Pedro J. Ramírez en la Feria del Libro de Madrid - Foto Gtres
Inutilizar a Pedro J. Ramírez durante más de un año. Esa es la obvia finalidad de las últimas decisiones que acaba de tomar Unidad Editorial, editora de El Mundo. Y es que la compañía, propiedad de Rizzoli Corriere della Sera Mediagroup (RCS), ha comunicado al periodista que nunca más escribirá en el diario que fundó y que no puede escribir en otro medio ni, por supuesto, crear otra cabecera hasta que transcurran quince meses. Además, le ha pedido que abandone su despacho, amén de retirarle la secretaria, el chófer y el coche asignados. La empresa considera que el pacto de no competencia firmado en su día con Ramírez sigue en vigor. Y éste puntualiza que ha cobrado 5,3 millones por su destitución.
Este lunes por la noche el diario Infolibre revelaba que la antigua Unedisa había decidido el despido de Pedro J. y que éste debía abandonar hoy, martes, su despacho. Además, en dicha información se citaban a personas de la empresa que decían que "se va con una indemnización de 13 millones de euros y con un plan de pensiones de 14". Fuentes no oficiales de Unidad Editorial afirman a Vozpópuli que, en efecto, el periodista debe salir del edificio de la Avenidad de San Luis y ya no disfrutará de secretaria, de chófer y del coche. Además, como ya se ha dicho, aseguran que Pedro J. no volverá a escribir en el periódico que fundó, en línea con lo sucedido el pasado domingo.
Pero lo más llamativo es que en Rizzoli y Unidad Editorial pretenden que Ramírez, fuera de la compañía, siga cumpliendo el pacto que firmó cuando fue despedido. Un pacto según el cual no puede escribir en otro medio ni fundar una cabecera propia hasta que transcurran dos años de su destitución. Es decir, hasta febrero de 2016. En conversación con Vozpópuli, el propio Pedro J. no entra en detalles pero confirma que "la empresa considera que sigo sujeto a un pacto de confidencialidad, pero yo creo que este asunto debe dirimirse en los tribunales y también en la opinión pública". Y en respuesta a lo publicado puntualiza, eso sí, que "he cobrado una indemnización de 5,3 millones de euros y Montoro se ha llevado 5,8 millones". Además, tilda de "canallada" que se hable de su plan de pensiones, porque se trata de un plan que, como en el caso del resto de directivos de la empresa, se ha construido al destinar una parte de su remuneración mensual durante sus 25 años en el cargo y nada tiene que ver con su destitución.
Se trata, en suma, del penúltimo paso entre la guerra sin cuartel entre el fundador del diario y la compañía, personificada en el actual director del rotativo, Casimirio García-Abadillo.
Al fundador de El Mundo, le quitan el despacho, la secretaria, el coche, la seguridad y que tendrá que indemnizarles con 400.000 euros
La decisión de Unidad Editorial es la de romper una parte del acuerdoque ambas partes suscribieron el pasado mes de enero, cuando se destituyó a Pedro J.
El ex director de El Mundo deja de disponer de su despacho, de secretaria, decoche, de seguridad y, además, le comunican que el periódico no volverá a publicar ninguna carta dominical firmada por él.
Además, Unidad Editorial exige a Pedro J. Ramírez una indemnización de 400.000 euros por, según ellos, cuatro vulneraciones del acuerdo suscrito:
1. Una entrevista en The New York Tmes donde afirmó que su destitución se produjo por presiones políticas.
2. Un tuit en el que Pedro J. afirmó que la decisión se tomó por presiones brutales.
3. La carta del Arponero Ingenuo en la que arremetía contra Casimiro García-Abadillo.
4. Por replicar y criticar en Facebook el editorial de El Mundo del pasado lunes.
No obstante, Unidad Editorial le precisa que se mantienen en vigor las obligaciones de no competencia y que Pedro J. tiene obligación que respetarlas.
El periodista riojano, por tanto, no puede ser contratado por ningún otro medio de comunicación ni tampoco puede fundar otra cabecera, siempre según esta comunicación que Pedro J. acaba de recibir.
En definitiva, Pedro J. Ramírez no podrá ni siquiera seguir acudiendo a la sede del periódico que creó, ni colaborar con ningún otro medio de la competencia durante, al menos, los próximos quince meses.
En declaraciones a VozPópuli, Pedro J. ha comentado que "la empresa considera que sigo sujeto a un pacto de confidencialidad, pero yo creo que este asunto debe dirimirse en los tribunales y también en la opinión pública".El ex director de El Mundo deja de disponer de su despacho, de secretaria, decoche, de seguridad y, además, le comunican que el periódico no volverá a publicar ninguna carta dominical firmada por él.
Además, Unidad Editorial exige a Pedro J. Ramírez una indemnización de 400.000 euros por, según ellos, cuatro vulneraciones del acuerdo suscrito:
1. Una entrevista en The New York Tmes donde afirmó que su destitución se produjo por presiones políticas.
2. Un tuit en el que Pedro J. afirmó que la decisión se tomó por presiones brutales.
3. La carta del Arponero Ingenuo en la que arremetía contra Casimiro García-Abadillo.
4. Por replicar y criticar en Facebook el editorial de El Mundo del pasado lunes.
No obstante, Unidad Editorial le precisa que se mantienen en vigor las obligaciones de no competencia y que Pedro J. tiene obligación que respetarlas.
El periodista riojano, por tanto, no puede ser contratado por ningún otro medio de comunicación ni tampoco puede fundar otra cabecera, siempre según esta comunicación que Pedro J. acaba de recibir.
En definitiva, Pedro J. Ramírez no podrá ni siquiera seguir acudiendo a la sede del periódico que creó, ni colaborar con ningún otro medio de la competencia durante, al menos, los próximos quince meses.
Sobre su indemnización (13 millones de euros y 14 millones más de su plan de pensiones), ha comentado que "he cobrado una indemnización de 5,3 millones de euros y Montoro se ha llevado 5,8 millones".
También ha considerado una "canallada" que se hable de su plan de pensiones, porque opina que se ha construido al destinar una parte de su remuneración mensual durante sus 25 años en el cargo y nada tiene que ver con su destitución.
La carta de Pedro J. contra Rajoy que no ha publicado El Mundo
Carta de un arponero ingenuo. El estafermo
Por: Pedro J. Ramírez
Poco antes de ahorcarse en la calle del Farol Viejo –“la más oscura que pudo encontrar”, según Baudelaire- el extravagante Gérard de Nerval, famoso entre los parisinos por su costumbre de sacar de paseo a su langosta cual si fuera un caniche, escribió algunos de los relatos más inquietantes de la literatura decimonónica.
En uno de ellos aparecía un pobre hombre que sacaba pecho ante su esposa porque había logrado un contrato como estafermo, en un remedo de las viejas justas medievales. Llegaba a casa medio tullido, más vapuleado que un Ecce Homo, pero orgulloso de haber arreado algún que otro guantazo a personas distinguidas, por mor de las leyes de la física.
Originariamente el estafermo era un muñeco giratorio, firmemente plantado en un lugar de la pista del torneo –de ahí la etimología italiana: “sta’ fermo”-, que enarbolaba en un brazo un escudo y en el otro, igualmente rígido, una correa con bolas de hierro o saquillos de arena. Los lanceros debían impactar al galope en el escudo y escabullirse con la suficiente rapidez para no ser golpeados por la espalda, e incluso derribados, por esos objetos contundentes que ellos mismos activaban con su ímpetu.
La naturaleza del estafermo residía en su carácter inerte, en su falta de iniciativa, en su abulia existencial, en su condición tan yerma como yerta, en contraste con la vitalidad actora del jinete. En definitiva tanto el premio, al golpear el escudo, como el castigo, al girar al monigote y convertirlo en traicionero bumerán, dependían del difícil equilibrio entre la contundencia y la agilidad del caballero. Ya en 1611 Sebastián de Covarrubias escribía que el estafermo “algunas veces suele ser un hombre que se alquila para aquello… con que da de reír a los que miran”. Claro: mucha más gracia que el muñeco con apariencia de persona hace siempre la persona con apariencia de muñeco.
Pero si aconsejo acudir a Manzanares el Real, Ferrol o algún otro lugar en los que aún se revive la tradición medieval del estafermo no es para ejercitar la risoterapia sino el análisis político. De hecho fue al ver funcionar el mecanismo en una película de época cuando yo mismo encontré la respuesta al enigma que venía obsesionándome: ¿Cómo es posible que Rajoy tenga tan merecida fama de indolente en el ejercicio de sus responsabilidades y aparezca a la vez rodeado de una aureola de implacable liquidador de antagonistas, a medio camino entre el misterioso anfitrión de la isla de los Diez Negritos y el expeditivo señor Lobo de Pulp Fiction?
Ese modelo no existe en la vida. Nadie es tan zambo para la construcción y tan virguero para la destrucción. El pasmarote lo es igual para lo malo que para lo bueno y el hombre de acción nunca deja de romper huevos al tratar de hacer tortillas. Sólo el estafermo se mueve estándose quieto. Ese es, o más bien eso es, al fin he visto la luz, el Rajoy que nos gobierna: una veleta manejada por el viento, un diapasón que reverbera sonidos externos, un gong sobre el que golpea el mazo ajeno, un pelele en el torneo político que sirve en la misma carambola de saco de las bofetadas y títere de cachiporra
En el fondo tiene razón cuando desvía las culpas de todo a los demás. Porque el Rajoy ejecutivo no existe, no ha existido jamás. A ver, que alguien recuerde algo de provecho o algún destrozo notorio que hiciera como presidente de Diputación, ministro de esto y de lo otro o vicetodo. Rajoy somos los otros: nuestros errores y fracasos, nuestras autodestructivas reglas del juego que han parido una encastada cupulocracia. De la ausencia de los mejores pasamos primero a la presencia de los peores, luego a la nada con gaseosa y en este mascarón de proa ya ni siquiera quedan las burbujas.
Fue al permitir que los partidos usurparan nuestros derechos de participación política cuando fuimos inventando al Rajoy inanimado, el autómata sin iniciativa, el papamoscas de la catedral de Burgos, el hombre sin atributos de Musil, relator de una acción paralela que nunca llega a ocurrir. Ese artefacto, ahí plantado como un guardia urbano con sus guantes, su porra y su silbato, que cuando menos lo esperas te da una leche por la espalda. Pero no es él sino tú mismo con tu exceso de velocidad, tu despiste ante el semáforo en ámbar, tu medio sorbo de alcohol en sangre o tu claxon demasiado ruidoso quien activa el radar del robot, la desalmada retribución del estafermo.
Aznar lo fue llevando de un sitio a otro, plantándolo ora en Administración Territorial, ora en Cultura, ora en Interior sin consecuencia alguna para el Estado. Luego lo eligió sucesor precisamente por eso: porque no existía. ¡Y claro que tampoco fue Rajoy quien ideó, inventó, imaginó o diseñó –palabras ignotas en su léxico- la corrupción en Génova! Pero si se repartían sobresueldos, él ponía la mano, cogía la caja de puros y mañana más; si se cobraban mordidas, él recibía al donante, hablaban de fútbol y mañana más; si el tesorero millonario se veía en apuros judiciales, le mandaba mensajitos de apoyo y mañana más. No iba a ser un estafermo quien alterara el curso de los astros.
El suyo era un escuálido sol de invierno abocado a un fulminante ocaso. En la campaña de 2008 me di cuenta de que hasta en la Plaza del Obradoiro, cuando se le acercaban cariñosos sus paisanos, el rígido autómata, incapaz de toda empatía, movía con dificultad sus articulaciones oxidadas. Bastó que enfrente tuviera a un ser humano, lleno de imperfecciones pero con cierta sangre en las venas y razonable riego cerebral, para que por segunda vez fuera noqueado. No quedaba sino la hierática despedida del balcón de Génova.
Pero esa noche cuando Faetón ya encerraba su carro en la estrellada cochera y se aprestaba a enviar a la hojalatería aquellas chapas, cables y tornillos de su recogida póstuma, tres compinches muy dispares –Gallardón, Arenas, Camps- y un avariento e insaciable Stromboli, empeñado en extraer hasta el último euro negro de su imaginativo invento, “la marioneta sin hilos”, convencieron a un prejubilado vocacional, con igual nombre que el estafermo, para que ocupara su lugar. Y lo alquilaron enseguida.
Ahí fue cuando se jodió el Beluchistán. Diríamos que Rajoy empezó a hacer de Rajoy como Pierre Menard comenzó a escribir el Quijote. En ambos casos la copia fue escrupulosa pero la diferencia estaba en el original y el amanuense: lo que va de Arriola a Borges. La catástrofe sobrevino cuando el humano cejialto sucumbió en Pearl Harbor, el PSOE sacó del desván a un paquete perdedor, y el sosias del maniquí barbudo llegó a la Moncloa con mayoría absoluta.
Apenas los serviles ministriles, embutidos en sus refulgentes libreas de colores, habían hecho sonar las trompetas y atabales que anunciaban el inicio de la justa cuando, sin comerlo ni beberlo, el estafermo nos propinó su primera descomunal galleta. Resultaba que el déficit público y las exigencias europeas habían impactado en el escudo y el Rajoy de carne y hueso que, como el personaje de Nerval se pavoneaba ya en familia, reaccionó con el mismo automatismo con que lo hubiera hecho el Rajoy de madera de alcornoque: impuestazo y tente tieso. Poco después los etarras golpearon el escudo con los aldabonazos de los siniestros compromisos adquiridos y el brazo rígido del estafermo repercutió sobre la parte de atrás de la cabeza de las víctimas, reinsertando a sus verdugos, incluido el abominable Bolinaga.
Desde entonces todo ha seguido la misma pauta. Tenía razón Lucía Méndez el otro día: Rajoy ha nacido para hacer de Rajoy. Nunca podrá imitar a otro muñeco. El día que lo parieron Proteo se había ido de parranda. Fijémonos en el maquinismo de su conducta inane durante este último remedo de rebelión de los catalanes: convocatoria, impugnación… convocatoria, impugnación… ding, dong… ding, dong, PF1 insertar. “No puedo hacer otra cosa”, alega el estafermo. Cada vez que oye “dominus vobiscum”, va y responde “et cum spiritu tuo”.
Ahí tenemos al brazo listo y al brazo tonto de la ley, empalmados en un mismo priapismo. Por eso lo de hoy está a la vez prohibido y permitido. ¿Política… quién dijo política? ¿Reformas… no las hicimos ya en Génova? ¿Artículo 155… a qué libro de salmos pertenece eso? Cada vez que habla en público se escucha la misma canción: “Soy tan sólo una muñeca que no sabe de amor/ soy de cera, soy de trapo, pero no de salón/ Mi vida es dulce como un bombón/ Poupée de cire, poupée de son”.
A pesar de su leyenda negra, ni siquiera es un malvado. El mal necesita esmero y diligencia. Si te da con la estaca es por inercia. Le sacas los SMS en portada y eres tú mismo el que activas, con ese idealismo que te lleva a ir a por todas sin cubrirte las espaldas, el código rojo de las defensas nucleares que manejan al unísono el poder político y el económico. ¡Cuántos de los implicados en mi acoso y derribo no se arrepentirán ahora, a la vista de este CIS que augura lo peor, por haber desaprovechado aquella ocasión en la que tuvieron a huevo rescindirle el contrato al estafermo!
Dice Pérez Reverte que “Rajoy parece una liebre paralizada en una carretera ante los faros de un automóvil” y yo disiento. La parálisis requiere movimiento previo. ¿Rajoy una liebre, querido Arturo? Ni a conejuelo de gazapera llega. ¿Cuándo le has visto brincar, recortarse, emprender carrera alguna hacia ningún sitio? Para mí que es el crustáceo exánime, esa palinurus interruptus que arrastraba Nerval simulando que había tracción entre sus pinzas.
La ansiedad social por el hecho de que Rajoy no reaccione ante ningún desastre recuerda el momento del reinado de Carlos II en el que se decía que el monarca tomaba decisiones bajo el influjo de un encantamiento. El remedio fue, según relata Carmen Sanz Ayán en su fascinante estudio sobre el teatro palaciego de la época, encargar un comedia, titulada “El hechizo sin hechizo”, en la que “se desmitificaba la magia como algo que pudiera determinar la conducta del ser humano”. La representación acreditó la verdad. Nadie había suministrado a Carlos II filtro o bebedizo alguno -en realidad no hacía falta- pero aquel último Austria, tan débil de voluntad como de remos, pasó a la Historia como “El Hechizado”.
No le demos más vueltas. Esto ya no se arregla a bocinazos. El estafermo siempre permanecerá estólido en su estrago. Lo suyo no es coyuntural sino ontológico. En lo que sí tiene razón Pérez Reverte es cuando añade que “lo malo es que nos van a atropellar a todos”. Por eso no veo más salida de emergencia que la de la calle del Farol Viejo, tal y como la dibujó Gustave Doré, con la trompetera parca arrastrando hacia al más allá no sólo el alma del finado sino también las de todas sus hechuras de ficción.
Fuente: VoxPópuli, Confidencial, medium.com