Por Graciela Pini*
C5N trasmite la imagen de un pibe y una piba esposados dentro de un coche policial dándose un beso. Cumbia villera de fondo. Con tono irónico y “reprobador” Eduardo Feinmann los compara sarcásticamente con “Bonnie and Clyde”. Escena-gancho dirigida a una población motivada para ver “al distinto” y (¿por qué no?) a despellejarlo casi con la misma morbosidad con la que “imagina” actuó el victimario/delincuente atacando a su víctima. Delincuente que, antes que la Justicia lo juzgue, ya es nombrado como tal por los medios, sin importar que se trate de un menor de edad a quien, con más razón, cabe proteger. ¿A quién se le ocurrirá pensar que quizá también ellos sientan miedo? ¿Por qué interpretar el beso como una “mostración de triunfo” en lugar de pensarlo como un signo de vulnerabilidad, como esa búsqueda de roce humano que tienen a disposición y que en buena hora lograron frente a este inmenso panóptico?
Frívola maquinaria-espectáculo empecinada en mostrar lo que se supone el imaginario popular pide promoviendo al lugar de actores a estos “ángeles negros”. Objetos sucios, feos y malos, vendibles al mercado (negro) de la fantasía voyeurista, objeto rechazado y “no reconocido” de lo peor de cada uno, ubicado en el afuera “a modo de expiación”, constituyendo en ajeno lo propio. ¿Y por qué la inseguridad es pensada desde un solo lado y sólo para un sector? ¿Cómo llamar a esta exposición de dos pibes en pantalla para que “todo el país los vea”, esposados, musiquita de fondo (no cualquiera, sino la villera, esta vez no elegida por ellos) insinuando un contexto de violencia? ¿O es la demonización permanente al punto que estos jóvenes terminan constituyéndose en “la causa” de todos nuestros males?
Hace unas semanas el tema nacional era la delincuencia juvenil, estableciendo nuevamente “falsas antinomias”: o se está con ellos o se está con la “sociedad”. Una clara exclusión encerrada en el propio planteo, como si los jóvenes no fueran parte de la “raza humana”. ¡Si no fuera por los pibes chorros el mundo sería un paraíso! De allí que al pedir la baja de edad de imputabilidad, en verdad se esté jugando el deseo de matarlos. Y si no fuera por estos gentiles hombres que nos abren los ojos día a día ¡qué sería de este mundo “estropeado” por la bala juvenil! (¿qué fue de ellos durante la dictadura, que no recuerdo dónde estaban para “avisarnos del peligro” y protegernos de esa inseguridad?) ¿Qué atravesamiento por la ley tienen nuestros medios? ¿Qué códigos manejan que pueden utilizar a los menores como objetos de consumo, estigmatizándolos como en el caso del ya “famoso” Kiti (supuesto autor del crimen del ingeniero sanisidrense) comparándolo con el psicópata Robledo Puch?
A los jóvenes que delinquen cabe responsabilizarlos por sus actos. No se trata de ubicarlos como inocentes por ser vulnerables socialmente. Es necesario, en la tarea del psicoanalista, vincular sus actos a su palabra, escuchar qué demanda o imperativo hay en juego. Por su parte, la Justicia Penal Juvenil (cuyos aciertos y errores es cuestión de otro análisis) deberá evaluar la medida a adoptar. En el proceso de subjetivación se hace imprescindible su relación a la ley. En una sociedad donde sus medios de difusión poseen “libre albedrío” para hacer con los menores lo que quieran, además de la ausencia estatal para normativizar su rol, o la actitud de un gobernador que sale a la palestra mediática con el librito de la derecha para “mejorar la imagen” pidiendo la baja de edad de imputabilidad en lugar de proponer la “baja de deserción escolar o hambre 0”: ¿desde dónde responsabilizar a los menores? La exclusión social, con el consecuente desamparo y corrimiento del Estado deja a los jóvenes a merced de la ideología del consumo que llega seduciendo con sus propagandas-signos que invitan a “pertenecer”. Los adolescentes consumen imágenes y “toman” los lugares que les asigna el mercado de modo obediente, muy a pesar de la trasgresión que suponen sus actos. De este modo se establece una especie de pacto inconsciente entre las partes, siendo los medios sus “agentes”, cada día más eficaces. Así las cosas, entonces, no va con el arte marketinero de la “comunicación” que estos pibes se besen por miedo o por inseguridad (también, como nosotros). No “venderían” ni coincidiría con lo que la gente “espera” de ellos: que, “por suerte”, sean “¡tan distintos a los nuestros!”.
* Psicoanalista - Fuero Penal Juvenil
Fuente: Diario PáginaI12