El periodista y escritor Rogelio Carlos García Lupo, considerado uno de los fundadores y grandes exponentes del género de investigación periodística en Argentina, murió anoche a los 84 años en la Clínica de la Trinidad donde permanecía internado, confirmaron esta mañana fuentes familiares. Fue uno de los fundadores de la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Se retiró como colaborador del diario Clarín
“Pajarito”, como lo llamaban sus colegas, participó durante más de seis décadas en decenas de publicaciones de actualidad argentinas y extranjeras, incluyendo la fundación de la agencia cubana de noticias Prensa Latina (Prela) y en numerosos proyectos editoriales, entre ellos Eudeba.Dejó media docena de libros que compilaron sus artículos publicados en diarios y revistas, que le dieron fama de sabueso metódico por el uso de datos precisos y fuentes diversas que mostraron aspecto ocultos pero decisivos de la realidad.
Entre ellos figuran: “La rebelión de los generales” (1962), “Contra la ocupación extranjera” (1968) y “Mercenarios y Monopolios en la Argentina -de Onganía a Lanusse” (1971), “Diplomacia secreta y rendición incondicional” (1983) y en “El Paraguay de Stroessner” (1989).
Se retiró como colaborador del diario Clarín, pero hasta hace pocos años seguía editando libros para una editorial española, además de publicar sus sus últimas obras “Últimas Noticias de Perón y su tiempo” (2006) y “Últimas noticias de Fidel y el Che” (2007).
Rogelio García Lupo, el más grande
Por: Diego Igal Amigo y contemporáneo de Gabriel García Márquez, Jorge Masetti, Raúl Scalabrini Ortiz, Federico Vogelius y Rodolfo Walsh. Aunque ya no trajina por las redacciones, todavía lee los principales diarios nacionales cada mañana y en especial los avisos fúnebres que tantos datos le depararon. También piensa publicar más libros. Aquí opina de la “siempre tensa” relación entre gobierno y la prensa, del denominado “periodismo militante” y del impacto de la era digital en este oficio al que le dedicó más de medio siglo.
Rogelio Juan Miguel García Lupo –“El Pájaro” o “Pajarito”- no cree que la “siempre tensa” relación entre el Gobierno y la prensa sea ahora peor que cuando el gobierno de Juan Domingo Perón clausuró 120 diarios por no incluir “Año del Libertador General San Martín” junto a la fecha o cuando expropió La Prensa.
Basado en la experiencia de la Cuba revolucionaria, opina que el llamado “periodismo militante” es para semanarios o programas de TV pero nunca para un diario y que la prensa estatal es un “experimento malo” para toda la sociedad.
Advierte que la era digital es responsable de que las empresas mediáticas se concentren y hayan condenado el futuro del diario y los archivos de papel. Y considera que la consulta en Internet generará repetición de errores y una interpretación única de la historia.
Responsabiliza al periodismo deportivo de la escasa cultura de los jóvenes cronistas y redactores y rechaza ser considerado un maestro por lo bastardeado del término y porque, según concluye, el oficio se aprende en las redacciones y el trabajo cotidiano.
Alejado desde diciembre de 2007 del periodismo, pero aún en actividad como asesor literario, el 16 de noviembre próximo cumplirá 80 años. Diario sobre Diarios (DsD) presenta aquí una semblanza sobre su vida, para lo cual –además de la bibliografía consultada- mantuvo una entrevista personal con uno de los referentes indiscutidos del periodismo nacional. El más grande.
Nació en la ciudad de Buenos Aires como primer -y luego único- hijo de Ramón Rogelio García Fernández (visitador médico) y Carmen Ángela Lupo (ama de casa). Formado en la educación pública (primaria en la escuela Gregoria Pérez de Recoleta, secundaria en el Julio Argentino Roca de Belgrano), a los 13 años ya militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista, junto a Jorge Ricardo Masetti (de su misma edad) y Rodolfo Walsh (cuatro años más grande), con quienes simpatizaban por el coronel Juan Domingo Perón y por el que llegaron a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945.
Tras el secundario, García Lupo entró a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y también como auxiliar noveno de un juzgado de primera instancia en lo criminal. Por no adherir al luto ante la muerte de Eva Duarte, se quedó sin trabajo y fuera de la nómina estudiantil. Pero con la precisión y síntesis que había aprendido al tomar declaraciones tribunalicias debutó en 1952 en el periodismo en dos publicaciones peronistas: Continente, revista mensual de arte, literatura, viajes y costumbres (dirigida por Oscar Lomuto y en la que colaboraba Osvaldo Bayer) y La Opinión Económica, una semanario de la Confederación General Económica (CGE).
“La relación entre el gobierno y la prensa siempre es tensa en todas partes –opina en diálogo con DsD-. En el primer gobierno de Perón el tema de la libertad de prensa estuvo muy en crisis, sin hablar del caso La Prensa que es paradigmático. En 1950 clausuraron 120 diarios del interior por no haber puesto en la fecha ‘Año del Libertador General San Martín’ como se había decretado. Como viví esa época puedo decir que no me parece que este episodio (N de la R.: se refiere al “bloqueo” sindical a una planta impresora de Clarín) sea tan grave como aquel, pero lo que puede ocurrir es que esté en curso un pensamiento acerca de la función del periodismo que no se haya conformado con esta expresión de fuerzas sino que esté en desarrollo una aceleración de la crisis de las relaciones con los diarios. El periodismo es una materia muy sensible. Si se hacen proyectos de control de prensa y leyes reglamentarias y todo los demás fatalmente se llega a un punto de crisis, pero la crisis es el mundo normal en el que se desarrolla la vida del periodismo”.
¿Y qué opina de la ley de servicios de comunicación audiovisual?
Justamente, todas estas reglamentaciones son cosas que tienden a no digo a limitar el ejercicio del periodismo, a ponerle pautas a algo que de por sí no tiene pautas. Si no, no es periodismo; son comunicados de prensa o cosas por el estilo.
¿Cree que hay sectores que se concentraron y tomaron posiciones dominantes?
Si. Lo que pasa es que en la actualidad hay una crisis mundial del periodismo de papel que obliga a crecer a los sobrevivientes de la crisis. Estamos en una época en que el New York Times ha hipotecado su edificio en la ciudad de Nueva York; Le Monde que es un modelo de periodismo, realmente independiente, manejado en buena medida por un consejo formado por redactores, está frente a una crisis que hace temer su desaparición. El magnate de la prensa mundial Rupert Murdoch ha anunciado ya la muerte de la prensa escrita y el periodismo de papel. La tendencia a concentrarse es una tendencia para salvar la ropa.
¿Y esa concentración no cree que le quita libertad al periodismo?
Creo que la concentración es un fenómeno económico e incontenible. Y el periodismo tiene que cuidarse de no sobrepasar ciertos límites. Es un tema de responsabilidad social y política.
Cuando usted hacía periodismo de investigación, encontraba intereses políticos y económicos. Ahora, además, son las propias empresas las que limitan el periodismo de investigación.
Sí claro, es fatal que ocurra en la medida en que el periodismo está hecho por empresas. La opción es o el periodismo que conocemos o la prensa estatal. El experimento de la prensa estatal es malo, pero es malo para todos hasta para el Estado que quiere conducir a la opinión pública a través de la prensa.
¿No rescata ningún ejemplo?
No. Lo que era la Pravda rusa era una cosa catastrófica. Hacer periodismo de Estado o periodismo militante, es catastrófico porque terminan teniendo las mismas limitaciones. El periodismo propiedad de empresas privadas efectivamente de pronto pone un límite: “a tal grupo empresario no se lo ataca porque es amigo”, eso es verdad; pero el periodismo estatal -como era el periodismo soviético- era “al camarada fulano que tiene la responsabilidad de la represa de Dniéper no se lo ataca porque es el preferido de Nikita Kruschev”, esto es fatal y confirma que no hay norma para el periodismo, en el sentido de que si es estatal se pierde por un lado, si es privado se corren los riesgos por el otro. El periodismo es dramático.
Periodismo militante y revolucionario
En 1955, García Lupo publicó en “Esto es” una investigación sobre las condiciones de vida y trabajo en los ingenios de Salta y Tucumán y fue a parar cien días al cuadro nueve de la cárcel de Villa Devoto (destinado a presos políticos) por participar de una campaña contra los contratos petroleros del gobierno de Perón con empresas extranjeras. Allí compartió pabellón con obreros y comunistas como Osvaldo Pugliese y Raúl Larra.
Con la llegada de la autoproclamada Revolución Libertadora y el cierre de publicaciones, García Lupo se sumó al vespertino Noticias Gráficas y dos años más tarde a la revista Qué, donde, entre otros, también escribían Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, de quien recuerda haber aprendido la capacidad que tenía “de organizar la información económica de tal manera que pudiera ser leída por el público”. En aquella época también incursionó en radio (Belgrano y Radio argentina) y en el rubro publicitario como redactor de la agencia Publi-art, a cargo la campaña permanente de las máquinas de escribir Olivetti.
En 1958, al participar junto a Walsh de la investigación del asesinato de Marcos Satanowsky (abogado del director de La Razón), abrazó para siempre el periodismo de investigación. Un año más tarde, junto al autor de Operación Masacre, acudieron al llamado de Masetti para fundar la agencia Prensa Latina de la Cuba ya revolucionaria, junto a Carlos Aguirre, Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti. Con Walsh se alojaban en el departamento 1 del piso 22, en el edificio FOCSA, el más alto de La Habana.
La condición de separado de García Lupo lo hacía trabajar de madrugada, pero ello le permitía tener un diálogo casi diario con Ernesto Che Guevara cuando llamaba a la agencia para que Pajarito le leyera los cables. En aquel proyecto fue secretario de redacción y luego corresponsal fugaz en Ecuador y Chile, porque ya en 1960, García Lupo se incorporó al germen de Primera Plana, el semanario Usted y también en Tarea Universitaria, efímera publicación de la UBA.
En 1959 también entabló corresponsalía con el célebre semanario Marcha de Montevideo (que se extendería hasta 1973), que dirigía Carlos Quijano, a quien García Lupo reconoce como otro de sus maestros. “Aprendí de él la cosa del dramatismo y la alegría del periodismo”, comenta hoy.
En 1962 comenzó a compilar su trabajo en libros. El primero fue “La rebelión de los generales”, secuestrado al salir por el gobierno de José María Guido; dos años más tarde publicó “Historia de unas malas intenciones” y “A qué viene De Gaulle” y en 1968 “Contra la ocupación extranjera”.
En 1969 participó del armado del periódico CGT de los Argentinos junto a Walsh y Horacio Verbitsky, experiencia que hoy rememora con orgullo: “Trabajábamos gratis, que es algo que en general no se hace; pero allí era amateurismo puro, aunque lo singular era que no era un periodismo amateur sino de todos profesionales. Había una militancia. Ése era periodismo militante”, del que sin embargo aún tiene dudas. “El periodismo militante como forma exclusiva de periodismo me parece muy peligrosa, incluso para el que cree que se beneficia con el periodismo militante. He visto la decadencia de la credulidad del periodismo en Cuba, donde a nadie le interesa leer Granma, que ya ni siquiera se exhibe. Esto pasa porque la gente que compra un diario se imagina que tiene información”, afirma.
¿Se podría hacer una analogía con la Argentina?
No, de ninguna manera. En Cuba hubo una revolución que tenía una justificación histórica muy importante. Se cambió el derecho de propiedad, cosas tan importantes como el ejercicio de la libertad de prensa; ninguna de esas cosas está en camino en la Argentina ni remotamente. Este bloqueo a la planta de Clarín y La Nación es un episodio de teatralización de la violencia. Una forma aparatosa de advertir sobre lo que puede pasar pero nada más que eso. El periodismo militante es para hacerlo en semanarios o en programas de televisión, pero los diarios de todos los días necesitan tener oxígeno, sino la circulación cae fatalmente.
En 1970, prohibido por el gobierno de la autoproclamada Revolución Argentina (que encabezaron los dictadores Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Agustín Lanusse), fue corresponsal de Interpress de Roma y colaboró en Primera Plana con el seudónimo de Benjamín Venegas (elegido al azar de la guía telefónica).
Dos años más tarde salió un nuevo libro, “Mercenarios y monopolios en la Argentina de Onganía a Lanusse 1966-1971”, cuyos datos en gran parte sacó de la lectura minuciosa del Boletín Oficial, durante mucho tiempo parte de su rutina, como también la de husmear los avisos fúnebres y las notas frívolas de la temporada veraniega en Punta del Este.
“Es un inquieto crónico. Y a la vez dueño de una impensable paciencia. Todas las mañanas, cuando se levanta, lee los diarios, especialmente la sección de avisos fúnebres (...) Para algunos es una suerte de peligro público que hoy está en la calle Florida y mañana aparece en la avenida Mariscal Santa Cruz, en Bolivia, o en la 18 de julio de Montevideo. Suele ser, ciertamente, un peligro que camina”, lo describía una nota en la revista Primera Plana en mayo de 1972 en la que él advertía que “la denuncia debe ser totalmente invulnerable. El desmentido, ante la denuncia, debe volver imposible, única forma de que aquella se convierta en arma política eficaz”.
En el convulsionado 1973, García Lupo publicó “La Argentina en la selva Mundial”, colaboró en la parte de prensa de la campaña de Héctor Cámpora y también en la fundación de la revista Crisis, que sacaba su amigo Federico Vogelius, proyecto que tuvo que abandonar cuando lo designaron director ejecutivo de Eudeba.
Con la llegada del golpe de 1976, García Lupo buscó asilo en la constructora Comarco (responsable, entre otros, del actual edificio de la Biblioteca Nacional) y aunque en 1979 pudo publicar cuatro panoramas semanales sobre América Latina en la agencia Noticias Argentinas (encargo de Horacio Tato, hijo del censor Paulino Tato), fue en 1982 que la primicia de la guerra de Malvinas lo devolvió al periodismo, como corresponsal de la revista Tiempo de Madrid y La República y El Nacional de Caracas.
Con el retorno de la democracia publicó “Diplomacia secreta y rendición incondicional”, se incorporó al armado del semanario El Periodista de Buenos Aires (en el que escribió hasta que cerró en 1989) y también integró la comisión investigadora del Congreso que investigó la venta que José Martínez de Hoz hizo de la compañía Ítalo.
En 1989, García Lupo publicó “Paraguay de Stroessner”, con el que se había ilusionado con voltear al ex dictador de Paraguay, que se fue antes y ya en la década del 90, incursionó por primera y única vez en la TV en programa Hora de Cierre con Sergio Villarroel (1994-1995). En esos años ingresó a Clarín, donde se jubilaría del periodismo en diciembre de 2007 y donde hasta último día escribía en una máquina de escribir porque si hay algo que también caracteriza a García Lupo es su aversión a la tecnología.
“El periodismo digital -razona- está cambiando y creando un tipo de concentración evidentemente. Para que Murdoch se atreva a denunciar la muerte del periodismo de papel, es porque ya tiene previsto que será el rey del periodismo digital. Acá hay una tradición de prensa escrita y de papel y hay que ver cuánto puede resistir, no sé. Pero las inversiones que se requieren para hacer periodismo digital, están al alcance de grandes grupos económicos”.
Sobre lo que ocurre en las redacciones donde ya no hay casi archivos de papel, advierte, que “más que un periodismo sin archivo, habrá un periodismo con archivo único que es la consulta en Internet que es todavía peor. Creo que el archivo de papel está condenado a muerte porque ocupa espacio. Los periodistas jóvenes consultan Internet y repiten los errores de Internet entonces al final es como la frase de Goebbels. Vamos a asistir a una unificación de la interpretación de la historia porque si todo el mundo recurre a Internet, estamos fritos”.
El maestro
García Lupo se levanta todavía temprano cada mañana para alimentar una perra cachorra; leer todos los días Clarín y La Nación (los domingos le suma Página 12 y Perfil), y recortar los temas que le interesan para engrosar el archivo personal que ocupa todo un ambiente de su vivienda.
El año pasado, la Biblioteca Nacional le compró la hemeroteca propia que tenía 151 publicaciones en español, que también interesaban a dos universidades de los Estados Unidos. Asomarse al catálogo de esa colección es sumergirse en gran parte de la historia del periodismo gráfico de Iberoamérica de las últimas seis décadas: colecciones completas del periódico de la CGT de los Argentinos, Confirmado, Crisis, Cuestionario, El descamisado, El Periodista de Buenos Aires, Marcha (o la continuación Brecha), Primera Plana o Sur, entre muchas otras y ejemplares sueltos.
Hoy, además de la rutina periodística doméstica, es asesor editorial de Ediciones B (desde 2001), en la que publicó “Últimas noticias de Perón y su tiempo” (2006) y “Últimas noticias de Fidel Castro y el Che” (2007). Dice que tiene en carpeta publicar dos libros, pero que no lo tienta escribir sus memorias “porque esa es la antesala de la muerte y a los 80 años no se puede joder mucho con la antesala de la muerte”.
En 2007, recibió el premio homenaje de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Monterrey (México) y el “Rodolfo Walsh” a la trayectoria de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, similar al que le entregaron en 2009 en la Feria del Libro.
Sin embargo, rechaza ser considerado un maestro: “Me huele a un tratamiento que en definitiva no es demasiado serio teniendo en cuenta el dicho popular de la palabra maestro ‘ey maestro’. Está bastardeado”, concluye. Nunca dio clases de periodismo -sólo alguna participación en la Maestría de Clarín- y opina que el oficio se aprende más en la práctica que en las escuelas.
García Lupo reconoce que antes los periodistas tenían más formación (“todos tenían biblioteca en la casa”) y que ahora “hay un periodismo que se ha comido la cultura clásica, que es el periodismo deportivo. Sabemos que no hay que ser precisamente un científico para transmitir partidos de fútbol y es muy atractivo porque genera mucho dinero”.
Para el final, advierte que “ahora, hay una especie de delegación de la información cuando las empresas contestan las consultas a través de las oficinas de relaciones públicas y el mundo político a través de voceros y ahí se produce una distorsión. Forma parte de la imaginación del periodista ver por dónde llegar a conocer algo frente a una barrera que parece que no se puede franquear. Creo que hay una abrumadora cantidad de información no interpretada que ocupa el espacio que debería ocupar la interpretación”.
Palabra de Rogelio García Lupo. Palabra de un maestro.
Rastreador de huellas, militante del periodismo
Enseñó a encontrar información en los lugares más imprevistos y tratarla con inteligencia. Un testigo de La Habana de los días de la Revolución
Por: Patricia Kolesnicov
Atendía el teléfono, atendía a quien lo iba a ver como si no fuera el periodista que era. "Todo deja huella", decía esa tarde de 2014, mirando al pasado de su vida.
"Todo deja huella", decía, y esa era su lección: el periodismo, luego, será buscar esas huellas. El lo había hecho. Leyendo los avisos clasificados hasta encontrar conexiones cifradas allí, rastreando boletines oficiales. Datos, no palabras. O mejor: datos, ideas; después las palabras.
Con este método (buscar, buscar la información en donde haya dejado huella) fue maestro incluso de quienes no lo conocieron. Generaciones de periodistas que aprendieron a hacer eso que él dice que hizo por casualidad: buscaba, en los clasificados, el perro perdido de un amigo; encontró una trama de pasaportes ilegales.
"La militancia acaba con el periodismo. Porque fracasa", me dijo en 2014, en esa revisión de su vida. Estábamos en pleno cristinismo, el periodismo militante en su éxtasis. Hablaba del presente pero -era grande- lo hacía con perspectiva. El había estado en la fundación de Prensa Latina, la agencia de noticias de la Revolución Cubana. Junto a Gabriel García Márquez y Rodolfo Walsh. ¿No había fundido periodismo y militancia?
La Habana de los días de la revolución era, dijo esa tarde, “Fantástica, inolvidable, irrepetible”. Y él la recorría en agosto de 1959, con el cambio fresco aún. ¿Y no era militante? "No éramos nada comunistas", decía en 2014. Se fue en 1960: “Había una enorme presión para que el grupo de argentinos perdiera poder. Estaban serruchando el piso del Che, lo llamaban trotskista, palabras que en esa época eran estigmas…"
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Esa tensión que terminó expulsando a García Lupo -¿y al Che?- se quedó también con las crónicas de esa Habana irrepetible: lo que escribió ese grupo, incluyendo las crónicas de García Márquez, fue destruido. Esa ausencia también es una huella.
En los últimos años lo dijo muchas veces, lo del periodismo y la militancia, pero lo había ejercido siempre: el periodismo, si es militancia, fracasa. No hablaba de un periodismo con lavandina: con perspectiva, con inteligencia, pero con los ojos abiertos y rastreando las huellas.
Murió Rogelio García Lupo. Queda en los mejores de nosotros.
Por: Andrew Graham-Yooll
Cada uno de casi dos generaciones de esto que llamamos periodismo, porque funcionamos por períodos, tiene su anécdota que lo asocia con Rogelio García Lupo. El Pájaro tuvo una vida tan rica y tan generosa que tocó a miles de colegas. Tuve el privilegio de conocerlo en una de esas mesas semanales que se inventaron para la camaradería pero más para filtrar lo que era información de lo que era chisme, confusión nutrida por los políticos más variados y todos los regímenes militares. La mesa a la que concurría García Lupo era una formada en 1964 según crónica de Julia “Chiquita Constenla, y a la que seguía concurriendo Rogelio hasta hace un par de años.
Ahí Rogelio ofrecía su opinión sobre la veracidad de las historias de miembros e invitados. Había que estar en esa comilona semanal para saber. Rogelio fue nombrado director de Eudeba en 1973 durante el breve gobierno de Héctor Cámpora y estableció como condición que Arturo Jauretche presidiera la entidad universitaria, opinión celebrada por las autoridades entrantes.
En el almuerzo siguiente pedí a Rogelio que considerara la publicación de un libro, quizás algo extraño, sobre las invasiones inglesas: el diario de viaje de un coronel inglés capturado en 1807 donde anotaba sus impresiones de la ciudad y el fuerte. A partir de ahí tuve mi primera experiencia de la fina ironía que fue marca de García Lupo toda su vida. Fui citado una tarde a las oficinas de la calle Rivadavia y ahí estaban Rogelio y Jauretche en uno de los primeros encuentros públicos de los dos nuevos funcionarios. “Así que vamos a publicar una de ingleses que nos trae del Herald. Mirá qué comienzo,” dijo el prócer. Jauretche rió y me puso un brazo en los hombros. El libro apareció casi tres años después, cuando ambos hombres ya no estaban en el sello. Pero en el trámite yo había conocido el humor de Rogelio y la calidez de Jauretche. ¡Qué lujo! Rogelio, gracias.
Un pájaro más, único, se echa a volar
Por: Esteban Bayer
Máiza me acaba de mandar estas líneas. No hace falta más. Las palabras sacuden, irritan, entristecen. De inmediato rebobino la historia. De pronto, ahora, vuelvo a tener 17 años. En épocas en que llevar un ejemplar de “La Opinión” bajo el brazo era un acto revolucionario cuando se iba a un colegio alemán en Villa Ballester (menos mal que no veían lo que llevábamos aparte del diario). Cuando los encuentros clandestinos con Chochi, en un café, para recibir material de prensa mimeografiado de los cumpas, porque todos queríamos una sociedad más justa, era un hecho subversivo que merecía, como mínimo, ser perseguido. O ser desaparecido, como veíamos cómo se abrían huecos al lado de uno porque de pronto había amigos y compañeros que faltaban, ya no estaban.
Una tarde, un aviso. “Osvaldo, cuidate”, un mensaje claro, de un amigo, en plena calle, cuando las AAA imponían su ley y su impunidad para regocijo de aquellos que entonces buscaban la muerte y hoy dicen no saber lo que pasó, los que aseveran no saber cuántos fueron los desaparecidos, los que no hablan de terrorismo de Estado.
Osvaldo no le quiso creer. ¿A él? ¿por qué? Si simplemente había escrito libros, una película en el que contaba una verdad prohibida. El amigo, cauto, conocedor de la familia, se da cuenta de que Osvaldo sigue en la suya y la llama a Marlies, la esposa, y le dice: “no se queden en casa esta noche, los van a ir a buscar”. Y la vieja, con su instinto, nos dice, a Ana y a mí, “armen los bolsos, salgamos ya”. “Y vos (me dice la vieja a mí), no te hagás el héroe, vamos” y me entrega sin embargo la herramienta necesaria, “por si acaso”. Dejamos todo. Al viejo no lo vimos más hasta meses después, cuando nos reencontramos en el exilio.
Esa tarde, el que llamó, el que nos salvó del secuestro y la desaparición, fue Rogelio García Lupo. Que además fue maestro de profesión, investigador empedernido, que la última vez que nos vimos, hace pocas semanas, seguía con la fuerza de siempre de seguir investigando: “necesito que me pasés información de este personaje (....y me dijo el nombre), hay que investigarlo... Ya no me dio tiempo de darle al información. Nos dejó hoy. Sin avisar. A él, hoy, de nuevo, gracias por la vida.
Laura Giussani Constenla, hija de Chiquita Constenla y Pablo Giussani lo recordó de la siguiente manera
Cuando murió mi mamá, uno de los primeros en llegar al velorio fue Rogelio García Lupo. Me miró, con esos ojos pícaros y una media sonrisa y dijo: "Tu madre siempre dando la nota. Nosotros esperándola en el almuerzo de periodistas de los martes y ella muriéndose!". Largué una carcajada y respondí: "Sus últimas palabras fueron: avisale a Rogelio que hoy no voy a poder ir al almuerzo". Los dos reímos. Así eran ellos, un poco así soy yo. Me cuesta llorarlo, sé que él tendría una frase perfecta para ésta situación. Lo lograste Rogelio, ya estás en vuelo. Este lugar te había cansado. Quizás el martes vuelvas a comer con Chiquita, y los demás compañeros.
Mas tarde, publicó:
Se fue como vivió
Hoy me despertó el teléfono. Era Nora Anchart: "Se murió Pajarito", avisó. Nos miramos con Hernán. Medio dormidos, medio tristes, medio vacíos. "Dónde lo velarán", preguntó él. "No sé". Imaginamos que sería una despedida adecuada para el último de los grandes del periodismo argentino. ¿En la Legislatura? ¿En algún lugar de prensa? ¿En la Biblioteca Nacional? (no, solo Horacio González tenía la sensibilidad y el reflejo de velar a los grandes en la Biblioteca). "Lo vamos a velar donde velaste a tu mamá", me dijo Gabriela cuando la llamé. Por primera vez en nuestra vida decidimos comprar un bouquet de flores para enviar. Caímos en la cuenta de que ya éramos grandes, tan grandes que debíamos enviar flores si el muerto era alguien querido y admirado por nosotros. No crean que es un trámite fácil, horas buscando por internet hasta encontrar el lugar, el precio y un lindo ramo de azaleas y rosas blancas. "Qué escribo en la tarjeta?" preguntó el vendedor. "Al maestro con cariño, de Hernán López Echagüe y Laura Giussani Constenla", respondió Hernán de sopetón. "Es algo trillado, pero bue...", comentó al cortar. Imaginamos decenas de ramos que dijeran lo mismo. Y el nuestro debajo de todos.
Llegué a eso de las siete. Hernán prefirió no ir, pensaba que allí estarían los grandes popes del periodismo, tipos a los que no soporta, y tendría que sonreir, decir alguna frase de ocasión o escabullirse. En fin, fóbico y cobarde para los velorios, se quedó en casa. Además todos saben que si estoy yo también está él.
Abracé a Gabriela y le dije al oído: “Sabés que en este abrazo también está el de mis padres, me los imagino ahora juntos, chismoseando, como siempre, y juntándose a almorzar con los periodistas los martes”. Se le iluminaron los ojos, feliz por un segundo: “Sabés que yo también pienso lo mismo. Mil gracias por las flores, Laurita”.
Primera sorpresa: el único bouquet que había era el nuestro, ubicado a la cabeza del cajón. Ninguna corona, solo al final llegó una de Ediciones B, editorial en donde García Lupo trabajó hasta el final.
Segunda sorpresa: no había ningún periodista de los “famosos”. Como si no hubieran tomado nota de que la partida de Rogelio era un drama. Una especie en extinción. Del stablishment periodístico solo identifiqué a Kirchbaum y José Igancio López, ambos en una visita fugaz. Estábamos los que lo conocíamos y lo queríamos y le estábamos agradecidos. Y no éramos pocos, claro. Recuerdo en orden de aparición en mi entrada: Sonia, la viuda del negro Pasquini; Juana, la mujer de Isidoro Gilbert (él estaba demasiado abrumado con la noticia, pero todos sabemos que si está Juana está Isidoro); Lilian Isler, la primera mujer de Rogelio, la madre de Santiaguito y Gabriela (que estaban ahí, y por suerte había llegado también Pablo, el otro hijo, desde España); Omar Lavieri, Eduardo Anguita, Ricardo Ragendorfer, Carlos Gabetta, Juan José Salinas, Daniel Divinsky, Jorge Bernetti y Adriana Puigross, Cristina Mucci, María Seoane, Rep, Reynaldo Sietecase, Olga Vigliecca; Silvia Itkin, Fabián Bossoer, Senán González, los dos Ezequieles de Cultura de la Biblioteca Nacional, Martínez y Grimson, y seguro que me olvido o no vi a alguno. También Martín Sivak, el más emocionado, que entró al salón del cajón y se quedó un buen rato sollozando en silencio. Y montones de jóvenes a los que los viejos no conocíamos. Quizás amigos de los hijos. Era, como todo velorio de periodista, un velorio animado. Mucha charla y “cambio de figuritas” como solían decir ellos, los rogelios.
Cada tanto me acercaba a Gabriela, en chiste le digo: “Justo la semana pasada terminé de inventariar y describir el fondo de Rogelio en la Biblioteca, se lo queríamos mostrar antes de ponerlo en público y con tal de no leerlo se murió”. Gabriela me mira y agrega: “Tengo ocho cajas más y no sé a dónde las puedo mandar”. Ocho cajas del archivo de Pajarito, un tesoro, y Gabriela preocupada. “Vienen al archivo de la Biblioteca junto con las otras”, le digo. “¿En serio?” No podía creerlo. Por suerte llegó Vera De la Fuente, la musa de Archivos y Colecciones de la BN, la que rastrea y busca y milita para preservar la memoria en un archivo institucional. Esta semana la vimos entrar junto a Laforgue y el archivo de John William Cooke y Alicia Eguren. Ahí estaban, frente a nosotros, únicos, originales, los pasaportes –los verdaderos y los falsos- las cartas y los papeles de los Cooke. Un orgullo para todos los que trabajamos en el Archivo que lo recibimos con un aplauso. La llevo a Vera donde está la viuda de García Lupo, no sin antes adelantarle que había ocho cajas más. No hizo falta explicar mucho. Apenas la ve, Gabriela le dice con cierto temor: “Mirá, yo tengo ocho cajas que no sé dónde meter!!”. Vera, que se emociona fácil y le salta la dulzura en los ojos, la tranquiliza: “Por eso no se preocupe, nosotros lo preservamos, es un verdadero honor conservar esas cajas”. Empezamos a pensar en hacer algo en la Biblioteca, poner a consulta el fondo de García Lupo con un homenaje, pasar el video de Santiago, “A Vuelo de Pajarito”, armar una mesa. Sin duda, estuvieron los que tuvieron que estar, nos faltaron Isidoro Gilbert y Oscar Serrat, creo que saben que ahora solo quedan ellos y es duro. En fin, Rogelio se fue como vivió: rodeado de amigos y sin ningún funcionario o figura política. La única, Eduardo Jozami, pero allí era un amigo más. Fue un encuentro dulce, amigable, con mucho afecto. Dentro de muchos años nuestros periodistas caerán en la cuenta de que el 19 de agosto de 2016 murió un tipo de la talla de García Lupo.
Fotos: Diario Clarín y TelAm
Fuentes: TelAm, Diario sobre Diarios, Clarín, PáginaI12