Sí, podríamos publicar que se suicidó, que lo mataron, que no soportó ciertas presiones, que no soportaron ciertas presiones, que le sobraban datos, que le faltaban pruebas, que se metió con el poder o que el poder se metió con él, pero lo cierto es que murió: el periodismo, murió.
Por lo demás, nosotros no sabemos.
No sabemos por qué Berni arriesga si fue o no fue un suicidio, antes de las pericias.
No sabemos dónde leyó Doman lo que opinamos “todos los argentinos”.
No sabemos por qué Bergman cree que su mirada es “el sentido común”.
No sabemos cómo son las internas de los servicios de inteligencia.
No sabemos qué datos están investigando mientras tipeamos estas líneas.
No sabemos cuánto ayudan las especulaciones a los peritos.
No sabemos qué opinan sus seres queridos.
No sabemos cuánto durará la conmoción mediática.
Y ni siquiera sabemos quiénes mataron a las 85 víctimas del atentado a la AMIA, en 1994.
Por lo pronto, apenas sabemos que necesitamos saber la verdad, pero aparentemente la verdad es una boluda, que no entiende nada de televisión, ni de elecciones.
Pues entonces, hoy, ahora, rápido, en vivo, urgente, ya, ya, ya, podemos pedirles perdón, por nuestros tiempos o por nuestras limitaciones, pero no podemos de ningún modo contarles qué pasó, porque no tenemos ni la más puta idea.
Ojalá no debamos esperar 21 años para saberlo.
A la familia de Alberto Nisman, nuestras condolencias
La Garganta Poderosa