Cuando la estupidez humana termine eliminando toda forma de vida de la superficie terrestre, nos quedará (segundos antes de que eso suceda, por supuesto) el estúpido orgullo de saber que quedará eliminada la propia estupidez y, por supuesto, dejarán de existir los que forjaron su vida sobre la insensatez del poder. El fallo del juez Héctor Martínez contra el periodista Sergio Poma, condenándolo a un año de prisión en suspenso, un año de inhabilitación para ejercer el periodismo y el pago de costas al encontrarlo "penalmente responsable del delito de injurias" al gobernador Juan Carlos Romero, podría inscribirse en la lápida final de la humanidad cuando la estupidez barra con ella.
Cuenta Paul Tabori, en "Historia de la Estupidez Humana", que entre las dos guerras en Europa Central, existió un insulto favorito bajo la forma de una pregunta: "Dígame…¿duele ser estúpido?".
La estupidez, en verdad, duele. Y mucho. Lo lamentable, es que no le duele al estúpido ya que si el estúpido se perjudicara a sí mismo, otro sería el cantar y el destino del género humano sería, quizás, alguna nubecilla radiante en un paraíso soñado. Pero, lamentablemente, como el mismo Tabori concluía, "la estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo".
Mikhail Bakunin, uno de los más destacados ideólogos del anarquismo, hizo huir al propio Carlos Marx de Ginebra a Nueva York, bajo la amenaza de dinamitarle la Internacional Socialista. No era Bakunin el inmoderado salvaje de la violencia apátrida sino el hastiado pensador que no encontraba eco en las propuestas anarquistas que, ¡oh, sensatez del mundo! fueron las que quedaron para siempre en la historia de los seres humanos: mutualismo, cooperativismo, el principio de que la tierra es para el que la trabaja (epítome de la Revolución Mexicana) que el marxismo condenaba. Bakunin dijo que "la violencia es producto de la estupidez de quienes cierran los verdaderos caminos de la revolución". Hoy, del marxismo quedan oquedades. Del bakuninismo quedan aquellos principios y las utopías.
Entre el pensamiento de Tabori y antes, el de la acción de Bakunin, casi se diría que se escribió el destino de la esencia humana. Entre ambos, nunca estará el nombre del juez Héctor Martínez, sin dudas. Ni el de muchos que se dan estos lujos de la estulticia yerta, del agravio que busca humillar, como un pésimo modo de estupidez "andantina". Serán otros los brillos, aunque la humanidad termine hundiéndose en el horno final. Ellos no existirán ni para brasa.
El insensato ataque a la libertad de expresión, es un ataque a la libertad. Ya demasiado ofende a los seres humanos la perduración de la injusticia como para tolerar, además, el ultraje al más preciado don de la libertad. La justicia, decían los viejos socialistas, es la primera herramienta de equilibrio social. Sin ella, nada tiene sentido.
Cuando la justicia, por necia, ofende, el equilibrio social deja de existir y, en consecuencia, sobreviene el caos. Que, paradójicamente, es la argumentación (falaz y felona) con que se buscó acotar la libertad de expresión para "escarmentar al periodismo", según el pensamiento del oficialismo salteño.
Sin dudas, como diría Richard Armour, hay personajes que no nacieron estúpidos. Se convirtieron en estúpidos luego de un duro esfuerzo personal. Es decir, perdieron la sensatez.
La estupidez, la sensatez perdida, serán para siempre, las verdaderas tragedias humanas.
Fuente: Agensur.info