Destapar la verdad sobre Chechenia o desenmascarar las tramas de corrupción pueden ser ejercicios letales para los profesionales de la comunicación rusos
Rafaél M- Mañueco, Moscú
Rusia es uno de los países que encabeza las listas mundiales de crímenes contra los profesionales de los medios de comunicación. Desde la desintegración de la URSS, hace ya 17 años, han perdido la vida cerca de 300 periodistas rusos. No todos murieron por destapar la verdad de lo que sucede en Chechenia. Desenmascarar tramas de corrupción es también peligroso. No obstante, mantener el Cáucaso Norte aislado informativamente sigue siendo una preocupación constante de las autoridades rusas.
Mijaíl Trepashkin, abogado y ex agente de los servicios secretos rusos, alertó en 2003 a su colega Alexander Litvinenko de la existencia de una «lista negra», confeccionada por el FSB (antiguo KGB), de personas que debían ser «eliminadas» por actuar «en contra de los intereses de Rusia». Litvinenko falleció en un hospital de Londres el 23 de noviembre de 2006 debido a una alta dosis de polonio-210. Mes y medio antes, había muerto a balazos en Moscú la corresponsal del periódico ruso «Nóvaya Gazeta», Anna Politkóvskaya.
Una trayectoria común
Trepashkin, Politkóvskaya y Litvinenko tenían en común el haber estado escarbando sobre la actividad del FSB y otros órganos de seguridad rusos en todo lo relacionado con la segunda guerra en Chechenia, en 1999. Cada uno desde una actitud y un papel diferentes. La periodista de «Nóvaya Gazeta» se dedicó a denunciar los abusos de las tropas rusas cometidos contra la población civil.
Litvinenko, que en su mensaje póstumo acusó a Vladímir Putin de ordenar su muerte, publicó en Occidente el libro llamado «El FSB dinamita Rusia», en el que pone de manifiesto la implicación de los servicios secretos rusos en los brutales atentados, achacados a la guerrilla chechena, que estremecieron Rusia en el otoño de 1999. Aquellas matanzas sirvieron para justificar una nueva intervención armada en la república separatista y catapultaron a Vladímir Putin hacia el poder.
La mayor parte de los materiales que Litvinenko utilizó para escribir el espeluznante testimonio se los proporcionó Trepashkin. Éste, por su parte, se puso al servicio de una de las víctimas de aquellas misteriosas explosiones. Después de aquello, Trepashkin fue arrestado y enviado cuatro años a un penal de Siberia por «divulgar secretos de Estado». Le liberaron hace 14 meses, pero aquellos atentados siguen sin esclarecerse.
La cúpula rusa hace como si Chechenia, cerrada a cal y canto a los periodistas extranjeros, no fuera ya un problema, pese a que el conflicto se ha extendido a las repúblicas vecinas de Ingushetia, Daguestán, Osetia del Norte y Kabardino-Balkaria. Sin embargo, la represión y las agresiones contra la prensa no cesan. En marzo del año pasado, fueron asesinados Iliás Shurpáyev, corresponsal del canal 1 de la televisión rusa en toda la zona del Cáucaso Norte, y Gadzhí Abashílov, director del principal canal de televisión daguestaní.
En agosto de 2008, la Policía de Ingushetia mató de un tiro «accidental» en la sien a Magomed Evlóyev, dueño de una edición crítica con los métodos que emplean las autoridades en su lucha contra los simpatizantes de la guerrilla chechena. Dos días después, era acribillado a tiros en Majachkalá, la capital de Daguestán, Telman Alisháyev, presentador de un canal de televisión local, y apaleado en Nálchik (Kabardino-Balkaria) Miloslav Bitókov, redactor jefe de la revista opositora «Gazeta Yuga».
El próximo otoño se cumplirá el 10 aniversario de las explosiones que Litvinenko describe en su libro. Los asesinatos, hace justo una semana, de la reportera de «Nóvaya Gazeta», Anastasía Babúrova, y el abogado Stanislav Markélov, que trabajaba para el mismo rotativo y defendía a la familia de una chechena asesinada, parecen una siniestra advertencia para quienes pretendan seguir indagando.
Mantener el Cáucaso Norte aislado en los medios de prensa es una preocupación de las autoridades rusas.
«Soy partidario del cierre de nuestra publicación tras la muerte de Babúrova»
Dmitri Murátov es director del bisemanario ruso «Nóvaya Gazeta» desde su fundación, en 1993. La publicación que encabeza detenta el trágico récord de ser la que más periodistas asesinados ha tenido que lamentar en 15 años de existencia. Anna Politkóvskaya, tiroteada en el ascensor de su vivienda en octubre de 2006, y Anastasía Babúrova, muerta también de un balazo en la cabeza el pasado lunes, son dos de ellos.
-Ustedes detentan el triste récord de ser el medio de comunicación ruso con más periodistas asesinados.
-Sí, somos lo que hemos sufrido más muertes, cuatro en total en los últimos años.
-¿De qué escribía Babúrova?
-Anastasía escribía sobre la actividad de las organizaciones ultras, desde fascistas y ultranacionalistas hasta cabezas rapadas. No hay que olvidar que estos grupos matan gente prácticamente a diario.
-Sin embargo, el Gobierno ruso sostiene que Anastasía Babúrova murió casualmente, al encontrarse en compañía del abogado Stanislav Markélov, que, según ellos, era el verdadero objetivo del pistolero.
-Al igual que Markélov, ella también recibió un disparo en la cabeza y por detrás. Su asesinato fue completamente intencionado. Es sintomático que nuestras autoridades se aventuren a determinar si el homicida mató o no de forma premeditada.
-¿Son ustedes objetos de amenazas con frecuencia?
-Sí, de forma casi permanente. Hemos logrado que uno de nuestros empleados obtenga protección de las fuerzas de seguridad, pero es completamente insuficiente.
-¿Se pueden relacionar todos los asesinatos en su periódico con el del ex espía Alexánder Litvinenko?
-No hay pruebas que vinculen todos estos casos, pero sí existe una relación entre ciertos grupos dentro de las fuerzas de seguridad y otros estamentos del Estado con las organizaciones nacionalistas de extrema derecha.
-¿Cómo pueden ustedes trabajar así?
-Mire, yo soy partidario de cerrar nuestra publicación tras la muerte de Babúrova y le voy a decir por qué. En cuanto tocas a los servicios secretos, el Ejército, la Policía, la corrupción, las constructoras de viviendas, el tema del gas, las organizaciones fascistas o los sobornos a los jueces te empiezan a suceder desgracias, incluyendo los asesinatos que ya he descrito. Para que las cosas te vayan bien tienes que dedicarte al «glamour», las historias rosas, el mundo del espectáculo y la previsión del tiempo. Pero no cerramos el periódico por que la mayoría de los redactores están en contra de ello.
-¿Qué piensa el dueño de «Nóvaya Gazeta», el magnate Alexander Lébedev?
-Está indignado y, aunque sus puntos de vista no coinciden siempre con los nuestros, es completamente solidario con la redacción. Considera que en Rusia ha comenzado una nueva campaña de terror contra la prensa, los abogados y las instituciones sociales en general.
-Lébedev ha propuesto obtener licencia de armas para los reporteros.
-Efectivamente y apoyo esa idea. Hemos cursado ya la correspondiente solicitud al Ministerio del Interior para que, al menos los periodistas que investigan los asuntos más peligrosos, puedan portar armas.
-¿Sabremos quién ordenó matar a Politkóvskaya?
-Prácticamente ningún caso de asesinato de periodistas se ha esclarecido en Rusia. Los que están ahora en el banquillo están implicados en el crimen, pero no está ni el ejecutor ni quienes lo encargaron.
En las fotos homenajes a la periodista Anna Politkovskaya, en el exterior de la embajada rusa en Helsinki. Fuente: AP y AFP
Fuente: Diario ABC