Espero que Obama esté por encima del fanatismo que genera en seguidores que parecen del siglo XIII.
Por: Pilar Rahola
Dios nos salve de Obama, que de Dios ya me salvaré yo. De Dios o del diablo, o del vecino del cuarto, vaya usted a saber. O para ser más apropiada, Dios nos salve del obamismo, esa nueva religión que inunda los templos mundanos con tal excitación que amenaza de convertirse en una especie de plaga cósmica.
Y no me refiero a las previsiones de cambio que Barack Obama representa, más limitadas de lo que sueñan algunos, pero sin duda importantes. Incluso desde la desconfianza que siempre me ha inspirado este líder, también desde siempre he creído que el change de Obama cambiará la historia norteamericana, sobre todo porque cualquier giro decente respecto a George Bush significará un abismo con lo que teníamos.
También soy consciente de que la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca -como la llegada de una mujer- es la culminación de una larga lucha por los derechos civiles, lucha que este notable país ha liderado desde siempre. No pretendo, pues, minimizar una victoria que resulta importantísima para la historia moderna.
De hecho, incluso desde esa misma desconfianza, si hubiera tenido ocasión -y descartada Hillary Clinton-, sin duda lo habría votado. Continúo pensando que este político que se ha vendido como un outsider del sistema, es un genuino producto del sistema, que su ambigüedad esconde demasiadas incógnitas y que, a pesar de su moralina discursiva, no le han caído anillos en cambiar de opinión sobre temas cruciales, cada vez que lo ha necesitado, algunas sonoras mentiras incluidas. Pero, con todo, creo firmemente que, ante la dualidad McCain-Palin, la opción Obama era la mejor para los norteamericanos y, sobre todo, para el resto de mortales. Y ello dicho a pesar de considerar a Mc-Cain un gran candidato, pero inevitablemente secuestrado por un conservadurismo virado hacia su extremo más inquietante.
Dicho pues. Bienvenido el éxito, bienvenido el hito histórico y bienvenida la carrera de un político joven que puede aportar un cambio de paradigma en la geopolítica del mundo. Otra cosa distinta es la religión que ha aparecido, acompañando el fenómeno Obama, y que ha transformado al político norteamericano en una especie de Mesías salvador. Esta religión ha convertido el aplauso a Obama en un dogma de fe, y lejos de defender con sentido crítico al líder, lo defienden como si fueran personajes lobotomizados, cuya adscripción al líder está fuera de toda discusión.
Es cierto que Obama ha abusado como nadie de los conceptos románticos, y ha sabido vender poesía, en la dura prosa de la política. La mayoría de sus conceptos han alcanzado el cómodo estadio de la abstracción, librándolo de chapotear en el barro de la concreción política. Pero hay una diferencia entre dejarse seducir por la retórica de los sueños abstractos -a pesar de no saber cómo se cumplirán-, y convertirse en un ejército de zombis que no preguntan, ni analizan, y que han transmutado su naturaleza crítica para convertirse en simples seguidores. Más creyentes que ciudadanos. Más súbditos que votantes.
En esta tesitura, auguro malos tiempos para el pensamiento crítico respecto al nuevo Mesías, porque cuando la política se convierte en religión, no cabe la disidencia. La semana pasada, en un debate con votantes norteamericanos en Els Matins de TV3, y a mi pregunta sobre la falta de concreción del programa de Obama -demasiado diletante, en temas como la política económica y la internacional-, uno de sus seguidores me espetó: "los votantes son tontos, y no necesitan programas detallados. Lo importante es creer en Barack".
¡Uf, qué miedo! Y no lo digo por Obama, que espero que esté por encima del fanatismo que está generando, y gobierne con sentido común. Lo digo porque es una lástima que un político que gana con el lema del cambio sea apoyado por gente que parece recuperar una concepción medieval del concepto ciudadano. Puede que Obama sea un gran líder del siglo XXI. Pero algunos de sus seguidores parecen del siglo XIII.
Fuente: Diario La Vanguardia