Por: Mario Wainfeld
“La crisis es una situación en que alguien puede cambiar su posición relativa de poder”Formadores de opinión oficialistas, confesos o culposos, recriminan al oficialismo que comunica mal o, aun, que no dedica bastante atención a hacerlo. El primer reproche es discutible, el segundo una falacia. El presidente Mauricio Macri y su elenco aplican mucho a “la comunicación”, como casi todos los gobiernos de la aldea global.
Estrategias en las crisis públicas. Luciano H. Elizalde
“Noticia: 1.Información sobre algo que se considera interesante divulgar. Dar noticia de un acuerdo. 2. f. Hecho divulgado. Se ha producido una triste noticia”
Diccionario de la lengua española. Real Academia Española.
Se comunica 24 x 24 horas, 365 x 365 días en los años no bisiestos. Se eligen el momento, el ámbito, el protagonista que emite. Un protocolo, minuciosas, que ha debido cambiarse desde el 10 de diciembre por motivos que iremos contando.
Macri, funcionarios y legisladores articulan un relato, se desesperan por generar agenda y mantener su control. Sus intervenciones son homogéneas, filo calcadas. Cuentan con especialistas que los asesoran. Son avispados, estudiosos, están on line todo el tiempo, cobran bien.
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La base está: Macri dispone de un formidable aparato informativo, sin precedentes en la Argentina.
La base está. Es el apoyo del mayor Grupo multi mediático de habla castellana y, seguramente y en términos comparativos, uno de los más expandidos del mundo. Clarín y sus propaladoras ocupan mucho espacio, en papel, en la radio, en la televisión, en portales.
Una de las primeras medidas del macrismo, la derogación quirúrgica de cláusulas esenciales de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, consolida la posición dominante de Clarín.
Esos fierros (a los que hay que sumar La Nación, Cadena Tres y otros voluntarios) conjugan un poder gigantesco. Los “integrados” que divagan sobre “la prensa independiente” se entretienen en negar un hecho tan obvio.
Los apocalípticos de la vereda de enfrente deben prevenirse de exagerar. De creer que ese poder es omnímodo, que la agenda pública puede ser creada y manipulada sin contrapesos sociales, políticos y también comunicacionales. David contra Goliat, diría un optimista de la voluntad. El gigante contra muchos batalladores de menos tamaño, acotaría un costumbrista.
Vamos a lo micro, para volver a empezar.
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Todo bajo control: Las palabras, los gestos, los formatos, la estética M son elaborados y pensados. Claro que hasta el diseño más sofisticado puede fallar. Ningún equipo decoroso de fútbol se priva de practicar jugadas con pelota parada... de ahí a que meta goles hay una gran distancia.
Macri habla poco, para disimular su falta de elocuencia, para no aburrir a la platea (Jaime Durán Barba, bolilla uno). Y diferenciarse de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (imperativo kantiano de la comunicación M).
El Presidente modula mejor que hace pocos meses. Redujo el tamaño de la papa en la boca, controla el abuso de manierismos de Palermo Chico. No es un milagro, es producto de un buen trabajo.
Siempre empieza los discursos aludiendo a una persona del común que le dijo algo gratificante. En su Facebook, caminando en pueblos inundados, antes de llegar al centro de jubilados, en su interior. “La gente” se coloca adelante, póngale.
Las reuniones de Gabinete se escenifican en espacios abiertos, verdes, amables, distintos a la frialdad y encierro de los lugares en los se discute en serio.
“Equipo”, “estamos muy contentos” son expresiones icónicas.
Como señaló ayer Washington Uranga en este diario “ayudar” es uno de los verbos predilectos.
Los “derechos” se mencionan poco. O nada. La ideología también existe: no todo es envoltorio.
Las fotos de la intimidad junto a la querible hija Antonia y la presentable primera dama se distribuyen desde la Casa Rosada o sus agencias. Cero improvisaciones o descuido. El cúmulo de recursos intenta acentuar (o inventar, cada quién juzgará) el rostro humano, “normal” de dirigentes de clases altas.
Las “instantáneas” o selfies de la gobernadora María Eugenia Vidal son un amable recurso. La cámara la “sorprende” como ama de casa, madre, jefa de hogar que compra en el supermercado. En un inicio, ay, remoto el ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay también se lucía empujando el changuito. La temática debió suspenderse porque el changuito deja de ser una referencia gratificante para “la gente”, que cada vez lo llena menos y pagando más. La inflación existe, achalay... la imagen no alcanza si propicia asociaciones incómodas. ¿Vaciamos el carrito de “Alfonso” o “María Eugenia”...? Poco serio. ¿Lo llenamos? Puede sonar a provocación.
Es otro aspecto de lo que queremos contar.
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El trípode y su pata floja: Tres puntos no alineados determinan un plano al que pertenecen. La narrativa macrista se asienta en un trípode. Los cuestionamientos al gobierno kirchnerista, la corrupción K y las medidas del oficialismo actual.
El primero es de manual, irrenunciable: nadie se priva de culpar al rival, máxime si lo precedió. La historia que escriben los que ganan hilvana recuerdos y olvidos. “El fin del default” es un simplismo que omite que su base es el formidable desendeudamiento “heredado”. Macri anunció el aumento semestral a los jubilados reconocer que aplicaba una ley dictada por sus adversarios, que PRO votó en contra. Hay, también, reproches o críticas válidos o al menos opinables.
La corrupción completa la fijación en el pasado. El afán es trasmutar una etapa política en un capítulo policial. Una asociación ilícita y no un gobierno que produjo reformas estructurales e institucionales, avances, ampliaciones de derechos. Despolitizar el debate y judicializarlo es sinónimo.
La cooperación de “la prensa libre” es esencial. Los jueces federales dan una manito. Nadie influye sobre ellos, subrayan opineitors que líneas después cuentan que Daniel Angelici existe, opera. La diputada Elisa Carrió machaca el dato que interrumpe la uniformidad del relato M.
Las capturas espectacularizadas, las imágenes de sospechosos esposados, los allanamientos relatados en vivo y en directo son menú cotidiano. Los académicos llaman “agenda setting” al arte de instalar hechos o temas y “agenda cutting” al de soterrarlos. La edición es esencial, las tapas de Clarín sintomáticas. La corrupción del pasado prevalece sobre los acontecimientos del presente. Prevalece, eclipsa.
El Jefe de Gabinete Marcos Peña es el abanderado de la consigna. Le exige a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner que se dedique a defenderse ante “la Justicia”. El miércoles, en Diputados quiso gambetear preguntas de la bancada del Frente para La Victoria (FpV) insertando en la conversación a Lázaro Báez. Estaba para informar sobre su gestión, lo oscurece con lo ajeno, con lo que (dicen) corresponde a “la Justicia”.
Hasta ahí, la mejor herramienta de Cambiemos. La “agenda del otro” repiquetea: la escena del hijo de Báez contando billetes en una cueva tiene más visitas que el gol de Maradona a los ingleses. O que Costa Salguero.
La dificultad surge cuando se quiere embellecer la agenda propia, la del presente. Es la plata floja del trípode. “Es lindo dar buenas noticias” decía el ex presidente Fernando de la Rúa y repite Macri. Pero muchas movidas del gobierno son malas nuevas para la mayoría de los argentinos.
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Un recuerdo, revivido: Evoquemos, en parte como parábola, un clásico de la comunicación pública: De la Rúa en el programa de Marcelo Tinelli. Se recuerda como una prueba de la fatuidad del ex presidente, su torpeza, sus bloopers. La historia completa es instructiva.
La presencia presidencial fue premeditada, negociada, pactada con “Marcelo” para levantar la imagen. Pautaron un diálogo divertido, chistes con el imitador que lo parodiaba... agradar a tres millones de argentinos. Un joven militante de HIJOS, Esteban Belli, se coló en la transmisión: le reclamó por la huelga de hambre que realizaban presos del Movimiento Todos por la Patria. De la Rúa se trabucó, se colgó, el libreto se borroneó. La aparición de “la realidad” trastrocó la escena. Darío Lopérfido fue el gestor de la operación, que terminó en grotesco. Hoy se dedica a otros menesteres, con igual talento pero más brutalidad.
La movida se empiojó porque la realidad convive con los discursos, los interfiere. Fue un ejemplo único, extremo, de algo que ocurre permanentemente.
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Los anuncios y los hechos: Las dos acepciones de “noticia” aludidas en el epígrafe son diferentes. Puesto de otra forma: algunas noticias son hechos, otras intentan serlo. Los anuncios del gobierno son hechos cuando impactan en el presente: aumentos de tarifas, del transporte, pago especial a jubilados y beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo, mezclando ejemplos indigestos y positivos.
Las consecuencias futuras e inciertas de los anuncios no son hechos sino promesas. El público confía o no pero siempre sabe que no atañen al presente. Si “bajan los subsidios” aumentan las boletas de gas y electricidad. La reactivación llegará o llegaría o llegariola más adelante. Ninguna persona en sus cabales se calza el overol para ir a las obras en construcción fechadas desde el segundo semestre hasta 2019.
Ni Miguel del Sel, embajador en el país adecuado, podría convertir en divertidos los anuncios de aumentos. El protocolo del gobierno confía la labor a grandes empresarios o CEQ. Son pésimos emisores, demasiado langas, con contados registros expositivos. Se esmeran para ser amables, carecen de soltura ante preguntas forzosas, no complacientes. La torpeza e insensibilidad de los ministros Guillermo Dietrich o Juan José Aranguren distan de ser graves: contadas personas los ven o los registran. El quid son las subas no las palabras, mejor o peor dichas.
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Agendas alternativas: La muralla informativa es inmensa pero plenamente maciza. Periodistas que simpatizan con el gobierno y aborrecen al kirchnerismo formulan cuestionamientos a Laura Alonso por su embanderamiento rústico. O señalan que el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta se escondió después de la tragedia de Costa Salguero. Se la asocia con Cromañón. Ese criterio común damnifica al macrismo porque remite a responsabilidad gubernamental que no se detiene en el primer peldaño: inspectores y prefectos.
Más allá de las fisuras, el apoyo mediático es formidable pero el funcionamiento de la sociedad democrática promueve agendas diversas. Se las menosprecia, se las reduce a un slogan, se las ningunea en los títulos. De cualquier forma, resuenan y se propagan. Ni un mago podría ocultar dos movilizaciones masivas opositoras en menos de un mes o la ley de emergencia ocupacional. Atribuirlas a la perfidia kirchnerista distorsiona: el FpV es la oposición más sólida pero la muchedumbre congregada ayer enarbola también otras banderas. En el Congreso ocurre igual.
El GPS macrista recalcula: redefine tácticas sin mudar de estrategia. Menos conferencias de prensa en las que se soslaya a los medios críticos. Reportajes solo a los periodistas amigables, con contadísimas excepciones. Las reuniones de gabinete plantadas se espacian. Las internas se van conociendo, los cronistas amigables las divulgan, tal vez por profesionalidad, tal vez porque intervienen en ellas.
La campaña de Cambiemos fue perfecta y exitosa. Era una apuesta a plazo fijo con un final nítido. Las elecciones presidenciales son un juego de suma cero: el que gana copa la banca.
Al pasar de pantalla los plazos son más largos, los hechos más contradictorios. La ecuación de los receptores complica la unidireccionalidad de los mensajes. Desbarata el sueño eterno de los mentores, de los Goebbels de pacotilla que hay en cualquier gobierno: una población que segregue saliva como los perros de Pavlov ante los estímulos ingeniosos, articulados, uniformados. La realidad mete ruido en la comunicación, caramba.
Fuente: PáginaI12
Ver anterior: Proclama de Marcos Peña sobre los ejes de su política comunicacional