Ya son mucho más que amigos. Después de un mes juntos de gira, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina no sólo han llenado estadios, han ganado en armonía y complicidad. Se han convertido en el gran dúo del verano.
J. C. - Elche - 30/07/2007Los agoreros esperaban un cataclismo y todo ha sido felicidad en esta gira que Joan Manuel Serrat bautizó como Dos pájaros de un tiro y que le une a Joaquín Sabina al menos hasta finales de diciembre. Ya son amigos. Hasta que comenzó este viaje en la carretera, "Joaquín era un tipo a quien estimaba mucho", dice Serrat, y "Joan Manuel era una admiración con la que ni soñaba compartir escenario", explica Sabina. Ahora son uña y carne. Serrat se moriría si no ensayara; está en el lugar desde el día anterior y a las ocho en punto ha subido a cantar La palabra clave es disciplina. Sabina le agradece a Serrat que lo haya llevado a los ensayos. Y la otra palabra es alegría .
El concierto de Elche era el número 14. Harán 60, al menos. El jueves actúan en Sant Feliu de Guíxols (Girona). Les acompañan 48 personas de un equipo -dice José Navarro, Berri, productor de Serrat desde hace 36 años; con Sabina lleva menos- que compone gente de los dos artistas, pero jamás ha habido un roce.
Lo peor de la gira ha sido la muerte de Roberto Fontanarrosa. Lo dicen los dos, Serrat y Sabina, por separado. Fontanarrosa, que murió hace 10 días en Rosario, Argentina, era un gran escritor, un humorista, "un tipo grande del que me acuerdo cada día", dice Serrat. Uno de sus últimos dibujos son esos dos pájaros que aparecen en el logotipo de Dos pájaros de un tiro. Lo envió por mail, lo retocó, cuando ya su enfermedad, el ELA, había hecho su horrible trabajo. Hubiera querido verlos; ahora, decía Sabina, "nosotros somos en realidad los pájaros de Fontanarrosa".
Lo mejor ha sido todo, hasta ahora. "Decía mi madre", cuenta Serrat, "un refrán que le viene bien a todo lo que pasa: 'De aquí allá, pajaricos habrá". La gira acaba de cumplir un mes; se inició en Zaragoza el 29 de julio, ha congregado estas 14 noches a una media de 10.000 personas y sólo ha tenido dos incidentes, uno en Santiago, por la lluvia, y otro en Pontevedra, porque se vendieron 500 entradas más que el aforo. ¿Y qué pasará? Pajaricos habrá.Los dos se la están tomando muy en serio, "y nos lo pasamos de puta madre", dice Sabina. Se encuentran, se tocan; Sabina dice que Serrat es su psiquiatra, "me ha devuelto la necesidad de trabajar, de estar alegre por hacerlo", y a Serrat le fascina "la alegría con la que Joaquín viene a cada sitio; si no me pagaran, ya me pagaría la alegría de Sabina".
Pancho Varona, que desde hace 25 años es la uña y la carne del cantante de Úbeda: "Lo que se ve en el escenario es verdad: se quieren". Antonio García de Diego, que podría hacer una enciclopedia de la sabinología: "Es una gira feliz y se nota en las caras, en las bromas". Ricard Miralles, el músico sin el cual parece que Serrat es la mitad, está con su gorra verde de la gira, al piano, en el escenario; ríe, como siempre: "Es muy divertido, ya lo verás. Y me encanta conocer el repertorio de Sabina de cerca".
La palabra clave es disciplina. Sabina le agradece a Serrat que lo haya llevado a los ensayos. Y la otra palabra es alegría. Los pájaros de Fontanarrosa, los del logotipo de la gira, miran cada uno por su lado; ahora, dice Serrat, "miran al público"; un pequeño resfriado, el que tenía antes de subir al escenario de Elche (un campo de fútbol, "polvoriento como un cuento de Rulfo"), acecha al catalán, pero sabe que cuando suba "allá arriba" se va a contagiar de la gente "y de Sabina. ¿Pero tú has visto cómo está, el cabrón?".
El cabrón ha llegado, como los toreros, "a su hora"; está en el camerino que Berri ha montado entre las construcciones de campaña que acompañan la gira; ha venido de Madrid, leyendo "libros que me gustan y libros del enemigo, ¡hay que conocerlo!", en una furgoneta de la que él hace la casa de un lector; viene con Jimena, su mujer, y su equilibrio. A las ocho en punto está allá arriba, ensayando con Serrat: "Lo hago por él, sé que le gusta ensayar, pero por mí no haría nada, no probaría sonido, me lanzaría... Pero este cabrón catalán me ha hecho mucho bien: me ha devuelto la alegría y me ha quitado el teleprompter. ¡Ya me sé las canciones de memoria!".
Serrat se moriría si no ensayara; está aquí desde el día anterior, ha tomado un arroz, al mediodía; ha hecho la siesta, ha hablado con los técnicos, y a las ocho en punto ha subido allá, a cantar como si lo estuviera viendo la humanidad entera. En realidad le veía Julián Sáez, periodista del Ayuntamiento de Elche ("con lo que saben, qué extraño que ensayen"), y los técnicos de sonido. "Pero es que si no ensayo, si no hago todos los ritos que hay que hacer antes de un concierto me irrito, muerdo". Es tan contumaz el catalán que ya hasta Sabina ensaya, "¡pero sólo el sonido, eh!", dice el de Úbeda.
Vinieron a los camerinos de Elche (unas construcciones prefabricadas que se parecen a las de las constructoras) amigos, parientes, hijos de músicos... Un gentío enorme que no rompe la armonía del día; Serrat tiene un sofá delante de su camerino; aún con los pantalones bombachos con los que ha subido a probar sonido rasguea la guitarra que siempre lleva, canta en catalán, le susurra a la guitarra. Después busca unos papeles; es el guión; lo siguen, lo respetan; el guión, dice Serrat, "es un código, como un compromiso"; "el cabrón Serrat, ese primo mío, se lo inventó todo. Él no lo sabe, pero me ha salvado la vida. ¿Pero tú sabes lo feliz que soy yo con esta gira?".
Como dice Varona, es verdad lo que se ve en el escenario, se quieren. La gente hubiera esperado un cataclismo, que esta crónica hubiera empezado diciendo: "La gira Dos pájaros de un tiro es un infierno". Pues no. Cuando Sabina sube al escenario besa a todos los músicos, como Ronaldinho al saltar al campo; pero después los sigue besando, pero es que antes los besó también. Serrat es más sobrio ("¡nos ha jodío, es que es catalán!"). Bromean durante, antes y después; antes de subir al escenario Serrat dice: "Jo, esto es un cámping, sólo falta que venga el director". El director es él. O más bien, el capitán. La atmósfera que se respira es la de un barco que va a partir. Y parte.
Cuando parte es cuando ellos están ya en el escenario, y la gente, de todas las edades, ya es suya. De los pájaros de Fontanarrosa. Se saben todas las canciones. "Pues por eso vienen, porque se las llevan sabiendo muchos años", dice Serrat. Luego se van a cenar, un tentempié. Sabina toca a Serrat, de vez en cuando, como si quisiera comprobar que está ahí. "Este cabrón, qué feliz me ha hecho".
¿Y quién es más guapo? Preguntó Joaquín Sabina: "¿Y por qué Fontanarrosa no es tan conocido en España?". Alguien le respondió: "Porque aún no se sabe que es más divertido que Harry Potter".
Hasta que suben al escenario, los pájaros de Fontanarrosa hablan, bromean, mantienen una relación que ha sido fundamental (dice Cristina Crespo, abogada que no quiso ejercer y que produce con Berri desde hace más de 10 años) "para que el repertorio y el público se vayan homogeneizando. ¿No ves que ya todo el público parece de los dos?".
En Zaragoza, donde empezaron, eso no era así. Era nítida la separación: los de Sabina encendían sus móviles, los de Serrat encendían sus mecheros. "Los míos eran más salvajes. Los de Serrat eran más sinfónicos, como de misa, tan serios, con Miralles y Serrat de negro", explica Sabina.
"Ahora somos uno y trino, ja, ja". Antes también bromeaban en el escenario sobre quién era más guapo; Serrat decía que él, y Sabina se vanagloriaba de que los años le han ido acercando "a la belleza de mi primo".
Se llaman primo, por la canción que hace 15 años, "cuando me arrodillaba al verlo", le hizo a "mi primo El Nano". Ahora, ya ha pasado el tiempo para que hablen de otras cosas, "y para seguir cambiando; aún cambiaremos mucho", dice Serrat. "Es la base para divertirnos, cambiar. En esta gira", dice, "hay algo de desafío; si en el escenario no nos metiéramos uno con otro como si estuviéramos en casa la gente nos miraría raro. Hay que desafiarse. Es fantástico. ¿Y lo de guapo? Para qué vamos a seguir hablando. Yo soy más guapo, lo he sido siempre. Pero no te creas que me ha servido para más. Ja, ja, ja".
Fuente: El País.com ¿Un escritor? ¿Un dibujante? Un ídolo Daniel Samper Pizano
EL PAÍS - 21-07-2007
Hace dos meses Roberto Fontanarrosa visitó Madrid por unos pocos días. Iba a ser la última vez que pisaba España. Más conocido como El Negro en su Argentina natal, un país sin inmigración africana en el que todo moreno es llamado negro, Fontanarrosa venía de Israel, donde lo habían sometido a un cultivo de células madre en inútil intento por salvarle la vida.
Había completado entonces cuatro años largos de lucha contra la ELA (esclerosis lateral amiotrófica), una enfermedad inmisericorde que marchita las células musculares y apaga paulatinamente el cuerpo de la víctima sin afectarle en lo más mínimo el cerebro. Al Negro le comenzó por el brazo izquierdo y más tarde le atacó las piernas. En abril dejó de dibujar, pues la mano diestra se había convertido en una extremidad sin vida, y en mayo estaba inmóvil, reducido a una silla de ruedas. Uno de sus últimos trazos fue el doble cuervo que preside los conciertos de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, esos dos pájaros de un tiro con los que compartió muchas risas. Ellos, como Les Luthiers, de quienes fue orgulloso colaborador creativo, y como los argentinos y como todos quienes lo quisieron y admiraron, estaban convencidos de que El Negro tenía un don especial, un talento sobresaliente y un talante humano a prueba de desdichas.
En ese sentido, lo cubrían las palabras de uno de sus personajes literarios, el aforista Ernesto Esteban Echenique, quien escribió: "Dios me señaló con su dedo y me lo metió en el ojo". Pese al dedo de Dios en el ojo, Fontanarrosa siguió siendo el mismo tipo digno y risueño de siempre. Nunca se quejó del mal que acabó por darle muerte; su manera de combatirlo era hacer bromas sobre su estado y someterse mansamente a los desesperados tratamientos que dispusieran los médicos.
En Madrid se reunió con sus amigos de siempre, vio por televisión un partido del Barcelona -que, después del Rosario Central, era el equipo de sus intensas pasiones futbolísticas- y recordó aquella noche cuando presentó en Bellas Artes su libro El mundo ha vivido equivocado y Jorge Valdano, a la sazón gerente deportivo del Real Madrid, le regaló una camiseta untada de césped del Bernabéu sobre cuya odiosa albura se leía: "El Negro ha vivido equivocado".
¿Ídolo popular? ¿Admiración nacional? ¿Santón gaucho? ¿Héroe civil? ¿Amigo de todos? Resulta difícil encontrar las palabras precisas para describir lo que han sentido los argentinos por él. Su carisma supera el prestigio de sus caricaturas y ficciones. Ayer, en las páginas virtuales de Clarín, diario donde publicó dibujos humorísticos desde 1973, un lector escribía: "¿Y ahora qué hacemos? Se nos fue un grande, un prócer, un poeta. Justo en esta época en la que estamos escasos de ejemplos entre los hombres públicos, se nos fue El Negro. Gracias, simplemente gracias. No puedo escribir otra cosa. Lo siento".
Fontanarrosa fue un notable caricaturista que perfiló, entre otros personajes, al sicario Boogie el Aceitoso y al épico campesino pampeano Inodoro Pereyra y publicó historietas hasta el pasado domingo, ayudado por la mano de artistas amigos. Pero con el tiempo se le reconocerá sobre todo como extraordinario narrador de humor, género rather british de escaso cultivo en nuestras letras. Las situaciones, los personajes, el lenguaje, los temas, la imaginación y el sentido dramático de sus novelas y relatos justifican de sobra que hubiera sido llamado a clausurar el III Congreso Internacional de la Lengua Española, donde pidió una amnistía para las malas palabras.
Todo ello se comprobará con el libro de cuentos que dejó listo para publicar cuando, el jueves pasado, lo venció la enfermedad en Rosario, su patria chica. Como diría Ernesto Esteban Echenique: "Morir... ¡qué extraña costumbre!".
Fuente: El País.com