Por: Felipe Morales Sierra - @elmoral_esEn medio de un operativo de rescate, los secuestradores que la retuvieron por cinco meses (por orden de Pablo Escobar y los suyos) le dispararon tres tiros por la espalda a la reportera y directora de medios. Su secuestro fue una violenta presión para frenar la extradición de capos del narcotráfico.
"Asesinada Diana Turbay. Los secuestradores le dispararon por la espalda. Rescatado ileso el camarógrafo Richard Becerra. El Cuerpo Élite de la Policía adelantaba un operativo tras Pablo Escobar". Así encabezó El Espectador la portada del 26 de enero de 1991, en la que gran parte de la edición se dedicó al cubrimiento de la muerte de la periodista e hija del expresidente liberal Julio César Turbay. El día anterior, la curtida reportera había fallecido en un quirófano en Medellín por las heridas que le causaron tres impactos de bala que le propinaron sus secuestradores en medio de un operativo de rescate. La habían secuestrado en una campaña de terror por la no extradición.
Para enero, Turbay llevaba secuestrada cinco meses junto a un numeroso equipo periodístico. Bajo el señuelo de que tendría una entrevista exclusiva con el cura Manuel Pérez, jefe guerrillero del Eln, sus victimarios lograron convencer a la directora de la revista Hoy x Hoy y del noticiero de televisión Criptón de ir hasta ellos. "Pensar que Diana desistiría de ese viaje era no conocerla. En realidad, la entrevista de prensa con el cura Manuel Pérez no debía interesarle tanto como la posibilidad de un diálogo de paz", escribió años más tarde Gabriel García Márquez en su reportaje Noticia de un secuestro, libro en el que reconstruye la seguidilla de secuestros que sucedieron al de Turbay.
Con alguna distancia de tiempo, en la segunda mitad de 1990 secuestraron a personajes como el entonces jefe de redacción de El Tiempo, Francisco Santos; la directora de Focine, Maruja Pachón; Marina Montoya, hermana del entonces secretario de la presidencia de Virgilio Barco, entre otros. El de Turbay, sin embargo, fue el plagio más numeroso, pues ella había dispuesto de un gran equipo periodístico para la hazaña de entrevistar a uno de los más influyentes miembros del Eln: de Criptón la acompañaron Azucena Liévano, Richard Becerra y Orlando Acevedo; de "Hoy x Hoy" fue con ella el subdirector Juan Vitta y también se subió al bus el periodista alemán Hero Buss.
El 30 de agosto emprendieron el viaje y en las salas de redacción de Bogotá se pensó que la demora y la no comunicación eran naturales. Pero el 18 de septiembre Hoy x Hoy decidió revelar que su directora estaba desaparecida y al día siguiente ocurrieron los plagios de Marina Montoya y Francisco Santos. Más de un mes después, el 30 de octubre, el grupo de narcos liderados por Pablo Escobar, que se oponían violentamente a la extradición, dijo en un comunicado: "Aceptamos públicamente tener en nuestro poder a los periodistas desaparecidos". Estaban presionando al Gobierno para cerrar cualquier posibilidad de que se los llevaran a Estados Unidos por sus delitos.
En cautiverio, Turbay no dejó atrás su labor de reportera: Llevó un diario de todo lo que vivió y hasta entrevistó al jefe de su banda de captores, Ricardo Prisco. La entrevista la publicó de manera póstuma Hoy x Hoy, en 1992, y allí Prisco confesó que le seguían la pista desde mucho antes, pero suspendieron su secuestro luego del asesinato de Galán, porque atrajeron mucha atención. "Como bandidos que somos, no podemos tocarles un pelo y la orden es: buena comida, lo que quieran, lo que necesiten y no se les puede tratar mal, y aquel que los trate mal ya sabe que se muere. Esta es una cosa muy estricta y delicada, porque usted es una persona muy importante", le dijo Prisco.
Esa pasión por el periodismo fue una de las cosas que marcó la vida de Turbay. Pero no las chivas, sino el análisis de fondo, siempre bajo el faro de buscar la paz. "Mi mamá creía que los periodistas no somos solo los notarios de lo que pasa en el día a día, sino que tenemos que ser guardianes de la verdad y defensores de la paz", recordó en diálogo con este diario su hija, la también periodista y exviceministra TIC María Carolina Hoyos. Cuando murió su madre, Hoyos recién había cumplido 18 años y en ese momento decidió estudiar periodismo para seguir sus pasos. "A ella la callaron y alguien tenía que seguir alzando la voz", agregó.
Para enero de 1991, ya casi todos los secuestrados habían sido liberados, salvo Turbay y el camarógrafo Becerra. Según cuentan las páginas de El Espectador de la época, la Policía había recibido información de que el tan buscado Escobar estaba escondido en una hacienda de Sabaneta, al norte de Medellín. Un cuerpo élite de la institución envió a cerca de 120 hombres en por lo menos cinco helicópteros y dos camiones. Pero en la finca no estaba el gran capo, sino la directora de Hoy x Hoy, junto a Becerra y unos 15 hombres custodiándolos. Tan pronto escucharon las hélices acercarse, a eso del mediodía, los secuestradores les dieron sombreros a sus rehenes y echaron a correr.
"Corrimos durante 15 minutos subiendo una montaña muy difícil; una zona boscosa llena de arbustos espinosos. Cada vez que pasaba un helicóptero teníamos que ocultarnos y ponernos los sombreros para parecer campesinos. Ellos cuatro (los secuestradores) iban detrás de nosotros. Varias veces nos habían dicho que si llegaba la Policía nos mataban, pero como estábamos huyendo de la Policía, podíamos estar seguros de que no nos iban a matar. Finalmente, cuando los helicópteros se acercaron demasiado, ellos ya no estaban allí. Sentí unos disparos, doña Diana cayó al piso gritando: ‘Me hirieron, me mataron’", contó el camarógrafo Becerra ese mismo día.
Le habían pegado tres tiros en la espalda a su jefa. Él se quedó a su lado y al cabo de un rato llegó la Policía. La trasladaron en helicóptero al aeropuerto de Medellín y de allí al Hospital General. Mientras Turbay entraba al quirófano, en Bogotá su padre comenzaba una reunión citada mucho antes con los expresidentes Misael Pastrana y Alfonso López Michelsen, conocidos como Los Notables, mediadores entre el Gobierno y Los Extraditables para facilitar la entrega de los secuestrados. "Y me tocó hablar con él en esas circunstancias", le dijo Pastrana en 1991 a El Espectador. "Lo encontré (a Turbay) sumido en la más profunda tristeza, pero con una admirable presencia de ánimo".
A las 4:35 de la tarde se hizo oficial: Diana Turbay había fallecido. En camino ya iban su padre, su hija y su madre, Nidia Quintero. Carolina Hoyos le dijo a este diario que lo que más le impactó fue verle los pies, una parte del cuerpo en la que eran idénticas, pero los de su madre estaban en carne viva, porque mientras corría por el bosque se le deslizaron las sandalias que llevaba puestas. En medio del dolor, su abuela habló ante los medios esa misma tarde. "Nidia Quintero responsabilizó de la muerte de su hija a los extraditables que la mantenían en su poder y al Gobierno y al presidente César Gaviria, quien ‘desatendió los llamados para que no se intentara un rescate’", registró El Espectador.
"Tenemos bien sabido que helicópteros se acercaron hoy a la finca donde Diana estaba recluida. ¿Se imaginan ustedes si en una finca donde hay unos helicópteros volando, los iban a dejar vivos? A raíz de la liberación de Hero Buss y de los demás rehenes que fueron liberados tuvimos la mayor certeza del peligro que corrían y de cómo tenían las personas que los vigilaban orden especial de que, en el momento en que se acercara la ley, en que siquiera sonara un pito o una radiopatrulla cerca, les dispararan y que, como ellos decían, los sonaran", dijo esa misma tarde Nidia Quintero, quien por años dirigió la fundación Solidaridad Por Colombia y creó una beca en honor a su hija.
Esa misma tarde Ignacio Gómez, hoy subdirector de Noticias Uno¸ fue a la redacción de Hoy x Hoy, que cerraba una edición en medio del luto de la muerte de su directora. Tras hablar con sus coequiperos, escribió en las páginas de este diario: "A fuerza de exigir estrictamente, pero reconocer el trabajo y discutirlo con sencillez, Diana Turbay de Uribe se había ganado el aprecio de los redactores, los reporteros gráficos, el personal administrativo, la gente del archivo, las secretarias, las señoras de los tintos, los porteros". Así quiere su hija que la recuerden: "Como una mujer de un corazón enorme, una gran periodista y una defensora de la paz".
'Noticia de un secuestro'
Por: Eduardo Márceles Daconte
Si bien Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez, se publicó en 1996, cobra una vigencia inusitada en el momento actual, cuando el país pasa por una de sus recurrentes crisis con un número indeterminado de asesinatos, robos armados, batallas campales, corrupción en todos los estamentos de la administración pública y un proceso de paz en Cuba que, no obstante su prolongación en el tiempo, promete poner fin a 50 años de lucha fratricida. El libro narra las peripecias de un grupo de colombianos secuestrados entre 1990 y 1991 por orden de Pablo Escobar, capo supremo del cartel de Medellín, para presionar al Gobierno a legislar contra la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos. Se trata de un reportaje de 336 páginas basado en entrevistas sobre la experiencia de los protagonistas de este drama humano. García Márquez siempre ha considerado el reportaje como la disciplina estrella del periodismo, y con este volumen intentaba recuperar una vocación de periodista que nunca abandonó desde su más temprana juventud, cuando se inició en el diario El Universal de Cartagena de Indias en 1948, a los 21 años de edad.
Noticia de un secuestro se lee como una novela de suspenso. En este sentido, Gabo es fiel a los postulados de un periodismo innovador que se remonta a sus propios reportajes, crónicas y artículos cuando trabajaba en el periódico El Espectador de Bogotá (1954-1955), recogidos en los libros Relato de un náufrago, sobre las vicisitudes de un marinero que cayó en el mar; la antología Crónicas y reportajes, y Cuando era feliz e indocumentado, testimonio de su paso por Venezuela en 1958. Por supuesto, sus columnas, críticas de cine y notas editoriales compiladas en varios volúmenes hablan con elocuencia de su vigorosa actividad periodística a través de su vida.
Un periodismo enfocado siempre hacia la denuncia de las injusticias sociales, a favor de las luchas populares y un socialismo humanitario que busca equilibrar las desigualdades existentes en el capitalismo salvaje que impera en el mundo. Recordemos su libro La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, reportaje en primera persona que recrea de manera magistral el peligroso proyecto del director chileno de ingresar a su país a principios de 1985 para hacer una película sobre la dictadura de Pinochet y las organizaciones democráticas que luchaban en la clandestinidad.
En Estados Unidos fue Truman Capote uno de los primeros en proponer este género periodístico que se nutre de la literatura y que el autor bautizó como novela de no-ficción o periodismo narrativo, por cuanto se trata de una historia narrada en forma de novela, pero basada en hechos reales de reciente factura que se pueden comprobar fácilmente en la prensa. "Un libro —según el mismo Capote— con la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura de la prosa y la precisión de la poesía". Cualidades que sin duda reúne Noticia de un secuestro.
Según el propio García Márquez, en octubre de 1993, Maruja Pachón y Alberto Villamizar le propusieron que escribiera un libro con las experiencias de ella durante su secuestro de seis meses y las peregrinas diligencias en que él se empeñó para lograr su liberación. Sin embargo, en el transcurso de la investigación cayeron en cuenta que "era imposible desvincular aquel secuestro de los otros nueve que ocurrieron al mismo tiempo en el país. En realidad, no eran diez secuestros distintos —comenta el autor en sus "Gratitudes a manera de prólogo"— sino un solo secuestro colectivo de diez personas muy bien escogidas, y ejecutado por una misma empresa con una misma y única finalidad".
La empresa clandestina se constituyó con el nombre de Los Extraditables, capos del narcotráfico en Medellín cuyo jefe indiscutido era Pablo Escobar, y su finalidad era evitar a cualquier precio su extradición. De hecho, su consigna era: "Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos". Para ellos estaban vivas las imágenes en televisión del capo Carlos Lehder esposado, con gruesos grillos de hierro en sus tobillos, arrastrando pesadas cadenas y bolas metálicas, condenado a cadena perpetua en una cárcel estadounidense de máxima seguridad. Una de las secuestradas había sido Marina Montoya, hermana de Germán Montoya, quien se había desempeñado como secretario general en la presidencia de Virgilio Barco Vargas y cuyo hijo Álvaro Diego había sido secuestrado para presionar una negociación con el Gobierno que nunca se cumplió. El secuestro de Marina fue interpretado como una venganza de los narcotraficantes, pues ella ya carecía de valor para negociar, Barco había terminado su administración y Montoya era embajador de Colombia en Canadá. De modo que era de esperarse su ejecución en cualquier momento.
El mismo día que secuestraron a Marina Montoya, un comando tomó de rehén en un barrio periférico de Bogotá a Francisco Santos, jefe de redacción y miembro de la familia propietaria del diario El Tiempo. Como en casi todos los casos, el modus operandi fue el mismo. Dos automóviles, usualmente robados en días anteriores, inmovilizaban el vehículo de la víctima a la cual vendaban los ojos y escondían en el interior de uno de los carros. Asesinaban al chofer con armas automáticas dotadas de silenciador y emprendían la huida a algún lugar de la ciudad en donde los recluían en un dormitorio escuálido, de muebles raídos, un radio y un televisor. Las ventanas tapiadas con gruesas tablas y un bombillo solitario solían dar un aspecto lúgubre que contribuía a incrementar la depresión y ansiedad de los secuestrados. La comida era pésima, hecha sólo para evitar que murieran de inanición, y la vigilancia extrema. Eran tales las medidas de seguridad que, en algunos casos, un equipo de dos vigilantes llegaba incluso a permanecer en el mismo cuarto día y noche sin perderlos de vista ni un minuto.
El grupo secuestrado más numeroso fue el de Diana Turbay, directora del noticiero de televisión Criptón y de la revista política Hoy x Hoy de Bogotá e hija del expresidente y jefe máximo del Partido Liberal Julio César Turbay Ayala. Ella fue la primera secuestrada el 30 de agosto de 1990, sólo tres semanas después de posesionarse César Gaviria Trujillo como presidente de la República. Para tal fin se le tendió un ingenioso ardid. Dos jóvenes y una muchacha se habían hecho pasar por emisarios del Ejército de Liberación Nacional (Eln), grupo guerrillero que opera de manera fundamental en la zona Andina del país, para concertar una entrevista con el comandante en jefe, el cura Manuel Pérez. Diana Turbay ya tenía antecedentes de arriesgarse a tales empresas, impulsada por su vocación de periodista y por su interés en fomentar la paz. Junto a ella viajaron la editora Azucena Liévano, el redactor Juan Vitta, los camarógrafos Richard Becerra y Orlando Acevedo, así como el periodista alemán Hero Buss. Todos ellos cayeron en la trampa y fueron a parar a diversas casas de seguridad, después de fatigosas jornadas por senderos montañosos hasta una finca próxima a la ciudad de Medellín.
Fiel al dictum que emitiera en su momento Truman Capote, García Márquez es supremamente cuidadoso en sus reportajes. La credibilidad de los hechos está más allá de cualquier duda. Antes de entregarlos a Norma, la editorial colombiana que ha publicado sus libros, el autor solicitó a cada uno de los entrevistados que revisara el manuscrito para evitar errores de interpretación o para corregir sus declaraciones. La sucesión de imágenes se desarrolla con el ritmo e inmediatez de una película escalofriante. De hecho, su estrecha relación con la mecánica cinematográfica a través de su experiencia como guionista y tallerista de guiones en la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano que él ayudó a fundar en San Antonio de los Baños (Cuba) se hace palpable aquí. La impresión es que una cámara de cine sigue los pasos de los protagonistas, no sólo su postración psicológica —que es muy intensa—, sino también su deteriorado aspecto físico, las condiciones de su cautiverio y la estrecha convivencia con sus captores y victimarios. De igual modo, su prosa siempre se ha caracterizado por su precisión conceptual y creatividad semántica, así como un contenido poético que suele encontrar el adjetivo inesperado, la sutileza en el análisis político y la solidaridad en el tono de compasión por las desdichas de los secuestrados. A guisa de ejemplo, observemos el primer párrafo del libro, que de inmediato capta la atención del lector:
"Antes de entrar en el automóvil miró por encima del hombro para estar segura de que nadie la acechaba. Eran las siete y cinco de la noche en Bogotá. Había oscurecido una hora antes, el Parque Nacional estaba mal iluminado y los árboles sin hojas tenían un perfil fantasmal contra el cielo turbio y triste, pero no había a la vista nada que temer. Maruja se sentó detrás del chofer, a pesar de su rango, porque siempre le pareció el puesto más cómodo. Beatriz subió por la otra puerta y se sentó a su derecha. Tenían casi una hora de retraso en la rutina diaria, y ambas se veían cansadas después de una tarde soporífera con tres reuniones ejecutivas. Sobre todo Maruja, que la noche anterior había tenido fiesta en su casa y no pudo dormir más de tres horas. Estiró las piernas entumecidas, cerró los ojos con la cabeza apoyada en el espaldar, y dio la orden de rutina:
—A la casa, por favor".
Por supuesto, Maruja Pachón de Villamizar nunca llegaría a su casa esa noche. En el camino su carro fue interceptado y, junto con su cuñada Beatriz, a quien liberaron unas semanas antes que ella, permanecería en cautiverio durante 193 días. Si en el caso de Marina Montoya había sido una venganza por incumplimiento de una promesa, en el de Diana Turbay, Francisco Santos y Maruja Pachón había sido su profesión de periodistas y su filiación familiar. Maruja era hermana de Gloria Pachón, viuda de Luis Carlos Galán, enérgico enemigo del narcotráfico y defensor de la extradición de colombianos, también periodista y fundador del Nuevo Liberalismo en 1979, una fuerza política arrolladora que intentó modernizar las herrumbrosas estructuras del Partido Liberal. Los Extraditables fraguaron su asesinato y en agosto de 1989 sucumbió a un atentado cerca de Bogotá, cuando era candidato a la Presidencia y seguro ganador de las siguientes elecciones que, en su ausencia, eligieron entonces a César Gaviria, su jefe de campaña.
A Marina Montoya la ejecutaron sin contemplaciones después de llevarla a un sitio desolado de la sabana de Bogotá y, aún sin saber de quién se trataba, fue enterrada en una fosa común del Cementerio del Sur. La muerte de Diana Turbay ha permanecido en el más ignominioso misterio. A pesar de todos los ruegos y esfuerzos de su familia por impedirlo, en especial de su madre, doña Nydia Quintero de Balcázar, un operativo de las fuerzas militares había intentado su rescate y, en confusos hechos, un proyectil único causó su muerte cuando herida era transportada en helicóptero a Medellín. Su muerte sobrecogió de espanto a un país ya acostumbrado a las noticias más trágicas, y sin duda contribuyó, en medio de aquel tiempo de espantoso narcoterrorismo, a que al final la Asamblea Constituyente legislara en la nueva Constitución de 1991 contra la extradición de nacionales.
Uno de los personajes más interesantes del reportaje es Alberto Villamizar, quien se desempeñaría como zar antisecuestro, por su incansable labor en busca de una solución a los conflictos generados por la acción de los Extraditables. Su empeño fructificó finalmente con la liberación de los secuestrados y en la entrega de Pablo Escobar con la intervención del padre Rafael García Herreros, un sacerdote reconocido por sus campañas humanitarias y quien impulsó la construcción del Minuto de Dios, un inmenso barrio de casas modestas para los más necesitados de Colombia.
García Márquez reconoce en el prólogo que "el trabajo previsto para un año se prolongó por casi tres, siempre con la colaboración cuidadosa y oportuna de Maruja y Alberto, cuyos relatos personales son el eje central y el hilo conductor de este libro". Así es en realidad, un libro que se propone además ser la reflexión de un escritor que dedicó su vida a la profesión de narrador y periodista, y quien recibió a través de su larga vida los más altos reconocimientos por su talento y generosidad. Nos entregó en su momento este apasionante volumen que se deja leer como la novela más absorbente y lúcida de su producción literaria.
Fuente: El Espectador