martes, 2 de agosto de 2016

Diego Isidro Mesa (Juan Carlos Mesa) 1930 - 2016

El autor y comediante Juan Carlos Mesa, guionista de comedias blancas que fueron suceso en la televisión argentina como "La tuerca", "Hupumoropo" y "Mesa de noticias", falleció hoy a los 86 años en el Sanatorio de la Trinidad, donde estaba internado a causa de una insuficiencia renal, que afectó su salud debilitada por la diabetes.

Humorista de excepción y entrañable persona, los restos de Mesa serán velados hoy a partir de las 20 en Compañía Principal (avenida Maipú 2860) de la localidad de Olivos y el cortejo fúnebre para darle sepultura partirá mañana a las 9 rumbo al cementerio Jardín de Paz, de Pilar.

Una de las figuras más prolíficas y queridas del hacer televisivo y radial, Mesa había nacido en la ciudad de Córdoba el 15 de mayo de 1930 bajo el nombre de Diego Isidro Mesa, aunque para sus compañeros y el público, y durante años, fue el "Gordo" Mesa, un hombre divertido y afable.

Capacitado para un humor más bien blanco y con el repentismo adecuado, hizo sus primeras armas a mediados de los años 50 en una radio de su provincia, donde escribió ingeniosos sketches sobre la fauna humana de la calle San Martín cordobesa, "La troupe de la gran vía", lo que le permitió salir de gira por distintas ciudades y pueblos con todo su elenco, para el que iba escribiendo los textos sobre la marcha, de acuerdo al día y el lugar.

Eso mismo siguió haciendo décadas después, ya en la cúspide de su popularidad, en la serie "Mesa de noticias", que iba por ATC de lunes a viernes entre las temporadas 1983-1986, con un elenco en el que descollaba como actor junto a Gianni Lunadei, Cris Morena, Alberto Fernández de Rosa, Gino Renni, su hermano Edgardo Mesa y las jóvenes Eleonora Wexler y Mónica Gonzaga, entre otros.
En el programa, Mesa representaba al director de un canal de televisión y, como todo se grababa en el día, en su papel de libretista se levantaba a las 4 de la mañana para leer los diarios y de inmediato se ponía a teclear en su vieja máquina para el episodio de esa jornada, que se ensayaba y grababa poco antes de salir al aire.

Hubo una suerte de continuación, "El gordo y el flaco", donde hacía un dúo inolvidable con Lunadei, a cargo del servil y taimado personaje De la Nata, prototipo de individuo representativo de ciertas conductas nacionales.

Esa disciplina que conjugaba el humor con un gran conocimiento humano venía siendo practicada desde mediados de los 60, cuando escribió para "La matraca", un programa de Canal 13 en el que se juntaban Jorge Porcel, Carlos Scazziotta, Santiago Bal, Alberto Anchart y Tino Pascali, y en el que también colaboraban en los textos Carlos Garaycochea y Jorge Basurto.

Tras un paso por "El clan Balá", con Carlos Balá, Osvaldo Canónico y Adolfo Linvel, escribió y actuó en "Humor redondo", en un panel que también integraban Juan Carlos Altavista, Jorge Basurto, Aldo Cammarota y Carlos Garaycochea.

En 1969 participó de la escritura de "Los Campanelli", seguida por "Las cosas de los Campanelli", dos exitazos que derivaron en las películas "El veraneo de los Campanelli" y "El picnic de los Campanelli", dos hitos del cine popular argentino que llenaron las salas en tiempos en que era bueno ver en colores y pantalla grande lo que en TV iba en blanco y negro.

Escribió asimismo para Susana Giménez, Raúl Lavié y la entrañable Gloria Montes, que en 1971 estelarizaban "Bikinis y plumas", para Santiago Bal, Susana Brunetti y Mabel Manzotti en "Gorosito y señora", para Olmedo y Porcel en "Fresco y Batata", y para Ernesto Bianco, Juan Carlos Calabró y Moria Casán en "El chupete".

A la lista se agrega en 1974 "Hupumorpo", su primer vínculo con los uruguayos que habían sido "Telecataplum", y luego los monólogos de Tato Bores en "Tato vs. Tato" y "Tato por ciento", en plena dictadura cívico-militar, más "La tuerca", con Osvaldo Pacheco, Rafael Carret, Guido Gorgatti y Tristán.

De vuelta a su ciudad natal, en 1997 condujo su programa radial "El despertador", por LV2, que le hizo ganar los premios Bamba y Excelencia, aunque en 2000 regresó a la TV porteña con "Primicias", un teleteatro de Pol-ka donde cumplía un papel similar al de "Mesa de noticias" -el director de un diario muy enérgico pero de gran corazón- y también se lo vio en forma episódica en "El sodero de mi vida", "Dr. Amor", "RSM, resumen de los medios" y "Mujeres asesinas", más su aporte a la película de animación "El Arca", en la que le puso voz al personaje de Noé.

En una de sus últimas apariciones televisivas, durante uno de los almuerzos de Mirtha Legrand, comentó con su habitual chispa que casi se atraganta al escuchar los dichos de Vicky Xipolitakis, su vecina de mesa. “Esta chica tiene cosas que son memorables; casi me atraganto cuando le oí decir que tiene dos ídolos en la vida: el Papa y el ratón Mickey", expresó.
Además de haber cumplido con sus obras 15 temporadas veraniegas en Mar del Plata y escrito más de una docena de guiones de cine, en 2015 presentó su autobiografía "MesaMorfosis", de la que se quejó con humor porque "si en mis tiempos escribir un programa me llevaba un día, este libro me llevó 85 años".

Escribió Carlos Ulanovsky sobre Mesamorfosis:
Criado en el argentino concepto de que las cosas hay que hacerlas aunque sea mal, Juan Carlos Mesa hizo de todo y, desafiando el aserto, las hizo casi todas bien, en especial porque de cada una, aun de las fallidas, aprendió un poco. La prueba está en esta memoria de su tan extensa trayectoria. Se hizo de abajo, a chiste por minuto, convirtiendo en pan familiar los chascarrillos de cada día, a mil gags por hora. Laburante y remador, artesano y rimador, se formó humanamente en la vida provincial de mitad del siglo pasado y se moldeó profesionalmente en la radio inolvidable y única de los años cincuenta. Juan Carlos saca diez en esta prueba escrita singular, en la que revela que nada de lo vital y sensible le resulta ajeno, que fue capaz de ilustrar cada uno de sus pasos, privados y públicos, con una confesión, con una anécdota, con una broma. Este libro me arrancó muchas sonrisas. Y por eso pensé que, cuando apareciera, debería estar acompañado por un Juan Carlos Mesa para llevarse a la mesita de luz, que tenga la función de despertarnos, cada mañana, con un chiste distinto, de los miles que escribió en su vida. Yo lo compraría.
El año pasado Fernanda Iglesias lo entrevistó en La Nación, estaba terminando 'Mesamorfosis', un libro que recorre su vida y que él describió de la siguiente manera: "Tiene tres estadios: primero cuenta todo lo que tiene que ver con mi niñez, mi infancia, mi adolescencia, mi noviazgo, mi casamiento, etcétera. El segundo estadio es el que está referido a mi profesión de autor. Anécdotas, la gente con la que trabajé... Y el tercer y último estadio, que le da sustento al título, "Mesamorfosis", cuenta el día en que un autor como yo decide volver a escribir, después de haber estado mucho tiempo sin hacerlo, y no se da cuenta de que el país ha cambiado, que el mundo ha cambiado, que la gente ha cambiado... Entonces, sin que sepa su familia ni nadie, echa mano a un pseudónimo y escribe cosas non-sanctas. Algo totalmente diferente a lo que me dediqué siempre: la comedia sana. Entonces ahí se plantean una serie de temas que están vinculados al humor, como que en casa no se sepa que yo soy el autor de ese engendro".
También le preguntó ¿Cómo ve el humor en general? "El humor ha sido injustamente relegado a un segundo plano en muchos aspectos: está vivo, está presente en muchísimos textos de teatros, de comedias, en muchos programas de televisión incluso. Pero es un producto que no abunda como antes".

Y amplió: "Me parece bien darle una inyección de alegría al pronóstico del tiempo. Pero ese humor construido en base a sketches y gags, que era un poco la arquitectura de un programa específico de humor, se ha perdido, se construye menos. Hay muchos programas de entretenimientos, con premios, con un solo conductor o con un conductor y una conductora, que desde luego para nada los desestimo; los veo, los sigo, me divierten... pero el programa de humor hecho en base a esa estructura de la que yo me serví durante tantos años, eso está ausente y es una pena porque hay muchos actores con mucho valor".

El oso con traje
Mi abuelo era un grande de verdad y la gente sentía la necesidad de abrazarlo. Se llamaba Juan Carlos Mesa y se murió ayer a los 86 años
Por: Ezequiel Mesa*
Tomé conciencia de que mi abuelo era mi abuelo una vez que me vino a buscar al colegio para ir juntos a almorzar y provocó una estampida de niños exaltados que se abalanzaron en masa sobre él. La voz finita de un mini centinela en guardapolvos que gritó “¡Miren, el gordo Mesa!” me hizo girar también a mí, así que pude ver claramente cómo más de la mitad del patio futbolero del La Salle dejaba picando en cámara lenta las plastiball naranjas para correr, gritar y saltar envolviendo a mi nono como si fuese una especie de jefe tribal africano que les acababa de devolver la lluvia.

Pasaron los años y comprobé una y otra vez que era muchísima la gente que lo quería y sentía la necesidad de abrazarlo. Lo terminé de comprobar estos días. Y no solo chicos en un patio de colegio, aunque todos parecieran bastante más chicos cuando abrazaban a ese oso con traje que inspiraba confianza y generaba ternura. Todos lo abrazaban por oso bueno (eso está claro), pero también por haber sido uno de los tipos más talentosos que tuvo la historia de la radio y la televisión argentina. Tardé un tiempo en darme cuenta de esto último porque como todo adolescente jugaba a subestimar a la televisión y a poner en duda las virtudes de la familia, pero su originalidad elegante era demasiado evidente como para andar haciéndose el distraído.

Yo le pedía que me contara y él me contaba (le encantaba hablar con sus hijos y sus nietos) alguna anécdota con Tato, con Goyeneche, con Troilo. O con su querido amigo Gianni Lunadei. Hasta con Pappo tenía una anécdota. Y yo escuchaba esas historias fascinado. Primero porque eran delirantes y auténticas, y después porque las contaba con la naturalidad de quien relata la vez que instaló un aire acondicionado. Otra cosa que me llamaba la atención era que en sus anécdotas, al igual que en sus gags, siempre quedaba bien el otro. Y ahora que lo pienso, las anécdotas que más voy a extrañar de mi abuelo no son aquellas con personajes famosos o situaciones extravagantes, sino las más simples, las del aire acondicionado. Aunque si la contaba él seguramente hubiera sido “la vez queintenté instalar un aire acondicionado”. Y por si todo no alcanzara para conquistar a un nieto adolescente, mis héroes humorísticos de Cha Cha Cha lo nombraban en los reportajes e incluso le asignaban el rol de maestro inspirador. Cada vez me quedaba más claro que el oso Juan Carlos, además de ser mi abuelo, era un grande de verdad.

Juan Carlos Mesa nació en Córdoba en 1930 y estamos en condiciones de afirmar que se hizo absolutamente de abajo. En Mesamorfosis, una autobiografía distinta, tierna y cargada de una felicidad artesanal, cuenta muy bien y en colores los inicios de su carrera. Inicios en los que se animó a escribir poemas, letras para canciones, salir de gira con extrañas obras de teatro y realizar sketches radiales. Era un autodidacta absoluto y siempre se encargaba de recordarlo (como si pidiera disculpas vaya uno a saber por qué), pero así como se las ingenió para aprender solo también queda claro que eso no lo frenó jamás. Siempre me intrigó cómo una persona que estuvo continuamente pendiente de no incomodar a los demás y que odiaba dar órdenes haya logrado hacer una y otra vez lo que quería. Una manera muy Juan Carlos Mesa de salirse con la suya.

La Matraca, La Tuerca, Verdaguer y Sus Inquilinos, Festibiondi, Tato vs. Tato,Hupumorpo, Humor Redondo, Los Campanelli… estos son solo algunos de los primeros éxitos en los que se desempeñó como libretista poco tiempo después de haber llegado a Buenos Aires acompañado por su mujer Edith y con mi viejo en brazos.

El abuelo rescató al nieto del patio escolar y lo llevó a comer un bife de chorizo
Una vez me contó que en su primer trabajo porteño le pagaban por tiempo. Su salario estaba directamente relacionado a la cantidad de minutos que estaba al aire cada uno de los sketches que había escrito. De eso también iba a depender el tiempo de su estadía en Capital. Lo que no me voy a olvidar nunca fue una imagen que me regaló: mi abuela mirando esas emisiones sentada en la cama del hotel que les había pagado el canal y sosteniendo en su mano un cronómetro.

Y acá me veo obligado a frenar un poco, porque es imposible hablar de mi abuelo sin hablar de mi abuela. Pasaron juntos más de medio siglo y funcionaban como un engranaje perfecto y a la vez como una dupla cómica imposible de superar. Ni siquiera por la que formó con Gianni. Cabe aclarar que a mi abuela no le preocupaba demasiado incomodar al otro y no solo no odiaba dar órdenes, sino que las daba permanentemente. Criar muchos varones que comían desaforadamente y se sacaban los zapatos tirándolos contra la pared como pateando un penal no hubiera sido tarea sencilla para aquel oso bueno y despistado que se sumergía en la máquina de escribir de su escritorio por horas a armar y desarmar rompecabezas distintos todos los días.

Mi abuelo delegaba todo lo bélico en mi abuela Edith, que no solo era capaz de pelearle el precio de un contrato al mismísimo Vladimir Putin, sino que mantenía el universo en orden para que estuviera organizado cuando Juan Carlos volviera de su vía láctea creativa. Porque mi abuelo se iba. Se subía a su submarino amarillo y se iba. A veces mi viejo o mis tíos se ponían de mal humor porque a mitad de un relato de algo importante notaban que el capitán Juan Carlos flotaba en el espacio. Pero a la que más enfurecían estas lagunas era a mi abuela. ¡Justo ella! La misma que propiciaba todo para darle rienda suelta al vuelo mental de mi abuelo y a veces se veía obligada a hacerlo aterrizar de un tirón violento. No me quiero poner cursi ni supersticioso, pero quizás tenga algo que ver con eso el hecho de que cuando mi abuela ya no estuvo más acá, mi abuelo cayó internado y nunca más se recuperó. Hasta ahora que se fue en serio y ya no está Edith para traerlo de un tirón.

Después de sus primeros años remándola todos los días desde su máquina de escribir llegaron los tiempos de la fama. Y no solo la fama sino una cima de su popularidad que se llamó Mesa de Noticias, un programa diario de humor que duró desde 1983 a 1988 y marcó a toda una generación. Todos los días escribía una infinidad de situaciones, en su mayoría absurdas y disparatadas, que sucederían horas más tarde en el prime time del ATC de comienzos de la democracia. Pero a pesar de haberse transformado en una verdadera estrella que no podía entrar a un restorán sin que alguien se acercara a saludarlo, o asomarse en el patio de un colegio sin desatar una avalancha de guardapolvos, nunca dejó de remarla ni mucho menos se apartó de su máquina de escribir. Siempre se definió ante todo como un autor y fue sin ninguna duda la actividad favorita de toda su vida. Me acuerdo de pasar a cualquier hora del día o de la noche por delante de su escritorio y verlo ante la máquina de escribir moviendo una pierna en tic nervioso o mordiéndose el cuello de la chomba para calmar la ansiedad.

Edith y Juan Carlos estuvieron juntos más de medio siglo
Durante años se levantó a las cinco de la mañana para escribir los sketches de humor que se escucharían por radio solo unas horas más tarde. O para ir acumulando hojas y hojas al lado de la máquina hasta terminar el programa de televisión que protagonizaría esa misma noche. Todavía no existía internet y la moto con los libretos llegaba solo unas horas antes de que a él lo empezaran a maquillar. Incluso en sus últimos años, con varios problemas de salud a cuestas, se las arregló para escribir obras de teatro y libros. Sin contar los constantes mails que nos mandaba a sus familiares y amigos ahora que no hacía falta llamar una moto.

No sabía vivir de otra manera que no fuera escribiendo. Esa capacidad de escribir sin parar es otra de las cosas que siempre me van a sorprender de mi abuelo; yo estoy hace un rato frente a la notebook y ya siento que me merezco una semana en el Caribe. Mesa hay uno solo. Me resulta raro estar escribiendo esto y asimilar que ya no voy a poder escuchar más sus historias, ni comer juntos esos bifes de chorizo de La Cabaña que pedíamos cuando me rescataba cada tanto del patio escolar. Ni siquiera voy a poder ir a visitarlo al Sanatorio de La Trinidad para agarrar una de esas manos enormes que tanto había golpeado contra las teclas.

Como todas las personas, mi abuelo era muchas en una, pero en su caso era muchas buenas personas. Y en el cuerpo de un oso.
*Ezequiel Mesa es guionista y productor de TV. En Twitter es @zekezekeze.






Fuentes: TelAm, La Nación, laagenda.buenosaires.gob.ar, Señales

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