El periodista jefe de El Hincha murió esta tarde, a los 59 años, cuando viajaba en ómnibus rumbo a la redacción de este diario. Sus restos son velados desde las 21 en Caramuto, Córdoba 2936, y será enterrado mañana a las 15 en cementerio de Ibarlucea.
Jorge Balbo, periodista jefe de El Hincha –la sección deportiva de El Ciudadano–, falleció esta tarde a causa de un infarto masivo cuando viajaba en un ómnibus de línea rumbo a la redacción del diario para realizar su labor diaria.
Balbo tenía 59 años y el viernes pasado se había reintegrado a su puesto de trabajo tras haberse recuperado de una descompensación, también en la vía pública, que en las primeras horas del año le valió algunos días de internación en un sanatorio local y un alerta sobre su estado de salud, sin dudas afectado por una delicada coyuntura laboral que es de público conocimiento.
Su desaparición, además de conmover a su familia, sus amigos y a sus compañeros del diario, donde trabajaba desde su apertura en 1998, también es una enorme pérdida para el periodismo, en particular el de Rosario, ciudad en la que nació y de la que nunca se fue.
Fue maestro y a la vez ejemplo si se considera que en tanto periodista vivió de su salario de trabajador de prensa.
Como cronista deportivo estuvo en tres mundiales: Argentina 78, México 86 e Italia 90, en los tres casos por el diario La Capital.
Desde los años 70 tuvo un lugar en casi todas las redacciones de diarios de la ciudad. Su oficio valió para revistar en secciones tan diversas como deportes o policiales. Además del Decano de la Prensa, donde se desempeñó hasta 1994, fue parte de El país en la noticia, Democracia, Rosario y La Tribuna; corresponsal del diario deportivo Olé y de la revista El Gráfico.
Las grandes radios de AM lo han tenido como periodista en diferentes épocas, participando en programas de LT2, LT3 y LT8.
Sus restos son velados desde las 21 en Caramuto, Córdoba 2936, y será enterrado mañana a las 15 en cementerio de Ibarlucea.
Adiós, Maestro
Jorge Alberto Balbo, 1949-2009
La incredulidad y el dolor se apoderaron de cada uno de los trabajadores de El Ciudadano. Estamos conmovidos. Nos clavaron un puñal artero, a traición y por la espalda. Y eso duele, duele mucho. Se fue Jorge Balbo, un amigo, un compañero, un colega, pero sobre todas las cosas un maestro para quienes trabajamos con él y por él en El Hincha.
Jorge nos enseñó a escribir, nos hizo periodistas cuando hace diez años llegamos vírgenes a esta Redacción con más entusiasmo que ideas. Éramos, como acostumbraba a decir con su lenguaje arrabalero, “materia bruta”.
Para entonces, Jorge ya se había manchado mil veces los dedos con tinta en cuanto diario existió en esta ciudad. Durante toda su vida fue periodista, formado en la vieja escuela de los grandes maestros, cuando no existían ni las computadoras ni Internet ni la televisión por cable y los grabadores eran una rareza. “Y se podía hacer periodismo igual, ¿eh?”, nos aclaraba si naufragábamos en un vaso de agua, aterrorizados porque la conexión de banda ancha se estancó.
Le agradeceremos por siempre la paciencia infinita. Tal vez no se haya dado cuenta de que tenía vocación de maestro. Cuando corregía las notas nos sentaba a su lado para que viéramos los errores. No se cansó de hacerlo hasta que alguna vez se curó de espanto o, de tanto machacar, consiguió que escribiéramos de una manera decente.
Algo extraño y admirable de su personalidad, al mismo tiempo que enseñaba se hacía querer. No ocurre siempre eso con los maestros, a quienes por lo general se los suele reconocer a lo lejos, con el paso del tiempo. Pero Jorge era un periodista de raza, de los que quedan pocos. Vivía y pensaba como tal, por eso transmitía con naturalidad lo que él había recibido de otros.
La noticia de su partida nos duele y nos resulta increíble, insólita. Hay una silla vacía en la Redacción y una computadora apagada. Su lugar en este mundo, sin dudas. Ya se lo extraña. Con el paso de los días es probable que sea peor, que aumente la sensación de vacío. Sin embargo, quedará el consuelo de que Jorge Alberto Balbo consiguió lo que pocos: dejó una huella. Quienes trabajamos con él, antes y ahora, tendremos algo para transmitir a los que vendrán. Porque todo lo que sabemos lo aprendimos de él.
Lejos del estrellato
Por: Ruben Adalberto Pron
Era una persona sensible que hablaba en voz baja y hacía su trabajo pausadamente, dirigiendo la sección Deportes, de común bullanguera y jovial, con gestos más que con órdenes. Era la contracara de un grupo acostumbrado a comunicarse –con alguna otra excepción, claro– con voces estentóreas.
Él, con sus 59 años y habiendo transitado por varias experiencias periodísticas, siempre lejos del estrellato, estaba como de vuelta, escéptico a veces en el sentido que la Academia marca como segunda acepción: “que no cree o afecta no creer”. Y realidad como esta parte final, porque más que descreer desconfiaba de las fórmulas fracasadas pero mantenía abierta la esperanza de que algo nuevo podía aparecer en el momento menos esperado.
En Jorge, la procesión –que la tenía– iba por dentro. Lo sabíamos desde que éramos jóvenes compañeros de redacción en otros diarios, hace más de treinta años, y cada uno buscaba sobrevivir con dignidad y esperanza a los barquinazos de los diarios en los que nos ganábamos la vida. Él tuvo la posibilidad, en alguna etapa de la carrera, de gozar de la estabilidad que otorga el sueldo cobrado a tiempo y la seguridad de que al día siguiente habrá trabajo. Pero por alguna razón volvió al terreno de los desafíos, de lo que requiere poner todo de sí para edificar de nuevo.
El corazón se le cansó en el camino. Con los altibajos que esto supone, sobrellevó la vida sin hacerlo notar, o disimulándolo todo lo que pudo. Pero las circunstancias que rodearon su desempeño laboral, el de todos nosotros, los últimos tiempos, fueron minando su resistencia y su capacidad de recuperación. Hace unos días, un episodio cardíaco lo sorprendió en plena calle; ayer, el zarpazo final lo alcanzó mientras viajaba hacia el diario, al que se había reintegrado tres días antes.
Su silencio y su parsimonia se advertirán en esta redacción, a menudo rumorosa, y se lo extrañará.
No es poco. Se lo supo ganar. Fuente: El Ciudadano
Un compañero de aquellos
Por: Miguel Pisano, Diario La Capital
La noticia tajeó la tarde irremediablemente. La muerte lo encontró como vivió: laburando. Jorge Balbo, el sempiterno jefe de Deportes de los diarios rosarinos en los últimos 20 y pico de años, se murió ayer de un paro en un colectivo, cuando iba a El Ciudadano.
Defensor a ultranza del buen juego, menottista acérrimo, peronista del 45, tenía una rara habilidad para llevar lentamente la pelota en las inferiores del salaíto, cuando el mundo giraba más despacio.
Cuando colgó los botines encontró en el periodismo deportivo la mejor excusa para canalizar su berretín por la redonda, al punto que protagonizó una de las anécdotas más jugosas del medio: era un pibe y trabajaba como cronista de LT2 desde el borde del campo en un partido definitorio y cuando terminó el encuentro tiró los auriculares y salió corriendo a festejar. El Negro, o Carita, como también lo llamábamos en aquellos buenos viejos tiempos, integró la vieja redacción de La Tribuna, junto al Negro Héctor Hugo Cardozo, el Flaco De Paz, el Mono Tabares y Juanito Berros.
De una sensibilidad especial por la gente de barrio, Jorge se la jugó al traerme a trabajar al Decano desde pibe, sin conocerme y sólo porque escribía en un par de medios porteños y lo conocía a su amigo, el Negro Cardozo: fue un compañero de aquellos.
La crisis del medio lo había amonestado la otra semana con un episodio circulatorio, del que había salido quizá indemne, al extremo recién había vuelto a trabajar. Hasta ayer, cuando un ataque artero le rompió el corazón y tajeó la tarde para siempre.