Las continuas interferencias del ex dirigente perjudican a su esposa
Por: Soledad Gallego Díaz
La presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, que hace sólo 11 meses obtuvo una rotunda victoria electoral, se está viendo oscurecida por la interferencia frecuente de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, a quien los argentinos atribuyen una buena parte de las decisiones gubernamentales.
El esposo de la presidenta conversa habitualmente con algunos ministros y con el jefe de Gabinete; recibe y discute, a veces a gritos, con los principales empresarios e inversores, extranjeros y locales, y no oculta su influencia determinante en las decisiones relacionadas con la vida económica del país. "Kirchner dio la orden [al banco central] de intervenir [para evitar la subida del precio del dólar]", titulaba recientemente el diario La Nación. "Kirchner se resiste a aceptar cambios en la negociación [de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones]", asegura Clarín. "Kirchner" es siempre el ex presidente. A su esposa, la primera mandataria, se la conoce, simplemente, como Cristina.
En el entorno de la Casa Rosada se muestran inquietos por estos comentarios constantes y por el daño que puedan hacer a la imagen de la presidenta. Los Kirchner, afirman, siempre han sido una sociedad política y cuando el presidente de la república era él, muchos le acusaban de hacer excesivo caso a su esposa, que era entonces senadora. Ahora los papeles se han invertido, aseguran.
El problema es que Néstor Kirchner no aparece como consejero de la presidenta, sino como fuente directa de poder y que esa imagen desgasta el valor de la figura de Cristina Fernández. El protagonismo del ex presidente fue tan abrumador durante la larga crisis del campo (el intento, frustrado, de subir los impuestos a las exportaciones agrícolas) que, superada la tempestad, pareció que era consciente de lo ocurrido y que estaba dispuesto a poner más cuidado en las formas. Los buenos propósitos no duraron mucho porque la crisis desatada por la estatalización de los fondos privados de pensiones volvió a colocar todos los focos en él.
Los Kirchner llevan casados 34 años, tienen dos hijos (prácticamente ausentes de la vida pública, quizás como contraste con la odiada etapa de Carlos Menem y su hija Zulemita), y siempre han funcionado como un bloque político. En la pareja, él es el hombre de poder mientras que ella cultiva una imagen más académica e intelectual. Cristina Fernández fue siempre mejor que él a la hora de hablar en público sin papeles, de captar la atención en un escenario o de comunicar con los electores. Durante mucho tiempo se dijo que era ella quien escribía los discursos de su marido. Cuando Néstor Kirchner ganó las elecciones y se hizo con la presidencia de la República, Cristina, senadora, desplegó una gran tarea política. Cuando alguien criticó su enorme influencia, zanjó la discusión sin complejos: "Soy la última persona que él ve antes de dormirse".
Néstor Kirchner renunció a un segundo mandato en 2007 y dio paso, de manera casi imperial, a la candidatura presidencial de su mujer. Su control del movimiento justicialista era tan grande que nadie alzó la voz. Algunos pensaron incluso que lo que pretendía era perpetuarse en el poder, sustituyendo a su vez, llegado el momento, a Cristina Fernández. En cualquier caso, prometió mantenerse en un segundo plano (bromeó con la idea de dirigir un café literario) y no hacer sombra a la nueva presidenta de la nación, para que pudiera asentar su propia autoridad. Cristina Fernández de Kirchner obtuvo en diciembre de 2007 una victoria resonante: el 45% de los votos y 22 puntos de diferencia sobre el segundo clasificado. El huracán Cristina no necesitó siquiera una segunda vuelta.
Once meses después, los sondeos indican que la popularidad de la presidenta ha experimentado una erosión muy notable. Durante la crisis del campo llegó a ser de sólo un 20%-25% de aceptación, 30 puntos menos que en enero, según los datos, entre otros, de la consultora Poliarquía.
La anunciada retirada de Néstor Kirchner no llegó a producirse en ningún momento. Bien al contrario, desde el primer día el ex presidente mantuvo una presencia política muy intensa, que formalizó, en parte, haciéndose elegir como máximo dirigente del Partido Justicialista.
Además, el hecho de que en el Gobierno de Cristina Fernández figuran ministros que ya habían desempeñado funciones en el del ex presidente facilitó la confusión y los contactos y despachos directos, al margen de la presidencia. Es el caso, por ejemplo, del ministro de Planificación, Julio de Vido, del que depende la importante inversión pública, y que ocupó el mismo puesto con Néstor Kirchner.
Las dudas sobre el "reparto de competencias" entre los Kirchner (él se reservaría las decisiones económicas mientras ella viaja por todo el país e intenta recuperar apoyos políticos) no afectan, sin embargo, a la convicción de que los dos mantienen una absoluta afinidad ideológica. "No se trata de que el ex presidente tome decisiones que ella no comparte. El pensamiento político de los dos es común", explica Eduardo Van der Kooy, destacado columnista de Clarín.
La explicación que da el entorno del ex presidente, según Van der Kooy, es que la llegada de Cristina Fernández a la presidencia fue seguida de crisis muy difíciles: el valija-gate (investigación judicial sobre fondos venezolanos empleados ilegalmente en la campaña electoral de Cristina), la crisis del campo, el momentáneo caos financiero provocado por la decisión de nacionalizar los fondos privados de pensiones... Fueron crisis rápidas y de tal envergadura que Néstor Kirchner creyó que no podían resolverse sin su participación directa. Muchos creen, sin embargo, recalca el comentarista, que el ex presidente nunca tuvo realmente voluntad de retirarse a un segundo plano. En la sociedad Kirchner, él fue siempre el jefe político y Cristina Fernández acepta ese liderazgo.
Como no podía ser menos en Argentina, un país con una fuerte tradición psicoanalítica, muchos comentaristas buscan también explicaciones en las relaciones personales entre los dos políticos y en una posible dependencia psicológica dentro de la pareja. "No todo se explica desde la racionalidad. Es posible que existan componentes psicológicos", acepta Van der Kooy.
Cristina Fernández de Kirchner nunca se ha considerado a sí misma feminista ni las feministas argentinas la reconocen como alguien cercano. La presidenta nunca se ha significado por su actividad en ese campo, e incluso cultiva voluntariamente una imagen física muy tradicional, a la argentina, con mucho maquillaje y con una esforzada atención a la imagen estética. "Me pinto como una puerta desde que tengo 14 años y tardo más tiempo en maquillarme y vestirme que en el gimnasio", confesó en una de las escasas entrevistas que ha concedido.
La falta de militancia feminista no impidió que en su toma de posesión Cristina Fernández de Kirchner hiciera repetidas referencias a su condición de mujer. "Siendo una doble responsabilidad, como presidenta y por el género", dijo, al tiempo que hacia un llamamiento convocando "a las hermanas" para que se sintieran representadas en su presidencia.
Dora Barrancos, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, de la Universidad de Buenos Aires, reconoce la falta de interés de la presidenta por cuestiones relacionadas con el feminismo, y sobre todo, la falta de políticas de género desarrolladas por su Gobierno, pero no comparte las explicaciones psicológicas que le atribuyen a ella una cierta relación de dependencia. "Es cierto que Néstor Kirchner es bastante incontinente y no guarda las formas republicanas con su excesivo papel protagonista, sobre todo durante la crisis del campo, pero una cosa es que él desborde continuamente su actual condición de ex, y otra que ella no pueda tomar decisiones sin su aceptación. Eso no es cierto. El problema no es que ella no pueda dar pasos sin él, sino que él da muchos pasos que no debería", comenta.
Lo que nadie duda en Argentina es que los Kirchner son dos presidentes y una única sociedad, una única marca de poder.
Fuente: Diario El País