Por: Marcelo A. Moreno
En una semana acribillada por palabras calibre 45, también resonaron conceptos de parte de nuestra máxima dirigencia política, no exentos de rara originalidad, que hicieron blanco en el corazón de hondos temas sociales y culturales.
Resultó especialmente interesante como síntoma de este otoño tan caliente como recargado, por ejemplo, la presentación del borrador de una ley de radiodifusión. En el acto, revestido de inusual solemnidad, en el Teatro Argentino de La Plata, se oyó decir al interventor en el Comité Federal de Radiodifusión (ComFeR), Grabriel Mariotto que "aquí hay un negocio que impide la felicidad del pueblo".
¿Se refería el funcionario con esta más que contundente definición a la desigual distribución de la renta en la Argentina? ¿Aludía a alguna arcana categoría metafísica vedada al común de los mortales? No, hablaba de las trasmisiones de fútbol por TV.
En el país que ha dado a Borges, a Marechal, a Spilimbergo, a Milstein, a Varsavsky, a Argerich, a Yupanqui, a Piazzolla, entre otros genios, relacionar la felicidad general con la contemplación de los caprichosos itinerarios de una pelota a través de una pantalla de tele suena sofisticadamente ofensivo.
Pero no bastaba. En el mismo acto la mismísima Presidenta de la Nación al enumerar los objetivos del anteproyecto de ley, apostrofó: "Si ustedes me dijeran qué espero como resultado, diría que es que cada uno aprenda a pensar por sí mismo y decida no como le marcan desde una radio o desde un canal".
Si el razonamiento presidencial es certero hasta ahora los argentinos discurrimos nuestras vidas según nos los indicaron la radio y la tele. Y, lo que es peor, tomamos nuestras decisiones siguiendo al pie de la letra sus dictámenes inapelables.
Lo cual es de una gravedad tenebrosa, porque, de ser cierto, indicaría que, por ejemplo, elegimos por el voto popular a éste y a los otros gobiernos digitados por las malignas ondas que nos llegan a través del éter y no por nuestras propias decisiones, sobre cuyo génesis deberíamos emprender un laborioso y quizá sufrido aprendizaje.
¿Cómo es posible entonces que un país tan inconvenientemente anestesiado por los medios haya producido a Berni, Artl, Pettorutti, Ocampo, Klimovsy, Discépolo, Romero, Piglia, Favaloro, Cortázar, Olmedo, Alonso, Gelman, Leloir, Girri, Federico, Bores, Macció, Baremboin, Marshall, Bioy Casares, Noé, entre tantos y tantos creadores e intelectuales?
¿Quiere decir, en realidad, la señora Presidenta que la nueva ley nos hará, al fin, libres? Cristina Fernández de Kirchner reclamó: "Espero que todos tengamos derecho a ser visibles". Para visibilidad, nada más dilatada que la de ella misma y la de su marido, quienes aparecen a diario en todos los medios, las más de las veces en vivo y en directo, anunciando proyectos, obras a corto, mediano y largo plazo y planes de todo tipo, incluyendo los de la adquisición de heladeras, calefones y lavarropas.
Borges -que padeció la ceguera pero no la ausencia de ironía- solía repetir que le hubiera gustado ser el hombre invisible. Acaso pensaba que la invisibilidad también oculta su rédito secreto.
Fuente: Diario Clarín