El debate sobre la comunicación es transversal al conjunto de la sociedad. Pero supone –centralmente– una discusión en torno de la vigencia real y efectiva de los derechos fundamentales. También sobre el desarrollo, el poder, la riqueza, la administración de justicia. En ese marco se analizan la conductas y actitudes de propietarios de medios, editores y periodistas. ¿Y de las audiencias? Aquí el análisis de un caso que ofrece una “radiografía” de los lectores.
Por Carlos A. Valle *
El desarrollo tecnológico, la concentración de poder de los medios, la globalización de las emisiones televisivas, el nuevo mundo de las supercarreteras de la información parece, por su acelerada evolución, dominar buena parte de la vida de nuestro mundo e incidir vigorosamente en la configuración de las relaciones humanas. ¿Han comenzado a dominarlas? ¿Sabemos a dónde nos llevan? ¿Queremos ir en esa dirección? ¿Qué significa este nuevo mundo? ¿Promueve el desarrollo de la vida humana y la comunidad de los pueblos o, por el contrario, nos degrada y deteriora?
La globalización de la economía, el control sobre los recursos y la centralización de la toma de decisiones han acentuado el dominio de una cultura produciendo marginalización e injusticia. Por eso la “nueva concientización” reclama que la consideración de los temas que son globales pero no tienen la misma incidencia en todas partes esté abierta a todos los involucrados a fin de que puedan compartir cómo los entienden, de qué manera inciden en su propio contexto, cómo interpretan que deberían ser encarados y se establezcan acuerdos justos y equitativos. Se trata de abrirse a un ejercicio comunicacional, a partir del cual puedan descubrirse ignoradas realidades y ocultos motivos, todo lo cual dará lugar a que afloren nuevos cuestionamientos e inéditas salidas. Será una oportunidad de romper moldes que dominan la visión de la realidad.
Los medios no son simples herramientas ni son omnipotentes, pero son muy poderosos. La cuestión es en manos de quién o quiénes están, qué es lo que están comunicando, ante quién o quiénes son responsables. No basta señalar la importancia de vivir en democracia para dar por sentado que cada uno puede ejercer su derecho a decir lo que sienta o quiera. En un pequeño pueblo cada palabra tiene un eco en la comunidad. El crecimiento de las ciudades ha hecho desaparecer ese eco y lo ha convertido en una ilusión. El pregón callejero se ha convertido en una nota nostálgica.
Este mundo de comunicaciones globales presencia al mismo tiempo el surgimiento de las culturas locales. El sueño de la homogeneización de la cultura ha desembocado en una pluralidad de perspectivas. Cada vez más se presencia la búsqueda de expresiones locales, el rescate de las culturas indígenas, la necesidad de definir la propia identidad y sus raíces. Sin embargo, trabajar a favor de una pluralidad de perspectivas no significa impulsar la estratificación, la segmentación o la división de los pueblos. El líder sudafricano Biko solía decir que no hay mayorías o minorías, sino sólo pueblo.
Reconocer la igualdad de los seres humanos y la existencia de una sola familia humana no puede ocultar las enormes desigualdades que persisten en el mundo. Baste mencionar la enorme cantidad de seres humanos cuyas posibilidades de sobrevivir y llegar a ser personas son muy remotas; o las desiguales relaciones de poder entre naciones y continentes. Cees Hamelink recuerda que, en la tradición liberal, no se relaciona la libertad de información con el principio de igualdad. En este sentido, se hace necesario interpretar el concepto desde la perspectiva de los derechos humanos. Para apuntar a la igualdad, realidades desiguales requieren tratamientos desiguales.
Las estructuras comunicativas de muchos países responden a los grandes conglomerados económicos, ya sea porque son sus propietarios o sus sostenedores. De manera que los criterios de la información que proveen se definen en función de su preservación y la obtención de sus beneficios.
¿Cómo hacer posible que los marginados de este mundo, indígenas, minorías étnicas, los grupos más pobres encuentren un lugar en los medios? ¿En qué momento logran ser noticia?
Referirse a la comunicación como un derecho humano es referirse al derecho de los individuos y de las comunidades a ser sujetos y no objetos de la comunicación. Derecho humano de los grupos populares a participar en la producción y distribución de sus mensajes. Derecho humano a la formación y el desarrollo de las capacidades de comunicación, especialmente de los grupos marginados. Derecho humano al respeto por la integridad y dignidad de las mujeres, rechazando estereotipos y reconociendo su creatividad. Derecho humano a que se proteja la cultura local, la producida por el pueblo, y que ésta no sea avasallada por los intereses comerciales o de las grandes potencias. Derecho humano a la libre expresión de las ideas, favoreciendo el uso de los medios por parte de los que no los poseen. Derecho humano a que los sistemas de comunicación estén al servicio del desarrollo integral de la comunidad, con un sentido de participación y crecimiento de la vida comunitaria. Esto debe traducirse, necesariamente, en una distribución más justa de la propiedad de los medios.
* Pastor de la Iglesia Metodista. Ex secretario general de la WACC (Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana).
Fuente: Página/12