Por: Silvio Waisbord
La detención de Julian Assange es el último episodio en el furor informativo desatado por la decisión de WikiLeaks de correr la cortina de la diplomacia del gobierno norteamericano. La megafiltración brindó la oportunidad al mundo de mirar las bambalinas de la diplomacia desde la primera fila de la platea. Observar la producción sin filtro de información vital para los destinos del mundo provoca un placer delicioso, irresistible, casi culpable. Como en cualquier cocina, ya sea de la política o de los negocios, el modus operandi no es precisamente delicado o bonito. La información muestra que la diplomacia no siempre habla de forma diplomática. Queda al descubierto la distancia entre la palabra pública del diálogo mesurado y estratégico y las conversaciones privadas repletas de impresiones, chismes, banalidades y convicciones sin pruebas.
Sin duda, la irrupción de WikiLeaks tiene consecuencias enormes para la diplomacia. Reponiéndose de la conmoción suscitada, la administración de Barack Obama advirtió a los funcionarios públicos de no consultar el sitio WikiLeaks. Tal decisión parece desesperada, un intento de tapar el sol con un colador, considerando la enorme dimensión de los cambios en curso. En la época digital, ya no existen más secretos; alguien puede acceder a documentos depositados en un servidor y hacer copias que adquieren vida y velocidad propia. La posibilidad que se revele información de la red de seguridad del gobierno de Estados Unidos (Siprnet), a la que tienen acceso casi tres millones de funcionarios, es permanente. Por ello es factible que, de aquí en más, cualquier diplomático sea mucho más discreto a la hora de producir información.
Más allá del impacto en la diplomacia, cabe preguntar si WikiLeaks es periodismo, especialmente el tipo de periodismo de investigación tan celebrado en democracia. WikiLeaks representa un nuevo tipo de periodismo en un mundo informativo en profunda transición. Es uno de los pocos ejemplos de periodismo realmente globalizado: su público es una audiencia global, su mira está puesta en cuestiones que trascienden la política nacional, y sus fuentes de información (y, según se especula, de financiamiento) son globales.
Sin embargo, que WikiLeaks haya escogido para la distribución de la información un manojo de medios tradicionales en países clave sugiere que los grandes periódicos siguen siendo fundamentales. Aun en un mundo digital de incalculable información, o quizá porque hay demasiada información, los medios prestigiosos occidentales retienen visibilidad y credibilidad. WikiLeaks por sí solo no hubiera ocasionado semejante conmoción.
Es claro que sus acciones guardan similitudes con el periodismo convencional más que con el modelo puro de Wikipedia. No es un trabajo colaborativo de ciudadanos anónimos en un proyecto común, como lo es la enciclopedia digital. Es una tarea de especialistas, entre los cuales hay periodistas, según dice Assange, que analizan los méritos de la información antes de publicar.
WikiLeaks reflota los desafíos éticos típicos que enfrenta el periodismo que divulga secretos de Estado. ¿Es ético publicar información obtenida de forma ilegal? ¿Se debe priorizar el derecho público a saber, a pesar de que la información pueda comprometer la "seguridad nacional"? ¿Es justificable defender el derecho del secreto de la fuente, tal como argumenta Assange? WikiLeaks tiene menos dudas que el periodismo convencional a la hora de responder estas preguntas, en gran parte debido a que su modelo de negocio y funcionamiento (que permanece en penumbras frente a la opinión pública mundial) es muy diferente al de la prensa tradicional.
Tal diferencia estructural explica también por qué Assange se despacha con una cantidad formidable de información (un cuarto de millón de cables diplomáticos) que habitualmente el periodismo daría con cuentagotas. En el periodismo, si se tiene información explosiva lo recomendable es publicarla en entregas breves, para mantener la atención pública durante semanas. Pensemos que con una ínfima parte de lo obtenido por WikiLeaks, la prensa puso al descubierto innumerables abusos de poder.
No es la pura lógica periodística lo que impulsa las decisiones de WikiLeaks; coexisten lo periodísticamente interesante con los detalles superfluos, que rara vez son noticia. Es información en crudo, ofrecida sin el filtro típico de la redacción. El sensacionalismo de las revelaciones que involucran a los poderosos del mundo (ya sea por sus intrigas geopolíticas de palacio, miserias privadas y debilidades personales) entra en la misma bolsa con observaciones pedestres e irrelevantes. El periodismo convencional tamiza mucho más que WikiLeaks, que sacude descargando parvas de información en bruto.
Quizá la prueba más contundente del "wikiperiodismo" es que sus acciones son interpretadas como si efectivamente fuera periodismo. No es cuestión de si WikiLeaks hace periodismo, sino que se cree que, efectivamente, es periodismo. Quienes apoyan a Assange sostienen que la virtud de WikiLeaks es exactamente lo que la buena prensa debe hacer en democracia: ofrecer información para ayudar a los ciudadanos a entender el funcionamiento del gobierno y mantener un escepticismo prudente frente al poder. En su opinión, WikiLeaks y los medios que diseminaron las filtraciones cumplen funciones vitales a la prensa, tal como lo imaginaron los filósofos de la democracia liberal. Más allá de la excesiva arrogancia de Assange y la falta de transparencia de su operación (hasta se le critican sus horribles cortes de pelo), su empecinamiento en desnudar al poder de la primera potencia mundial es digna del mejor periodismo.
Por otra parte, los críticos, particularmente voces prominentes del gobierno norteamericano, reaccionaron tal como si hubiera sido la prensa convencional quien destapó acciones ilegales que involucran a funcionarios públicos. Sus declaraciones tienen el perfume inconfundible de las críticas lanzadas por la administración de Richard Nixon en ocasión de la publicación de los "papeles del Pentágono", en 1971. Hoy como entonces, el gobierno norteamericano acusa a WikiLeaks de criminal, de favorecer a los enemigos y de olvidar su responsabilidad con la seguridad nacional. En actos típicos de "matar al mensajero", encumbrados políticos pidieron desempolvar el Acta contra el Espionaje aprobada durante la Primera Guerra Mundial. Para los críticos, Assange irresponsablemente pone en riesgo la seguridad de personal diplomático y militar alrededor del mundo. Sostienen que pensar en la transparencia absoluta de la política exterior es irrealista y necio, ya que la discreción y la reserva son esenciales para que la diplomacia sea efectiva; la libertad de información no implica la publicación de secretos vitales para la seguridad de los Estados Unidos y sus aliados.
WikiLeaks muestra no solamente la dificultad de poner el cascabel a la divulgación de información en el mundo digitalizado, donde la privacidad, incluso de la información diplomática, es endeble. Cuando se carecen de leyes globales como la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, y la legislación draconiana sobre la difusión de información oficial sigue vigente en numerosos países, WikiLeaks aprovecha el caos legal para publicar información. No es que los periodistas cruzan fronteras para trabajar en países con leyes más proclives a proteger la revelación de secretos, tal como lo hicieran destacados columnistas ingleses al mudarse a Estados Unidos.
El "wikiperiodismo" existe en un nuevo mundo donde las viejas leyes no funcionan y las nuevas reglas no están claras. Así como todas las fronteras geográficas, económicas y culturales quedan difusas en la globalización, WikiLeaks cruza los límites entre periodismo e inteligencia, sensacionalismo y seriedad. Aprovecha el desorden legal y tecnológico para producir un fenómeno periodístico propio de los nuevos tiempos.
El autor es profesor de Periodismo y Comunicación Política en la George Washington University
Fuente: Diario La Nación