifiesto del Ejército Popular de Payasos que lee en cada acto masivo Ricardo Ciampagni, el director de esta creación colectiva de salud mental que surgió, justamente, de la ciudad más castigada del ex cordón industrial.
Que el discurso político más lúcido de la última década haya devenido de una región estragada por el robo de sus fuentes laborales y de la consiguiente pérdida de racionalidad dirigencial, no es casualidad.Como tampoco que ese mismo discurso sea proclamado por artistas.
Ahora el colectivo que atraviesa el tiempo se para frente al Hospital “Eva Perón”, de Granadero Baigorria.
En esas paredes pintadas a la cal por orden de los militares que asaltaron el poder el 24 de marzo de 1976, todavía se pueden ver los dibujos infantiles que grabaron los representantes del gobierno popular de 1973.Pero después vino el saqueo planificado e institucionalizado.
Todo aquello que tuviera la inscripción “Fundación Eva Perón”, desde sábanas hasta mesitas de luz para chicos, fue destruido con alevosía, con salvajismo.
Desde allí, desde ese Hospital, ya en tiempo de los proveedores de la muerte, se entregaron muchos chicos en extraños casos de adopciones que fueron denunciados por Tomás Balzaretti, un hombre que ahora forma parte del gobierno municipal de la sureña Venado Tuerto.
En ese Hospital, el ex Comandante de Gendarmería, Agustín Feced, se paseaba con sus dos Mágnum, mientras, supuestamente, estaba preso por disposición de la justicia federal rosarina de la democracia.
Por allí miles de pibes pasaron durante décadas para alimentarse y educarse, en forma paralela que trabajan las industrias que fabricaban tractores como John Deere y Massey Ferguson, hasta que expulsaron a los obreros.
En esta ciudad que cada tanto renueva el pedido de los sacerdotes obreros de los años sesenta, como Juan Carlos Arroyo, para que de una buena vez haya agua potable y cloacas para todo el mundo; funcionó uno de los principales y más desconocidos centros clandestinos de detención de la provincia, La Calamita, directamente regenteada por el destacamento de Inteligencia del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército.
Nunca se pudo investigar en profundidad lo que allí ocurrió porque la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario, en mayo de 1986, remitió toda la documentación al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y no volvió jamás.
Años después, el entonces General, Mario Cándido Díaz, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército, le mandó una carta a este cronista para decir que esos expedientes ya no obraban más en el lugar porque fueron destruidos.
Una confesión expresa de destrucción de documentos públicos. Un delito enorme del que todavía nadie se hizo cargo.
Es allí en Granadero Baigorria, donde existe una lucha de años a favor de la constitución de una reserva ecológica, mientras los terrenos parecen haber sido destinados a otros negocios inmobiliarios relacionados con la puesta en funcionamiento del Puente Rosario – Victoria.
Y se llega por fin a Rosario, la otrora capital de los cereales, la mítica rosa crispada, siderúrgica y obrera, la vieja capital del fútbol argentino.
De los fuegos de los Rosariazos, treinta años después, a las tres últimas menciones de la ciudad en el parlamento nacional: capital nacional del helado artesanal, capital nacional del pan dulce artesanal y capital nacional de la huerta orgánica. Una síntesis.
De los fuegos setentistas al frío de los años noventa que nos congeló en la capital nacional de la desocupación, los saqueos, el gato inventado y, por supuesto, el benemérito helado y pan dulce artesanales.
Una ciudad en la que sus pibes se van de las escuelas para ya no volver.
Como cuenta la entrevista que hizo la licenciada en Ciencias Políticas, Laura Schenquer, a una piba de las tantas que existen en la calle de las mayorías.
“A pasos de la escuela Congreso de Tucumán, la cortada Pelikan donde se esconde la historia de la familia de Victoria. El papá nos recibe con la siguiente explicación: -Victoria no va más al colegio porque tenía compañeros que le pegaban. Luego, ella nos dice: “Me gastaban por no tener las pinturitas”, y por último su mamá comenta: “Dejó de ir al colegio porque no tenía zapatillas”. Razones sobran y seguramente habrá miles no dichas. La realidad es que hoy no va a la escuela. Recorre sola las más de veinte cuadras que separan su casa del lugar en donde se para. En el colegio, la última huella que Victoria dejó fue la asentada en el registro donde figura -sin más explicaciones- la fecha de salida.
-¿Por qué dejaste de ir a la escuela?, le preguntamos.
-Un día dejé de ir. Me cansé que los chicos me dijeran de todo. No tenía nada. Yo llevaba el cuaderno pero no las pinturitas. Me decían de todo piojo, burro… y dejé de ir en 4to.
–¿Qué es lo que más extrañas?
- A mis amigas. Todas siguieron. A la única que sigo viendo es la de acá al lado. Con ella voy a San Martín a cuidar autos.
–¿Sabes leer y escribir?
- Sí. Pero me gustaría ir de nuevo a la escuela.
–¿Cómo era tu vida cuando ibas a la escuela?, ¿cambió?
–Antes iba a la mañana a la escuela y a la tarde salía y me iba a cuidar los autos. Tarea casi no nos daban… Ahora, no voy más. Salgo todos los días bien temprano, porque si hay alguien me voy a otra cuadra, me siento en la calle y espero que salga la gente para que me dé una moneda. Y como a las seis o siete vuelvo a mi casa.
En ese momento entró Victor, -él también se va a cuidar autos, nos aclara Victoria. Su hermano es aún más chico que ella. Todos los días se para en la estación de Arijón y San Martín. Iba al colegio, pero lo dejó cuando le dijeron que no aprendía y tenía que ir a uno para chicos discapacitados. Se sienta con nosotros, muerto de la intriga por averiguar qué estábamos haciendo.
–Victor, ¿qué hace la gente cuando te ve?
- Entra y compra en la estación… y después yo voy y les digo: ¿me da una moneda?. Casi siempre me dan algo.
-¿Y qué hacen con esa plata?
- Compro hamburguesas o para hacer fideos… los ayudo a mis papás, nos dice Victoria. A mi mamá le dan los 150 del plan y ella, trabaja en una huerta. Pero yo nunca le mangueo. Cuando iba al colegio, podía ir al comedor. Pero me echaron porque dejé de ir a clases.
Los chicos responden sin demasiadas vueltas. Tal vez, el lugar en el que nos encontramos –comedor, pieza y lugar de paso al resto de la casa- no permita generar un clima de mayor confianza. Victoria nos dice: “Éste es mi sobrino (apenas menor que ella) y éste es mi primo”. Todos quieren ser tenidos en cuenta. Cuando llega Sonia, la madre de los chicos, nos comenta: “A mí me gustaría que estudie, es importante. Aunque no logre pasar de grado… Igual, que vaya aprendiendo lo que pueda. Ella tiene mucha capacidad para aprender. Por ahí, el año que viene la mando a una nocturna, vamos a ver si me la toman. Porque para mí es importante que sepan leer y escribir. El día de mañana cuando tengan hijos ¡no van a poder ni enseñarles qué letra es!”.
Victoria no va a la escuela. Son pibes, que están preocupados por conseguir plata para dar una mano en sus casas ¿de qué vale hablarles de la importancia de la educación para un futuro?”, se pregunta la joven licenciada en Ciencias Políticas en la todavía estatal Universidad Nacional de Rosario.
El colectivo avanza por esas calles de la ex ciudad obrera. En los dos Rosariazos, los muertos eran obreros metalúrgicos.En los hechos de diciembre de 2001, los muertos vivían de changas, cirujeaban o, en el caso de Pocho Lepratti, era cocinero de una escuela pública.
Ninguno de los siete fusilados era obrero.Es la ciudad en donde los derechos laborales pasaron a mejor vida.Como lo informó una ingeniera agrónoma, Mariela Vaquero, que, cansada de tanta ciencia fría y a pesar de ganar buen dinero, se metió a buscar en el arte y en el periodismo una forma de vivir mejor. Ella demostró cómo la empresa Telecom, la misma que facturó 3.049 millones de pesos durante 2001, a razón de 5.881 pesos por minuto, extorsionaba a sus trabajadores a reducir el salario a cambio de mantener el puesto laboral.
“En este marco socio-histórico se inscribe el acuerdo celebrado por Telecom argentina y los representantes gremiales de sus empleados de base agrupados en FOEESITRA (Federación de Obreros, Especialistas y Empleados de los Servicios e Industria de las Telecomunicaciones de la República Argentina), el 6 de diciembre de 2001. A fines de ese año alegando la difícil situación económica y financiera que la obligaría a realizar despidos masivos, la empresa negocia con el sindicato, la garantía de estabilidad laboral para sus empleados hasta marzo de 2003, a cambio de la modificación de algunas de las condiciones laborales vigentes y contempladas en el Convenio Colectivo que rige la actividad de los mismos. Entre estas modificaciones se encuentra la reducción salarial proporcional equivalente a una reducción de la jornada laboral; la disminución en el porcentaje a pagar por turnos realizados y la condición de no toma de medidas de acción directa para la subsistencia de la obligación asumida por la empresa. Para que el acuerdo tuviese validez era necesaria la ratificación, mediante firma, de cada uno de los trabajadores.
La propuesta era clara: firmar una reducción salarial (y “silencio”) y obtener quince meses mas de empleo, o el despido. De los cientos de empleados locales, sesenta decidieron no firmar en oposición al acuerdo. Sin embargo, igualmente sufrieron la reducción en sus sueldos desde enero de 2002, momento en el cual comienza a regir el convenio, después de su homologación ante el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación. A pesar de haber cumplido de hecho con las exigencias de la empresa, en septiembre de 2002, nueve meses mas tarde, tres de los sesenta empleados son notificados verbalmente de su desvinculación con Telecom por no haber cumplimentado la tramitación de ratificación individual.
Pocos días después el Sindicato de Trabajadores de Telecomunicaciones de Rosario informa que se hallan nuevamente a disposición de aquellos que no habían firmado en primer término, las actas para ser rubricadas. Una segunda oportunidad a decir del gremio. Una imposición encubierta a decir de los trabajadores. Todos, excepto una de las empleadas, aún contra su voluntad y para poder conservar sus fuentes de ingresos, firmaron”, escribió la ingeniera devenida en contadora de historias por una propia elección en defensa de su salud mental.
“En la Argentina de hoy, donde perder el empleo equivale a perder las posibilidades de alimentación; de salud; de supervivencia; ¿es posible hablar de libre elección del trabajador en estos casos? ¿No es esto una acción coercitiva?. Cuándo un hombre debe optar entre su vida y la de su familia o la renuncia a sus derechos laborales: ¿es esto una opción?.
“La desigualdad negocial en la que se encuentra el trabajador, el estado de necesidad, la posibilidad de perder su fuente de ingresos y el alto índice de desempleo, definitivamente conspiran contra su plena libertad para decidir”, escribía Julio Grisolía, abogado y juez en lo laboral, en el año 2000”, sostuvo Vaquero. “En medio de esta decadencia económica; social y moral que vive el país, donde los límites son borrosos o inexistentes, miles de trabajadores se ven obligados a acceder a cualquier demanda de sus empleadores para seguir sobreviviendo. A veces es legal, pero siempre es ilegítimo. Son miles las personas que en Argentina, cada día, deben elegir entre la firma o la vida. Y ese es un punto en el cual ya no hay opción”, terminaba su artículo.
Una clara demostración de lo que significa trabajar hoy en la ciudad que antes era obrera y portuaria.
En un puerto en donde ahora solamente quedan 169 trabajadores efectivos, luego de la privatización que hiciera la administración de Jorge Obeid a manos de los intereses de “una lavandería de dinero”, como calificó el reconocido periodista Rogelio García Lupo a los filipinos de Ictsi que se quedaron dos años en el puerto rosarino sin presentar un solo número ni un solo documento en relación a lo que hicieron porque, entre otras cosas, nadie se lo pidió.
A fines de 2002, mientras una nena de siete años, descalza y con ropitas gastadas, se gasta la vida desde las siete de la mañana a las ocho de la noche en la coqueta Avenida Pellegrini y Pueyrredón, a metros del Rosedal y la cancha de Ñuls; un dirigente sindical del gremio de los trabajadores de la Industria del Vidrio dice que en caso de reabrir Cristalería Cuyo habrá que amoldarse a “la antigüedad cero”.
Curiosa terminología que pretende naturalizar la pérdida absoluta de la antigüedad laboral como un derecho de cada uno de los trabajadores.
Definición que hace pública no el empresario, sino el supuesto defensor de los intereses de los obreros.
En pleno 2002, en la ex ciudad obrera, se habla de “antigüedad cero”. Un retroceso de más de cien años. Y no se trata del juego de imaginación planteado en el origen de este texto, sino de la realidad rota, convertida en un montón de pedacitos dispersos en que se convirtió aquel corazón del segundo cordón industrial más importante de América latina como consecuencia del Manual de Robos Santafesinos aquí esbozado.
Pero también ocurre que cuando uno se baja del colectivo, es capaz de dejarse atravesar por la insistencia del amor, de la ternura y de la búsqueda permanente de justicia.
Hechos y postales que, alguna vez, sin dudas, construirán un futuro mejor.
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