El 15 de septiembre de 1913 salía el primer número del diario que cambiaría para siempre la forma de hacer periodismo en la Argentina. Fundado y dirigido por el uruguayo Natalio Botana, combinó las mejores plumas del país con el sensacionalismo más desprejuiciado. Llegó a tirar más de 300.000 ejemplares por día y a tener en un puño a la opinión pública nacional.
En 1910 Natalio Botana era uno de los tantos uruguayos que llegaban en masa a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades.
A diferencia de la mayoría de sus compatriotas, no se conformaba con trabajar para sobrevivir: su objetivo era conquistar a la Reina del Plata.
Con una formación de colegio seminarista -donde su único interés estaba en la biblioteca- y partícipe de la guerra civil de su país junto a las tropas blancas lideradas por el caudillo Aparicio, a los pocos meses de cruzado el charco era uno de los redactores del diario La Razón.
Las noches de charlas eternas en los cafés de la calle Corrientes terminaron de concretar lo que para algunos era un delirio del lúcido y culto periodista de 25 años: fundar su propio diario.
Con 5.000 pesos aportados por contactos con el político conservador Marcelino Ugarte, Botana concretó su sueño la tarde del lunes 15 de septiembre de 1913, día en que el diario Crítica hizo su irrupción en la vida de los porteños. El precio de tapa era de 10 centavos y los primeros números salieron con el lema: “Diario ilustrado de la noche, impersonal e independiente”, que luego cambiaría por el definitivo e histórico “Dios me puso sobre vuestra ciudad como a un tábano sobre el noble caballo, para picarlo y tenerlo despierto”.
Los primeros años fueron duros. Antes de mandar el material a la imprenta, Botana tenía que pagar por adelantado el trabajo, y muchas veces llegó a empeñar objetos personales para que Crítica saliera a la calle. Pero siempre salió.
En 1916 el diario asumió una abierta oposición al gobierno de Hipólito Yrigoyen; el día en que el caudillo radical asumió la presidencia, Crítica tituló: “Dios salve a la República”.
El diario de la gente
Botana se propuso llegar a la gente, ser parte de la vida del lector y un brazo más de la moderna Buenos Aires. Crítica iba del sensacionalismo de la sección policiales, en manos de Gustavo Germán González (GGG) y con titulares tamaño catástrofe, hasta poesías de Pablo Neruda. Mientras de algunas de sus páginas chorreaba sangre, en otras se reflejaban las actividades literarias del país y del mundo.
Para mantener ese equilibrio, por la Redacción circularon verdaderos monstruos de las letras, como los hermanos González Tuñón (Enrique y Raúl), Roberto Arlt, Ulyses Petit de Murat, Alfonsina Storni, Sixto Pondal Ríos, Conrado Nalé Roxlo, Luís Cané, Carlos de la Púa y un joven que era la gran promesa de la literatura argentina, y al que Botana tenía entre algodones: Jorge Luís Borges. La otra parte del éxito del periódico se debió a los dibujantes que sorprendían en cada edición con sus caricaturas políticas y deportivas: Málaga Grenet, Pedro de Rojas y “El Mono” Diógenes Taborda.
Con este plantel y las ideas que salían de esas mentes brillantes, Crítica marcaba el camino al resto de los diarios: fue el primero que envió cronistas y fotógrafos como corresponsales de guerra al conflicto entre Paraguay y Bolivia; destacó al primer cronista deportivo que acompañó a un club de fútbol en gira, cuando cubrió la campaña de Boca por Europa en 1927; en su Redacción se realizó el primer reportaje telefónico trasatlántico con motivo de la inauguración de la agencia del diario en Berlín. También fue pionero en incorporar grandes fotos, en imprimir en color, en incluir un suplemento deportivo y una revista semanal.
El diario salía a la mañana, al mediodía, a la tarde, a la noche y, a veces, cuando los acontecimientos lo ameritaban, sacaba la séptima a la medianoche. Venía con suplementos y secciones como “La buena cocina”, “Cultura física”, “Para gordos y flacos”, “Moda”, “La música, los autores y las obras”, un suplemento infantil a todo color y hasta libros a precios muy accesibles, lo que se conoció como la “Biblioteca Crítica”. En sus épocas de gloria, tiró más de 300.000 ejemplares diarios.
Pero, por sobre todo, Crítica hacía partícipes a los lectores. Organizaba espectáculos públicos, concursos de cuentos, certámenes de mujeres feas (a cuyas ganadoras se les regalaba un tratamiento de belleza), competencias para adivinar el peso de un elefante o campañas para encontrar a un familiar perdido. Todo bajo el mando y la supervisión de su capitán, porque Crítica era Botana y Botana era Crítica.
Monstruo de noticias
A finales de 1920 el diario inauguró su edificio propio. En Avenida de Mayo 1333, la obra estuvo a cargo de un arquitecto húngaro que lo construyó al gusto y capricho de Natalio Botana. Con seis pisos y un subsuelo, contaba con sus propios talleres de impresión, además de un gimnasio, un bar y hasta una peluquería para uso exclusivo de su personal.
Una de las particularidades del edificio era la estridente sirena con la que se anunciaba a la población los acontecimientos más importantes.
Los ventanales que se ubicaban sobre la Avenida de Mayo se utilizaban para colocar pizarras con las últimas noticias y se actualizaban cada hora. Al poco tiempo, se transformó en un sitio de reunión para los transeúntes, que se paraban a comentar y opinar sobre la información.
Como la radio ganaba cada vez más espacio, Botana no quiso quedarse afuera y en 1925 creó LOR Brodcasting de Crítica. Fiel a su estilo, puso a los mejores hombres del momento, que eran nada menos que los fundadores de la radiodifusión en Argentina: Enrique Telémaco Susini, Miguel Mujica, César Guerrico y Luís Romero Carranza, mejor conocidos como “los locos de la azotea”. Pero la radio no tuvo el éxito que su director esperaba, y antes de cumplir dos años en el aire Botana se desprendió de la emisora.
El cine fue otra de sus aventuras cuando, en 1940, inauguró Baires Film. Al comienzo el proyecto estuvo asesorado por un joven realizador francés: Daniel Tinayre, y las dos primeras películas fueron Mateo y La hora de las sorpresas.
Juez y parte
Crítica era sinónimo de progresismo en tiempos en los que no se hablaba de progresismo.
Defendía la democracia, los derechos humanos, la libertad individual, a las clases trabajadoras, a militantes de izquierda, a presos políticos.
Por la intermediación de la esposa de Botana, Salvadora Medina Onrubia, en el mismo diario se albergaron exiliados políticos, anarquistas y obreros perseguidos, como en el caso de Simón Radowitzky, un gremialista panadero encarcelado por terrorista. Desde el mismo diario se planeó la fuga del anarquista, preso en el penal de Tierra del Fuego por asesinar al jefe de la policía Ramón Falcón.
Pero, como en casi todos sus aspectos, convivían la Biblia y el calefón: también fue el principal promotor del derrocamiento del gobierno constitucional de Yrigoyen, apoyó al general José Félix Uriburu, y se opuso a los dos movimientos políticos populares que generaron mayor adhesión en la Argentina: el radicalismo y el peronismo.
La muerte de Botana, el 7 de agosto de 1941, a raíz de un accidente, fue la primera muerte de Crítica. Iba a la provincia de Jujuy en busca de un nuevo sueño: comprar campos para transformarlos en un reservorio de la flora y la fauna más exóticas del planeta. Estaba a punto de dejar a su esposa, Salvadora, y casarse por segunda vez con la española María del Carmen Durán. Tenía 53 años.
El imperio periodístico quedó en manos de su esposa y sus hijos, Helvio, Jaime y Georgina. Pero como Botana era Crítica y Crítica era Botana, el diario no volvió a ser el mismo sin su capitán. Así y todo, la agonía duró 22 años, hasta que en noviembre de 1963 dejó de aparecer “por problemas financieros”.
Salvadora, la anarquista platense
Bella y apasionada, periodista, escritora y poetisa, fue más que la mujer de Natalio Botana. Salvadora Medina Onrubia tenía una vida independiente de lo que sucedía en Crítica, aunque su opinión siempre fue respetada y tenida en cuenta por su esposo.
Nacida en La Plata en 1894, su infancia y adolescencia las vivió en Entre Ríos. Desde joven incursionó en las letras, y se destacó como periodista en La Protesta, Fray Mocho, PBT y Caras y Caretas.
También se desempeñó como autora teatral, cuentista y novelista, y dejó obras como Akasha, El vaso intacto y El misal de mi yoga.
Defensora del joven anarquista Simón Radowitzky, luchó incansablemente por su libertad. Participó en la planificación de su fuga y, cuando el ruso fue recapturado, no claudicó hasta lograr su indulto. La misma lucha la llevó a participar en la Semana Trágica.
En 1930, finalmente, la dictadura militar la mandó a la cárcel. Conocido el hecho, un grupo de escritores e intelectuales argentinos envió una carta al presidente golpista José Félix Uriburu para solicitarle “magnanimidad” con Salvadora por “su triple condición de mujer, de poeta y de madre”.
Pero ella no estuvo para nada de acuerdo con el pedido: le mandó al general otra carta, desde la cárcel, en la que la que le manifestó todo su desprecio, y soportó estoicamente el encierro. Fue atrevida, transgresora y audaz, un vendaval de pasión hasta el final de sus días, en 1971.
Fuente: Revista Tiempos