¿Qué rol le compete a la radio de fines sociales ante la avanzada concentradora que podría inaugurarse con la fusión entre Cablevisión y Telecom?
Por: Francisco Godinez Galay
En días recientes se anunció la fusión entre Cablevisión y Telecom. Con la conjunción de estos dos grandes monstruos de las comunicaciones, según números publicados por Martín Becerra, el conglomerado concentraría el 42% de la telefonía fija; el 34% de la telefonía móvil; el 56% de las conexiones a Internet por banda ancha fija; el 35% de conectividad móvil; y el 40% tv paga en Argentina.
De prosperar esta fusión, lapiceras de Nerón mediante, se confirmarían algunos indicios del perfil del actual gobierno en la materia: la comunicación no es un derecho sino una herramienta de dinamización del mercado; cuanto más fuertes sean los grandes jugadores, más robusto será el sistema y más fortalecerá a la economía. El gobierno utiliza un Caballo de Troya difícil de negar: todo es convergencia. Es cierto que resulta artificial intentar negar la convergencia de servicios, contenidos y usos entre los sectores audiovisual y de telecomunicaciones. Sucede que es esa convergencia tecnológica, en apariencia despolitizada, la que habilita y legitima los negocios cruzados de aquellos que están en mejores condiciones de hacerlos: las grandísimas empresas.
El retardo en la publicación del prometido anteproyecto de Ley de Comunicaciones Convergentes se suma al panorama y hoy recobra una nueva significación. La Comisión Redactora, encargada de proponer esta norma que regule la famosa convergencia, ya pidió dos veces prórroga para entregar el texto. En la última (Resolución 601/2017), se señala (¿se les escapó?) que la Comisión ya redactó el anteproyecto y que es necesario someterlo a consultas antes de ingresarlo al Congreso. Ese texto no se ha publicado, y ante repetidos pedidos de información se nos viene evadiendo sistemáticamente. No sabemos si habrá el tal anteproyecto. Lo que nos es dable sospechar es que si se han hecho consultas, han sido a algunas grandes empresas del sector, a juzgar por la soltura con la que se anuncia esta movida de fusión, impensable si no fuera con el amparo del Estado. ¿Serían capaces de hacerlo si no conocieran que la próxima ley lo permite? ¿O si no supieran que no habrá una próxima ley que lo prohíba?
De aprobarse la fusión (siempre queda la política gubernamental del “si pasa pasa” y de revertir aquellas medidas que causan ruido), estaremos frente a un escenario infocomunicacional concentradísimo, inclinado hacia el negocio, con poco lugar para la diversidad. En este contexto, y tomando los números de concentración resultantes, salta a la vista que el sector en el que menos espacio acaparará el nuevo consorcio, será el de la radiofonía (El Grupo Clarín posee emisoras fuertes, es cierto). Dato no menor y elocuente: ¿la radio no es vista como una oportunidad de negocio? Lo cierto es que sigue siendo el refugio de las audiencias a la hora de obtener mayor pluralismo y diversidad de contenidos y discursos. Una salvedad: de todos modos no es que el sector de la radio sea democrático per se, o que al salvarse en general de esta jugada concentradora, se trate de un ámbito que no esté igualmente dominado por el mercado. Pero a ese mismo Caballo de Troya que está poniendo todo el énfasis en las telecomunicaciones puede escapársele la fuerza que aún pueden tener algunos tipos de medios audiovisuales en su rol de contrapeso.
En este panorama es crucial el rol de las radios comunitarias, alternativas y populares. Estas emisoras han sabido lidiar con la crisis desde su constitución, surfeando entre abismos y amenazas, conviviendo con la falta de recursos y de amparo legal. Es este sector el que ha demostrado capacidad de adaptación, resiliencia y resistencia. Ante la reducción de propuestas comunicacionales diferentes que esta fusión supone, se deberá abrir necesariamente una oportunidad para que las radios de fines sociales ocupen ese rol, subsidiario para muchos, pero que encarna una necesidad humana como la de la comunicación y la expresión. Todos y todas tenemos cerca una radio comunitaria o alternativa; todos y todas tenemos cómo escucharlas por onda hertziana o por la web. Es más, quizás escuchemos alguna sin saber que se trata de una radio comunitaria. Ese sería el escenario ideal: que estas emisoras comprendan su rol, su oportunidad de captar audiencias y de ofrecer a los no convencidos una alternativa de comunicación, que seduzca ya sea desde su opción estética como desde su perfil político y conceptual.
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